miércoles, 1 de octubre de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE. 99 OTOÑOS. A JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS, 99 OTOÑOS

Hay una tristeza camuflada en el otoño que a todos nos toca la moral y nos la tira, como tira a las hojas, por el suelo. Ya se acaba septiembre. Un mes que siempre me ha parecido hermoso y vivible, este año se me ha ido en un suspiro. El tiempo, que desde hace algunos años la única variable que respeta es la velocidad, ha batido su propio record y septiembre se ha ido detrás de agosto como alma que se lleva el diablo. De él sólo puedo decir que nos ha llovido y es por lo único que me alegro. Del resto, mejor dejarlo rodar con las hojas, esas que amarillean a pasos forzados y ya van cayendo, ya volando, preparando un humus perfecto para la próxima primavera.

Puede que sea la pérdida de azules en los cielos o la ruta corta del sol que nos deja anochecidos casi a las siete la culpable de este dolor agrisado que nos apamplina y entristece. Pero puede que sean tantas cosas…la mayoría de edad que se tiene en otoño no es perceptible en verano, ni la trascendencia de las cosas nos parece tener la misma magnitud. Hay como una medida especial para ello en este tiempo, un medio luto que nos atrapa y sume en el pensamiento verdadero de las cosas. No es igual encontrarnos con “Las cosas del campo”, o “Cantos a Rosa” en primavera o en verano que en otoño, ni por un asomo. La sensación gozosa puede que sea la misma pero no la interpretación de su lectura. En otoño nos espina, nos moja, nos conduele como si se nos abrieran todas las heridas a la vez. Y renuevo la ofrenda de mi sangre.

Cuando pienso en su autor, José Antonio Muñoz Rojas, cuando pienso en mi paisano, un ser tan especial, todo alma, todo humildad, todo sabiduría y sentimiento, siento una ternura tan grande como si el corazón se me volviera un arroyuelo claro y fresco, despojado de ira, remansado, limpio. Nuestra amistad sólo tuvo dos citas, dos citas maravillosas que resguardo del olvido -por eso escribo de nuestra amistad, para que se sepa, porque me enorgullece y por si algún día yo pierdo la memoria-. Pronto cumplirá noventa y nueve años. En unos días. Y yo estaré a punto de operarme y no podré abrazarle de otra forma que con mis palabras. Por eso, amigo, por eso, grandísimo escritor, te envío en mi poema todo el amor que cabe en un poema. Yo sigo sin prisa de publicar mis versos, el otoño está aquí. Pero pocos son los que se han enterado. Felicidades, maestro.

RÍO GENAL

Por camino de brezos
y alcornoques desnudos
un rumor perfumado,
música de rumores,
temblor de azogue: el río.

Sobre el tronco del sauce,
multiplica el lentisco
y ondea las adelfas.

Huelo. Observo la noble
ribera de mastranto,
el chopo nuevo , arriba,
y el taraje, y la sombra.

Porqué pensar en algo...

mientras el sol impreca
su luz por las espaldas
busco verde en el verde
de cola de caballo,
en los cañaverales
en las piedras del fondo.

Corona la libélula
mi cabeza con viento
y las bogas acuden
a comer en mi carne.
Mi piel, agua con agua,
ranas y mariposas...

Sobre el lecho del río
saltan los zapateros.

Es la tarde, ya tarde,
y juegan las chicharras
silencioso escondite
con los abejarucos
de las flautas de oro.

...Y la noche fue haciendo
lentamente otro campo,
otro río de luces
sobre el rumor del río.

Mientras la acequia corre
por venas y naranjos
una azada en las manos
irá alumbrando el agua,

qué florezcan los mangos
y el azufaifo endulce,
a la vez que me endulzo
me espino en los nopales
y con luz de linterna
sigo escribiendo el verso
de la tarde estrellada.


Desde Pinos, con la tierra mojada, el romero en flor, las rosas nacientes, la yerbagüena tierna y el cerezo loco cuajado de flores, Mariví Verdú
Publicado en Diario La Torre el 01/10/2008

jueves, 18 de septiembre de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE EN DOS AZOGUES MALAGUEÑOS Y UNA NANA DE PLATA



I.-



Esta tarde el espejo me ha mirado y me encuentro en la otra que me mira. De sopetón mis años en su azogue. Tanto siento al mirarte en la Bahía, Málaga de los búsanos oscuros, la de perfiles griegos azulinos y de siempre y por siempre igual de viva, tan bañada de añil y agua nocturna, indiferente, eterna vieja virgen, tan experta en silencios y sonidos, hecha para cantar, recién creada. Cambiaron por acacias, jacarandas, y los llorones blancos por los lilas. Desnuda te camino por la arena dorada por la luz, plata de sombra. La Málaga de Dios y el Paraíso, es de todos y a mí me pertenece. Cuando ya le he devuelto tantas cosas ella sigue obstinada en guardar algo, soles por las esquinas y rincones, y un aire respirado desde niña. Nadie que te conozca se habrá ido, te intuye cualquier nombre para el gozo. Las luces que desprendes son las mismas, las del génesis claro, día primero.

II.-

No hay tiempo de ser nadie, tan sólo ser tú mismo te lleva tantos años….Ha pasado de largo mi sombra por el parque. Los alhelíes quedan para melancolía. Toda la mar enfrente y todo cielo el día son para las palomas. No he nada nuevo, ebullición y obra en circuito perenne. El sol va perfilando tu silueta de sombra, el palmeral erguido, los plátanos de luz. Cada rincón se obstina en olvidar la historia y emerge del silencio la eterna caracola. Nunca tuviste nombre distinto a primavera. Con tu púrpura vistes los dioses diluidos. Por las huertas y el río han nacido los hombres y los tristes caminos que fueron alameda. Caída desde el cielo buscabas horizonte y jábegas testigos de pura infinitud. Copo grande tu brillo, tu vida y tu costumbre. Málaga, toda tierra, toda mar, trepadora, de perfume y de sombras, y confundida en ella me elevo con su brisa.


NANAS de PLATA

A la nana de plata
del cielo frío,
duerme, niño, y descansa,
corazón mío.


Con la sillita baja
tu madre lleva
el compás de la nana
pa que te duermas.


Tic, tac, tic, tac,
nuestros dos corazones
van a compás.


Soplillito de esparto
¡aire a la lumbre!
las ascuas sueltan chispas
rojas y azules.


¡Ay! que tiene mi niño
sueño y no duerme,
porque el son de esta nana
me lo entretiene.


Duérmete pronto,
angelitos del sueño
cierran tus ojos.

Ea la ea…


Al alimón, Pilar Bugella y Mariví Verdú

*Dedicado a Myrtha Melchiades, para que se recupere pronto, con un fuerte abrazo.

lunes, 28 de julio de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE DESDE UN ARCO DE PINOS

Cuando llegué a Alhaurín de la Torre por primera vez, hace ya muchos años, era joven y el pueblo muy pequeño y larguillo, casi sin carnes, como yo. Más tarde, cuando corría el año mil novecientos setenta y siete, volví y ya me quedaba a dormir bajo su sombra. Seguíamos flacos pero no por eso andábamos en cueros, ambos poseíamos una buena historia genética, savia y sangre malagueña, y un buen patrimonio, tanto propio como heredado, que nos daba nombre y apellidos.

Mi padre, que fue un ángel, era una hombre casi perfecto. Fue profesional de la electrónica, un trabajador como él sólo, un ferroviario pluriempleado durante toda su vida activa. Ángel compró este trozo de monte, un pedregal con veta de arena dorada, con la intención de disfrutar de él en su jubilación y de acabar aquí sus días, en casa propia, que bien que estuvo toda su vida de prestado. Y a Alhaurín de la Torre vino a parar la familia Verdú González, residencia fija desde 1986. Mis padres salieron los dos desde este monte hacia la vida eterna y aquí reposan sus cenizas, en su falda, un alto paraje desde donde se divisa el mar y La Farola, bajo la hierbabuena y la vid, como consideré que sería el deseo de ambos.

Cuando comencé a frecuentar este pueblo, Alhaurín y yo éramos más que adolescentes, éramos puros, y aunque carecíamos de muchas cosas que hoy, en plena madurez, hemos adquirido, no nos hemos dejado arrebatar todavía la adolescencia, ni la pureza, es nuestra idiosincrasia. Ambos hemos superado faltas de gente que nos querían y a quienes queríamos, hemos sufrido desencantos y dolores, transformaciones de todo tipo, pero también hemos tenido los brazos abiertos a cuanta persona de buena fe haya querido instalarse (en su suelo o en mi corazón).

Desde Mayo de 2006, treinta y ocho años después de la revolución de los claveles, vivo aquí. Alhaurín de la Torre es mi pueblo, adonde trabajo, sueño y muero cada día, desde donde organizo mi vida y mi despedida con toda la paz que el pueblo me regala. Porque las cosas no suceden por casualidad, no, ni tampoco vienen solas, salvo para éstas dos que bien dice el refrán: Casamiento y mortaja, del cielo bajan. Y Alhaurín y yo nos hemos encontrado, maduros, porque estaba escrito. Haberse quedado en otro lugar hubiera sido un error. Habernos quedado estancados, sin evolución ninguna, además, hubiera sido imposible. Los tiempos marchan y nosotros con ellos.

Cuando decidí que Alhaurín de la Torre sería la residencia definitiva para el reposo de mi alma, un refugio para los débiles años que se avecinan, vivía mi madre aún. Ella quería volver a su casa y yo tenía que huir de la mía, un noveno piso, un amplio y soleado trozo de aire que habité con mis hijos, muy cerca del cielo, durante veintiséis años, hasta que una primavera fría mi hijo mayor decidió irse y dejarnos aquí, más solos que la una y con los corazones encogidos. El de mi madre, definitivamente, y el nuestro, sin palabras. Fue entonces cuando el monte alhaurino se me abrió como si hubiese pronunciado la palabra Sésamo y el deseo de mi padre de que no pasara a manos extrañas se cumplió. Volvimos al hogar paterno, a soñar en la baranda, a subir y bajar cuestas sagradas para curtir mi sombra, a la que admiro por seguirme todavía.

A veces siento cómo ellos, que están vivos en mí, en mi recuerdo, también los están en el campo, en los árboles, en las flores., en las mariposillas.. Y en las nubes, buscando figuras, jugando, como solía hacer en mi niñez con mi madre y mi hermana a la puerta de los viejos portales…Este verano están todos mis muertos mucho más que presentes. Porque quiero, porque sus compañías son tan importantes para mí como la de los vivos, a veces más, tanto que estoy recuperando, de unas viejas cintas de casetes, el metal inconfundible de cada uno: la voz. Y les oigo en viejas conversaciones, intrascendentes, como si nada pasara, y escucho cantar a mi tío Gabriel con su sabiduría flamenca, tan hermosa… Hay quien no quiere otra cosa más que el olvido y yo me niego a él como me sigo negando a la injusticia.
 
Todos los recuerdos, hasta los amargos, se van dulcificando con el paso del tiempo. Los bellos son de almíbar. Por eso me gusta recordar. Aunque sé que estoy aquí, que vivo en el presente, cuido de los recuerdos como de un tesoro, el incalculable tesoro que han dejado brillando en mi memoria. Deambular por el tiempo sin miedo es un verdadero gozo. Pensar en sus olores y tactos, en sus risas y en sus lágrimas, en sus besos y abrazos, brindarles el día, el sol y el agua que me bebo, es todo un acto solemne de fe y de esperanza.

Aún tengo presente una de las primeras ediciones de la Verbena del Botijo, recién instalados mis padres en su nueva casa. Había carreras de bicicleta y en ellas participaron mis hijos, muy niños. Conservo el trofeo que consiguió Pedro, el menor, por ser buen ciclista. Venían locos de contentos y sus abuelos la mar de orgullosos. Hace veintidós años, en estas fiestas vecinales participaban cientos de personas de todas las edades -padres, hijos y nietos, todos vivos y alegres-, gente joven aún que bailaba y disfrutaba de la noche verbenera de verano. Era por entonces que los vecinos de Pinos estaban más unidos, quizá porque había que luchar contra algo, en este caso alguien, mejor dicho, algunos listos que habían estafado a los nuevos propietarios. También había problemas con el suministro de agua, etc. Afortunadamente hoy vivimos en paz, hay escasos incidentes y todos son problemas solucionables en la barriada, aunque se nota que envejece la población y que los niños prefieren otras diversiones que las de antaño. Tal vez sea porque hay menos que reivindicar, porque las cosas funcionan bastante bien y, por tanto, la gente está más en su concha y es menos sociable, que no solidaria porque la verbena dio muestras de su corazón donando la ganancia de la explotación de la barra a un fin social: “La sonrisa de un niño”, fundación que lucha por devolverles la salud y la sonrisa a los niños afectados de cáncer. Un acto plausible. Allí pasé un rato muy agradable junto a mi amigo Guillermo Aguilera, Jesús González y Pepi, una vecina de Calle Torremolinos. Estuvimos charlando un par de horitas, o sea, que disfruté del sábado noche en la XXI Verbena del Botijo. Una noche de amistad compartida y de recuerdos.
Porque cuando el ser humano vive y deja vivir, cuando se siente libre y protegido, cuando hecha raíces en un sitio adonde no se ha perdido la bendita costumbre de darse los buenos días, entonces ocurre el milagro. Y ya no significa esfuerzo alguno el mantener al pueblo bello ni el sonreír al prójimo, todo lo contrario, es fácil y además se hace gustosamente. Hay que reconocer que ha habido una buena labor de gestión pero también una impresionante colaboración ciudadana para conseguir lo que hoy disfrutamos. Vivir en Alhaurín de la Torre, pasear por sus calles, acceder a sus paseos y jardines, a las instalaciones y servicios públicos, es una alegría y un placer. Sólo hay que mirar y ver lo que no se puede esconder: tenemos uno de los mejores pueblos del mundo. Es tan evidente como que estamos en la última semana de Julio y el calor tiene a la luna hecha un gajito de naranja inalcanzable.

Y es por todo eso y por muchas más cosas que me gusta mi pueblo. Porque hay una agradable y tranquila convivencia y porque puedo disfrutar de la soledad y escribir subvencionada por la incalculable fortuna del silencio.

Desde los pinos, pensando si realmente merecemos tanta belleza y entristecida por no poderla llevar a los ojos más desafortunados, disfrutando del poema que ha dedicado a mi casa la amiga Pilar Bugella, poeta y madre donde las haya, compartiéndolo con todos ustedes, Mariví Verdú.



EL GARITÓN


Vibra el campo en un concierto
de chicharras y de cucos,
el tiempo pasa muy lento,
cierra llagas y abre surcos.

Lame el aire cada hoja,
cada línea del paisaje,
cada flor se mece toda

al compás de su oleaje.

Sube tierra al alto cielo,
son dragones recostados
los montes formando cerco
frente a la casa y el llano.

Y es su abrazo milenario
la delicia de este valle
que da cobijo diario

a pinos, rosas y hogares.

En el agua de la fuente
se solazan las palomas,
la hiedra viste los muros,
llueve el jazmín: flor y aroma.


Y hay chumberas con su fruto,
cepas de pámpanos verdes
con uvas de dulce jugo;
limoneros y laureles.

¿Quién da más?... y hay más no dicho
tras el balcón y los arcos:
el gris verde del olivo,
verso puro de los campos.
A modo de biografía y poema de Pilar Bugella
















lunes, 7 de julio de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE SOÑANDO CON LA PUEBLA

Ayer tarde parecíamos estar dentro de un inmenso capullo. Así era el color del cielo, cerrado y de seda. Las chicharras cantaban y callaban al unísono. La noche vino transparente. Y la meditación sobre la vida y sobre las risas próximas me acercó al pensamiento la gran capacidad de olvido que tienen las criaturas. Si recordáramos el dolor que sufrimos durante el tiempo en el que se nos rompieron las encías para echar los dientes, no tendríamos ganas de comer siquiera. Si nos acordáramos de lo que fuimos antes de nacer y de lo que seremos después de la vida, nos enroscaríamos como una cochinilla bajo la piedra última. O besaríamos en la boca al mundo y seríamos más justos y humildes.

Cuando escribí aquella letra flamenca que decía:

No me gusta caridad,
que yo prefiero justicia
que limosnita que dar

no sabía que se me vería tantísimo el plumero. Pero la verdad es que no me importa demasiado que mis compañeros de viaje en órbita terrestre se enteren de que voy escorada del laillo del corazón. O sea, que me puede la sangre, por color y porque de ella he mamado la única honra que los humanos tenemos, ser humanos. O lo que es casi lo mismo, ser divinos.

Bueno, no sé si esto es un artículo o una confesión. Porque, más que escribir, sigo inmersa en la lectura de María Zambrano y en su gracia. Con ella me une el amor al alba. Yo asisto cada día a su ceremonial. Del alba me nutro y es por él que tengo sombra y color. Asombrada, en primera fila, disfruto el mayor espectáculo del mundo, el amanecer. Un presente gratuito que nos es concedido a todos por igual, sin tener en cuenta los merecimientos, sin previo pago, con idénticos tonos para todos los vecinos del mismo lugar, o para los prójimos de otros lugares; un obsequio del sol, un don.

El sol, en cuanto sale,
me da en la cara
un beso calentito,
le doy las gracias.

Yo, que estoy cansada de ir y venir del dolor a la razón por la tajea del verso, me he dado cuenta de que, como decía Gustavo Adolfo Bécquer en el prólogo de La Soledad, libro de poemas escrito por su amigo Augusto Ferrán en 1861 -bastante influenciado por Heine-, la letra flamenca es una síntesis del conocimiento humano, es pura filosofía y resume la extensa cultura del pueblo andaluz: Y todo natural, poesía breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, desnuda de artificio; desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.

Y a lo mejor por eso me dedico con tantas ganas al oficio de levantadora de coplas, término que uso comúnmente con mi amigo Andrés Jiménez.

De la vida he conocido:
su rosa, la del amor;
su espina, la del olvido.

Porque mientras condenso en una soleá la pena, parece que el nudo que trago es menos denso, menos doloroso. Y porque me gusta con locura trabajar con el idioma que se me dio al nacer, con el precioso talismán al que acudo cada día y al que me consagro cada noche; con el idioma de mis sueños.

De la vida he conocido:
su rosa, la del amor,
su espina, la del olvido.

Ayer noche escribí muchos versos y me dormí agitada pero feliz con la ilusión de ir a la Puebla de Cazalla hoy, día de San Fermín, multiplicando el goce que siempre me produce ir a Sevilla. Allí llego de cualquier forma, por Martín de la Jara y Los Corrales, por Lora o Aguas Dulces, por caminos propios que van cruzando los puentes del Río Grande. Esta tarde iré por un premio que lleva el nombre de Francisco Moreno Galván, por lo que iré más contenta que unas pascuas.

La Puebla de Cazalla es cuna de grandes artistas, de grandes nombres del flamenco, José Menese, La Niña de la Puebla, Manuel Gerena, Diego Clavel…, y como abanderado, Paco.

Allí vio la luz Francisco,
en La Puebla de Cazalla.
Orgullo de ser morisco,
poeta, donde los haya…

Y como esta tarde se descubre qué premio me dan -sé que uno tengo- pues me he preparado como una novia. Porque el premio de verdad es que mi nombre y el suyo se barajen a las nueve de la noche, en la Plaza de la Ermita de La Puebla, y el maestro me coja de la mano para llegar a ese sitio adonde sólo él supo llegar. Adonde no alcanza el olvido.

Sueños de mi juventud,
libertad y rebeldía,
conformaban tu poesía
transmitiendo la virtud
del ideal andaluz
hecho de luna y de pan.
En mi corazón están
todas tus palabras vivas.
Con mis manos las escribas,
Paco Moreno Galván.


Desde el cuarto soleado, agradecida y sola, Mariví Verdú

domingo, 29 de junio de 2008

EN NOCHE DE INSOMNIO, A MORENO GALVÁN, por Mariví Verdú

 
Meditación.- Meditando y transcribiendo en noche de insomnio, con María La Veleña en mi conciencia como una rosa fragante, me doy a la descritura del alma porque así me lo pide el cuerpo 
 
Cuando abrimos un grifo y sale agua, imagino que habrá mucha gente que, como yo, agradezca el ciclo de las aguas: cielo, mar, nube, lluvia, rocío…, que se acuerde del zahorí, del artesano del barro que hace botijos, del constructor de las presas y pantanos, del mundo romano y sus acueductos, de Tomás Gryll, inventor del mecanismo, y de tanta comodidad como brinda la sociedad actual. Por tanto, imagino que, como yo, mucha gente también dará las gracias a todos ellos por el deleite de una ducha o de un trago de agua, por la suerte de las coordenadas donde vino al mundo y, si es creyente, alabará al Dios de la Creación y al segundo de sus días hábiles. Vaya, que si no se piensa y agradece cuando se abre un grifo, debería de salir arena por él, sólo entonces miraríamos al cielo y, ante el miedo, agacharíamos la cabeza y nos meteríamos la altanería en donde nos cupiera. Seguro que comenzaríamos a pensar en todo el proceso que nos ha llevado a este maravilloso estado en el que vivimos por aquí, por esta parte privilegiada del mundo. No estaba equivocado el que llamó a esta tierra Ciudad del Paraíso, ni pizca de loco estaba este Vicente. 
 
 Cuando empiezas a aceptar la época del año que vives y acoges el calor con la misma mansedumbre que el frío, la hoja nueva igual que la caída y arrastrada por el viento; cuando el lenguaje común se torna ajeno al vocabulario que te es propio, cuando no te reconoces ante el espejo y eres más feliz con el silencio que con la gente, es síntoma de que dejas de pertenecer al mundo para empezar a ser tú, a ser la soledad misma, o sea, más nada y por tanto más cosmos y más luz. Vaya, que no sé porqué nos cuesta tantas lágrimas y tantos años alcanzar la conquista que debiera ser el estado natural de los seres humanos: Ser. 
 
Cuando el estado de un alma es reposo o acción precisa, observación y creación, cuando tus ojos presencian cada amanecer confundidos en la luz, siendo parte necesaria de la sombra y por tanto de la belleza del mundo, cuando la paz llega a través de lo cotidiano, de lo insignificante, o lo que es lo mismo, de lo infinito y milagroso; cuando el placer lo proporciona el contacto con los verdes positivos de las pimenteras, con la menuda flor amarilla del tomate, con la inmaculada de la patata y los golpes de cólera vienen provocados por la fecundidad inútil y contaminante del árbol de los dioses, o del mirlo, usurpador y descarado, podemos decir que estamos rozando la gracia plena, el don de los dones, la vida y la conciencia de que te posee. 
 
Cuando los vínculos son cada vez más estrechos con la tierra y menos con la carne, cuando hijos y sangre propia dejan de ser lazos de horca para ser vuelo conjunto, afinidad, amistad y compañía en el viaje; cuando el sexo dice adiós al fuego, a la pira nupcial donde se quema el amor, y dejan de ser la grasa y las feromonas capitanes de tu nave; cuando sientes ajenos los hábitos sociales y, ante el miedo que este injusto mundo provoca, prefieres refugiarte en Talión como único entendedor del mundo y sus habitantes – yo prefería al Cristo, pero él no es ideal para esta sociedad indolente y maleducada, que a Cristo le llama tonto porque ama-; cuando te das cuenta que en tus brazos podrán hacer nido los pájaros en sólo cuestión de segundos, entonces, me siento, y escribo. 
 
Conclusión.- Porque escribir es mi única forma de decir gracias. Describir y desnudarse en una misma y perfecta simbiosis con el alma. Una cita a ciegas con vuestros corazones. Un momento de magia y comunión contigo, lector, que has llegado hasta aquí y no has cerrado ni mi boca ni tus ojos. Y encima sin hacer ruido ninguno de los dos. Gracias. 
 
 Intentaremos dormir un rato. Málaga reluce relajada sobre la bahía en un espejismo de luces de colores. Me gusta así. Es bellísima. 
 
 A Francisco Moreno Galván, allá en los cielos.
 Desde las faldas del monte, entre el Jabalcuza y el Jarapalo, de madrugada, Mariví Verdú

jueves, 29 de mayo de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE SE VA POR "ESPACIOS TRANSITADOS".

Cuentecillo dedicado a una obra pictórica recién presentada, y, por ende, a su autor, y por inevitable consecuencia, a quienes dan con ella. Por cierto, la exposición se llama Espacios Transitados, el pintor, Rafael Alvarado, y los que quieran ir a visitarla pueden hacerlo en el número 5 de la Cortina del Muelle de Málaga. Galería Cartel.

Dicen que fue una tarde de Mayo cuando se fueron, dicen, pero no estaba el cielo mayeado, no, era el cielo de color sienna oscuro y una fina lluvia había perfilado los contornos de aquellos hombres que cruzaban la pista, hatillo en mano, haciendo de sus sombras más tierra, y de las nubes más tierra, y de las aguas más barro. Para quien no usa otro reloj que el desamparo, era cualquier día. Aún así, el instante es, como para todos los que se van, eterno. Un golpe de brisa en la cara, una inevitable quietud que rueda en su largo retorno, que cabalga parada, con el corazón por delante y la vida entre los dientes, era todo. Y una sola idea monocorde que parpadea a la par de los intermitentes… ¿dónde? Y, sin destino alguno, se dirigen en cola, perspectiva del drama universal. Encaminados hacia un avión que no es metálico sino de color del tronco de un ciprés antiguo. O azul, quizá, slategrey. Aunque son varios aviones hay uno solo. Todas las panorámicas son convergentes. Oh, fuerza de la contradicción que mantiene el curso de los ríos. El mundo queda quieto, estático, abierto a los abismos y sólo lo ilumina un cielo que, pocas veces, tiene alguna sombra de rosas o de espinas. Y el avión está, como toda la vida que pasa, de espaldas, en ningún sitio.

Oh sol de luz oscura que persiguen los hombres. Ay el hombre, ni recorriendo todos los caminos llegarás a encontrarte, de tan profunda huída de ti mismo y del Dios que te cuelga en las espaldas.

He visto tanto en esta nueva obra y tan estremecedora es toda ella que más ahondaría, si pudiera, en lo que me dejó por descubrir, en el pensamiento que rondaba la poblada cabeza de Rafael Alvarado cuando, pincel en mano y resguardado de todo menos de sí mismo, pintó y dijo. Este hombre capaz, de corazón radiante y ojos limpios por humildes, mucho ha debido sufrir desde su vejez hasta hoy, mucho habrá caminado por el túnel redondo, mucho sabrá de luces y de sombras…Si no, no me lo explico.

La soledad, amiga que no me abandona ni de día ni de noche, y yo, nos despedimos con una rama de olivo en la boca y una recomendación: no se pierdan Espacios Transitados. Merece la pena.

Mariví Verdú.

viernes, 16 de mayo de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE RECUERDA HOY LA FINCA SAN ISIDRO


15 de Mayo de 2008, San Isidro, día del Patrón.

 En el día de su patrón, a la FINCA DE SAN ISIDRO.
Hace muchos años, más de cincuenta, mi corazón, chico aún pero entero, latía libre y más cerca afectivamente de las riveras del Guadalhorce que de las del Guadalmedina. Estaba dentro de mi pecho, ya dispuesto al sacrificio, y volaba por los Portales de Gómez, por aquella hilera de casas que se hacían simétricas por un portón situado en el centro, por un carril que llevaba a la casa de un tal Rogelio Oliva “El señorito” y de su hermano Miguel. A este último es al que mi padre odiaba por haberse tenido que poner -por única vez en su vida- de rodillas para suplicarle que no nos echaran de allí, de aquellos corrales que con sus manos convirtió en una vivienda digna. Mi padre, que había cambiando la vieja tranca por una humilde cerradura, hizo de ellos un plácido y agradable lugar: mi casa, mi hogar.

Gracias al tesón de los vecinos, la fachada de aquellas casas estuvieron siempre muy bien encaladas. Estas tenían un zócalo de un metro aproximadamente, pintado con una mezcla de aceite de linaza y polvos grises que perfilaban a mano y remataban en su base con un rodapiés de más de un palmo de alto de alquitrán. Mi casa era la número 62 y era a lo estrecho. A ella se accedía bajando un escalón y, por el pasillo, entre aspidistras y aureolas, se llegaba hasta el patio. A la izquierda del corredor, dos puertas que daban paso a los dos únicos dormitorios: el de mis padres y sus dos hijas, que tenía ventana hacia el mar y la Haza Honda. El otro era de la abuela y del tío soltero y tenía una pequeña ventana alta que daba al patio. Entre las dos salas, enfrente, la alacena. En el patio se albergaban cocina, lavadero, mesa comedor, hornilla de petróleo, baño de cinc, lebrillos, tabla de lavar, la orza, un aparador y poco más. Como decoración, coleos y helechos. Teníamos también un perro que recogimos porque, desde un 18 de Julio, cuando era fiesta nacional y se iba la gente a pasar el día al río, anduvo perdido hasta que dio con nosotros.

La casa había tenido una historia anterior, la de unos emigrantes, una historia que rubricó Joaquín González sobre el Pórtland rojo de la rústica solería, al pie de la alacena, con una inscripción cuando aún estaba el cemento fresco que decía: Joaquín y Loli. Este hombre era amigo de correrías del Lili, que así apodaban a Antonio Molina, el cantaor, y jugaba de chavea en el Club de Fútbol Vista Franca. Joaquín fue el que arrastró de mi tío Gabriel hacia la Argentina y éste, a su vez, de mis otros tíos, María y Federico. Mientras tanto y hasta la vuelta, dejó a mis padres aquel portal. En un tris estuvimos de irnos todos, papeles tengo que lo acreditan, pero no sé si fue mi madre o fue mi abuela la que le costaba arrancar de esta tierra suya y no nos fuimos. Puede que por entonces nadie pensara que en este portal se forjaría un alma tocada por la triste vara, aunque milagrosa, de la poesía. Joaquín me presentó años después a mi padrino en este trágico menester, al insigne Manuel Benítez Carrasco.

Las gentes que habitaban mis dignos portales eran humildes e importantes. Maruja era una mujer especial y tenía un óleo que la representaba, a gran tamaño, en su pasillo. Algo impensable en la formación y, más aún, en la economía media de nuestros vecinos. Maruja no salía a la calle y me mandaba a por el pan -no sé por qué me elegiría- y me daba propina. Maruja tenía una grandísima historia... A ambos lados de mi casa vivían, tirando para Málaga, María “La Gorda” y María Cantero, con sus respectivas familias, compartiendo casa con derecho a cocina; tirando para Cádiz, Antonio y Antonia Medina, viejos ya, a los que los diablillos poníamos la casa del revés a la hora de la siesta. Los niños jugábamos en mitad de la carretera de Cádiz, por lo que podemos suponer el cambio experimentado en ella durante éste medio siglo. Por entonces también era distinto el tiempo, las tardes eran largas en verano y lluviosas en invierno, había entretiempo, rebecas, olor a chilindro y llamanovios.

A la guardesa de la finca de Don Rogelio la llamaban Ana “La Matona”, una buena mujer que mandaba las cartas a su hijo emigrante sellás y santificás. Vivía en la casa del portón, la que daba paso al carril que acababa en una mansión a la que nunca me dio por visitar. Ni me arrimaba a ella. Su camino de acceso estaba flanqueado de palmeras con unos dátiles dulcísimos que los niños, escondiéndonos del señorito, robábamos y  disfrutábamos dejándolos derretirse en nuestras bocas. A veces también robábamos pimientos tiernos, zanahorias o cogollos en la huerta de enfrente, en la de Vallejo. Yo era una especialista en robar cogollitos y me las arreglaba de forma que no parecían faltarle a las lechugas ya que le colocaba sus hojas muy bien puestecitas... Todo se comía tal cual, ni se enjuaga ni nada porque no había tanta mala química en el proceso de aquellos cultivos, sólo luz de sol y agua de acequia. Y allí mismo, en la huerta que era de Victoria, la mujer a la que debemos el nombre de la cerveza, había una alberca, helada siempre, sobre la que dibujaban hilos de oro y danzas de sombras las libélulas o caballitos del diablo, con sus colores bellísimos y su temblor de azogue.

El Estanco del Boa, colmado que tenía de todo, desde una barrica de arencas, hasta tabaco o pan, era el vértice de un ángulo recto entre la herrería de Carmen, en la Realenga, y los propios Portales de Gómez. El quiosco de Dolores la del policía, en la esquina opuesta, estaba situado en los Portales de Germán, adonde también se encontraba la vieja casa que fue mi primer colegio, el de Doña Consuelo, un colegio mixto al que dedico un capítulo entero de "Portales de mi infancia". El quiosco hacía esquina con aquella hilera de portales y la acerilla adonde el Bar Polo o parada de los coches de Portillo, que era casi lo mismo, y allí comprábamos los barrilillos de pipas y altramuces toda la chiquillería. Enfrente, en el llano, mi madre ponía las cañas para alzar el cordel donde tendía la ropa. De allí se llevaron su sábana de lazos…aún conservo la almohada.

La niñez es la época más bella y misteriosa de nuestra vida. Todo es nuevo, todo es tan solemne como insignificante. Las comparaciones no son lógicas en esos años niños y te emocionan cosas que con el tiempo se revalorizan o se olvidan. Sólo los que de chicos nos dio el sarampión y nos pusieron los cuartos con luz roja podemos recordar algo de la magia que envolvía la luz clara de la mañana del eterno domingo.

Lo que más me gustaba del mundo era que mis tíos Gabriel y Federico me dieran trechas, vueltas de campana entre sus brazos. Y sentirme pequeña, y volar. Y me encantaba subirme en la Lambretta de mi padre, con la seguridad que su sola presencia me inspiraba, y montarme delante, cortando el viento… Y me sobrecogía ver llover por la tela metálica que cubría el tejado del patio, aquella que servía para que las salamanquesas tomaran el sol en verano.Y me atraía el hacer la copa con mi abuela, en la calle, oliendo y meditando no sé qué sino incierto en los mágicos trazos del fuego. Y disfrutaba viendo a mi madre cuidar de sus macetas y echando la ceniza de la copa en la orza… ¡cómo blanqueaba los trapos aquella receta mágica y perfumante! Pero había algo que me gustaba sobremanera y que esperaba siempre con un deseo ferviente: que me llevaran mis tíos o mi madrina a la Finca de San Isidro. Eso era como un regalo de la vida, como un premio del destino.

Tener coche no era lo habitual por aquel entonces, más que para personas pudientes. Una moto sí, tal vez a base de economía sacrificada, pero un coche… Y mi padrino, que era el mejor campesino que he conocido, era también terrateniente y podía. Tenían uno que habían comprado sus hijos en Madrid, aprovechando aquel viaje a Tudela, cuando fueron a por la semilla de las alcachofas. Se fueron en tren y se volvieron desde Madrid con un Standard, así que me llevaban en ese precioso coche, con su muñequito de muelle que se movía mucho, camino de San Isidro, mientras el paisaje se  metía por mis ojos, impresionables y puros, cuando dejaba atrás las huertas hacia Los Guindos, los verdaderos, con sus hilera de casas con arcos y ventanales redondos pintados de azul cobalto, y alcanzábamos el Fielato y empezaba a oler a dulce caña, a melaza pura, cerca del río, en la Azucarera. Íbamos siguiendo paralelamente la ruta del mar, pasando por delante de vaquerías, dejando atrás restos de industrias y chimeneas, y muchas huertas. Una vez cruzando el Guadalhorce, hasta llegar al carril de San Isidro, a la derecha, había una chispa. Casi enfrente de San Julián, el camino tenía un kilómetro justo y venía a desembocar, en sentido inverso y paralelamente al río, en una cortijada blanca levantada sobre un llano, adonde la niña que me habita subía los escalones de la casa familiar con una alegría inusual y con los ojos abiertos como rastro.

Mi padrino era un verdadero patriarca y merendar en su mesa era un placer. Mis primos Manolo y Federico llegaban con los cubos de leche, espumosa por recién ordeñada, con cinco dedos de nata, y aquel café me sabía a gloria. Padrino cortaba pan y me decía: ¡niña, come! Su voz y su amplia sonrisa se correspondían con su corazón. El mayor aliciente del viaje, sin contar la hora de la mesa plena de varones hermosos, era que me subiera con él en la carreta. Y escuchar el crujir de las ruedas de madera sobre el camino, sentir el paso acompasado de los bueyes, observar la coyunda y mirar la mansedumbre de tan grandes y respetables animales. Otros estímulos eran ir a coger habas o cortar alcachofas llenas de rocío; ir a los grandes nogales, allá por Monte –adonde hoy están los aviones, porque aquellas tierras le fueron expropiadas a mi padrino en tiempos de Franco para hacer en ellas el aeropuerto malagueño-. Y el encanto del regreso era, para mi padrino, haber revisado el riego de sus campos, para mí, haber experimentado en mi cara el beso del aire, en mis oídos el del silencio y en mi corazón el de la libertad. Me encantaba asistir al colegio de Don Pedro e ir de merienda con los niños a los llanos abiertos; dormir con la inmensidad de un cielo estrellado sobre mi cabeza; oír los gallos cantar las mañanas…

Pasar al Patio Adentro, por la pared que lindaba la casa de Mariquita y Baldomero, era ir lejos. Cruzar el arco, más lejos aún. Por eso, cuando despertaba en la casa del patio atrás, me sentía extraordinariamente lejos. Y me gustaba meterme en el almacenillo, adonde se dejaba secar el maíz para el grano, porque olía a las sayas de la mazorca, a las marañas de panocha, a los aperos de labranza, a jaeces y atalajes, a papas, a cosas buenas. En aquel almacén se podían correr caballos. Allí había de todo, una romana, maquinarias muy rudimentales, picadora de carne y avios para la matanza… olía a vida escondida entre la arpillera de los sacos. Ir con mi madrina al gallinero y sorprenderme con la puesta de huevos era una clase práctica de biología; observar los ojos grandes y piadosos de las vacas, oler a becerrillos, verles rumiar y ahocicar y abandonarse al destino, una clase teórico-práctica de filosofía.
Y es en la niñez donde todo se fragua, donde la luz parece más grande que la nada, pero el tiempo, que pasa y no conoce a nadie, nos deja a la inclemencia de nuestro devenir. Hoy ya nada es igual. No queda una casa en pie. Las almas sí, algunas, a base de recuerdos. Y los que sobreviven a todo este desastre, mansos como corderos, callan. Los portales de mi infancia hace mucho tiempo que desaparecieron y no quedan más que sus viejas palmeras y una mujer que escribe para hacerles justicia. Pero aquellos pavimentos de hermosos dibujos en las casas de los altos techos, las terrazas con ropa tendida y el olor a vida de la Finca de San Isidro, a toda aquella vida la han hecho desaparecer hace muy poco. Aún no han pasado a la historia. Por eso, porque en mi corazón queda un trozo infinito de ternura hacia los que me dieron la oportunidad de disfrutar y amar, de conocer ese rincón, de crearme bellos recuerdos y poderlos contar hoy, no quería dejar de pasar por alto un pasaje tan hermoso de la vida de muchos, de mi propia vida, y sí quería dejar el primer capítulo de su historia firmado con mi puño y letra. La nostalgia es una canción dedicada, un poema tierno; la nostalgia hoy se llama San Isidro.

Dedicado a mi padre, que cumpliría años mañana, a mi hermana, que mañana los cumplirá; a mi padrino, Manuel Luque Lavado, a sus hijos Maruchi y José Luque Navajas -que es mi cuñado también- y al resto de sus hermanos, en particular a la memoria de mi primo Manolo y, cómo no, a mis tíos María González y Federico Navajas con quienes viví San Isidro nocturno y emocionado porque era en su casa donde me quedaba a dormir. Desde luego, vaya para todos los que se identifiquen con estos momentos de mi infancia. Y como siempre, a mi madre y a mi hijo, que me adoraban, y a Pedro, Cristina y Dani a quienes adoro. Desde lo más hondo de mi corazón.
 
Mariví Verdú

jueves, 8 de mayo de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE. QUIEN NO MANTIENE LA REVOLUCIÓN A LOS CINCUENTA, NO ES NADIE

Doliente y de Occidente: Quien no mantiene la revolución a los cincuenta, no es nadie.

A estas alturas de la vida va siendo cada vez más difícil asombrarse y más aún sentirse ilusionado por algo, porque los cincuentones –en el artículo neutro y plural meto a todo Cristo viviente nacido por los cincuenta que ya está bien de arrobas y chaladuras- han aguantado mucho chubasco y han cabalgado a pelo el trayecto que había desde la cercana guerra civil hasta el trocito de tierra estéril adonde se sobrevive con menos de quinientos vocablos y mucho botellón. Por mi espíritu anárquico y dado a las complicaciones metafísicas, cada día resulta más complicado sentirme complacida en actos sociales. Sin embargo, ayer disfruté conociendo a un buen puñado de iluminados a los que puse cuerpo, voz y sonrisa. Eran mis compañeros virtuales, colaboradores todos de Diario La Torre Punto Com, cada uno con su particular locura y sus pies enraizados en una tierra que aman. Me encantó estrecharles la mano, hablar con ellos y compartir platos y copas, reír y tomar en serio la risa, y tuve la ocasión de dar la enhorabuena a los hermanos De Molina, quienes tan cercanamente dirigen este trabajo, que tanto mérito tiene, imprimiéndole tan importante carga de humanidad, solidaridad y respeto.

Primero estuvimos en el acto institucional, con todos los representantes políticos del pueblo de Alhaurín de la Torre, encabezados por Joaquín Villanova, alcalde singular, eficiente y bonachón. Un paseo por los dos años de vida del periódico digital, lider en la provincia, abierto por 10.000 lectores diarios y una conferencia de García Pérez sobre la Constitución y sus vivencias polacas que nos acercó a la reciente historia de España. Asistió una amplia delegación de los principales estamentos deportivos y empresariales junto a una alta participación social, por lo que estaba completo el aforo del Auditorio Vicente Aleixandre. Y como fuimos muchos, casi todos los colaboradores, y queríamos festejar el II Aniversario brindando y compartiendo, así lo hicimos. Lo natural, cuando somos tantos, es que la gente se reúna por afinidad en pequeños círculos para poderse comunicar con más atención. En el que estuve integrada estaba constituido por Pepe García Pérez, al que ya conocía y admiraba desde hace muchos años; Carlos Benítez Villodres, con quien compartí tarea de presidencia en la Asociación Malagueña de Escritores y a quien he seguido en su labor literaria; Antonio J. Quesada, que conocí minutos antes, a la salida del acto, en la puerta del auditorio, un joven escritor a quien ya tengo fichado por sus trabajos en el periódico; Jesús Manuel Castillo Ramos, que tiene tan buen corazón, y mi compañero de alegrías y penas Jesús González, otro buen corazón que comparte el pan conmigo. Y un buen rato que tuve bis a bis con Manuel Ángel Rodríguez García, un profesor que conserva intacta su risa, su matemática y su alma. Y Javier y José Manuel de Molina que, como buenos anfitriones, iban y venían de un círculo a otro con una amplia sonrisa y la tranquilidad del deber cumplido.
Vaya, que me metieron entre todos ganas de volver al mundo.
Gracias, amigos, quien no mantiene la revolución a los cincuenta, no es nadie. Quien se niega a mantenerla, que le den. ¿A qué sí, Antonio?
Por eso, aquí ando de nuevo, buscando en la palabra vías abiertas. Pero sigo doliente, muy doliente, y lo único que me alegra es que no haya cambiado vuestro talante y que la primavera sea hermosísima. Lo demás del mundo es para tomar mixto.

Desde la falda del Jabalcuza, un día que promete lluvia para las lechugas, Mariví Verdú

viernes, 14 de marzo de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE: LA PRIMERA MUERTE

La calle era una carretera que llegaba a Cádiz. Málaga era más intima entonces, más delicada y más pequeña. Había horizonte desde cualquier punto y se podía divisar todo lo que se movía desde cualquier lugar de la carretera.Se adivinaba un auto desde muy lejos. Eran los más esperados para decirle adioses. Una lenta carreta, un medio carro tirado por un centauro gañan de cualquier huerta, o un imponente coche de muertos -llevado por un número de caballos que era proporción directa al dinero del difunto- eran el tránsito asiduo de la calle. Y alguna bicicleta. O algún mosquito.

Una mañana de inicio del verano se vio venir algo que llenó a muchos de asombro y a todos de respeto. Era una carroza tirada por caballos blancos que, a paso lento, pasó con un vibrante y triste compás. Enterrada en rosas, la urna de cristal transportaba una flor tan pura y tan recién marchita que hizo estremecer los corazones. Hizo salir del umbral de las puertas a las madres y abuelas, cuajándose el mundo en un silencio tibio y perfumado. Los niños que estaban en la calle, quedaron como el aire de quietos. Recogidos los delantales y encogido el pecho por algo tan conmovedor, fue al unísono el santiguarse. Iban en el cortejo muchas mujeres con sus hijos pequeños, adolescentes niñas y jóvenes abuelas. Se respiraba la pureza. Era todo sensible, marfil, y rosas, y rosarios, y la mañana se volvió fresca y delicada como un nardo de espuma.

Se volvió a la faena con la voz apagada, y los niños en la calle sembraban esperanza.

Fue la primera muerte, la más dulce, la más pequeña muerte y la más blanca. Como un jilguero herido nos dejó el corazón. Y el aire, quieto, aromado de flores, nos saturó de sentimientos… Y un diluvio de lágrimas maternas atrajo al arco iris abriéndole a su virgen el obligado camino de la gloria.
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Este relato forma parte de lo que pretendía ser un libro de relatos cortos que titulé "Aquellos portales de la infancia" , un pequeño libro de vivencias que he desgajado como me ha dado la gana antes de que se dejara pudrir en un cajón. Está escrito mucho antes de que me marcara el hierro de la pena de por vida.

Mi corazón maltrecho, lleno de costurones y amansado, vuelve a rajarse hoy, a tener de nuevo la medida del vacío… Hoy, Viernes de Dolores, ante la pérdida de mi buen amigo José Sánchez Gutiérrez, Pepe Sánchez, guitarrista comareño, fiestero, flamenco, honrado y lleno de magníficas cualidades humanas y algunas que otras divinas, no tengo más remedio que llorar. Y me he acordado de que este relatillo se me quedó prendido en unas hojas de la vida llenas de ingenuidad y de fina tristeza. Algo parecido a nuestra amistad: honesta, clara, joven y llena de ideales. Algo parecido a la tristeza que hoy rivaliza con el honor. Tristeza de su muerte y honor de su amistad. Ay, la muerte, qué distancia más grande, que pasito más corto, amigo. ¿Qué podría regalarte, quitarte, bendecirte?

Hoy es un día en el que todo cristiano se prepara para la pena. Yo la tengo perenne, aunque me oigáis reír. Espero que sea cierto el Domingo de Resurrección. Sería justo, al menos, para todos mis muertos.

Desde este Jabalcuza adonde maduro a palos, Mariví Verdú.

Fotos Archivo Flamenco en Málaga.
Entierro del guitarrista Pepe Sánchez.
En la segunda foto y en primer término Antonio de Canillas y Andrés Cansino. Primaver 2008

martes, 19 de febrero de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE. 401 AÑOS DE AMOR EN CARNE Y HUESO

Me había propuesto escribir –como si no doliera hacerlo- sobre una de las obras humanas que más ha llegado al alma de los hombres y que, por lo tanto, algo de divino lleva en su creación. Quería hablar de El Quijote, de un Quijote cercano y tan indefenso como buen caballero armado de su virilidad, como mujer cualquiera en estado de gracia. El delirio que se entrevé en las páginas de El Quijote es el motivo de esta creación. La grata tarea que he asumido es la de contar qué siento ante el hallazgo. Y quiero decir que su autor y yo nos hemos elegido mutuamente para rehacer el mundo. Hay proyectos comunes que honran este quehacer. Yo creo en estos hombres. -¡Oh mano de los sueños, abierta al paso irremediable de la vida!
Este valioso libro, que tanto nos enseña, es, por arte de magia, retrato de los hombres y de las mujeres que recrea, poniendo forma al alma de cada personaje que transita en la obra, brindando un eterno punto de vista con escogidas facciones, alientos y texturas. Si Don Miguel viviera, yo habría procurado tener a tan insigne escritor en el haber amigo, con pródigos cuidados de amor y bacanales, y con el tiempo justo de la filosofía como buenos amantes de las sombras vencidas y de la luz perenne.

A modo epistolar y cumpliendo un antiguo deseo, intentaré dar rienda a todos mis instintos, por humanos, tan carnales como divinos. Levantaré las faldas de vuelo de la noche y escribiré en sus muslos lo que me venga en gana porque, secretamente, me vuelve loca el hombre de la triste figura. Aunque mi verdadero interés está en aquel que se adornaba con la gola de la genialidad.


Carta A Don Miguel de Cervantes de Victoria de los Ángeles “Condesa del Perchel”
Alhaurín de la Torre (Málaga)
29 de Junio de 2006

Honorable Sr.:

Espero que al recibo de ésta se encuentre en la Gloria Celestial, ya que en la gloria del mundo anda su insigne nombre y sus hazañas. Mi salud y mis sueños andan muy delicados, pero aún sigo en pié, gracias a Dios.

Después de tanto tiempo, Don Miguel, no han cambiado aquí nada, en esencia, las cosas. Hay molinos de viento desde Manilva a Cádiz. Con más de ochenta lustros, siguen siendo sus sanchos casi igual de imprudentes; sus quijotes, más altos pero menos quijotes y el amor abocado a la melancolía. Adrede de infinito, sigue el mundo rodando y la mujer sacando ingenuidad y argucias. Le diría que las formas y modos han cambiado. Hoy las ínsulas crecen, clónicas y vacías, pero nadie recoge la ironía con gracia. Andamos absorbidos por el tiempo y los euros - esa nueva moneda, igualmente maldita- y casi no se pronuncia la voz misericordia. La historia, como una muletilla, usamos u olvidamos. Persona alguna hace lo que hicisteis: reflejar fielmente el mundo y amasar arte puro con la lumbre precisa y en punto de cochura para la eternidad.

Hablar con y de usted humanamente, es decir, de sentimientos, del fondo que hay oculto y que a veces desborda, que sólo puede verse, con mucha suerte, impreso y que para palparlo todavía no hemos inventado nada mejor que los sentidos (algo que está escaseando bastante en los tiempos que corren) es una ingenua osadía . Eros y Quijote debieron ser vitales en usted, muy señor mío, porque así vino al mundo: desnudo, amante, hidalgo y sin fronteras. Debió de vivir tantas experiencias vitales, amores y presidios, viajes y batallas de las de cuerpo a cuerpo, de las que dejan manco, a bien que la cojera de los dos es menuda y de natural, porque ando como buena señora pero con sus mismos atributos y dolencias: ni grande ni pequeña, la color viva, antes blanca que morena; algo cargada de espaldas y no muy ligera de pies. Así también me describo ante su gratísima presencia que, sin usted saberlo, gozo desde muy joven.

Tendría unos doce años cuando nos presentaron. Advertí, señoría, ante Vd. tanto talento, era tan genuino hombre de letras y tan de trenzas yo, tan de colegio. La diferencia de edad y residencia nos impidió conocernos personal y profundamente, pero nunca dejé de pensar en sus hechuras, en la estela perfumada que iba dejando vuestra merced por doquiera que pasaba. Tendría que confesarle que en el tiempo justo de esta misiva es más leído su libro que la Santa Biblia, pero tal vez no deba hacerlo ya que a su condición cristiana más le molestaría que causarle gozo, pero quiero decirle que por ahí van las cosas. Sobrevive su obra, y los hombres acaso, acaso las mujeres, a su sombra delgada.

Era todo mi sueño ansias de descubrirle. Niñez, pubertad y adolescencia, un tiempo que hoy me parece ingenua ternura, y fue por ese tiempo que fui a dar con la gracia sutil de sus palabras, las que tan bien maneja y domina vuestra merced. Cuando tuve en mis manos “El Quijote” por primera vez, aquel lírico momento que derivó en romanticismo, me dejé disfrutar. Sería por los años sesenta, tiempos que no eran de veda abierta más que para unos pocos, cuando me llegaron sus primeras lecturas acortadas en ediciones escolares. Sus historias venían en un libro de la Editorial Luis Vives. Disfruté mucho con el vital entretenimiento de su lectura, en particular de algunos pasajes tan perfectamente descritos que -apoyados por sus precisas ilustraciones de H. Pisan o por el sentido que adquiría cada capítulo gracias a su diccionario y análisis- me hacían llegar lugares y momentos creíbles en los que me adentraba en carne y hueso. Risa y emoción, moraleja clara, todo tan preciso.

Como el paso del tiempo va despertando más sentidos, sabida la desgracia de que también se van muriendo otros tantos, y andamos preparándonos para el toro más marrajo y que nos espera a la vuelta de cualquier esquina, hay que entregarse por entero al disfrute de vivir. Es una obligación de cincuentones.
También debía andar su grata persona por los cincuenta cuando se puso manos a la obra grande, la que antaño festejábamos por sus cuatrocientos años de vigencia. Cincuenta espléndidos años que recapitulaban la historia de la vida. Y quiero decirle que llovieron homenajes a su libro de caballerías, cosa que era motivo de mi alegría, pero en mi pobre persona no habrán de decaer los elogios, ni la veneración, por más tiempo que corra. La fiel enamorada que suscribe, con sus cincuenta y dos años bajo el mismo puño y letra, lo toma como medio de su propio placer. Es casi igual que un vicio que engríe, tanto como el de necesitar cada día bolígrafo y papeles para sacar a luz mis sueños y dolores.

El que, como vuestra merced, guarda en sus ojos las cosas, más tarde sigue siendo un tierno adolescente. Tome a bien que le diga que hablaba su persona como un sabio y tomé su mensaje como el agua bendita de la entrada del templo: tocándome la frente con cruz y juramento, rozándola en mi boca por la sed que consumo, llevándola a mi pecho de fiel enamorada pendiente del destino.

Su humor, que fue grande cosa, le ponía un golpe de risa a lo digno del llanto. Su pluma, sueño mío, nos libera de la soga que oprime al universo.
Cuando quiero pensarle, recomponer el milagro de su vida, temerosa de Dios y con todo mi respeto a su persona, le imagino animado y lleno de faenas. Otras vislumbro en aquella cárcel su silueta cerrada, un dispuesto ángulo recto con páginas delante, triángulo pensativo con vértice de pluma. Y sin embargo ¡qué fértil su clausura!¡Cómo saliste airoso de aquellos momentos donde eras sólo un hombre con la vida por detrás de la puerta. Porque no eras cautivo, tu eras ágil como un pájaro vivo ante el sol de la tarde. No callaste ni a tiros. Y vaya valentía la de vuestra merced!

Tengo que confesarle, maestro, que más me valiera mi saya si hubiese escogido otra ciencia (si así puede llamársele) que la de la poética para poner mis ojos y mi entendimiento. A sabiendas de que no ha de ser vendida de ninguna manera, ni manoseada, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios, por ella respiro y por usted gozo, Señor de Alcalá, que reconoce públicamente que da honra, que no dinero, a quien vive para su cuidado.

Debo de estar, señor mío, emparentada con la familia de Don Diego de Aranda, que mi padre tiene los mesmos sentimientos que este caballero y corresponde a mí persona tanto la descripción que hace como la sufrida convicción de la inutilidad del hijo poeta. Tal parecen sus palabras, como salidas por la boca de mi padre. Y no dudo del amor que ambos progenitores profesan al hijo más débil y sin beneficio. Pero sabemos -vuestra merced y yo- que hay un don lírico que no se ha de dejar tratar por los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en la poesía se encierran. Y nadie piense que se llama aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo el que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo.

Hace algún tiempo le dediqué a nuestro Rey este poema que con afecto le transmito, ya que quiero seguir en esta gracia que, aunque no me dé otra satisfacción que la de la lectura de los amigos, no me abandona ni de noche ni de día y me saca los sentimientos hacia fuera. Tuve el honor de recibir una carta de la Casa Real con su agradecimiento y espero que sea también del gusto de vuestra merced.

Privilegio es jugar en la partida
de Dios. Mano obligada por la suerte
que barajó la vida con la muerte
soltándonos la baza de la vida.

Debo estarte, Señor, agradecida
por éste corazón que late fuerte
y no tiene más don para ofrecerte
que un poema naciente de su herida.

Te pido que de espadas nos descartes,
que nunca brille el oro más que el hombre
y que suplas los bastos por la ley.

¡Porque sigas estando en todas partes,
por ésta tierra nuestra, por tu nombre
alzo la copa y brindo con mi Rey!.


Como bien decís y tanto me agrada, gran caballero, el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que sólo por saber el arte quisiere serlo: la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza, y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta.
Y he aquí que de vuestra merced, que llegó a conocer que todos los contentos de esta vida pasan como sombra y sueño, o se marchitan como la flor del campo, y de su docta palabra, me fío plenamente. Y no abandono mi quehacer poético.

Tienen todas, ésta y muchas más, razones de ser, mi enamoramiento. No es difícil sentirse atraída y llevarse a los sueños a quien tan fiel ha sido al amor y a las letras. A quien tan claro tiene sus sentidos. A Vos, el de más sutil erotismo, el que sabe despejarlo por ser fiel a su amada Dulcinea, mi corazón altisidoro le canta por lo alto

Amor, dolor y placer,
en el mismo sitio dan
el uno, y el dos, y el tres.

Todos podrán reconocer que es cierto. Esta trinidad tan asumida como verdadera, puede ser la causa física de los cambios de peso, de las locuras, celos y desviaciones que todo bicho viviente y sexuado sufre en su época fértil, y aún en las que deja de serlo. Difícil es vagar o cabalgar por los caminos del mundo con el deseado lastre del juego único y tripartito: amor, erotismo, sensualidad. Llegar aqueste mundo de Dios con una descripción fija y determinante es algo natural, que no se cuestiona, que la creación es la que manda en ser géneros, por encaje, distintos. Y estar vivo es, como vuestra merced conoce, ser andante, alegre o afligido, las más veces loco que cuerdo, y vencer muchos enemigos y desfacer muchos entuertos, mientras nadie deja pasar la ocasión, si ella es la de copular, por esa inclinación natural de la sangre y los genes.

Huir, se debe, del ocio, decía vuestra merced. Buen consejo y sabio. Mantenerse en vilo, pensante la cabeza y dar honra a las manos por artes o labranzas, es seña de conocimiento. Darse al amor y a la contemplación de la belleza es otro natural del vivo, que del muerto es el olvido y el silencio tan sólo. El amor y la tentación nunca fueron amigos pero siempre anduvieron juntos. Que cuando el peso y la edad lo propicia, con la masa adiposa justa, comienza la explosión de los sentidos y nadie más que vos, señor maestramo, que ha llegado a rozar la santidad y a honrar su principio, no sin tentarse por la carne, conoce como todo ser animado o animal es capaz de perderse ante los hilos de oro de unos finos cabellos y en la oscura noche de unos ojos. Y tanto en el tornado de un perfil deseable como en la color de unas tiernas mejillas. Y ningún ser viviente ha logrado zafarse de tal encantamiento. Si hubiera alguno, no lo creyera si me lo dijeran frailes descalzos.

Tanto quisiera y deseara mi persona que me contestara su voz, la de mi señor, o la conocida voz de Don Quijote, a un par de preguntas que rondan mi cabeza, que, si Dios no lo remedia, quedaré embebida por la incógnita, no sin antes imaginar el arduo trasiego y la lucha enconada qué llevó con la señora doña Rodríguez en aquella noche dura de la batalla y las fuentes ducales, o en la dulce mañana de las niñas de oro, las que pusieron redes de lazos verdes para los pajarillos, cuando iba su sueño por el bosque con el fiel vasallo y escudero Sancho, aquel que se perdía con las cabras.

Tanto podría contarle a vuestra merced, en calidad de mujer, de las maneras y modos que usamos las habidas y por venir, dado el montante de años, vicisitudes y laberintos del amor que ésta, su fiel seguidora y humilde persona, ha sufrido en sus carnes, que bien podría dejarle talmente sin sentido por cuánto le desvelaría de los atributos que a la mujer atañen. Básteme con saber cual fue su trato para con las damas que sobra con ello para honrar su memoria. Dejemos para la posteridad el quid de tal secreto que, por incuestionable y mágico, no debe ser desvelado.

Por fortuna, hay una lectura individual de Dios y del hombre para cada ser vivo. Una lectura que deletrea el alma del lector y lo desnuda en su profundidad, dándole respuesta propia a la voz universal que interpreta la vida y, por ende, a su Quijote: un manual del hombre para el hombre. Su obra magistral, cumbre, confesión profética que vale para ratificar mérito propio al rey de la creación.

Mi voz, que no podrá llegarle más allá de mis labios, es una voz perdida en el caos del mundo y pervive en estas letras que le dedico, donde queda atrapada, tan real como ilusoria, la voluptuosidad de mis sentidos que conjugo con el verbo virtual y la pureza, dando un tul especial a la condición frágil de ser humana y otorgando al posible pecado la calidad de virtud. Que Vos, ya antes que yo, debió hacerse preguntas masculinas con los ardores propios de un caballero andante, y al igual sublimó los dones divinos como los de la carne. Tenga a bien el atrevimiento de esta carta, ya que el amor hace puros a quienes lo sienten.

Tantas cosas quería contarle, querido maestro, que aún hablando de todo, todo se me queda en el tintero. Mi vida, que nos es mía sino de la Providencia, dedico a las palabras y a honrarle tantas veces como dicta la voz del minutero. Gracias a su virtud, muy señor mío, camino por la senda que nos dejó marcada, a la espera de ser digna de cobijo en el pecho divino, en la voz de los hombres, junto a Vos algún día.

Siempre en su poder, mi corazón.


Un día, de los calurosos del mes de Junio. Lo firmo. Vale.

(Fue enviado al II Concurso de Relatos de Alhaurín de la Torre
firmado como Victoria de los Ángeles) Salud, delatorreños.

martes, 12 de febrero de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE: EL ESPEJISMO DEL TRIGO

Hay un cierto vapor acristalado que suele verse rasando sobre los mares de agua, de cereal o de arena. Se da igual en la bahía, en el alquitranado o en la vega. El pensamiento y el alma, atributos humanos, también padecen el desdoblamiento vaporoso y volátil de los espejismos. Así como Dios, que sufre de este aparente juego de ser y no ser, pero no lo reconoce. A Él no le importa lo más mínimo donde está su divinidad, Él es el divino espejismo. Y el tiempo es su bisel, la luz su onda expansiva, la eternidad su ausencia, y el halo de melancolía donde refleja su rostro nuestra propia conciencia.
Mi corazón, latiendo ya a fuerza de limones, se desdobla en el dulce espejismo de la mañana de enero marceado, con todo el dolor del mundo diluido en azahares. Capricho es de la propia naturaleza la fuerza de torrente de mis lágrimas, no de mi voluntad. No debiera haber motivo de llanto si hay aliento. El vaho del espejo dice de mi existencia tanto o más que el poema recogido del rocío eterno. Ambos soy: agua. Aguarena también podría ser el nombre de mi alma. La descubrí de niña, estaba en el horizonte iluminado ante el espejismo de los campos de Monte, cerca de los Arcos de Zapata, antes de tomar tierra algún avión allí, donde los nogales y las alcachofas estaban desde siempre. Recién estrenada, se bautizó entre los charcos de la Realenga y la Haza Honda, enjaezada con vinagretas amarillas. Creció en la duda y en la generosidad de la luz del sol y del trueno y se desdobló, al fin, en amor y pena. Vivió y vive dentro de la Misericordia.
El corazón gritando y el alma afilando lápices me otorgaron el más preciado espejismo: la palabra. El modo de expresión y de contacto más profundo, directo y prolongado de cuantos hayamos disfrutado los herederos del paraíso. Un mágico doblez caprichosamente humano Desconocía su alcance cuando pronuncié, enviando besos, con mis recientes labios: agua, papá, mamá y pan.
Ya en Babel adivinaba algo pero lo había olvidado. Hizo falta ir a la alberca a volar las libélulas y oler la primavera dos o tres veces para saber qué había puesto en mi boca la dulzura divina. Necesité un babero blanco y un libro de K. Ito para poner a prueba mi memoria, sufrir el desgarro de la dentera y emborrizarme de tiza para coger su pulso. Un perfume a libreta fue impregnando mi infancia y apareció en el corazón de mi diestra la jorobilla del lápiz. Ya toda mi pasión era de celulosa; ya todos los colores eran alpinos. Pupitre, regla, goma, mi sitio y mi cartera. Oraciones y refranes fui guardando en un estuche de dos pisos. Rellené adolescentes cuadernos con trazos de bic azul marino.
Nada me dijo tanto como el libro contado. Creía en la palabra mucho más que en el viento, mucho más que en la implícita sombra que me siguió en la comba. Amé leyendo versos y maquillé mis ojos de churretes de mina.
Había que dejar que llegaran los cánticos de mayo con el verso escondido entre sus llamanovios. Después vino la rosa tal cual era.
La noche, inmaculada de astros antiquísimos, espejismo oscuro del sol, es el divino abono de la palabra escrita, la luzbel del poema, farola de mi sueño, recogimiento alado del más breve y eterno instante. En ellas, desdoblada, mi alma. En ella, noche y palabra, se reparten la razón de mi aliento. Amapola nocturna. Espejismo del trigo.

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...