miércoles, 8 de enero de 2014

A MAL TIEMPO, BUENA CARA, por Mariví Verdú

Hay varias cosas que tenía aplazadas para tiempos en los que me sobrara tiempo. Una de ellas, la lectura. Aunque siempre he sacado el rato preciso para leer lo que me gustaba o necesitaba, confieso que lo que más he leído ha sido Poesía y he dedicado menos tiempo a la prosa -poco al ensayo y menos aún a la novela-. Sin embargo, obran en mi poder un gran número de libros que han estado durante muchos años conmigo y creo que no ha sido por gusto. Algún motivo tienen más que el simple hecho de permanecer, resguardados del polvo, en mis estanterías. Cuidados durante años con toda veneración, han viajado, sufrido mudanzas y hasta se salvaron milagrosamente de un incendio (mi casa estaba en obras y se encontraban  en cajas, aislados, por suerte, en la habitación a la que no llegaron las llamas). Pero yo sé que se habían salvado por el mismo motivo que habían venido a buscarme: una razón oculta que no he podido desvelar todavía y que, de poderlo hacer, no querría. Tengo la impresión que esperaban el día en que me los llevaría a mi habitación, a mi mesita de noche y, de ahí, al sueño que contienen. Ese afán secreto debe ser, sin duda, transportarme por sus páginas hacia otros lugares a vivir entre personajes que acabarán siendo conocidos, amigos, gente con la que, sienta empatía o no, me harán sentir emociones; vidas ajenas que entrarán en la mía, tiempos pretéritos o futuros, con semejantes o distintos conceptos de la vida, ofrecimientos que no cejarán hasta verme fundida en sus hojas como una protagonista más. Blasco Ibáñez, Delibes, Alberto Méndez, Sampedro, Galeano, García Márquez, Huxley, Stevenson, Cervantes o Cortázar observan mi cara de satisfacción sintiéndose en mí cumplidos sus destinos, sus objetivos, que se resumen en uno y  único: desahogar el miedo a la muerte. Porque sólo los libros perviven y así sus autores son salvados del olvido, que es la muerte verdadera.

La otra cosa por la que necesitaba tiempo era para ponerme a pintar, aquella inclinación que desde pequeña me hizo dibujar cientos de papeles  y que nunca se perdió de mis manos a pesar de las inclemencias del tiempo vivido. Me obsesionó siempre, desde lo más profundo de mi ser, captar la mirada o la sonrisa de alguien y dejarla impresa para los restos  en un papel o un lienzo. Sentía  fascinación desde chica por el retrato y deseaba con todas mis fuerzas dedicarle el tiempo necesario. Tenía tantas ganas de hacerlo que cada rato que he robado a mi sueño ha sido para retratar a mi familia, a mis amigos, Bugella, Arjona, Ayuso, Parra, Díaz Oliva, Agustín Jiménez, Jesús Romero, Camarón de la Isla... 

Y bordar... eso sí que me entusiasma, ponerme a bordar, crear con hilos de colores lo que mis sueños me dicten. Bordar como mi madre, motivos sacados de su cabeza, guirnaldas interminables y figuras nacidas del propio pensamiento. Siempre envidié esas tardes de ensueño que veía en las películas históricas donde el tiempo era lento y las mujeres bordaban sus hermosos gobelinos mientras cantaban o pensaban en dulces amores medievales a la par que se pinchaban con la aguja del destino. Lo que bordé hasta hoy ha sido robando horas a mi sueño, a mi descanso, y quería dedicarle las horas de sol de mi vida, no las de luz eléctrica. Para ello necesitaba también tiempo.

Pero ese don que nos ha sido regalado para que transcurra sobre él nuestra vida, el tiempo, debe estar acompañado de paz sino no sirve para estos menesteres. Por tanto, aunque he tenido momentos para realizar cualquiera de mis aficiones, tenía que vencer aquella anormal saturación mental, cosa que me ha sido negada hasta hace muy poco, hasta que me di cuanta de que soy mayor para perder la vida. Entonces, me desconecté de los malos hábitos, de responsabilidades ingratas y sin gratificar, quedándome sólo con las inherentes a mi estado de abuela, el mejor de los estados por los que ha pasado mi corazón.

He sobreutilizado el tiempo en mi época juvenil y más aún durante mi madurez. Cuando me veía sobrepasada de responsabilidades -tantas veces ocurrió- , unas obligada por mi trabajo y otras exigidas a mi voluntad por propio deseo creativo, sacaba tiempo del sueño sufriendo después faltas de concentración al exigirme más de lo tolerable. Entonces, para traicionar mi hiperactividad, me daba por pedir con todas mis fuerzas: Ay, Dios mío, qué me vuelva normal, qué me gusten las telenovelas y comer pipas en el portal o en la plaza como a tanta gente que parecen vivir en paz; qué mis conversaciones se limiten a los quinientos vocablos al uso y me deje de pensar en filosofías y en leches, que estoy perdiendo la cabeza. Y, pensándolo bien, tal vez la haya perdido, no lo tengo muy claro, pero gozo de paz y sosiego y aquí sigo. Y una mañana, como por arte de magia, de buenas a primeras, me levanté con cara de abuela, me sacudí las falsas obligaciones -creadas por no sé qué ingenuo altruismo- y se me concedió una vieja petición: encontrarme cara a cara con el tiempo diciéndome: ¿Qué hacemos hoy?

Desde entonces, las horas son extraordinarias. Y despierto con mis gafas y un libro a la derecha de mi cama, embozados los tres, y voy del malva amanecido de mi cuarto al azul  verdoso de estudio, repaso mis correos, escribo un buen rato, suelto el ordenador y cojo los pinceles... echo otro rato; me lavo las manos, me meto a guisandera y, por la tarde, me pongo a coser en mi mesa de camilla ante un tibio rayo de sol... Y así paso mi tiempo, un tiempo al que voy a ponerle buena cara, ya que no encuentro ningún trabajo a mis años más que el oficio de vivir austeramente, casi por la divina providencia, bajo este cielo tan hermoso que nos ha sido regalado. No tengo salario porque todo no se puede tener en este mundo, pero tengo una poquita de salud y cientos de bolígrafos y de libretas, de ovillos y bobinas de hilo, de retales de tela, de tubos de óleo y de soportes para aguantar lo que me venga en gana. Ahora dedico mis horas a estos gustos. Porque tengo una gran fortuna que se llama tiempo así que...a disfrutarlo mientras dure. 

Desde este Garitón que me da la oportunidad de ser campo, Mariví Verdú.

1 comentario:

  1. Todavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, me llamo Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otro seguí buscando un curar incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. No podía creerlo al principio, pero también mi conmoción después de la administración de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy tan feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir este milagro. experiencia, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un mejor medio ambiente, póngase en contacto con el Dr. Ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com, también puede llamar o WhatsApp +2348052394128

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