domingo, 29 de junio de 2008

EN NOCHE DE INSOMNIO, A MORENO GALVÁN, por Mariví Verdú

 
Meditación.- Meditando y transcribiendo en noche de insomnio, con María La Veleña en mi conciencia como una rosa fragante, me doy a la descritura del alma porque así me lo pide el cuerpo 
 
Cuando abrimos un grifo y sale agua, imagino que habrá mucha gente que, como yo, agradezca el ciclo de las aguas: cielo, mar, nube, lluvia, rocío…, que se acuerde del zahorí, del artesano del barro que hace botijos, del constructor de las presas y pantanos, del mundo romano y sus acueductos, de Tomás Gryll, inventor del mecanismo, y de tanta comodidad como brinda la sociedad actual. Por tanto, imagino que, como yo, mucha gente también dará las gracias a todos ellos por el deleite de una ducha o de un trago de agua, por la suerte de las coordenadas donde vino al mundo y, si es creyente, alabará al Dios de la Creación y al segundo de sus días hábiles. Vaya, que si no se piensa y agradece cuando se abre un grifo, debería de salir arena por él, sólo entonces miraríamos al cielo y, ante el miedo, agacharíamos la cabeza y nos meteríamos la altanería en donde nos cupiera. Seguro que comenzaríamos a pensar en todo el proceso que nos ha llevado a este maravilloso estado en el que vivimos por aquí, por esta parte privilegiada del mundo. No estaba equivocado el que llamó a esta tierra Ciudad del Paraíso, ni pizca de loco estaba este Vicente. 
 
 Cuando empiezas a aceptar la época del año que vives y acoges el calor con la misma mansedumbre que el frío, la hoja nueva igual que la caída y arrastrada por el viento; cuando el lenguaje común se torna ajeno al vocabulario que te es propio, cuando no te reconoces ante el espejo y eres más feliz con el silencio que con la gente, es síntoma de que dejas de pertenecer al mundo para empezar a ser tú, a ser la soledad misma, o sea, más nada y por tanto más cosmos y más luz. Vaya, que no sé porqué nos cuesta tantas lágrimas y tantos años alcanzar la conquista que debiera ser el estado natural de los seres humanos: Ser. 
 
Cuando el estado de un alma es reposo o acción precisa, observación y creación, cuando tus ojos presencian cada amanecer confundidos en la luz, siendo parte necesaria de la sombra y por tanto de la belleza del mundo, cuando la paz llega a través de lo cotidiano, de lo insignificante, o lo que es lo mismo, de lo infinito y milagroso; cuando el placer lo proporciona el contacto con los verdes positivos de las pimenteras, con la menuda flor amarilla del tomate, con la inmaculada de la patata y los golpes de cólera vienen provocados por la fecundidad inútil y contaminante del árbol de los dioses, o del mirlo, usurpador y descarado, podemos decir que estamos rozando la gracia plena, el don de los dones, la vida y la conciencia de que te posee. 
 
Cuando los vínculos son cada vez más estrechos con la tierra y menos con la carne, cuando hijos y sangre propia dejan de ser lazos de horca para ser vuelo conjunto, afinidad, amistad y compañía en el viaje; cuando el sexo dice adiós al fuego, a la pira nupcial donde se quema el amor, y dejan de ser la grasa y las feromonas capitanes de tu nave; cuando sientes ajenos los hábitos sociales y, ante el miedo que este injusto mundo provoca, prefieres refugiarte en Talión como único entendedor del mundo y sus habitantes – yo prefería al Cristo, pero él no es ideal para esta sociedad indolente y maleducada, que a Cristo le llama tonto porque ama-; cuando te das cuenta que en tus brazos podrán hacer nido los pájaros en sólo cuestión de segundos, entonces, me siento, y escribo. 
 
Conclusión.- Porque escribir es mi única forma de decir gracias. Describir y desnudarse en una misma y perfecta simbiosis con el alma. Una cita a ciegas con vuestros corazones. Un momento de magia y comunión contigo, lector, que has llegado hasta aquí y no has cerrado ni mi boca ni tus ojos. Y encima sin hacer ruido ninguno de los dos. Gracias. 
 
 Intentaremos dormir un rato. Málaga reluce relajada sobre la bahía en un espejismo de luces de colores. Me gusta así. Es bellísima. 
 
 A Francisco Moreno Galván, allá en los cielos.
 Desde las faldas del monte, entre el Jabalcuza y el Jarapalo, de madrugada, Mariví Verdú

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