viernes, 31 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. VIAJE DE VUELTA, por Mariví Verdú

El día 14 de marzo acabaron mis vacaciones. Me levanté temprano para ver el amanecer que me regalaba el lugar de  privilegio que ocupa el hotel. Lo había dejado todo recogido porque me levanté casi de madrugada. Los nervios del viaje. La playa estaba totalmente tranquila y desierta. El agua calma, los tonos delicados y el aire algo más fresco que en los días anteriores. Apareció una mujer de mis años paseando y le dije lo bonito que era el paseo marítimo y el acceso que había desde allí: un camino de madera y cuerdas que bordeaba a  roquedal. Se llamaba Covadonga. Yo estaba escribiendo el nombre de mi nieto en la arena porque estaba loca por compartir aquel momento con los míos, por habérmelos llevado de vacaciones a la isla de mis sueños. Esta mujer me hizo una foto de recuerdo mientras escribía intentando sortear las olas. Llegó una amiga suya y se fueron las dos. Agradecí que me dejaran sola. Hay momentos especiales donde sobra la compañía. Es bueno mirar hacia dentro en silencio. El silencio es la madre de toda creación, de toda música o sonido, de todo conocimiento. Recordé entonces algo que pasó también en esta fecha diecisiete años atrás. Entonces escribí un poema de aquel momento aunque no hizo falta porque aquel día se quedó inscrito en mi corazón como tatuado. Aún vivían las dos abuelas de mis hijos, y el padre, y mi hijo mayor.  David Fernando se llamaba aunque todos le llamábamos Cheche. Él nos había invitado a comer un arroz en Macharaviaya, en la casa de su padre que el habitaría durante los últimos meses de su vida. Y de la mía. Porque, si su vida acabó, la mía cambió tanto, quedó tan invertida que no sé si la mitad se fue con él y la otra mitad, sin él, quedó en un limbo del que no he llegado a salir. Nos cambió tanto la vida a mí y a su hermano, nos hizo dar un giro tan tremendo que nunca fuimos las mismas personas. Recordé también cuánto disfrutaron las abuelas... Qué rico el arroz que nos preparó mi Chef preferido, mi hijo Cheche. El poema decía así:

“Dios ha estado en el campo pintando campanillas, allá por el balate, verdeándolo todo.
Su paso apomelado de flor tierna de olivo, bajo higuerales dulces, presentí sobre el agua… Dios ha venido a vernos como suele hacer siempre al cambio de las horas por el viento de marzo.
Las primillas hermanas,los pinzones, los mirlos, la lírica dorada de los abejarucos entonan el hosanna mientras medito y huelo los hinojos, los húmedos pies de los alcornoques, las lavandas azules, vinagretas, genista, todo aroma de tierra, de sol nuevo, de lirio.
Mientras que andan jugando las niñas golondrinas  al amor y a los vuelos, voy soñando la tarde. Presiento el aleteo de antiguas primaveras retornando, riendo en unos labios nuevos. Dejo el corazón libre palpitando la vida, besando flor y piedra como una mariposa. Tan tristemente alegre por el amor rozado redescubre el silencio: la mejilla de Dios.
Una leve presencia inundándolo todo, como las florecillas del borde del camino.
Un aliento, una brizna de yerba, una palmera, el musgo de la umbría, la luz: Dios ha venido.”

Cruzamos la isla en el mismo autobús que tuvimos a nuestra disposición para las excursiones. Yo no hice ninguna, solo los dos transbordos hotel-aeropuerto. Volví en silencio. Tomamos la carretera de San Jordi, la misma de Ses Salines, en dirección al aeropuerto. El viaje se me hizo más corto. Ya en el avión, de regreso, desde la ventanilla pude observar cómo nos alejábamos de Es Vedrá y cómo entrábamos en la península por el Levante. Vi los invernaderos de Almería, las nieves de Sierra Nevada, mi querida Axarquía y todos mis pueblos de la costa... Y en un momento ya estaba viendo Churriana, ya estábamos por Monte, tomando tierra en los campos de San Isidro... ¡estábamos en Málaga!

A pesar de que tardaron un buen rato en el aeropuerto antes de poner en circulación las maletas, yo no estaba sola y ya estaba en mi terreno. Habían venido a recogerme mis vecinos Javier y Tina. Tina y Javier también me habían llevado. Hay que tener suerte para tener vecinos y yo me siento afortunada. Son dos personas magníficas. Tina ha cuidado mi gata mejor que yo. A mí me encantan sus tortugas, sus gatos y sus peces. Las tortugas me conocen cuando me ven. Son super graciosas. Me alegré de verlos a los dos y abrazarlos. Me dejaron en mi propia puerta, llena de atenciones y agradecida.

Mi gata no se inmutó, estaba dormida cuando llegamos aunque nos hizo caso una vez que estábamos cerca, ya en el porche. Está muy viejita, ha perdido el color de su pelo y ya juega poco... Hemos envejecido juntas. Si la sobrevivo, será mi último animal de compañía. Lo tengo tan claro como el día que viene llegando.

Desde El Garitón, con mi patio cuajado de lirios, Mariví Verdú

jueves, 30 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. TODO ES MEMORIA, por Mariví Verdú

Adaptarse en la única manera que hay de sobrevivir, adaptarse al lugar, a sus normas, a sus costumbres, a sus cambios; adaptarse a una misma: a las arrugas, a la lentitud de movimientos, a los ojos -que siguen siendo niños entre ojeras, párpados caídos y cristalino lleno de moscas- y su nueva y opaca mirada, ausente para los demás, escudriñadora como siempre y visionaria por los años. Adaptarse o morir, he aquí la puta disyuntiva que contiene el quid de la vida.

Mañana estaría de nuevo en mi casa, se acababan las vacaciones y había que pensar en hacer la maleta y hacerse el cuerpo para la vuelta, el viaje bus, avión y recogida de equipaje en el aeropuerto de Málaga. De momento me quedaba un día completo en Ibiza y media mañana. Había que aprovecharlo. Tomé el autobús de las diez y diez hacia Santa Eulalia. Coincidí con mi compañera de habitación pero cada una iba a cosas diferentes. Coincidimos en la oficina de Turismo y vimos juntas la exposición de Laureano Barrau i Buñol (Barcelona1863- Santa Eulària1957). Este pintor modernista bautizaría a Ibiza como “la isla de nácar”, se enamoraría de ella desde 1912 estableciéndose más tarde y donde vivió hasta su muerte. El Museo Nacional del Prado alberga su obra Escardadoras,  un bellísimo lienzo de de 160 x 190 cms. que retrata  en primer plano a dos mujeres trabajando la tierra, una con pañuelo blanco y ambas con hazada en mano.   Yo pude disfrutar un buen rato de su obra expuesta, retratos y paisajes, así como del edificio que la alberga, una construcción de 1928, antigua sede del Sindicato Agrícola de Santa Eulária y hoy también punto de turismo, situada en pleno centro de la ciudad.

Hacía una mañana de calor que tuve que entrar a una tienda y comprarme un par de camisetas frescas. En el mismo probador me cambié. De haber llevado ropa de baño, me hubiera metido en ese mar que me lo pedía a gritos desde que llegué y que hoy se ofrecía como cualquier día de verano. Compré también varios souvenirs para contadas personas, un pincel de acuarelas del número 12 y un par de sobrasadas en una carnicería que me recomendó la señora de Cuenca que hacía las habitaciones de la tercera planta. Una mujer muy agradable con la que crucé siempre palabras de agradecimiento. Me las envasaron al vacío y me aseguré de la calidad...me la dieron a probar, lástima que no tenía a mano un trozo de pan de El Cuchara y una cerveza Victoria.


Por la tarde no salí de la habitación más que para cenar. Me la pasé pintando con mis acuarelas, estrenando el nuevo pincel, recordando emociones vividas, viendo fotos que pronto pasarían a ser historia de un viaje. La vida es así de fugaz, hoy es emoción, mañana recuerdo, hoy es vivencia, mañana... una estela perdida en el tiempo. Tal vez eso explique mi devoción por anotarlo todo, por dibujarlo todo, por darle mérito a los momentos acontecidos, por poner en valor mi propia vida. Hay quien todo se lo guarda para sí, quien disfruta en soledad y vive una masturbación constante donde nadie puede ver su cara de felicidad. Yo voy en el sentido opuesto, en el de hacerle llegar al mundo mi pequeña visión del mismo, mi parcela ínfima del placer que me supone estar viva. Tal vez a alguien le plazca compartirlo conmigo, tal vez algunos solo encuentren en mis relatos cosas sin importancia, vaguedades, tonterías de chavo y cuarto pero para muchos otros sé que les importa, que viajan conmigo, sienten conmigo y comparten mis experiencias como suyas. A todos ellos les agradezco su compañía.

Estuve escribiendo varias cosas esa noche, la penúltima en la isla a la que regresaba después de cincuenta años de haberla descubierto. Casi me echo a llorar. No me gustan las despedidas así que hice como si estuviera en mi casa, me acosté y me puse un rato la televisión no sin antes ahondar en Barrau y visionar la cantidad de fotos que hice  de sus cuadros con el consentimiento del funcionario que cuidaba la sala. Muy interesante lo que dicen de él en El Prado: Pintor español de historia que también cultivó la pintura de género. Comenzó su formación en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, donde fue discípulo de Antonio Caba. En 1884 obtuvo por oposición la Pensión Fortuny, concedida por el Ayuntamiento de Barcelona para ampliar sus estudios en París, donde fue discípulo de Jean-Léon Gérôme. Concurrió asiduamente a exposiciones nacionales e internacionales; en las Nacionales de Bellas Artes de 1892 y 1904 fue premiado con tercera y segunda medalla por los lienzos Escardadoras y Taponeras del Ampurdán; y en las Universales de Barcelona y Bruselas de 1888 obtuvo sendas segundas medallas. En 1929 fue nombrado Societaire de los Salones de París. Su obra se caracteriza por una evolución desde las severas propuestas de herencia neoclásica hacia una concepción marcada por la luminosidad y las transparencias. Sus lienzos se hallan repartidos por museos de Madrid, Barcelona y Buenos Aires (Balbás Ibáñez, Mª S., Enciclopedia, 2006, tomo II, p. 450).

Ponían en la 2  "El color púrpura". Hacía mucho que leí el libro, me lo regaló mi amiga María Victoria Ramírez Vivas. Recordé la dedicatoria. No sé nada de ella, pensé, el tiempo y la vida nos va distanciando y al final todo es memoria... Disfruté de la película aunque la conocía enteramente. Recordé el libro, un libro hecho de cartas, unas cartas que conformaban una vida tan interesante como singular... Y reflexioné antes de irme a dormir. Y me di cuenta de que hay gente que se nos va quedando atrás, que nos adelantan o que se quedan en el camino. Mi vida ha conocido a mucha gente, a algunas las guardo en mi corazón aunque les haya dicho adiós por algún motivo, o ni siquiera eso, se acaba el tiempo de ir juntos y ya está; a otra gente la dejo volar con el viento y en los días de terral me escuecen en los ojos pero no lloro. Desde la muerte de mi hijo solo lloro cristal. Porque todo se ha relativizado. Nada me afecta más que el vacío que han dejado los que eran míos. No hay nadie que pueda taponar mis heridas ni borrar mis cicatrices. Ni nadie importa tanto como para perder la razón, solo la sangre, mi sangre. Así creo que será el propio dolor para cada ser humano. Dejo de ir mi pensamiento triste hacia la nostalgia. Echo de menos la compañía de mi pequeña gran familia. Me habría gustado tanto haber compartido con ellos aquel mar transparente de Cala Nova, de la isla entera...

Desde El Garitón, con un azul noche a mi derecha que me dice que el sol viene de camino, Mariví Verdú

miércoles, 29 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. RECOGIENDO SERPENTINAS DE POSIDONIA, por Mariví Verdú

El domingo, día 12 de marzo, me voy a ver amanecer desde Puig de Missa. Voy a despedirme con un hasta pronto porque volveré pronto. Ahora, en un par de horas, entrego el coche. Antes pasaré por Cala Nova, por donde empecé mi ruta el pasado jueves. Amanecer en la corona de Santa Eulalia del Río es un espectáculo de luz a 360 grados. Rodeada por ella, envuelta en ella, veo resplandecer mi entorno, siento mi corazón como tomado por el sol, atrapado en él. Corre una brisa fresca y respiro para llevarme el máximo de aire en los pulmones. La luz pinta verdaderas maravillas en aquel espacio cúbico, encalado, abierto al cielo. Verdaderamente esta isla te atrapa sin dejar lugar a oposición alguna.

Volví a Es Canar y me fui con dirección a Cala Nova. La dejé para el final, como si se tratara de un postre maravilloso. Me juré regresar, y eso que iba  despedirme... No podía estar más hermosa la playa ni más transparente el agua... Cogí cintas de la posidonia, serpentinas color sepia, y frutos, semejantes a los erizos de las castañas pero más suaves al tacto y me los metí en el bolsillo, igual que hice con el paisaje y la brisa: los metí en mi corazón.

Devolví el coche con pocas ganas pero este era  el tiempo contratado y acababa de vencer. Mi estancia en Ibiza duraría hasta el martes por la mañana así que me tenía que conformar con los medios a mano. Esa mañana había una maratón y habían cortado la línea de autobús... Decidí que me iría al mercadillo de San Carlos. Pregunté a varias personas si querían compartir un taxi conmigo. Hay solo tres kilómetros desde el hotel al pueblo, podía haberme ido caminando, pero pasé una hora esperando el bus, bueno, yo y más de treinta personas a las que nadie se le había ocurrido informar de que se había suspendido el servicio. Hay que ir a Santa Eulalia para volver atrás a San Carlos... Este medio de transporte ha quedado muy anticuado y no responde a las necesidades de los usuarios. A pesar del trayecto tan corto que hay desde es Canar a San Carlos, los taxistas cobran más de nueve euros por él. Y al fin, una pareja, Florinda Asenjo y Roberto Martín, de Toledo, se ofrecieron a compartir y allá fuimos los tres, al mercadillo de Las Dalias. Nos tocó el taxista más capullo de Ibiza, el más resentido y grosero que había en la plantilla. Me dieron ganas de retorcerle el pescuezo viendo cómo nos habló y con qué desprecio a tres mayores que íbamos a regalarle diez euros... Podía estar contento de que exista el IMSERSO, de lo contrario se comería las patas como los pulpos. Menuda mala experiencia, menos mal que el viaje dura pocos minutos. Tuvimos una conversación para enmarcarla. No quería contar nada negativo pero esto, si no lo cuento, reviento. Hay que ser desagradecido y mala persona. Le sentencié que llegará a viejo si no se muere antes y que esto es un búmeran, que se vaya preparando.

El mercadillo estaba bien, unos puestos mejores que otros, pero eché el rato, compré algunas cosillas, para mi nieto y mi sobrina nieta y para mi nuera y mi hijo. Tonterías. Y me fui a un bar para hacer tiempo, buscando refresco y sombra. Mis compañeros de viaje y yo habíamos quedado a la una y media. Hacía muchísimo calor y escogí el mejor lugar para escribir. El regreso al hotel fue más agradable, el taxista fue prudente y nosotros silenciosos. Tomamos unas tapas en un barecito y nos fuimos a comer. En la conversación me enteré de que eran abuelos de cinco nietas. Nos enseñamos fotos de nuestras familias. Cinco niñas preciosas. Y ellos habían nacido donde mi hijo trabaja, en el mismo pueblo. Coincidencias tan entrañables que nos hizo estar juntos toda la tarde. Florinda se había comprado unos pendientes y había olvidado el suyo en el puesto. Volvimos a Las Dalias y allí estaba, esperándonos, lo que quiere decir que hay todavía muchos seres humanos que merecen la pena, lo que quitó hierro al rato del taxi y pensamos que el pobre sería un resentido y habría pasado mala noche...

Desde que llegué a mi habitación me dediqué a dibujar: Puig de Missa, la barca varada, el amanecer en Es Canar... Ví apagarse el sol con el pincelillo en la mano. Decidí comprarme uno más grande al día siguiente en Santa Eulalia. Además, tenía que dejarle a Iván mi novela en la cafetería Royalti. Iba destinada a la biblioteca de Ibiza pero en sus manos estará mucho mejor. Y, con todo eso en la cabeza, me acosté.

Voy acabando ya mi relato de Ibiza y me pregunto a quién podrá importarle lo que he vivido, lo que pienso o siento... Quizás solo esté escribiendo por miedo al Alzheimer o por una simple rutina o inclinación visceral -yo diría que hasta involuntaria- de hacer palabra todo lo que toco, todo lo que observo, todo lo que vivo. Pero la verdad es que las visitas a mi blog han pasado de cincuenta mil y la gente no lee por nada, si lee es, al menos, porque es legible y posiblemente hasta interesante... digo yo. La cosa es que lo verdaderamente importante es disfrutar con lo que se hace y yo disfruto viendo amanecer a mi derecha con un ordenador enfrente y el corazón en la mano.

Desde El Garitón, bañada en luz malva, Mariví Verdú

martes, 28 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. ES VEDRÁ Y LOS SUEÑOS, por Mariví Verdú

Ayer me olvidé contar la delicia que supuso para mí descubrir Cala Moli. Situada entre las dos calas, Tarida y Vedella, que tan bien recordaba, creo que nunca estuve anteriormente en esta cala. Lo habría recordado. Es una cala pequeña, entre acantilados y rocas, situada al suroeste de la isla, en el municipio de San José. Aunque nada recomendable para mis pies, toda ella es de cantos rodados, chinos y conchas, es una cala coqueta, está rodeada de pinos,  virgen. Desde arriba me llamó la atención su color verde turquesa y sus aguas transparentes. Y seguí mi camino después de capturar su belleza en varias fotos.

También olvidé hablar de Conejera cuando conté mi experiencia en Cala Bassa. Desde la playa se puede observar este islote de un kilómetro cuadrado, en dirección a San Antonio, o sea, norte. Seguro que me habré olvidado de hablar de tantas cosas...

Eran más de la una cuando llegué a Cala D’Hort. Hay que dedicarle tiempo a este lugar. Es misterioso, sorprendente, impresionante. La visión ante mis ojos de la isla de Es Vedrá me dejó sin palabras. Me dio la sensación de que había crecido en mi ausencia, de que era cincuenta años más alta, más vieja, más solitaria... Llamé a mi familia. Quería compartir con mi nieto en directo el momento. Da mucho respeto estar delante de esa pirámide de roca de cuatrocientos metros de alto a la que atribuyen poderes, magnetismo, magia, energías telúricas... Desde luego es un momento sobrecogedor. Esta isla forma parte de la reserva natural que lleva su nombre, Es Vedrá, junto a Es Vedranell y els illots de Ponent.  Después de compartir el momento con los míos, me senté un rato en una roca. No pensé en nada, solo observé con emoción lo privilegiado de la situación y lo poco que desentonaba mi corazón en esta cala. Como la pequeña barca que me llevé en la retina, varada y amarrada en un riconcito del acantilado... Puede que la barca y el nombre de la cala tengan que ver conmigo...cala de huerto, Cala D’Hort. No sé cuanto tiempo pasó pero me quedé un buen rato observando tan delicado momento. Se me olvidó que tenía que regresar al hotel, me olvidé de comer, se me fue el santo al cielo.

Me vino a la memoria un sueño que se repite, desde hace muchísimos años, y que fue una experiencia vivida en ese lugar. Nunca fui feliz debajo del agua, le tengo muchísimo respeto, y un día que me puse gafas y tubo para dar una vuelta y ver el fondo marino, maravilloso por cierto, sentí de pronto un corte en el mar, una profundidad oscura y fría, un acantilado marino donde el fondo se perdía en una agua densa y negra que parecía absorberme y en un momento perdí aletas, colchoneta que llevaba como apoyo y todo lo demás. Sé que fue allí donde había sucedido.

Continué para visitar la iglesia de Es Cubells. Es preciosa. Fue contruida por Francisco Palau y Quer en 1857 y está dedicada a la Virgen del Carmen. Aparqué en un bellísimo camino al costado de la iglesia. Hacía calor y se agradecía la densa sombra de su arboleda.  La carretera hacia la playa de Es Cubells me pareció poco recomendable y me di la vuelta donde pude. Estaba llena de piedras que se habían desprendido y a trozos se habían derrumbado varios quitamiedos y mojones. Aunque iba tranquila, exponerse tontamente no era mi objetivo. Cogí dirección a Ibiza, a la capital, al puerto y a sus playas cercanas... Talamanca estaba a rebosar de gente, imposible parar. Volví al puerto y me di una vuelta desde un mirador privilegiado frente a la ciudad, siempre coronada por Dalt Vila. Fue una parada obligada. Ver Ibiza desde el puerto es ver la vieja postal de siempre, una Ibiza por donde el tiempo no pasa. Pero ha pasado, ha pasado de todo, a ella y a mí, solo que ella se le nota menos todo lo sufrido, todas las arrugas y las cicatrices de cincuenta años.

Había perdido la noción del tiempo. Eran casi las cinco cuando llegué a Cala Llonga. No hacía viento alguno, estaban sus aguas muy tranquilas y yo también. Estaba cerca de mi destino. Quería llegar, echarme un rato en mi cama de hotel y descansar un poco. Cala Llonga está en Santa Eulalia del Río. Estaba el agua serena y azulísima, y deje el coche un rato mientras disfrutaba de su paz. Había sido un día tan completo, tan lleno de emociones y tan intensas todas que me vino de perlas el paseo. La vida es larga como esta cala que me da la paz, larguísima, pero acaba enseguida.

Llegué directa a la ducha y me eché un rato. La emoción no me dejaba dormir. Mañana tendría que devolver el coche y ya no sería igual la cosa... Volví a vestirme y me fui a San Carlos. Había mercadillo pero llegué tarde. Cené. Fue un rato placentero y comí con ganas. Sola, observando la entrada de los comensales y la cara de casa uno, cómo eran sus gestos, como reflejaban su grado de satisfacción, cómo habían perdido o ganado su tiempo...

Me fui a mi habitación y me puse a escribir. Han sido unas vacaciones  tan intensamente vividas... Volví a Ibiza con la intención de despedirme y resulta que estoy haciendo planes para volver la próxima primavera, si la salud me acompaña. En ningún momento me he sentido sola ni perdida. Es cierto que iba con la intención de visitar a alguien pero no lo hice y no ha pasado nada. A veces las cosas pasan porque tienen que pasar. Además, últimamente me cuesta poco mandar a hacer puñetas a la gente. El aire ya es otra cosa, ese es imprescindible. Y la libertad.

Desde El Garitón, lugar magnético y repleto de vida, Mariví Verdú

lunes, 27 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. DE SAN RAFAEL A CALA BASSA, por Mariví Verdú

Toda la ilusión de hoy gira en torno a la isla de Es Vedrá. Quiero volverla a ver. Recuerdo haber estado solo una vez en los años en los que viví en Ibiza. Hoy volvería a visitarla, expresamente, dedicándole el tiempo necesario, aunque la haya tenido a diario en el cabecero de la cama de mi hotel: toda la pared de mi habitación es una estampa del Mirador del Savinar con su Torre Atalaya y un mar rebosante de belleza. Podría decirse que he dormido en la Reserva Natural de Es Vedrá. Está situada en el oeste de la isla, en el municipio de Sant Josep de sa Talaia.

Hoy será mi último día con coche en Ibiza, mi última ruta y voy a aprovechar el día al máximo. Mañana a las nueve y media debo entregarlo y habré de conformarme dos días con el autobús. Una vez más volveré a quedarme con las ganas de ver atardecer en San Antonio. Cada día me gusta menos conducir de noche así que no me queda otra. Mi ruta de hoy pasa por San Rafael, un pueblo perteneciente al municipio de San Antonio de Portmany pero muy cerca de la ciudad de Ibiza y en el mismo centro de la isla. Santa Gertudis y San Rafael, una más al norte y el otro más al sur, forman el corazón de Ibiza.

San Rafel de Sa Creu es un pueblo pequeño, se le conoce como centro de artesanía y lo más interesante que tiene es su iglesia: una maravilla del Siglo XVIII. Fue mandada construir en 1786 por el obispo Manuel Abad i Lasierra, benedictino, el mismo que fuera encargado de diseñar todas las parroquias ibicencas de la época, aunque ésta no se acabó hasta 1797. El ámbito de esta parroquia está formado por cuatro vendas: sa Creu, Sant Rafael de Força, Bassa Rojer y Fornas.  Una venda es una medida de longitud: la distancia que recorre un animal de tiro en tres horas.

Estuve un buen rato disfrutando San Rafael, de su hornacina con el santo que le da nombre, de su singular espadaña, del momento caprichoso del sol sobre tras su campana... Me fui en silencio, guardándome el tesoro en mis pupilas. Seguí para San Antonio. Cada día me gusta menos el lujo, los yates y la vida hacia fuera. Estuve el tiempo justo de pelearme con un parquímetro y su vigilante. Dí un paseo por el puerto para estirar las piernas y salir de nuevo. Seguro que para mucha gente es lo mejor de Ibiza. No pude ni visitar su iglesia que dicen es una preciosidad. No pude, allí se nota demasiado  que todo gira en torno al turista y yo no lo soy. Me fui enseguida que acabó mi paseo.  Me esperaban otras maravillas, otros lugares mágicos y solitarios donde perderme y encontrarme. Por ejemplo: Casa Bassa.

Cala Bassa es uno de los mejores encuentros que tuve en la isla.  A escasos diez minutos de San Antonio y perteneciente a San José de sa Talaia, la cala es un ensueño. De arenas claras, blancas, fina, es una playa de aguas poco profundas, turquesas, transparentes. Con una sombra boscosa de sabinas y pinos rodeándola y roquedales a ambos lados de la cala, es una concha abierta de casi 300 metros de extensión que se presentó ante mis ojos como una invitación a quedarme. Y eso hice, estar allí un buen rato, observarlo todo como si fuera la última vez y la primera...

Salí de Cala Bassa sin pensar, de haberlo pensado no me hubiera ido. Tenía en mi cabeza visitar Cala Tarida. Justo al oeste de la isla. Guardaba de ella grandes recuerdos. Cincuenta años atrás bajábamos con mucho cuidado por escaleras esculpidas en la roca y pasábamos el día tranquila y familiarmente. No había nadie o casi nadie. Era una cala alta y profunda, bellísima. Sin embargo, fue tan solo llegar y ya no la reconocí. No era la cala de mis sueños. No pondré la foto que hice de la trastienda, de la mierda que queda cuando se va el turismo, tengo un poquito de pudor y mucho respeto a su recuerdo. Bajé las escaleras ya fabricadas para el mundo y tuve la sensación de que todo lo habían destruido. Solo pude salvar el mar y el color de su arena y esa forma tan particular de su playa... Me fui enseguida, cansada de escaleras y un poco triste. Y tiré para Cala Vedella. Iba con desesperanza porque era otra de las soñadas, de las queridas por mí, y no quería ver el paso del tiempo y de la mano implacable del tiempo y del urbanismo. Paré un rato. La restauración había tomado la cala... De todas formas ¡qué belleza! Si borramos en ambas la mano del hombre, son dos calas tan singulares, tan espectaculares  que se me hace difícil perdonar.

Mi próxima parada sería Cala D´Hort y la visión maravillosa de Es Vedrá. Pero esta mañana estoy cansada de contar, no sé la hora que es y me he puesto negativa. Y no se puede abordar la belleza desde la negatividad. Daré tiempo al día para asimilar que me han robado una hora, que nos han robado muchísimas horas a todos, y yo no soy un reloj al que pueden tocarle las manillas y seguir andando como si nada...

Desde El Garitón, de noche y en silencio, Mariví Verdú

domingo, 26 de marzo de 2023

NOTICIA D’UN SILENCI, por Mariví Verdú

La tarde del día 10 de marzo me fui a visitar San Miguel de Balansat y Santa Gertrudis de Fruitera. San Miguel pertenece al termino de Sant Joan de Labritja y está situado al norte de la isla. Sentía verdaderas ganas de visitar este pueblo. Seguí las indicaciones desde Es Canar, dejando a la derecha San Carlos de Peralta, por la SN-1 y unos kilómetros después San Lorenzo  de Balàfia a la izquierda hasta mi destino. No me entretuve. Llegué a las seis a la bifurcación de la carretera y cuando me fui a dar cuenta estaba bajando una cuestecilla a la derecha. Pregunté a una chica si iba bien por allí para San Miguel. Me dijo que en esa dirección llegaría al puerto pero que merecía la pena. En Ibiza todo merece la pena, equivocarse de ruta es encontrar un nuevo paraíso.

Los cuatro kilómetros escasos que hay que recorrer para llegar al mar son de una extraordinaria belleza. Atravesando montes y bosques de coníferas vengo a desembocar en una plácida cala de aguas limpias y silencio. Me di un paseo de una media hora y regresé, camino arriba, al pueblo. No entré a la cueva de Can Marçà y me quedé con la idea de volver. No me quería imaginar nada de lo que supondría aquellos hoteles llenos y aquella oferta turística a tope porque, ara mi satisfacción, yo estaba sola en ese lugar idílico y así me lo llevaría en mis ojos. ¿Sóc jo qui aquesta pau testimonia?...

Cuando subí a San Miguel, aparqué y me fui caminando hasta la loma donde se encuentra su iglesia, una de las más bellas de la isla. Me quedé absorta ante su atrio adornado con arcadas, la central más alta que las otras dos, y una hornacina a la izquierda donde lucen las tres cruces del Calvario. Rematado con una casita que alberga su campanario, la iglesia es una ternura. Paseé sus inmediaciones y  en su patio me encontré de cara con un señor leyendo. Con el libro abierto y sostenido por su mano derecha, el poeta Marià Villangómez Llobet se me apareció como un viejo amigo, un cómplice del mundo y las alturas, alguien a quien intuí ya para siempre.

“Davant la porta hi ha l'atri, amb l seva arqueria oberta al pati enllosat. En un costat del pati hi ha la casa que diuen del Vicari.
Més tard, edificaren damunt l'església la casa rectoral, i més recent encara és el campanar, d'un gust diferent, una mica detonant,
amb la sola campana de clara veu, que sap alegrar-se o entristir-se, segons la nova que ha d'escampar pels aires.”
Delante de la puerta está el atrio, con su arquería abierta al patio enlosado. En un lado del patio está la casa que llaman del Vicario.
Más tarde, edificaron sobre la iglesia la casa parroquial, y más reciente todavía es el campanario, de un gusto diferente, un poco disonante,
con la sola campana de clara voz, que sabe alegrarse o entristecerse, según la nueva que ha de dispersar por los aires.

 

Saben que el bé és aquest
batec immens i atònit
que només es pot viure. De “Els dies”, 1950.
Saben que el bien es este
inmenso y atónito latido
que sólo se puede vivir.


(Cita del poeta Marià Villangómez. Traducción de Antonio Colinas)

Pasé por Santa Gertrudis. Aunque el pueblo tiene un remozado moderno y es bonito, ya venía con el venenillo de la poesía de Marià que, enseguida de conocerle, busqué sus datos y sus versos y quería pasar más tiempo sabiendo de aquel poeta solitario que me esperaba en San Miguel. Santa Gertrudis merecía mi atención. Entré a ver su iglesia, la de la espadaña grande pintada de ocre que resalta sobre el color blanco de toda la fachada. Alberga dos coquetas campanas, una sobre otra, como en el villancico popular... Entré al templo. Me llamó la atención su pila bautismal, su Dolorosa...

Pronto empezaría a meterse el sol por el mar de San Antonio. Tenía que echar gasolina. Perdí el monedero. Perdí algo pero encontré más de lo que perdí. Volví llena de palabras. Sigo llena de palabras.

Desde El Garitón, con este cambio de horas que me atormenta cada seis meses, Mariví Verdú


Cita del poeta tomada de la web de Juan Manuel Grijalvo.
Foto de San Miguel de la web IBIZAISLA,ES


sábado, 25 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. DESDE SES FIGUERETES A DALT VILA, por Mariví Verdú

La mañana del diez de marzo me levanté a las cinco. La noche anterior lo había dejado todo preparado para molestar lo menos posible. Ésta vieja costumbre de despertarme antes que el sol no a todo el mundo le interesa o la comparte. Quería volver a ver el amanecer en la playa de Es Canar, para algo la tengo enfrente, con sus islotes tan bonitos y la punta de Tagomago apareciendo hacia el norte. A la izquierda del paseo que la circunda, un roquedal bellísimo; a la derecha, una playa tranquila y viva adonde abunda la posidonia, lo que garantiza la limpieza del agua y la alta calidad del habitat marino. Hay un velerillo que lleva en el mar desde que llegué, lo veo cada día, junto a La isla de Es Canar. Fue lo primero que pinté en un apunte de acuarela, la isla y el velero acompañados de un sol radiante y mágico, generoso, primaveral y gratuito. La isla tiene una forma peculiar que perfila la luz naciente potenciando en naranja y oro su silueta. Hay dos islotes más:  Sa Galera y Esculls d’en Racó. Ver amanecer cada día ha sido mi regalo mañanero, mi puesta a punto para salir al encuentro de más belleza pero totalmente iluminada, transfigurada diría yo, presa de una experiencia mística.

Aquella delicia de mañana, con el mar y el cielo rojos los dos, celestes y naranjas tras el incendio, tuvo solamente cuatro testigo: Emilio, Luna y Nacal -dos perrillos negros- y yo. Hablamos un rato de la importancia del alma y de los encuentros de las mismas en condiciones tan claras y espirituales como la vivida. Regreso al hotel llena de vida, hablo con mi hijo y me cuenta sus proyectos, lo que alienta aún más mi corazón.

Salgo con la idea fija de volver a mi vieja casa, el lugar donde nacieron mis dos hijos, en la Calle Galicia del barrio de Ses Figueretes. Aparqué el coche frente al bloque y paseé un buen rato por allí. Solo queda la farmacia en la esquina de siempre y su playa de casi medio kilómetro con sus islotes y entre ellos la Isla de las Ratas, allí donde vi un día algo extraordinario, diría que extraterrestre pero no es momento de contarlo todavía. Me embargó la emoción, me volvieron buenos y malos recuerdos de ese lugar pero nada podía quitarme la sonrisa de la boca. Allí experimente lo más hermoso que puede sucederle a una mujer: ser madre. Pedí a un marroquí que pasaba por allí que me hiciera una foto para el recuerdo. Tengo una sonrisa de oreja a oreja en ella. No podía ser de otra manera. Quiero recordarlo todo y me vienen aquellos paseos en bicicleta a Las Salinas, con mis hijos a cuestas, uno en su sillita y otro en una mochila, sin miedo a la carretera, atravesando aquella isla virgen que nos tocó en suerte para vivir. Me fui en dirección sur a buscar las playas. Aparecí en Es Cavallets buscando el Parque Natural de Ses Salines... todo está algo cambiado, los accesos y mis propios recuerdos. Me encontré con dos malagueños, Ana y Salvador...estaban conmigo en el hotel y atravesamos juntos el bosque de sabinas hasta desembocar en las dunas, en esa arena clara donde me senté alguna vez y hoy he vuelto.

Regresé por la carretera de San Francisco en dirección a San Jordi, entre los estanques de las salinas bordeados de cristal salado. La iglesia de San Francesc de S’Estany la encuentro de frente como un cubo de sal bellísimo, construida en el Siglo XVIII para los salineros y para el deleite de todo el que la descubre. Voy a la ciudad, quiero volver a la ciudad, pasear por Vara de Rey, por el puerto, por Dalt Vila -el núcleo histórico de la la vieja isla... Nunca subí a su catedral y estaba dispuesta a hacerlo esa mañana. Las vistas desde la ciudad alta, con sus antiguas murallas, sus cañones y su emplazamiento estratégico, son extraordinarias. Hace viento y calor. Son casi las dos de la tarde y tengo que parar. No todo ha de pasar en el mismo día...

Tengo la idea de seguir la ruta esta tarde, visitar San Miguel de Balanzat y Santa Gertrudis de Fruitera. Antes he de descansar y asimilar la mañana. Muchas emociones, muchos recuerdos volviendo a mi cabeza, mucha tristeza también pero la canalizo para que no se me agüe el momento.

Ni siquiera hoy, después de dos semanas, voy a permitirme el gusto de llorar. No señor, no quiero llorar. En este curso pasado de Uma para mayores hemos ahondado en la enseñanza de vivir el presente como lo único que tenemos. Escribiendo estos recuerdos me doy cuenta de lo afortunada que soy, ayer por haberlos vivido, hoy por tener la memoria suficiente para transcribirlos. Y es que la vida es esto para mí, una creación diaria de recuerdos gratos y menos gratos para que la vejez me encuentre llena de vida y la muerte me toque solo lo justo, solo lo justo.

Desde este hogar situado en mitad de una lluvia de polen y de un milagro, Mariví Verdú

viernes, 24 de marzo de 2023

ATARDECER EN PUIG DE MISSA, por Mariví Verdú

No descansé al mediodía. Lo justo para tomar algunas notas. Sin embargo, recordando la mañana me visitó un placentero sueño y me dejé vencer. Para la tarde tenía como único proyecto  visitar Puig de Missa, corona singular que luce Santa Eulalia del Río.  

Entre las notas que tomé, la que dice que subiendo hacia Portinatx sonaba en la radio del coche Romeo y Julieta de Tchaikovsky... Sin embargo puse punto y final contando el implacable y despiadado paso del tiempo sobre las cosas, sobre Portinatx y sobre mí, y no conté las dos visitas que, a mi regreso al cuartel general de Es Canar, realicé. La primera, a una cala de belleza singular, su nombre es Cala Xarraca. Me pareció tan hermosa que pensé en bajar, sentarme un rato a dibujarla y mojarme en sus aguas turquesa pero el tiempo y el sol se me echaban encima y me limité a hacer varias fotos y a intentar llevármela en los ojos. Luego pasé por Sant Llorenç de Balàfia. El pueblo de San Lorenzo me traía a la memoria muchos recuerdos. En aquellos tiempos en los que viví en la isla, allí había un repetidor y una emisora de telefónica, encima del monte más alto, y era visitado a menudo por obligaciones del trabajo de quien fuera mi compañero y padre de mis hijos. Yo le acompañé en varias ocasiones. A veces, cuando había tormenta, tenían que ir a arreglar desperfectos y si era necesario pasaban allí la noche. Volví a poner música, Radio Clásica, y llegué tranquila a mi destino.

Eran las cinco cuando me disponía a salir para Santa Eulalia. Dejé el coche en un aparcamiento a mitad de camino de la iglesia y el pueblo. Subí caminando, descubriendo, alucinando... Puig de Miss está situada en lo alto de una colina a 52 metros sobre el nivel del mar y es el símbolo de Santa Eulària des Riu. Visible desde la entrada, es su núcleo primitivo y origen del propio pueblo. Es una iglesia fortificada, de formas cúbicas, encaladas, blanquísimas, con una cúpula pintada de un color entre pardo cobrizo y terracota, construida en el siglo XVI sobre otro templo anterior que destruyeron los piratas. Se conserva un retablo barroco traído por el Marqués de Lozoya desde Segovia, procedente de la Iglesia de San Millán. Al lado del templo, anexionado a él, un bellísimo cementerio; alrededor, un núcleo de singulares viviendas donde contrastan sus puertas y ventanas de colores amarillo oro, azul turquesa, azul índigo... todo un laberinto de calles donde da gusto perderse, sentarse, encontrarse...

Estuve sentada un ratito en su porche. Es bellísimo. Está formado por dos hileras de arcos y hay bajo él y pegado a la pared un poyete que va de lado a lado. Miré por una ventanita situada estratégicamente... Admiré la belleza de su panorámica. Estuve allí dando gracias a la vida, planteándomela. Llegué a la conclusión de que no necesito más de lo que tengo.


Volví a recorrer las callejuelas blancas después de hacer  varias fotos espectaculares, o sea, fieles a la realidad. Cuál será mi sorpresa cuando oí desde lejos cómo alguien me llamaba por mi nombre: Mariví... Volví la cara sorprendida y me volví a encontrar con Iván, el joven que me había ayudado a salir de Cala Nova y a recobrar la fe en el ser humano. Venía con su bicicleta a lo mismo que yo, a disfrutar de aquel enclave privilegiado que para él es tan familiar. Nos despedimos con alegría y bajé a recoger mi coche mientras atardecía. ¡Qué regalo! Atardecer en Puig de Missa es un disfrute para los sentidos, una forma de entender la grandeza del mundo, la suerte de estar vivo, la bondad y la belleza.

Llegué al hotel mientras caía el sol por San Antonio. Volvía con los ojos llenos de luz y me puse a dibujar. Tenía que hacer algo para compartir todo lo que se me había regalado. Saqué mis acuarelas. Solo me había llevado un pincel, un lápiz, un sacapuntas y una goma. Hice cuatro partes la hoja del bloc porque quería hacer postales, pequeñas acuarelas, improntas... Decidí llevarme el bloc al día siguiente pero esa noche dibujé Puig de Missa... Y me dormí soñando con la tarde.


Desde El Garitón, entre rosas, margaritas, fresias y violetas, Mariví Verdú

miércoles, 22 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. DE CALA NOVA A PORTINATX, por Mariví Verdú

 Mi segunda noche en Ibiza me pareció muy larga. Deseando que llegara la hora del desuno y recoger el coche de alquiler. La ruta que me había preparado era llegar a Portinatx sin perderme nada que me fuera viniendo al paso. El coche lo pedí con unas características similares al mío para sentirme segura. Me lo dieron gris metalizado, color que no me gusta, pero estaba nuevo, con solo 1090 kilómetros, y seguro. Salí con toda mi ilusión, mi libreta y mi boli, una botella de agua y la crema de protección. Hace poco me quitaron una mancha y tengo que protegerme. El día era casi veraniego, soleado, precioso. La primera cala con la que me topé estaba allí mismo: Cala Nova.

En mi primer capítulo dije que no hablaría de cosas desagradables y así lo haré y seguiré haciéndolo hasta contar el último día de mis vacaciones. Siempre hay alguien que quiere estropearte la alegría de estar viva, gente desagradecida, maleducada y gilipolla. Pero yo no quiero hablar de otra cosa más que de lo maravilloso que me resultó el noventa y nueve por ciento de mi tiempo. Y de la gente tan auténtica que protagonizó algún que otro encuentro con seres humanos.

Cala Nova está en el mismo término de Santa Eulalia, al norte, cerca de Es Canar, en la parte oriental de la isla y a cuatro kilómetros de San Carlos. Es una cala bellísima, de arena blanca y fina que se me presentó ante los ojos virgen después de cruzar un bosque de pinos y un entorno natural privilegiado. Aparqué y me fui a caminar por aquella arena que te invitaba a quitarte los zapatos y disfrutarla. Así hice. Era poco más de las nueve. No sé el tiempo que estuve disfrutando la soledad de aquel paraíso pero cuando volví no daba con el coche... Suerte que apareció, como salido del mar, un chico joven que me orientó y me ofreció su ayuda y su sonrisa. Hablamos un ratito y al despedirnos me dio su número por si volvía a perderme que me recogería donde fuese...esos son los milagros que le sucede a quienes, como a Iván y a mí, vamos enseñando el corazón. Puede que alguien nos lo parta pero la mayoría de las ocasiones disfrutamos de gente auténtica y muy especial. Así fue nuestro caso. Salí para San Carlos creyendo en la bondad, en la empatía, en la vida.

Salí tan contenta de allí que cogí el primer camino que vi y me fui por Ses Pedrisses hasta que quise fundirme en aquella explosión de verdes y amarillos, de almendros floridos, de rosáceas todas, de higueras desnudas y a punto de brotes, de cítricos cuajados de de frutos todavía... Una delicia perderme por esos campos, por caminos como el de sa Font des Murtar, con veredas malvas y genista,  con canto de pájaros y sombra entre los pinos... Me integré en la PM810 y daban las diez en las campanas de San Carlos de Peralta. Tan fresca la mañana de marzo... Hace solo unos minutos me hallaba pedida en Cala Nova, aunque perdida no es la palabra, estaba de todo menos perdida, de todo lo que pueda significar extasiada, maravillada, integrada en la belleza, y ahora estoy en la puerta de la iglesia más bonita del mundo. Hablé con un señor de mi edad, del servicio de limpieza del ayuntamiento. Era oriundo de Jerez de la Frontera y llegó allí en sus años mozos. Cuando me oyó hablar se le hizo un nudo en la garganta y yo lo sé. Yo también me alegré de que no hubiera perdido su acento y de que le gustara el flamenco, me lo dijo en los cinco minutos que duró nuestra charla. Me dijo que iba bien para Portinatx... Quería estar allí antes de mediodía. En San Carlos no había movimiento alguno, es un pueblo pequeño y blanco y posiblemente era yo la única forastera un jueves de marzo por la mañana tan temprano. Volvería antes de irme, San Carlos tiene imán.

Seguí hasta Aigüas Blancas, quería volver a esa cala que recordaba aún nítida en mi memoria después de cincuenta años. Y allí llegué. Qué odisea.  He de reconocer que tuve miedo. No había un alma viviente por el entorno. Le eché valor a aquellas cuestas tremendas donde me aterró pensar que alguien viniera en sentido opuesto.... No veía dónde dar la vuelta y tampoco podía ir marcha atrás en una cuesta semejante. En un ensanche que creí lo mejor del camino, vi un coche aparcado e intenté meter el mío cerca con intención de hacer cien maniobras y gastar el freno de mano pero salir del apuro... La suerte fue encontrar a una chica que venía a por unas cámaras...estaban rodando un spot publicitario, un anuncio para una casa de modas y una joven espléndida corría por la orilla mientras un fotógrafo la hacía saltar y exhibirse en toda su esplendor. Habían cuatro personas más en la playa. Me temblaban las piernas, la verdad. A la primera visión de esta cala mi corazón recordó cuando la vi por vez primera: igual de transparente, igual de salvaje, igual de difícil. Igual de bella .Y desde aquella perspectiva tomé varias fotos, pedí a la chica que me hiciera una de recuerdo y y aproveché para darme la vuelta.  A duras penas salí después de muchas maniobras aunque llena de asombro por el reencuentro y contenta de salir al cruce. Desde allí cogí la carretera en dirección a la Cala de San Vicente. En este lugar mágico me detuve una hora, en Ca La Calma, en el mar del Edén. Me tomé un café y hablé con mi hijo en una video llamada para compartir tan delicado momento. Me lo llevé todo en mi retina, la suavidad de sus olas, el imperceptible concierto de sus aguas, el silencio y la paz. Desde allí giré hacia el oeste. En pocos minutos estaba en el pueblo de San Vicente de Sa Cala. Se encontraba en obras y había mucha gente por lo que me fui enseguida. Salgo de nuevo a la carretera de montaña. Por un momento me pareció que iba hacia Comares...Entre pinos y sabinas llego a San Juan de Labritja.  

San Juan huele a pan y a vida. Escucho el dulce alboroto de los niños en la escuela. Es un pueblo pequeño, partido en dos por la carretera pero lleno de encanto. Acude Olías a mi memoria. Aparco cerca de su iglesia. Un gato negro duerme la mañana en la misma puerta del templo. Está cerrado, aunque los soportales y la puerta principal están accesibles. Puedo hacer una foto del altar a través del cristal. Es una iglesia del Siglo XVIII, pequeña pero preciosa, como todas las iglesias ibicencas.


Me siento un rato en el bar, hablo con un señor mayor, algo más viejo que yo, sobre el nombre del pueblo y de la zona: Lebritja. San Juan es la capital del municipio, de población muy diseminada, pero con una encanto que me hace prometer el volver algún día...

 Después de seguir una ruta dura y serpenteante, llegué al norte de la isla: llegué a Portinatx. Lo recordaba de otra manera. Ni siquiera bajé a la playa. Empezó a correr un aire más bien fresco que me dejaba pocas ganas de descender desde lo alto de la carretera. Aparqué el coche y caminé por todo el mirador observando los cambios, la mella que hace el turismo y las construcciones en el paraje que recordaba virgen... Me puse la chaqueta y cogí un pañuelo para mi cuello. Me quité el frío. Necesitaba caminar después de conducir toda la mañana. Preferí no pensar en el pasado y aceptar que todo ha cambiado, quizás sea yo la que más ha cambiado... Seguro que ya no soy la misma. Portinatx tampoco.

Desde El Garitón poblado de vinagretas, Mariví Verdú

lunes, 20 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. DÍA DE LA MUJER EN IBIZA, por Mariví Verdú

 Mi segundo día en la isla transcurrió entre el hotel y Santa Eulalia del Río. Aún no tenía claro si alquilar un coche o no. La gente suele ir en grupo o en pareja a estos viajes, la mayoría van a las excursiones programadas pero lo mío no va así. Me gusta ir a mi aire, descubrir por mí misma y contar otras cosas. No quiero recuerdos en común nada más que con quien la vida me depare, no con el plan del mundo planeado. Además, si tuviera que esperar compañía, no iría a ningún sitio. Así que tomé el autobús. Por cierto, tiene un horario muy particular y unas costumbres muy extrañas como la de parar a la hora del bocadillo del conductor... Me parece muy extraño que no hubiera refuerzos y todo se detuviera alrededor de un desayuno. Llegó después de una larga espera que disfruté hablando con el chico de la oficina de turismo, una casetilla en la misma plaza donde tiene su primera parada este singular bus de Es Canar. Le pareció muy romántica mi visita después de medio siglo de ausencia y quería saber de mí. También quería contarme cosas de la nueva isla pero le pareció más atractiva la historia antigua y me dejó hablar de aquella Ibiza virgen donde la vida era tranquila en verano y muy tranquila en invierno, donde se consumían productos hortofrutícolas de altísima calidad, criados en las huertas cercanas; carnes frescas de granjas payesas, embutidos y pan caseros. Un lugar donde no se echaba la llave de sus casas porque todos se conocían y los forasteros eran contados y todos trabajadores honrados. De todas formas, la misma conformación del territorio nos tenía aislados y al mismo tiempo protegidos.

Me llamaba la atención que en 1972 todavía se utilizara el traje típico y se vieran con naturalidad por las calles, en particular por la ciudad vieja, las mujeres ataviadas de forma tan característica. Los había de muchas clases, para las bodas y galas de colores y blancos. En cierta ocasión estuve en una fiesta y los vi, tan bonitos, bordados y con adornos de hilo dorado y pañuelos amarillos luciendo en aquellas jóvenes mujeres que tocaban unos crótalos de sonidos secos y huecos mientras daban pasitos muy pequeños en redondo y a compás. Sin embargo, el que yo veía siempre por la calle era el denominado “gonella”. Acompañados en todas las ocasiones, incluídas las anteriores, de unas espardeñas, zapatillas de tela y esparto, estaban compuestos de faldas largas y oscuras con rayas o cuadritos en tonos grises y negros encima de un refajo. Sobre estos faldones, no les faltaba un delantal largo. La parte superior la conformaba un blusón de manga larga y, sobre él, su “gipó”, una especie de chaleco o jubón de tela lisa, bordada o estampada. Cubriendo los hombros y cruzando sobre el pecho, las payesas llevaban los mantoncillos, unos picos negros con flecos o encaje. Todas estas prendas se remataban luciendo en sus cabezas un pañuelo y un sombrero. Llevaban buenos pendientes -a veces colgando de un hilillo del lóbulo- pero nunca faltaba el oro en sus orejas. Iban peinadas con una trenza que anudaban con un lazo. La mayoría de las que vi eran negros, aunque en una ocasión lo vi de color azul. Más tarde me enteré de que era una forma de hacer público el estado civil  de sus portadoras: rosa para las mocitas, verdes para las prometidas, azules para las casadas y negro para las viudas, por lo que la mayoría de payesas que pude cruzarme en mis cuatro años de isla me contaban su soledad. Todas llevaban una cesta de palma aunque las vi también de pleita y algunas portaban canastos de caña. Todo un mundo de recuerdos compartí con el chico de turismo. Me dio un par de mapas y un horario de autobuses para que no perdiera ni una vez más tiempo en la cola...

En el asiento del autobús tuve a mi lado una chica de la Puebla de Cazalla que no paró de hablar en todo el camino, tenía allí a una hermana también, ambas trabajando en la hostelería. La atendí mientras cruzábamos entre el mar a la izquierda y los verdes, amarillos y blancos a la derecha de la carretera. La última parada la tiene a espaldas del Ayuntamiento. Dí un paseo por el pueblo, por su playa y me quedé con las ganas de subir a Puig de Missa. Y pensé: yo no he ido a Ibiza para quedarme con ganas de nada. Era el Día de la Mujer y una pequeña manifestación se estaba gestando en la puerta del Consistorio, en la Plaza de España. Estuve allí, haciendo acto de presencia y me senté en el Royalty a tomar una cerveza. Allí lo decidí. Mañana tengo coche.

Tomé la combinación de vuelta que me llevaba al hotel para llegar a hora del almuerzo. En el local de enfrente, un Rent a Car, reservé un coche para el día siguiente a las nueve y media de la mañana. Salí haciendo planes para aprovechar la libertad que otorga poderte desplazar adonde quieras. Preparé una ruta. Quería subir a Portinatx. Lo deseaba. Comí tranquila porque hambre que espera hartura no es hambre ninguna... Por la tarde estuve con mi compañera de habitación y una amiga de ella tomando café en una terraza preciosa, llena de gente guapísima pero echando de menos mi objetivo. Me había echado al equipaje la caja de acuarelas y un bloc para pintar, mi diario y una libreta para mis ejercicios de francés. Y allí estaba, gastando mi tiempo en escuchar hablar de temas que me traían sin cuidado. De no ser porque corría una brisa agradable y mis ojos iban libres a la belleza que nos rodeaba, habría salido corriendo a los cinco minutos de acabar mi café. Me juré no volverlo a hacer. No sé lo que los demás valoran su tiempo pero el mío es oro. 

 Tengo que ir a París, quiero ir a París, no se puede conocer la Costa Azul, Montpellier, Avignon o Lyon y no haber visto con mis ojos correr el Sena por sus puentes bellísimos ni disfrutar de la historia contenida en El Louvre...

Me fui a dormir como el día que hice la primera comunión... Para que pasara pronto la noche. Para no pecar.

Desde mi casa ya, a dos semanas de Ibiza, dejando abierta la espita del recuerdo, Mariví Verdú

domingo, 19 de marzo de 2023

LA FAMILIA CHAPARRO EN EL RINCÓN FLAMENCO DE LAS CASTAÑETAS, por Mariví Verdú

 

Ayer fue otro de esos días maravillosos que nos brinda la Peña Flamenca “Rincón del Cante” de las Castañetas. Después del exquisito almuerzo y junto a la excelente afición que caracteriza a sus socios y simpatizantes, tuvimos el gusto de disfrutar de la actuación estelar de Los Chaparros, padre e hijo. Totalmente emocionante todo lo que hicieron, uno con el alma en la boca y otro con el corazón en los dedos, emocionante todo lo que provocaron a sus devotos espectadores, unos con los ojos húmedos, otros con los olés a punto de labios y todos con las manos rotas en aplausos.

El Niño José, nieto de Domingo el del Chaparro e hijo del inigualable guitarrista José Antonio Conejo Vida, antes “Niño de Chaparro”, nuestro “Chaparro de Málaga” luego y ahora padre de José de Chaparro... Era de esperar. Criado en una casa de amor y rodeado de un mundo flamenco que giraba alrededor de las manos benditas de su padre, el niño tenía que salir bueno, flamenco y estudioso como él, tan constante, tan perseverante y tenaz, tan aplicado a su guitarra y tan sabio. A Chaparro padre le hubiese gustado cantar pero ahora lo tiene todo en su hijo. Me alegré también de ver a Mari Paz, la madre abnegada que tanto ha entregado por ellos. Hacía mucho que no los disfrutaba de cerca a los tres y  demasiado que no gozaba del arte de ese padre y de ese hijo que ayer nos deleitaron con su buen hacer.

Jose de Chaparro comenzó cantando el polo, luego siguió con malagueñas, Piyayo y hasta nos hizo una saeta que dedicó a Paco, socio de la entidad que ha muerto hace muy poco. Nombró con agradecimiento a Gregorio Valderrama, allí presente, presentador junto a Joaquín Cabello “El Quini” del acto flamenco, y continuó por granainas. Al terminar tuvimos un intermedio para que los socios -que no se habían movido de sus sillas- pudieran expansionarse unos minutos. Entre los asistentes estaban José “El Niño de las Castañetas”, Miguel Vergara “El Pibri”, Antonio Carvajal “El Boli”, Fernando Zambrana "El Chamariz" -uno de los fundadores de la peña; Lidia Vergara Santaella, alumna de guitarra de Juan Moreno, presidente de la entidad. Que me perdone aquel que no nombre porque allí había mucho arte reunido.

En la segunda parte hizo cuatro temas de José Manuel Ruiz Rosa “El Chino de Málaga”, temas suyos que no fueron grabados por él y de los que solo existe la maqueta. Fue muy emotivo. No tomé notas y la memoria empieza a fallarme por lo que puede que haya alguna omisión por mi parte pero es involuntaria. Solo sé que a la vuelta del descanso venían los dos con más energía que al principio de la actuación. Cantó el Niño por seguiriyas y tocó el padre por seguiriyas dobles que me dejaron temblando en el asiento. Como yo, llorando, habíamos más de uno. Se las dedicó a su tito Luis Santiago Amador “Gitanillo de Vélez”, a quien tanto queríamos, dándole las gracias por todo lo que le enseñó, así como haciéndonoslo recordar como maestro que fue y grandísima persona.

No me puedo explicar cómo después de cantar esas seguiriyas tan tremendas pudo acabar por bulerías, pero lo hizo. Lo hizo y siguió con una tanda de fandangos que fue recordando a los grandes creadores hasta que dieron por finalizada la actuación después de haberse puesto el sol...

Los abrazos, fotos, saludos y reconocimientos a los artistas fue extenso. Como grandes que son, dedicaron tiempo a relacionarse y atender a su público, entre los que cuentan con verdaderos amigos y admiradores del talento creador del padre a la guitarra y de la nueva cantera que tenemos en el hijo. Abrazos y mas abrazos emocionados a quienes conozco de tantísimos años, tantos como el tiempo de admiración. Ayer por el padre, hoy por los dos. Una vez salieron por la puerta y todos agradecíamos el privilegio de haberlos disfrutado, subieron casi todos los artistas allí presentes y se hicieron sus cantes con Juan Moreno a la guitarra. Quiero destacar entre todos la actuación de “Niño de las Castañetas”, a quien conocí en la etapa donde fue presidente nuestro recordado Alfonso Muñoz Mancera, y la de “El Boli” que dio un paseo por Cádiz con muchísimo arte y nos hizo recordar de nuevo al Chino de Málaga por tarantas y otras creaciones del artista malagueño.

Gracias al Rincón del Cante de Las Castañetas por acogerme, a mí y a mis amigos Juani Soler y Ana Morillo, y a todos los que me han acompañado en las distintas visitas.
Porque la Peña es chiquita, es sencilla y humilde, es, como reza en su nombre: un rincón, pero cada vez que he ido me parece que crece, que se vuelve más acogedora, más luminosa, más flamenca. Gracias a cuantos lo hacen posible. Por cierto, la fideua estuvo exquisita. Habrá que repetir...

Desde este día de San José, soleado domingo de marzo, con el flamenco por bandera y dando gracias a la vida, Mariví Verdú

*Por cierto y hablando de Josés... ¡Muchas felicidades a todos, en especial a los dos Chaparros. Y hablando de Banderas y de sagas con arte... ¡Muchas felicidades a Juan Bonela porque ayer cumplió 91 años!

viernes, 17 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. VOLVER A IBIZA, por Mariví Verdú

Desde finales de los setenta no había vuelto a Ibiza. Regresar después de tantos años al lugar de tus más amorosos recuerdos ha sido conmovedor. Y lo ha sido más aún recordar in situ el lugar donde cumplí mis diecinueve años, mis veinte, mis veintiuno y mis veinticuatro...mi vieja casa, sagrado lugar donde nacieron mis hijos, donde experimenté por dos veces la misteriosa gracia de la maternidad, de multiplicar mi vida y mi muerte con exponentes dobles, de sentir como corrían ríos de leche por mis senos vírgenes, de complacerme en ese olor dulce y gratísimo de los frutos de mi vientre... También fueron los viejos rincones de mi llanto juvenil, tanto desencanto y traición, tanto quebranto... allí quedaron para siempre trocitos de mi alma, aquella a la que le rompieron los sueños. Sin embargo, he vuelto sin acritud y no he permitido que nadie rompa la magia del encuentro, hallándome de nuevo en un estado que solo se alcanza después de renacer, ave fénix de mi corazón.

Aquellos pedazos de mi alma que quedaron por entonces en las Figueretas los he hallado bajo las savinas de Cala Nova, en la arena blanca de Es Cavallet y en los amaneceres de Es Canar; respirando aire marino, azul y penetrante, esencia de pino y yerbas nobles, empapándome de su blancor salado, alcalino y  limpio. Y me he reconstruido. Vuelvo completa, íntegra, fuerte y ya no permitiré que nadie me vuelva a romper los sueños. Desde luego, si fuera inevitable el volver a esparcirme, que sea en un lugar tan hermoso como Ibiza. El ansiado encuentro con la isla querida ha tenido lugar con mis ojos limpios por el llanto de tantos años de lágrimas y predispuesta a no dejar a nadie decidir, hurgar o presenciar cada decisión, sensación o cita con mi pasado. Y todo ha sido verdaderamente mágico. He mojado mis ojos con sus aguas cristalinas, dibujado con mi mirada sus bordes, sus calas  y sus playas, ese contorno privilegiadamente accidentado... Se adelantó la estación de la primavera y un sol radiante me ha acompañado. ¡Qué sagrada concesión me ha hecho la vida! Y por añadidura: todo el campo estallando de vida.

Sé que los sentimientos pueden ser indescriptibles, pero ahí está mi oficio. Y mi voluntad.  No llegará a ser un cuaderno de viaje, tampoco un diario íntimo, pero serán las dos cosas y algunas más: confesiones, recomendaciones encuentros y despedidas. Sí, voy a intentar contar la historia de una semana, tan corta como un suspiro y tan larga como media vida, en una serie de capítulos tan largos como me dé de sí el tiempo y tan intenso como me dé la gana. Lo haré para que aquel que quiera leer este testamento de papel, de pantalla de móvil -o de monitor donde verme en grande-, este archivo que llega directamente desde mi corazón. Quiero que el que lo desee pueda sentir un atisbo de cuanto ha sucedido conmigo y con ella, Ibiza, la isla de mis sueños. Desde luego, si pueden viajar y sentirla en sus propias carnes, será maravilloso. Será su experiencia. Mucha gente la tiene y se la guarda en su memoria en el álbum que pocos ven porque no tiene modo de compartir. O ganas. Espero que las mías me acompañen hasta el fin de mis días.

Llegué el martes después de un vuelo agradable desde Málaga. Viajé con el IMSERSO, ese medio que tenemos los mayores a nuestro alcance y que puede disfrutar todo aquel jubilado o pensionista que lo desee. Pues todavía hay gente descontenta... Bueno, yo estoy agradecida por tener esta posibilidad de viajar y salud para poderlo realizar. Me fui sola. Iba en ventanilla en la fila 14. Ver Málaga desde lo alto es algo a lo que estoy acostumbrada. Por algo vivo en El Garitón y diviso mi bahía como cualquier pajarillo. Salimos a las doce y veinte y dando la una ya se divisaba tierra después de cruzar el trocito de Mediterráneo que nos separa del Levante. El mediodía estaba claro, soleado, y se dibujaba la isla como en el mapa pero viva y con infinidad de matices: una gama inmensa de verdes y turquesas, de ocres, celestes y blancos. En menos de una hora estábamos aterrizando. Momentos antes, desde mi ventanilla pude ver como ven las gaviotas la vieja fortaleza de Dalt Vila.

Nada vi cambiado en el aeropuerto, yo diría que poquísimo. Situado al sur, tuvimos que atravesar media Ibiza en autobús por variantes que no existían entonces ya que todas eran viejas carreteras comarcales.  Cruzamos por el Este dejando a la derecha Playa d’en Bossa, pasando por San Jorge -sin perder nunca el mar a la derecha-, pasamos cerca de mi antiguo barrio, vislumbramos la ciudad y su puerto, y continuamos por la PM810 hasta cruzar Santa Eulalia del Río y a pocos kilómetros alcanzar nuestro destino: Es Cana. Voy a omitir incidencias mundanas como el que me rompieron la maleta o que en el avión me tocó al lado un callo malayo, sin embargo contaré todo lo agradable que me ha sucedido, si tiene nombre, su nombre, y si tiene nombre y apellidos... Su nombre y apellidos. Soy libre de hacerlo y lo haré. El hotel donde me albergué me pareció estupendo por la simpatía y eficacia de sus trabajadores, por su estratégica situación y por la calidad de su servicio. Por eso voy a nombrarlo. Se llama Ereso y, si puedo, volveré en otra ocasión.

Nos esperaban con el almuerzo servido. Dejamos el equipaje en recepción, me lavé las manos y me relajé. Había comida para elegir y me esperaba una habitación confortable y una ducha reparadora. No salí hasta bien entrada la tarde. Paseé por aquel hermosísimo paseo marítimo esperando el milagro: la última luna llena de este invierno. Y nació desde el mar. Ascendió por los cielos con la parsimonia que parecen tener los astros lejanos, apagando luceros a su paso, derritiéndose dulce sobre el mar, dibujando un camino, rielando con luces de oro el espejo nocturno de marzo. Observé el cuadro con recogimiento: una inmensa luna y un mar luminoso donde se contorneaban islotes como el Tagomago y el conjunto de Es Canar, todos perfilados de luz.

Estar en Ibiza supone para mí un reencuentro conmigo misma, con los mejores años de mi juventud, con los momentos más tiernos e importantes: la experiencia de ser madre, la de haber creído en el amor como algo que duraría toda la vida -resuena Everlasting Love en mis oídos_ y con la de haber vivido varios años antes de ahora en el otro paraíso.

Regresé al hotel y dormí como una bendita.

Recuerdo del martes, 7 de marzo de 2023. Desde mi habitación, apoyada en mi cabecero de Es Vedrá desde la Torre des Savinar, Mariví Verdú

*La primera foto está tomada desde la ventanilla del avión. Ambas son mías.


lunes, 6 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. LA UTILIDAD DEL INSOMNIO, por Mariví Verdú

 A veces el insomnio no es tan malo como dicen, me  basta con hacer balance del trabajo realizado a altas horas de la madrugada para darme cuenta de cuan productivo ha resultado. Más de la mitad de mi creación poética ha nacido en horas intempestivas partiéndome el sueño por la mitad. No soy totalmente consciente de cuánto le habré robado al sueño pero mucho, muchísimo. De hecho me sigue ocurriendo y ahora con doble motivación, la de siempre, inexplicablemente útil, y la que se le achaca a la edad, esa que nunca se conforma y avanza inexorablemente hasta la extinción total de mis neuronas. La verdad es que no he entendido nunca que nos pasemos durmiendo un tercio de nuestra corta vida. Y sigo sin entenderlo por mucho que me expliquen que es una forma de recargar las pilas, borrar lo superfluo y poner a punto la maquina. Es tan bonito ser consciente, disfrutar de lo afortunado que somos por existir aunque nos toque llorar o maldecir de vez en cuando...

Durante muchos años me gustó la noche para salir y disfrutarla. Eran tiempos de mover el esqueleto y de sufrir mucho en la continua guerra juvenil del amor y las hormonas. Una guerra que dio comienzo desde que caminamos erguidos. Yo creo que mucho antes, tal vez desde que dejamos de ser anfibios. Ay, si viniésemos al mundo con un manual bajo el brazo, tal vez sería distinto y maduraríamos sin tener que pasar por una somanta de palos. La otra opción, la de meterme en una cámara donde preservarme de los avatares de la vida, nunca fue conmigo. No nací para convento ni para yugo alguno ni tuve nunca miedo al fracaso. Aborrecí desde chica la pobreza mental pero tuve que batallar desde siempre con la económica. Ser positiva me ayudó mucho a ver el vaso medio lleno pero el desencanto de tanto vaso vacío me convirtió en una pesimista e hizo de mí una mujer de carácter fuerte, estoico, podría decirse que indolente a no ser porque aún siento el alma. Me duele. Pasar apuros en la vida y seguir en la brecha sin haber perdido el poder de sonreír a la adversidad, me enorgullece. Ir al paso de la vida capeando temporales, forja caracteres. Ser mayor, haber sobrevivido en este mundo, le concede a una un crédito más importante que cualquier titulación. Estoy preparada para todo, diría que incluso para organizar la economía del país. Lidié con la miseria y aprendí técnicas que me río yo de la facultad y de los técnicos. Estoy a punto para tomar la recta final, para conducirme a meta sin titubeos y dando gracias por cuanto he aprendido en el trayecto. Soy una privilegiada.
 
Antes de sentarme a escribir han pasado por mi cabeza muchos recuerdos, todos con nombre y apellidos, mis almas queridas, unos sin cuerpo ya y otros vigentes sufridores del mundo. Todos son ejemplo de vida, por todos siento un profundo respeto y me parecen dignos protagonistas de útiles manuales de aprendizaje. Empezando por los que tengo más directamente unidos a mí, modelos de superación, y pasando por cuantos han aportado su trabajo, su talento y su sabiduría al bien de la humanidad. Todos ellos me importan, me han dado ejemplo, me dan ejemplo. De muchos recuerdo su voz. Algunos me alegran con su presencia y espero con ganas el momento de encontrarnos porque un abrazo de mis héroes me transmite energía para seguir en la brecha.

Y mientras el tiempo pasa, pasa la noche. En menos de dos horas estará el sol en el cielo. He dormido poco pero he estado a gusto delante del ordenador y de mi corazón. Y aunque nada  parece estar cuando se necesita, lo bueno siempre llega a punto. Precisamente ahora me está entrando sueño y voy a hacerme caso. Hacernos caso es tan importante... Y lo bueno que es saber que todo está en nosotros mismos: la capacidad de adaptación, el poder de superación, la optimización de prioridades, la humildad, la empatía, la voluntad, el esfuerzo... Aunque el proceso vital es individual, parece que no sirve ni se aprende de unos para otros, no es así. Es un deber del que sabe, enseñar al que no sabe. Guardarse cualquier conocimiento es un delito. Lo que ocurre es que pocos se ven en el espejo de otro y nadie escarmienta si no lo ha experimentarlo en su dolor o en su placer.  Recomendaría algunos manuales interesantes pero hoy no es el momento de dar pistas. Hoy es mi momento, el que le robo al sueño. El tiempo de mi insomnio que doy por concluido.

Desde El Garitón, levemente iluminado por la última luna casi llena de este invierno, a 16º del signo de Virgo, aprovechando mi desvelo.


miércoles, 1 de marzo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER: CARTA A MÍ MISMA, por Mariví Verdú


 Hoy me siento a escribir después de muchos días sin ánimo, después de tres semanas enferma y atendiendo solo a las necesidades fisiológicas y a los horarios de las medicinas y del sueño en una urgencia de recuperar la salud, bien tan estimado al que tanto descuidamos y al que solo echamos en falta cuando lo perdemos. Por fortuna, los medicamentos hicieron su parte y este hogar alto y alejado del mundo ayudó al milagro de la recuperación. Hoy, por fin, tengo ganas de hilar algunas palabras para poder contar mis sentimientos.

En la última clase a la que pude asistir en La Térmica antes de mi recaída, la profesora que cuida nuestras emociones nos invitó a escribirnos una carta como si se la escribiéramos a un buen amigo y decirnos en ella todo lo que necesitaríamos escuchar de nosotros mismos... Es una tarea difícil por fácil que parezca. Nunca se me habría ocurrido escribirme una carta a mí misma, lo había hecho a mi madre, a mi hijo y a dos grandes amigos después de morir, a los enfermos de COVID (hoy publicadas en el libro “Cartas que curan”) y a gente querida con destino terrenal pero decirme cosas a mí sobre mí misma me resulta extraño porque no sé si dirigirla a mi conciencia, esa que parece pertenecer a un guardia civil autoritario que no me deja escaquearme y que me cuestiona hasta los sueños, o remitirla a la otra yo que murió hace tiempo y es la sombra que me habita. Tal vez se la escriba a la niña perdida que vive en mis ojos y que todavía disfruta de ingenuidad, esa tontorrona inocente como flor de almendro.

Aunque después de meditarlo y, a decir verdad, creo que toda mi vida -que es más de la mitad vida literaria- ha sido una larguísima carta, una interminable confesión en voz alta sin otro objetivo que el desahogo y la autocompasión, porque mi palabra no esperó nunca perdón, no tuvo ningún propósito de enmienda ya que cumple la inacabable penitencia de la vida, esa que compartimos todos los seres humanos en cualquier estadio que se encuentre y es ciclo obligado e inevitable. La palabra de mi incansable soliloquio canta emociones, examina mi conciencia y, para no estar sola, pretende acompañar al prójimo en este extravío que tenemos desde que llegamos al mundo. A veces pienso que debería quererme más, oírme más, dedicarme más tiempo al envoltorio, al cuerpo y a la apariencia y más tiempo a oírme el alma, esa que salió contestataria, inconformista y dubitativa, pero  de la primera me importa un rábano, me es igual estar bonita o fea, gorda o delgada, arrugada o lisa porque lo único que me importa es la Mariví interior, esa que  está aquí para dar gracias, para sentirse viva en la creación y en la contemplación de lo creado.  Bien sé desde niña que soy tan mortal y vulnerable que cualquier día diré mi última palabra y ahí se quedará mi historia congelada, ahí dejaré de salir en las fotos y de sentir el aire, las luces de la noche, el imperceptible y fino olor de las violetas y dejaré para siempre de paladear el infinito dulzor de mis moscateles. Tendré que decir adiós  a la tristeza, adiós a las lágrimas, excipientes de la vida; me despediré del tímido sexo de la higuera, del rojo y redondo fruto del madroño, del papel de seda de los jazmines muertos... Pero también me llevaré la satisfacción de quedar en la sonrisa de mi hijo y en la ternura de mi nieto, en algún poema impreso y en alguna coplilla por el aire.

La verdad es que no quiero escribir una carta de despedida y cierre, quiero decirme cosas hermosas como diría a esa testigo que ha vivido de mi aliento cada día desde que nos pariera Victoria con dolor un agosto de 1953 frente al mar, en aquel hospital por dónde anduvo el corazón de Lorca y el de Prados cuando aún vivían y veraneaban versos. Quiero darme las gracias por habernos equivocado tanto, por tolerarnos tanto, por habernos caído tantas veces y seguir erguidas, caminando, usando la misma sombra. Aún así estoy escribiendo una carta testamentaria, un texto donde decirme que todo me está esperando, que la vida y el éxito me esperan a la vuelta de la paseada esquina del fracaso, que mi palabra no sobra en el universo ni mis horas empleadas en pintar, bordar y sufrir han sido en balde; que tengo que mirar por mí y dejar al guardián que me comparte sin sus atributos represivos. Quiero quedarme bajo mis sábanas calientes sin que el cabo Furriel me ordene levantar como un despertador viejo e incómodo; quiero enterrar los hábitos y volver a tratarme como recién nacida, vivir a golpe de ganas, nadar a voluntad en el mar de mis sueños. Quiero quererme lo bastante para seguir siendo el eslabón que una corazones partidos empezando por el mío que anda olvidado en el mismo cajón donde guardo las libretas rojas.

Quiero seguir siendo la palabra que nadie dice, un cobijo para desesperados, un hombro para suicidas, la boca que bese a los desdentados y enfermos de halitosis. Quién fuera el espejo donde se vieran los niños ciegos, ese silencio lleno de música que a veces me visita, ese agua de lluvia placentera para los campos secos, ese rayo de sol que incide en el banco donde se sienta la vejez sin esperanza, esa mano enorme que parara las guerras... Debo quererme para seguir hablando porque el mundo será mucho menos redondo si me callo.

Y para despedirme de esta carta a mí misma solo podré hacerlo con un abrazo a la vida lleno de agradecimiento, fundirme con la gente de buena voluntad, con la luz del sol, con toda la plenitud que siento desde mis adentros hasta el inmenso cosmos...así de grande.


Desde el plácido y soleado primer día de marzo, Mariví Verdú

Foto: Pedro A. Durán
Puente de Los Llanos, Arenas de San Pedro (Ávila)

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...