domingo, 13 de enero de 2019

AGUATINTAS POR SEGUIRIYAS: COLOR Y FORMA DE LOS AYES, por Mariví Verdú

Aún no eran las doce de la mañana del día cuatro de enero. Hacía frío en la calle pero en las recachas daba gusto estar. Dejé el coche en Carranque, una barriada que conozco bien, que quiero desde niña. Suelo hacerlo casi siempre que voy desde Alhaurín de la Torre a Málaga aunque a veces lo dejo en Parque del Sur y me paso a ver a mi amiga, la poeta Pilar Bugella. En Málaga centro me hago un lío a la hora de aparcar. De esta manera voy más tranquila, puedo disfrutar de mi ciudad, prestarle toda mi atención. Cogí el autobús de la línea catorce hasta el Ayuntamiento. Desde allí a la Plaza del Obispo hay un paseíto precioso. El Parque resplandecía en verde. La Catedral, en ocre. La Plaza, en gentío. Y caminé diligente hacia el Palacio Episcopal donde me esperaba “Aguatintas por seguiriyas”, la última creación de un pintor excepcional, un malagueño de pro: Eugenio Chicano.

El palacio que la alberga es lugar hermosísimo, en pleno corazón de Málaga, con más de dos siglos y medio de belleza. Me encontré abiertas sus grandiosas puertas, entre mármoles grises y columnas rosas, abiertos sus patios y sus arcos, libre su escalera imperial... A la entrada me atendieron con esmero -que así dejara dicho el autor de las aguatintas- y me hicieron entrega del magnífico catálogo que, a la sazón, ha realizado el Centro de Tecnología de la Imagen de la UMA. Aunque en él se reproducen todas las obras expuestas, no lo abrí de momento. Subí hasta el primer piso y accedí a la primera de las tres salas que cobija la muestra. Quería verla en directo, a eso había ido. Y en ese preciso instante sentí haberme dejado en casa mi sombrero, lo sentí muchísimo porque tuve necesidad de descubrirme. Me di una vuelta sobre mí misma, en redondo, y empecé a desmenuzar, una a una, cada tela, cada golpe de sangre, de luz o de agonía. Y pensé: no se puede pintar así con dieciocho años, no se puede. Sería una anomalía. Pero tampoco se podría pintar de esta manera si no se hubieran cumplido los dieciocho cuatro o cinco veces manteniendo clara la visión y la inocencia, conservando la capacidad de impresionarse, las ganas intactas de ser quien se es pero con todos sus días vividos, disfrutados, dolidos en toda la amplitud de los placeres. No se puede decir lo que nos dice Eugenio  sin antes haber creado los posos necesarios, esos que nacen a base de encantos y desencantos, de recoger todas las formas del canto, del rito, de la levedad de lo eterno en la perpetuación de sus formas más primarias: el grito y la huella de rojo en las paredes. Cogí el autobús de la línea catorce hasta el Ayuntamiento. Desde allí a la Plaza del Obispo hay un paseíto precioso. El Parque resplandecía en verde. La Catedral, en ocre. La Plaza, en gentío. Y caminé diligente hacia el Palacio Episcopal donde me esperaba “Aguatintas por seguiriyas”, la última creación de un pintor excepcional, un malagueño de pro: Eugenio Chicano.


Y así fui pasando por delante de aquellas seguiriyas hechas carne: admirada de tanta hondura, de tanta frescura de trazo, de tanto sincronismo de arte y arte. Junto al cuadro, la letra de la copla que lo inspiró, el nombre de su intérprete y la posibilidad de poderla escuchar al oído gracias al código QR que lo acompaña. Todo un hallazgo de la técnica puesto al servicio de los sentidos, rendido ante dos expresiones artísticas que nacen como una sola de manos de Eugenio Chicano, la Pintura y el Flamenco. Ambas en su manifestación más concreta y afilada, más antigua y doliente, desde luego, con el más estremecedor resultado.

Entre las dos salas que albergan la totalidad de su exposición hay una intermedia en la que puedes sentarte y escuchar al autor con la misma naturalidad que si estuviera en su estudio, como estuvimos muchas veces en la peña el pasado siglo o en alguna taberna amada y desaparecida. Es una grabación en bucle de una hora escasa, realizada en blanco y negro, en la que nos cuenta su vida, sus aficiones, sus vivencias -desde la niñez hasta hace un mes escaso en que se presentó al público su antepenúltimo trabajo- haciéndonos partícipes de los secretos de aquella Málaga cantaora que descubrió de chico, de la Málaga Picassiana a la que perteneció después, de la Málaga Juanbreviana en la que estuvo desde los comienzos. Una forma de conocer la Málaga más auténtica desde la visión de un hombre auténtico. Disfruté con él y lo hice compartiendo el espacio con grandes figuras del cante que, por citar algunas diré que estuve al lado de la de Utrera, de los Pavón, entre Chocolate y Fosforito, cerca de Camarón y Lebrijano... Allí estábamos todos en torno a Eugenio, oyéndole vivir.

Y después de tres horas con los cabales, salí más flamenca y con más luz a la Marina, con más sabor a Málaga que entré. Mientras caminaba hacia la Puerta del Mar recordaba cuándo le conocí, tantos años atrás, lo guapo que era, lo grande que sigue siendo y el arte que ha tenido durante toda su vida, su larga y fructífera vida.

Vaya mi enhorabuena a Ars Málaga y a su director, Gonzalo Otalecu; al gusto exquisito de la comisaria de la exposición, Mariluz Reguero; al Vicerrectorado de Política Institucional de la UMA, a Juan Antonio García Galindo, Juan José Téllez y  Miguel Cabrera y a todos cuantos han hecho posible esta muestra, Aguatintas por seguiriyas, que, se mire por donde se mire, es la condensación de lo etéreo, la plasticidad del quejido, el color y la forma de los ayes.

*Gracias por invitarme a participar de tan grandiosa exhibición, Eugenio, muchas gracias por haber tenido en cuenta a ésta humilde persona que suscribe, la vieja poeta azogada del espejo. Brindo por que sigamos disfrutando tu talento, brindo por tu generosa compañía, por nuestros amigos Paco Montoro y Odile y por la tierra que nos acoge desde chicos. Brindo por la gracia azul que derrama sobre nosotros. 


Cariñosamente, Mariví Verdú.

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