domingo, 6 de marzo de 2022

HASTA EL CORAZÓN DE EUROPA, desde el mío, Mariví Verdú

Son las dos y treinta y siete de la mañana. Acabo de mirar por la ventana buscando a esa luna creciente que hoy toca, pero no he dado con ella. En medio de un claro abierto entre las nubes he visto brillar la Osa Menor. Siempre que descubro tanta hermosura, lo verbalizo y en voz alta suelto un requiebro, ya sea ante un almendro, un rodal de violetas o ante la inmensidad de los cielos y sus luminosos habitantes. Me da igual que no me contesten o que me escuche alguien que ande cerca, es que no me puedo contener ante la dicha de estar viva y el placer que me suscita tantísima hermosura. Miro hacia el mar. La ciudad duerme en la orilla intuida donde encuentro, como de costumbre, el parpadeo de la farola, esa señal constante y cuaternaria que me dice que estoy donde tengo que estar. Observo que ha bajado bastante la contaminación lumínica. Aquellas viejas ascuas, que antes reverberaban intensamente sobre el agua de la bahía o en el fondo dormido de la hoya y que subían, despegando y singularizando, hacía los montes, se han vuelto pequeños píxeles, corpúsculos dorados, amarillos, anaranjados o blancos que se agrupan y donde destacan algunos puntos, pocos, celestes y rojos. Vivir sobre un monte y dominar con la vista este horizonte tan querido tiene la ventaja de sentirse alejada y cercana a la par, de estar fuera y a la vez dentro de algo más grande que la propia ciudad, la misma que me vio nacer y que tal vez no me reconoce después de tantos años de ausencia. La ausencia es una moneda de cruz triste pero tiene la cualidad de presentarnos su cara amable, precisa, inteligente, una forma nueva de la nostalgia que agudiza los sentidos y hace amar con más intensidad y disfrutar los momentos de acercamiento con una intensidad de último día. Málaga, que no dejó nunca de ser mía, es ahora mucho más mía que lo fuera en un principio, allá por mitad del pasado siglo, en el viejo paseo marítimo donde vi la luz primera, una luz que tanto amara Emilio Prados y que ha sido mi sombra y mi reclamo cada día de mi vida. Sí, tuve la suerte de nacer en la ciudad de la luz, a orillas del mar y en un edificio que albergara los sueños estivales de Lorca. Desde niña aprehendí la cadencia natural de las cosas, sí, desde el incansable compás de las olas hasta el ciclo de perfumado de los chilindros y viví los cambios de estaciones con los coleos de mi patio en los Portales de Gómez 62 y con la frescura que gozaban las coquinas en el rebalaje de las playas de la Misericordia...

El insomnio de hoy ha sido oportuno. He pasado toda la tarde tranquila, me dormí una reparable siesta y antes del telediario, afortunadamente, me había vuelto a quedar dormida. Oír noticias me produce un bajón tan grande que se me olvida escribir, se me olvida ser, pero verlas con la roja crudeza de la sangre, tener constancia del desastre que están viviendo los vecinos de Ucrania, del resultado de los bombardeos y conocer en directo tanta desgracia me devuelve al fondo de un abismo del que me cuesta trabajo salir al mundo. Tengo mucho miedo del presente, de la guerra, de lo que unos locos con poder  -que no se arriesgan a morir-, son capaces de hacer con todos nosotros. Tengo la sensación de que no ha pasado el tiempo. Hace solo cuatro años  denunciaba con estos versos otra pesadilla provocada por los mismos y con los mismos objetivos: hacer que muera gente buena, como tú o como yo, personas que solo quieren paz y trabajo. Y todo este desastre con el único fin de dominar los recursos naturales que escasean y al que ellos deciden el precio que ponerles aunque nos cueste la vida a todos.  

http://garboyflamencura.blogspot.com/2018/02/cinco-horas-por-marivi-verdu.html
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¿Será por eso que he visto las luces a media asta desde mi ventana? No creo que sea por una reflexión colectiva de conciencia medioambiental.  Es el bolsillo, ese es el que de verdad nos hace entender y nos obliga a reducir gastos prescindiendo de todo lo superfluo. Resulta imposible seguir soportando el encarecimiento de la energía y tienen que pasar cosas muy graves para que los humanos cambiemos de actitud y dejemos de ser tan reyes y tan inconscientes de nuestro destino en la tierra. Ay de mi tierra redonda, qué sufrimiento tan grande te estamos provocando...

Vuelvo a mirar por la ventana. Todo está quieto, dormido, apagado bajo el manto de la noche. Sé que hay flores, acacias, olivos, pinos, montes y mar... Sé que hay narcisos y vinagretas, que retoñan las vides con botones rizados de un verde moscatel que endulza el aire, pero mi corazón necesita ser útil, curativo, cicatrizante: un beso, un apretón de manos, un abrazo solidario. Un hombro donde llorar. Una casa abierta. 

Desde este rincón donde la vida continúa, unas veces conmigo y otras sin mí, cariñosamente.

Fotos: Pedro Durán

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...