martes, 31 de diciembre de 2019

ADIÓS 2019, YO NO TE GUARDO RENCOR, por Mariví Verdú

 ¿Cómo es posible que sea tan injusta a la hora de hacer balance del año que se acaba? ¿Cómo puedo mirar tan negativamente a dos mil diecinueve y tenga una percepción tan triste de un tiempo que de nada tiene la culpa mientras espero que dos mil veinte sea el que solucione esta visión oscura de la vida? No soy justa con lo que vivo porque ha sido y es un privilegio desde el principio. Nacer de unos padres bondadosos, atentos, educados, sanos y con el suficiente coraje para haber encauzado su vida y sobrellevado con tanta dignidad su vejez aceptando por fin la muerte como solo lo hacen las personas que tienen el corazón limpio; haber conocido el amor, disfrutado del calor de una mirada, de la ilusión del enamoramiento, de la calidez de un abrazo... Haber sido madre, sentir la ternura de unos hijos que crecen y se van yendo de tu lado para ser otras personas, otros hombres, otras vidas que te siguen importando mientras vivas y más allá de la muerte...

Poder hablar, sentir, comer, degustar, paladear, escuchar, oír, entender, escribir, mirar, ver, tocar, acariciar, oler, oler, oler... He estado cuatro meses sin olfato y entre los azules intensos de Xauen regresó el don entre esencias de canela y almizcle... Ahora , que vuelvo a disfrutar el sentido del olfato ¿cómo puedo quejarme de 2019...mi querido tiempo pasado. Si desde enero que estuve con mi  nieto y mi nuera en el Refugio de Juanar hasta que en diciembre vi recompensado mi trabajo flamenco recibiendo todos los premios del Concurso Internacional de Letras Flamencas “Hijos de Almáchar” solo he tenido en mis manos la ternura de una niña que se llama Emma a la que procuro cuidar como a mi alma: No he dejado de cultivar rosas que aun en diciembre no paran de nacer y tomateras que todavía siguen dando tomates como si estuviéramos en pleno verano. Tampoco he parado de pintar, de dibujar, de coser, de crear cosas de la nada con mis manos. He sido oficiante de una preciosa boda, he disfrutado de fiestas y de amigos y cada semana de mi nieto  Daniel y de sus padres, del calor de su hogar y del hermoso placer de verlos unidos. Mi niño y yo hemos cogido madroños, hemos hecho buñuelos, hemos jugado a recordar tiempos de sombras chinas en la pared...

He despedido a dos grandes amigos: Eugenio Chicano y Clotilde Vega, en paz descansen los dos, pero, como han sido personas que quedan en la memoria colectiva, no han muerto del todo. Ellos siguen vivos en mi corazón. Agradezco a Eugenio que contara conmigo para su “Aguatintas por seguiriyas”, todo un honor, y a Toti por su espléndida amistad y propiciar la de Marcos Ana de quien conservo bellísimos recuerdos. Todo un placer haber contado con ellos en este mundo que es el único que conozco.

También he logrado reunir algunos amigos que andábamos apartados, juntar a otros más cercanos en mi cumpleaños disfrutando de lo que tiene de hermoso la amistad. Y hablando de amistad, estas palabras que acaban de hacer balance de mi 2019 van dedicadas a mis amigas del colegio “Carmen Polo”, amigas de corazón, porque gracias a ellas puedo sentir la infancia como un don; a quienes han tenido tiempo esta tarde para dedicarme palabras cariñosas y buenos deseos; a quienes han preguntado por mi salud ¡vaya dolor puñetero! y a los que, aunque sea una vez al año, tienen la bondad de compartir abrazos. 


A las violetas de mi madre.
Al Belén de croché mi madre.
Al dulce recuerdo de mi hijo, de mi padre y de todos mis tíos que hacían la Navidad Navidad.

Y a mi gata.

Despidiendo 2019 desde este Garitón abierto, Mariví Verdú.

domingo, 29 de diciembre de 2019

POSTALES NAVIDEÑAS, por Mariví Verdú

Un año más llegaron por correo ordinario las felicitaciones que no me faltan cada navidad -qué sea por muchos años-, las de mis amigos Benito Acosta y Evaristo Guerra. Recibir noticias de ellos dos es como confirmar nuestras vidas, reafirmar la amistad y fortalecer los recuerdos. Evaristo en su oficio de la alegría y Benito en su canción de cuna para los niños de la Amazonia son dos alas que necesito para seguir volando. Muchas gracias, amigos.

Desde que las redes sociales invadieron nuestras vidas y, haciéndonos flaco favor, nos facilitaron los botones de risa y llanto, los likes y los bloqueos, la inmediatez de la tecnología, la forma tradicional de comunicarnos cuando estábamos lejos, esa privadísima e inviolable correspondencia epistolar, las maravillosas cartas con su remite y su sello quedaron para la historia.

Es bastante complicado mantener ensartada la hebra de hilo que eche el hilván que llamamos amistad, con según qué personas, imposible. Y más difícil aún es bordar el punto de sombra, ese que nos empeñamos en llamar familia y que no tiene ni la más remota idea de quién eres pero se mantiene forzadamente aún siendo los más desconocidos. La soledad del hombre es una de las constantes universales. No sé si esto lo decía Einstein, Camus, Benedetti o lo acabo de inventar yo. Creo que he sido yo pero ya me da lo mismo.

Mientras vivió mi querido Guillermo Narbona no me faltó ni un solo año su felicitación. Otras navidades he tenido en mano la de mi amigo Rafael Alvarado así como el intercambio de villancicos con Juan Miguel González del Pino y Pilar Bugella. Cuando fui asociación las tuve hasta de los señores alcaldes y demás jerarquías; cuando fui juanbrevista las tuve preciosas, hechas por mi amigo Paco Montoro; cuando fui algo en algún sitio las tuve de directores de banco, del PTA, de pintores famosillos, de flamencos y de pelotas...Ya no queda nada más que lo pasado y todo cabe en tres ¿o cuatro? cajas que pronto daré al fuego para quitarle trabajo a mi hijo que no estará para lecturas el día que me vaya de este mundo.

Aún recuerdo cómo se llenaba de cartas por las fiestas navideñas aquel viejo buzón del portal número 25 del la Plaza del Fuerte, por aquellas fechas cuando todavía vivía con mis padres y mi corazón estaba de una pieza. Conocía la letra de mi tito Paco, de mis primas de Cieza, de La Línea, la de los amigos de la Argentina (sabía cuando escribía Joaquín o Haydeé), de los alemanes (eran amigos de mi hermana que estudiaba alemán por esa época), y hasta de los que vivían en Málaga que también nos mandaban una tarjeta preciosa, mis tíos Federico y María, mis tíos Gabriel y Virtudes, mi madrina Maruchi...y las de amor. Las de amor son un saco y dos cajitas que he de quemar también. En fin, tiempos pasados que ya no han de volver.


Hace muchos años, casi tres décadas, escribí:

Ahora
no  puedo  escribir más que  cartas.
Hojas  del  pensamiento.
Sobres, lenguas... nostalgia.
Etéreas  son
y  van
las  palabras.
Decirlo  todo
sin  oír  ni  decir  nada.
Leerlo  con  tu  voz
y  mi  mirada.
Cartas,  vuelo  blanco 
de  papel
con  alma.

Desde este rincón soleado del monte
al que mi padre bautizó por “El Garitón”
viendo cómo se llena mi sombra de violetas

Mariví Verdú

... la esencia, la flor del tacto, la dulce liturgia de abrir lo que sellaron otras salivas, otros labios...

domingo, 22 de diciembre de 2019

DÍA DE SOL Y BORRACHUELOS, por Mariví Verdú

 Hoy necesitaba sentarme un rato más ante este maravilloso invento, ante mi pantalla preferida, papel en blanco, donde siempre dejo la huella de mi paso. Necesitaba desprenderme de la rima y hacer frases seguidas, tan libres como yo. Aunque sigo escribiendo en papel lo que no publico, escribir frente al teclado va siendo cada día que pasa más natural, más cotidiano, limpio y fácil de ordenar, corregir, renombrar, almacenar... Son las cuatro de la mañana y en pocas horas oiremos el tradicional soniquete de la lotería de Navidad, la cantinela de El Gordo, con sus números y réplicas de premio, con la ilusión de ser buena por generosa porque ser espléndida siendo pobre es una verdadera putada. Nunca te alcanza el bolsillo a paliar el hambre ajena.

En la mañana he disfrutado el sol, ya barriendo jazmines -que parece verano-, hojas de la higuera o de la parra, ya viendo cómo se prodigan las violetas o cómo se entangarillan mis boinas de vasco. Una mañana radiante donde se han disipado algunas penas transformándose en nostalgia, en bellos recuerdos, en añoranza. Estas fiestas tienen eso, nos acostumbraron a que la familia lo era todo pero resulta que no nos enseñaron a vivir sin ella. Y hay que vivir, no queda otra. No puede una suicidarse ante el espejo de esta bahía malagueña. Es, más que un suicidio, un crimen, una injusticia, un desmérito de la belleza.

La tarde la he dedicado a los borrachuelos. Dos manos que parecían una cadena de montaje...¡vamos, vamos, que se quema el aceite! El primer limón del limonero de mi Cristina ha sido para la ralladura, junto con la de la naranja que cogió mi Dani el otro día del naranjillo enano del segundo bancal. La cascarilla de limón que uso para ver la temperatura del aceite, del limonero que sembraron mis hijos Pedro y Cheche en esta casa bendita. La canela, de Xauen; el aceite, de las aceitunas de mis amigos Pepi y Miguel, la receta...de mi madre. Al cante, Nano y la Paquera de Jerez, José Merced y Chano Lobato. Y yo. Yo cantando y estirando masa, haciendo pañuelos, rellenando, friendo, escurriendo, emborrizando y poniendo platos y platos tapaitos con paños escamondaos... Y oliendo a gloria toda la casa. He estado casi cuatro meses sin olfato, no sé por qué, y lo recuperé en el pueblo santo, en la perla del Norte, de donde traje la canela.

Y por si no tenía motivos suficientes para escribir, al ir a colgar este relato, acabo de comprobar con  alegría y orgullo que se han superado los cuarenta mil visitas en Con garbo y flamencura. La verdad es que no necesito hoy nada más. Doliente y de occidente pasa de las treinta y tres mil quinientas...muchísimas gracias, amigos. Cuando creé estos blogs, el primero hace ya doce años, fue para guardar mis artículos que por entonces y durante varios años se publicaron en un diario local. El de poesía, Con garbo, lo creé en 2009, hace ya una década, y no sé cuando puse a los dos el contador de visitas, no fue de inmediato porque he ido aprendiendo sola sus posibilidades, funcionamiento, diseño, tipo de letra, la manera de colgar imágenes...

Esta noche merecía la pena contar porque todo lo que cuento es bueno, agradable, dulce y necesario. Me sobran motivos para descansar hoy en paz. No sé si mañana me tocará la lotería, mi familia me ha regalado tres décimos así que tengo las mismas posibilidades que los demás jugadores. Pero a mí me tocó la lotería desde que nací. Estar viva y sentir el paso del tiempo, sufrir y padecer, amar y reír son la clave del premio. Y el pasado día 14 vinieron los míos y les hice un tajín de ternera que los transporté a las calles azules. Lo serví en la cuscusera que me regaló mi hijo Fernando. Su recuerdo resguardó el calor del guiso. Mi nieto y yo montamos el Portal. ¿Qué puede nacer sino un dios pequeñito de manos tan bendecidas?

Soy mucho más que afortunada. Gracias, papá, por este Garitón que tanto quiero. Desde aquí os deseo unas felices fiestas navideñas, mucha salud y muchas ganas de vivir.
Perfumada de canela, Mariví Verdú.


sábado, 21 de diciembre de 2019

DULCE DE NAVIDAD, por Pilar Zheras.

DULCE NAVIDAD
Borrachuelos
• Harina – 500g o la que admita.
• Azúcar – 150 g
• Vino blanco – 125 ml
• Aguardiente dulce – 100 ml
• Vino dulce – 125 ml
• Anís verde o matalalauga – 1 cucharada
• Ajonjolí – 1 cucharada
• Ralladura de una naranja
• Zumo de dos naranjas
• Aceite de oliva – 175 ml
• Cabello de ángel
En una sartén añadimos el aceite de oliva a fuego flojo e incorporamos el anís verde y el ajonjolí durante medio minuto para aromatizar el aceite. Verter este aceite cuando pierda calor sobre la harina tamizada, junto con el aguardiente los vinos y el zumo de naranja y la ralladura. Amasar y dejar reposar. Después se hacen bolas del tamaño de una nuez y se aplastan con las manos o un rodillo de cocina. Se le añade un poco de cabello de ángel, se cierra y pega con ayuda de un tenedor.
Freír los borrachuelos por tandas hasta que queden dorados en abundante aceite con una cáscara de naranja. Una vez fritos se apartan en un el plato para que suelte el aceite y a continuación se pasan por el azúcar.
La Sra. Carmen se dispuso a hacer los borrachuelos esa Navidad para enseñar a su nieta, con cuidado de que no se acercara al fuego. Como su memoria ya no era tan buena como antes, tuvo que recurrir a la receta que ella misma le había dictado hacía poco tiempo. Mientras preparaba los ingredientes recordó cuando ella era como su nieta y le ayudaba a su abuela a hacer la masa, no necesitaba ningún papel, cada paso estaba grabado en la cabeza de su abuela desde hacía mucho tiempo. Sus pequeñas manos reunieron las semillitas que aromatizaban el aceite, estaban guardadas en la despensa en pequeñas latas, de un año para otro. No la dejaban acercarse al aceite caliente, pero si a la masa templada cuando tenían que darle forma y rellenar con el cabello de ángel, que ella probaba con disimulo. ¡Que dulzura!, ese era el sabor de la Navidad, que tardaba todo un año en llegar, en la que le permitían jugar con un trocito de masa, hacer bolitas aplastarlas y quien sabe que más. No comprendía por qué después ni siquiera la echaban en la sartén, con lo bonita que le quedaba. Cuando la sartén estaba llena de borrachuelos tostándose desprendía un olor que lo llenaba todo, tanto, que había momentos que no cabía el aire para respirar, y el ambiente se cargaba de un vapor invisible que alimentaba con solo respirarlo. Cuando la gran mesa de madera se llenaba con la fuente de borrachuelos recién hechos, los tazones de leche caliente y alguna copita de anís, no había duda: faltaba muy poco para que llegara la Navidad.


Pilar Z. Heras. Noviembre 2019
Premiado en el Concurso de Cuentos de Navidad de Ojén (Mála
ga) 2019

viernes, 1 de noviembre de 2019

CATÓN Y LA REINA DE SABA, por Mariví Verdú

Había que tener necesidad o urgencia para salir anoche. Abandonar de propia voluntad la paz de mi casa la víspera del Día de los Santos debía responder a un motivo importante, a una ceremonia única o al encuentro con el tiempo. No suelo dejar el paraíso tan fácilmente para adentrarme en el manicomio callejero, ni siquiera si mi destino está en una biblioteca, llámese Manuel Altolaguirre o Miguel de Cervantes. Pues lo hice. A sabiendas de lo que me podía encontrar, lo hice. Y fue ayer, que para los idos era un día de colmo. Al subir al coche, un Arosa viejo y conocido que, a modo de burbuja, me transporta a los lugares que le pido -cercanos y sin cuestas, por respeto a sus años- dejé atrás una puesta de sol maravillosa, aterralada, cárdena y roja con toques vangoghnianos que me tentaban a quedarme y  disfrutar de una luna incipiente y su silencio. Pero no le hice caso al ángel de la tarde. Y así salí, convencida de que ahí, en ese atardecer, vivía mi tiempo, tomando, abducida, el camino hacia la querida ciudad cuyo paraíso heredé y del cual dispongo con mi media docena de sentidos.

Llegando a Teatinos, luces azules de la policia, un accidente, un atasco, un colapso sin posible retorno...Y al fin del amargante trayecto de autovía, diviso el viejo barrio, esa bajita y tierna barriada de Carranque que contiene mi aliento juvenil. Rodeé El Fuerte recordando a los viejos amigos que, como yo, tendrán el pelo blanco, o no lo tendrán... no sé dónde están o si se han ido, tal vez vivan perdidos en un mundo de sueños y pesares propio de los apóstatas, de los viejos adoctrinados como yo.  Dejando a mi derecha el Mercado García Grana del 4 de Diciembre vino a mi memoria todo lo que de mí quedó en su aire cuando de niña -hablo de los once, doce y trece años, realizaba la compra  como una auténtica vieja, reconociendo la frescura de los boquerones y sardinas del puesto de Olalla, el aroma del pan cateto de Juanita, los perfumes de la frutería de Los Novios, la calidez de la Huevería Torres y la amplia sonrisa de mi carnicero preferido, en el vértice abierto de la juventud, un tal Pepe que hace unos años todavía tenía un puesto en el Mercado de Bailén...

Aparqué a la derecha del Bar El Dorado, justo donde tenía un jardincito cerrado que nos acogía maravillosamente a los jóvenes de entonces. Me acordé de sus dueños, amigos míos los cuatro, ya jubilados los cinco, y comencé a bajar caminando hacia la Cruz del Humilladero. Recordé a mi último novio y al primero. Y sentí en mi cara un soplo de aire fresco junto a una paz inusitada.

Al doblar hacia Calle Gerona y chocar con los primeros seres humanos de carne y hueso, el aire se enajenó y sentí algo así como un ataque colectivo de no sé bien qué enfermedad pero había niños muertos, madres de blanca palidez sin música y bares rebosando de hombres con los pies tan pequeños como la cabeza. La tristeza se hizo carne con la presencia de una chica de no más de cuarenta años, bolsa de basura en mano, con unas ojeras pintadas sobre las propias, un gorrito de bruja y una impotencia tan horrorosa que Halloween era ella misma: algo sin convicción alguna, sin historia, directa al precipicio y al olvido. Ella era el mundo.

Ir sola y oír a tu alrededor es la misma cosa. Escuché conversaciones de todo tipo, algunas tan poco atractivas que sentí unas terribles ganas de huir del mundo que habitaban estos seres donde resulta que todo me resultaba extraño siendo mío, de todos y único.

Y al fin, la Biblioteca Manuel Altolaguirre. (De las dos que conozco prefiero la de Benalmádena, recibo un trato más campechano.) Y como no quería llegar tarde, me tocó esperar. Tenía muy claro desde que salí de casa que iba por conocer a Pablo. Pablo Bujalance me conmueve, es hijo y hermano de seres queridos, padre de Irene, compañero de Manuela y un escritor fabuloso. Es bastante puro, aquilatado en verdades, brillante en conocimientos, ágil con la intuición. No sabía muy bien cómo era su voz pero me encontré con una voz cálida, con una abrazo cálido y ante un tiempo para la palabra y el pensamiento.

Este encuentro que han dado en llamar Catas Literarias adereza la palabra con taninos, algo así como vino y tinta o verso divino... Empezamos con un paseo por Acinipo, por Ronda la Vieja, entre zarzas y flores, azules y rojos, violáceos en lunares que vistieron a la cubana Dulce María Loynaz de luz y sangre. Pablo nos leyó un fragmento de este poema, “Últimos días de una casa”, un poema que no tiene fin ni cabo, como las mañanas de mayo y que, como ellas, nos da dimensión de lo eterno.

No sé por qué se ha hecho desde hace tantos días
este extraño silencio:
silencio sin perfiles, sin aristas,
que me penetra como un agua sorda.
Como marea en vilo por la luna,
el silencio me cubre lentamente.

Me siento sumergida en él, pegada
su baba a mis paredes;
y nada puedo hacer para arrancármelo,
para salir a flote y respirar
de nuevo el aire vivo,
lleno de sol, de polen, de zumbidos.

Nadie puede decir
que he sido yo una casa silenciosa;
por el contrario, a muchos muchas veces
rasgué la seda pálida del sueño
-el nocturno capullo en que se envuelven-,
con mi piano crecido en la alta noche,
las risas y los cantos de los jóvenes
y aquella efervescencia de la vida
que ha borbotado siempre en mis ventanas
como en los ojos de
las mujeres enamoradas. (...)


Ya con estos versos podría haberse dado por finalizado el encuentro y las catas y las medias tintas pero había más, muchísimo más: vino en la noche, con voz de Pablo, Antonio Colinas. Más allá de la noche vino Virgilio y su Enéida, el encuentro con el padre mientras la voz se escapaba de su boca y el tiempo no pasaba, permanecía ahí entre los pliegues rosas de la camisa. Y al hilo de este vino de la ruina y la ilusión llegó Luis Rosales y su casa encendida, Chantal Maillard como menguando pero todo lo contrario, iba in crescendo hasta que se hizo un rato de cambio a blanco y en ese pequeño interludio le di un par de besos a Irene y otros dos a Manuela.

Hubiera sido imposible tangir tanto sagrado sin unos sorbos de vino.

Y como de la nada aparecía Ulises de Joyce de manos de Paco García Tortosa, El Rey Lear, de las de Shakespeare,  y la mano izquierda de la oscuridad que nos enseñaba a su autora, Úrsula K. Le Guin. Luego vino más vino y más poesía con Jorge Luis Borges...


¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?

Con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.

En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto

otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.



Y así nos fuimos acercando de puntillas a Frankenstein o el moderno Prometeo para que no se soliviantara Mary Shelley. Y nos dimos otra tregua.

Eso fue antes de que el vino espumoso me llevara a los paseros de mi querido Almachar, un rato antes de que se acabara de llenar el Mediterráneo con agua atlántica y de que mi paisana María Zambrano descubriera el nombre de las nubes dejándome palpitar en un claro del bosque, fue antes cuando fui a darle mi presente a Irene, recuerdos y canciones de Pilar Bugella y de Juan Miguel González del Pino. Le di también un trozo de mi corazón y del de mi abuela Victoria. Y recordé cuando con su edad me presentaron a Chona Madera y cómo todo se queda en el olvido.

Después llegaría el desmadre de Pablo y Albert Camus, no llegaríamos a Ítaka pero andaríamos con Cavafis un buen trecho para acabar suicidándonos con Séneca en un abrazo resbaladizo y largo, metidos todos en la bañera donde habíamos dejado las miasmas de Halloween.

Solo dije tres adioses que eran uno solo. Regresé en una chispa, de un salto estaba en mi coche y de otro en mi Garitón desde donde sueño con volver pero no sé bien si me atreveré algún día. Y aunque todos seamos uno, no todos son Pablo Bujalance.  



Ni Mariví Verdú.

domingo, 20 de octubre de 2019

DUDAS, CORAZÓN Y PALABRAS, por Mariví Verdú

Decía el Dios de la Biblia aquel día de la Creación que duró una semana de miles de millones de años: “No es bueno que el hombre esté solo”. Y después de tan intensa actividad (ya había creado el día y la noche, el cielo y el mar, las plantas, el Sol y la Luna, los peces y aves, los animales...) de un soplo creó al hombre a imagen y semejanza suya y le llamó Adán. Y fue y le sacó una costilla mientras dormía la siesta en el Paraíso y de ella, ya sin soplar ni nada, creó a la primera mujer que existió encima de la tierra a la que llamó Eva. De ahí venimos todos y por eso vino luego “Lucy in the sky with diamonds”-que así llamaran The Beatles a su propia creación hace más de medio siglo-. A mí me costó entender la palabra escrita en aquel libro sagrado que casi nadie leía y que había que creer a pies juntillas. Yo me lo leí de pe a pa, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, por simple curiosidad y también por ver si me encontraba a Dios dentro. Pero fue como un viaje interestelar agónico, lleno de taliones y clavos, de sacrificios y pasiones, de parábolas y de locos. He de decir que los Salmos me parecieron de una grandísima belleza. Entre ellos, o sea, entre el Rey David y Rafael de León, me dieron las pautas a seguir: corazón y palabra.

La verdad es que estuve al borde de la excomunión con solo 12 años, mira que formular  al director espiritual de mi colegio en plena clase de Religión tan incómoda pregunta: ¿de dónde salimos todos los demás? Por aquel tiempo de mi dichosa cuestión yo no tenía ni zorra idea de cómo era aquello del sexo y mucho menos lo de la procreación. No te lo decían en ningún sitio, ni en la casa ni en el cole, ni tan siquiera en la puta calle: era tabú. Hasta los muñecos eran asexuados, lisos, no hacían pipí ni por raja ni por pilila. Pero a mí se me daba muy bien darle vueltas a la pelota y, como los niños venían porque se casaba la gente, solo imaginaba que se casaron los hermanos y eso sí que no cabía en mi cabeza. El cura me llamó aparte después de mi inocente pregunta. Esperó a terminar la clase y me pilló a solas por el pasillo. Le faltó cogerme de la oreja mientras me decía: “Las cosas de Dios no se cuestionan, se creen. Eso es la fe.” Su voz sonó con un tono que yo conocía bien, que se parecía mucho a otras voces, las de todo aquel que mandaba y nos quería adoctrinar de una manera u otra. Entonces, yo que hasta ese momento había visto la transfiguración de la hostia consagrada en un cuerpo luminoso creado dentro de mi cabeza -tenía viva la llama de la fe, supongo-, sentí como todo se apagó.  Y aparecieron otras iluminaciones. Me dio por las Matemáticas, por la Música y por la Geometría y llegué a conocer a  Gaspard Monge, Conde de Peluse (más tarde a José Monge Cruz que ese sí que me volvió loca), a Pitágoras y Arquímides y luego tuve un maestro que me dejaba libros prohibidos. Llegué a leer “Por quién doblan las campanas” y tuve noticias de Prados, Altolaguirre, Juan Ramón y Lorca. Más tarde, gracias a un amigo inolvidable, conocí a Eugenio Tuchenco (yo lo escribo como lo pronuncio pero se llamaba Yevgueni Aleksándrovich Yevtushenko) y leí sus versos. Y unas cosas llamaron a otras y todavía siento la llamada. 

Hace un año y medio conocí a Frank Schubert en persona. Entre los dos amamos la lluvia en el mismo Paraíso.

Desde este Garitón mojado y florido, con mi corazón en vela desde el viernes
Mariví Verdú

El Garitón, 20 de octubre de 2019.

jueves, 17 de octubre de 2019

MI TIEMPO HA PERDIDO LA RAZÓN, por Mariví Verdú

¿Soy una escritora inoportuna o son las musas las que se aparecen a destiempo? No, ellas no pueden ser porque las maté hace muchísimo tiempo a fuerza de trabajo y de desconfianza. Y es que a veces siento una grandísima necesidad de escribir pero nunca me pilla en mi mesa de trabajo, ni delante del ordenador, ni siquiera con papel y lápiz. Ocurre casi siempre a plena luz del día y en la calle por lo que recurro a la grabadora del móvil para dictarme a mí misma lo que, en gran parte, dejo olvidado bajo un número con el que automáticamente nace el archivo.  En ocasiones digo palabras que después, a la hora de transcribir, me suenan incoherentes o vacuas, perdidas o mal hilvanadas, irreconocibles. Siento que han perdido el momento. Y me aburre tener estos arrechuchos, ocurrencias que quedan como trozos de hielo desgajados y a la deriva. Otras veces ni me acuerdo de oírlas. Palabras sin oficio ni beneficio que ni siquiera a mi me emocionan...

La verdad es que, cuando me siento delante del ordenar, escribo. Ay, pero...ilusa de mi: todo es olvido. Creí que nunca llegaría el momento de perder la memoria, que mis entretenimientos y aficiones harían que me durara, como a la mayoría de mujeres de mi familia, hasta la vejez. Todas han alcanzado los ochenta y algunas casi los cien con las cabezas despejadas, leyendo y recordándolo todo como mozuelas eternas. Algunas hasta leían sin usar lentes, hacían croché y punto de cruz, y mantuvieron sus ojos vivos como si el tiempo no fuera con ellas. Sin embargo, a mí no me tocó esa suerte. A decir verdad, sé que me tocó algo pero también lo he olvidado. Creo que lo rompí por el uso y voy perdiendo facultades a la par que pasan los días y sus noches, tan largas como cortas, porque mi tiempo ha perdido la razón. Y aquí ando, las taras van llegando sin pedirte permiso y te van desplazando del mundo apoderándose de tu cabeza y de tu alegría.

Solo con poner un punto y aparte voy a dejar las penas. Oh, suerte de las penas escritas y eternas.

La celestina que me regaló Teodora de Comares está preciosa y se ha convertido en seña de identidad de este patio mío de La Volaera que ve cómo voy cuesta abajo y no puede ayudarme ni moverse del rincón de los cipreses pareados, esos que perdieron su razón de ser y ya no llegarán al cielo. Ay, no te vayas para el poema, Mariví, que eso es pecado. Me lo dijeron en clase de narrativa...¿tú vienes de la poesía, no?... Fue, Cristinita, como decirme: nunca escribirás prosa, para eso hay que olvidar la música.

Últimamente escribo en papel y lápiz algún poema nocturno. Y no sé hasta cuando.
Pero delante del ordenador solo palabras, palabrotas, palabrillas...
Parole, parole, parole,
parole, parole, parole...
Por eso recojo hojas cada tarde. 


Desde El Garitón, elucubrando a las diez en sombra de la noche, Mariví Verdú

*Como es tan de noche, no puedo salir a hacer fotos de mi "Plumbago auriculata" y he cogido ésta de una página de Internet, de Un jardín sostenible. Mañana, si me acuerdo, haré algunas y las compartiré.

domingo, 29 de septiembre de 2019

LA DAMA DE LOS OJOS CASTAÑOS, por Paco Parra

Éste libro se engendró, se bautizó con ron pálido, alguna madrugada de bohemia y amigos. Se aromatizó con vino de Comares, en la calle del agua, en la calle del poeta loco. Lleva sal de la mar de Levante, flores amarillas y gritos de la Tahona, la guitarra cantora de Jesús González, hogueras de San Juan en las cumbres mayores, la llegada de las golondrinas en tus ojos castaños, escalofríos de los Tangos de Málaga, la glorieta de Antonio Molina festejada de palomas, coches de caballos soñados en Arroyo de los Ángeles.

Monte abajo, monte arriba
vienes con pañuelo rojo
rojo de tu sangre misma.

Llevas el duende del arte
María Victoria Verdú
correteando tu sangre.


Con tu voz de agüita fresca
cántanos tus soleares
o lo que a ti te parezca.

Éste libro creció en la calle Gerona, en la Peña Juan Breva y en la santa casa de los verdiales. Lleva lágrimas y emociones, la magia pura de las fotografías, la plaza de Torrijos, saetas, un fandango de Comares, la rosa de México, el Dios del vino y la vendimia, la locura creativa, Málaga siempre, en la nostalgia de los días. María Victoria Verdú, verde de campo, victoria de la poesía, maria en los altares del flamenco, hermosísimamente, tu palabra misma.

Desde el cariño y la admiración que por ti siento, vaya para tu nombre, a tu dulce memoria, este fandango o copla de verdiales:  

El pelo de chocolate
tienes los ojos castaños
y el pelo de chocolate,
tejedora con tus manos
de la belleza del arte.

Comares. Calle del Agua. 
Invierno 2003 
Paco Parra

*Prólogo de "Málaga: límite y paraíso", 
uno de mis libros que, como tantosotros, está condenado a ser inédito.
Salvo del olvido ésta hermosura de texto que escribió mi amigo Paco, solo eso.

sábado, 7 de septiembre de 2019

MARIPOSA DE TRISTEZA, por Mariví Verdú


No hay mejor momento del día que aquel que me permite poner el pie en el suelo después de mi vigilia nocturna, salpicada siempre de sueños y cabezadas, cansada de dar vueltas a todas mis incógnitas y de hacerme promesas de silencio que nunca cumplo. Afortunadamente, la noche acaba siempre en acción de gracias. La primera gracia, por no haber perdido la cabeza a estas alturas de la vida, la segunda, por el privilegio de poder asistir al milagro del amanecer, la tercera, por sentir que mis funciones fisiológicas van tirando de mi y sobrevivo. Podría decirse que mi despertar es un acto puramente egoísta, propio, que no da concesiones ni al amor siquiera, y sería verdad. Lo que pasa es que en todo el proceso no invierto ni cinco minutos porque enseguida me doy cuenta de que solo soy única y exclusiva durante esos pocos momentos, como si en el corto y maravilloso transcurso del amanecer naciera y muriera al mismo tiempo y de mi crisálida solo quedara el camisón de dormir. Unos minutos más tarde, pocos, ni siquiera los ocho que tarde el astro Sol en salir de Santo Pitar, del mar o del filillo de la Serranía de Mijas -según estación del año, comienza mi proceso de multiplicación para dejar allí la mariposa de tristeza que se abandona ante el amanecer. 

Y empiezo a ser mi gente, a sentirme los míos, a ser mucho más que yo misma porque yo soy mis vivos y mis muertos. Porque yo soy el mundo, el solitario ser de la creación que tiene miedo al paraíso y a la cruz. Y sé que lo soy porque por mí pasa la tristeza y la alegría en un sístole y diástole vital, crónico, alucinante y adictivo que me lleva hasta las fronteras de la locura. Que me lleva a escribir y a pintar las piedras de colores. A sembrar cilantro y yerbabuena. A ser niña y olivo, flor de almendro.


Desde este querido Garitón mío donde la vida pasa y queda, Mariví Verdú.

domingo, 13 de enero de 2019

AGUATINTAS POR SEGUIRIYAS: COLOR Y FORMA DE LOS AYES, por Mariví Verdú

Aún no eran las doce de la mañana del día cuatro de enero. Hacía frío en la calle pero en las recachas daba gusto estar. Dejé el coche en Carranque, una barriada que conozco bien, que quiero desde niña. Suelo hacerlo casi siempre que voy desde Alhaurín de la Torre a Málaga aunque a veces lo dejo en Parque del Sur y me paso a ver a mi amiga, la poeta Pilar Bugella. En Málaga centro me hago un lío a la hora de aparcar. De esta manera voy más tranquila, puedo disfrutar de mi ciudad, prestarle toda mi atención. Cogí el autobús de la línea catorce hasta el Ayuntamiento. Desde allí a la Plaza del Obispo hay un paseíto precioso. El Parque resplandecía en verde. La Catedral, en ocre. La Plaza, en gentío. Y caminé diligente hacia el Palacio Episcopal donde me esperaba “Aguatintas por seguiriyas”, la última creación de un pintor excepcional, un malagueño de pro: Eugenio Chicano.

El palacio que la alberga es lugar hermosísimo, en pleno corazón de Málaga, con más de dos siglos y medio de belleza. Me encontré abiertas sus grandiosas puertas, entre mármoles grises y columnas rosas, abiertos sus patios y sus arcos, libre su escalera imperial... A la entrada me atendieron con esmero -que así dejara dicho el autor de las aguatintas- y me hicieron entrega del magnífico catálogo que, a la sazón, ha realizado el Centro de Tecnología de la Imagen de la UMA. Aunque en él se reproducen todas las obras expuestas, no lo abrí de momento. Subí hasta el primer piso y accedí a la primera de las tres salas que cobija la muestra. Quería verla en directo, a eso había ido. Y en ese preciso instante sentí haberme dejado en casa mi sombrero, lo sentí muchísimo porque tuve necesidad de descubrirme. Me di una vuelta sobre mí misma, en redondo, y empecé a desmenuzar, una a una, cada tela, cada golpe de sangre, de luz o de agonía. Y pensé: no se puede pintar así con dieciocho años, no se puede. Sería una anomalía. Pero tampoco se podría pintar de esta manera si no se hubieran cumplido los dieciocho cuatro o cinco veces manteniendo clara la visión y la inocencia, conservando la capacidad de impresionarse, las ganas intactas de ser quien se es pero con todos sus días vividos, disfrutados, dolidos en toda la amplitud de los placeres. No se puede decir lo que nos dice Eugenio  sin antes haber creado los posos necesarios, esos que nacen a base de encantos y desencantos, de recoger todas las formas del canto, del rito, de la levedad de lo eterno en la perpetuación de sus formas más primarias: el grito y la huella de rojo en las paredes. Cogí el autobús de la línea catorce hasta el Ayuntamiento. Desde allí a la Plaza del Obispo hay un paseíto precioso. El Parque resplandecía en verde. La Catedral, en ocre. La Plaza, en gentío. Y caminé diligente hacia el Palacio Episcopal donde me esperaba “Aguatintas por seguiriyas”, la última creación de un pintor excepcional, un malagueño de pro: Eugenio Chicano.


Y así fui pasando por delante de aquellas seguiriyas hechas carne: admirada de tanta hondura, de tanta frescura de trazo, de tanto sincronismo de arte y arte. Junto al cuadro, la letra de la copla que lo inspiró, el nombre de su intérprete y la posibilidad de poderla escuchar al oído gracias al código QR que lo acompaña. Todo un hallazgo de la técnica puesto al servicio de los sentidos, rendido ante dos expresiones artísticas que nacen como una sola de manos de Eugenio Chicano, la Pintura y el Flamenco. Ambas en su manifestación más concreta y afilada, más antigua y doliente, desde luego, con el más estremecedor resultado.

Entre las dos salas que albergan la totalidad de su exposición hay una intermedia en la que puedes sentarte y escuchar al autor con la misma naturalidad que si estuviera en su estudio, como estuvimos muchas veces en la peña el pasado siglo o en alguna taberna amada y desaparecida. Es una grabación en bucle de una hora escasa, realizada en blanco y negro, en la que nos cuenta su vida, sus aficiones, sus vivencias -desde la niñez hasta hace un mes escaso en que se presentó al público su antepenúltimo trabajo- haciéndonos partícipes de los secretos de aquella Málaga cantaora que descubrió de chico, de la Málaga Picassiana a la que perteneció después, de la Málaga Juanbreviana en la que estuvo desde los comienzos. Una forma de conocer la Málaga más auténtica desde la visión de un hombre auténtico. Disfruté con él y lo hice compartiendo el espacio con grandes figuras del cante que, por citar algunas diré que estuve al lado de la de Utrera, de los Pavón, entre Chocolate y Fosforito, cerca de Camarón y Lebrijano... Allí estábamos todos en torno a Eugenio, oyéndole vivir.

Y después de tres horas con los cabales, salí más flamenca y con más luz a la Marina, con más sabor a Málaga que entré. Mientras caminaba hacia la Puerta del Mar recordaba cuándo le conocí, tantos años atrás, lo guapo que era, lo grande que sigue siendo y el arte que ha tenido durante toda su vida, su larga y fructífera vida.

Vaya mi enhorabuena a Ars Málaga y a su director, Gonzalo Otalecu; al gusto exquisito de la comisaria de la exposición, Mariluz Reguero; al Vicerrectorado de Política Institucional de la UMA, a Juan Antonio García Galindo, Juan José Téllez y  Miguel Cabrera y a todos cuantos han hecho posible esta muestra, Aguatintas por seguiriyas, que, se mire por donde se mire, es la condensación de lo etéreo, la plasticidad del quejido, el color y la forma de los ayes.

*Gracias por invitarme a participar de tan grandiosa exhibición, Eugenio, muchas gracias por haber tenido en cuenta a ésta humilde persona que suscribe, la vieja poeta azogada del espejo. Brindo por que sigamos disfrutando tu talento, brindo por tu generosa compañía, por nuestros amigos Paco Montoro y Odile y por la tierra que nos acoge desde chicos. Brindo por la gracia azul que derrama sobre nosotros. 


Cariñosamente, Mariví Verdú.

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...