miércoles, 18 de agosto de 2021

GEODA DE PULPÍ, TODO UN MILAGRO, por Mariví Verdú

Orientada al Este, el sol entraba por cualquier rincón de la habitación desde que alcanzó el cielo. Antes de las diez saldríamos de este lugar de paso en Puerto Lumbreras. Imaginé el batiburrillo que habrían organizado en recepción y se me erizó la piel. No tenía ningunas ganas de estar en grupo pero tenía hambre y bajé a desayunar.  Podría contar ese momento vergonzante en el comedor pero no merece ninguna mención. Pobrecitos los chicos del servicio de restauración, tener que bregar con tanto agonioso. Solo diré que el hotel me sirvió para descansar y que nadie interrumpió mi sueño por lo que me enfrentaba al día descansada y agradecida. Y desconecté durante el trayecto que me separaba del nuevo destino: La Geoda de Pulpí.


Después de  una hora de autobús que me parecieron cuatro, estábamos en Pulpí, término municipal de Almería situado al noreste de la provincia, que alberga tan extraordinaria formación geológica. Se encuentra allí desde el Triásico, cuando aún vivían los dinosaurios en el continente Pangea, nuestra Tierra, hace unos 250 millones de años. La Geoda está localizada en la pedanía de Pilar de Jaravía, entre el tercer y cuarto nivel de explotación de la Mina Rica, en la ladera oriental de la Sierra del Aguilón que, vista desde el aire, tiene la caprichosa forma de un águila en vuelo. La Mina Rica se explotó buscando minerales como el plomo, el hierro o la plata desde mediados del siglo XIX. Cuando la explotación llegó a su fin, en los años 70, la mina quedó abandonada. Nadie imaginaba que, entre las paredes de este antiguo yacimiento minero, se encontraba una fascinante maravilla geológica obra de la naturaleza, oculta durante millones de años. Fue un minero asturiano llamado Efrén Cuesta junto a su padre y hermano, quienes descubrieron la Geoda de Pulpí, fruto de la más pura casualidad, cuando se encontraban realizando una expedición en este yacimiento minero en 1999. Poco tiempo después, un grupo madrileño de especialistas en mineralogía estuvieron realizando investigaciones sobre esta formación geológica excepcional a nivel mundial.
 

Nuestra visita a la Mina Rica estaba concertada a las once. Yo entraba con el primer grupo de quince.  En las afueras de la mina, un despoblado enorme sin un árbol adonde buscar cobijo, se agradecía cualquier tinglado, la caseta de recepción, las mesas y los bancos en sombra, los aseos y hasta las máquinas expendedoras. El agua y los refrescos cobran doble valor en este agosto de dos mil veintiuno de temperaturas extremas. Mientras se congregaba la gente tuve tiempo de imaginar el sofocante calor que nos esperaba durante el trecho a pie hasta la boca de la mina, lo que me dio valor para interrumpir a nuestra guía y pedirle permiso para coger el sombrero y las gafas de sol que habían quedado con el resto de pertenencias en el autobús. Usar el móvil dentro está prohibido y el DNI lo llevaba en el bolsillo del pantalón para así tener las manos libres. Regresé en un minuto con mis cosas y oí atentamente cuanto dijo nuestra acompañante.

Después de observar a mitad de camino unas hermosas vistas de San Juan de los Terreros, de la Isla de Terreros (la Isla Negra no se puede ver desde allí) y las dos grandes chimeneas que servían para calcinar el la piedra y extraerle el mineral,  nos pusimos un gorro desechable y el casco protector que ellos facilitan. La mina no me hubiese despertado demasiada inquietud de no ser por la persona que nos tocó en suerte para acompañarnos, la propia coordinadora responsable de la Geoda de Pulpí. Milagros se encargó de explicarnos fielmente su historia, de desentrañárnosla a cada paso con una agradabilísima mezcla de cualidades.   Milagros Carreteros Tortosa, licenciada en Ciencias Geológicas por la Universidad de Granada, hizo puntualmente de guía demostrando desde el minuto uno de la ruta su profesionalidad, su amor y su dedicación a la mina y a su geoda.


Durante el recorrido necesario para llegar al culmen de nuestra visita, había que atravesar varias galerías. Lejos de sentir ningún cuadro de claustrofobia, hice el camino con entusiasmo y disfrutando de una temperatura de 19 a 21 grados. En el interior había el suficiente oxígeno para no sentirme angustiada en ningún momento. Tampoco me resultó cansado. Para evitar el tramo de bajada en la escalera de caracol que nos llevaría a la geoda -que era el que peor hubiera llevado-, usé el ascensor. No paré de asombrarme en todo el itinerario, desde el nombre que le dieron a las galerías: “Quien tal pensara” y “Por si acaso” y el trabajo tan sacrificado de los mineros hasta la observación a la que Mila nos invitó, apagando la luz del tramo donde nos encontrábamos y ayudada por una linterna de rayos ultravioletas,  pudimos disfrutar las propiedades luminiscentes de algunos minerales como la calcita o estroncio calcita, presentes en el yacimiento, y que se iluminaban destellando azules, morados y rojos anaranjados. Un momento asombroso.


Ya estábamos a un paso del momento cumbre. Bajamos el último tramo de escaleras y lo hacíamos de dos en dos, con las manos protegidas para así proteger la geoda y, en el rellano que hay justamente delante de ella, Mila nos daba las pautas a seguir. De uno en uno, después de dar tres pasos sobre peldaños estratégicamente colocados, metíamos medio cuerpo y girábamos nuestra cabeza a la izquierda... y allí estaba toda la belleza contenida, refulgiendo, pura, concentrada, sorprendente, un momento imposible de describir del que algunos salíamos envueltos del halo de los elegidos, inmersos en el éxtasis que provocan los milagros.

“Una geoda es una cavidad rocosa que normalmente mide hasta 30 cm de diámetro con las paredes tapizadas por agregados cristalinos de naturalezas muy diversas. En el caso de la geoda de Pulpí, la cavidad, que se encuentra a 50 metros de profundidad, tiene unas dimensiones extraordinarias. Mide ocho metros de largo, tres de ancho y casi dos de alto, y está tapizada de grandes prismas de selenita (una variedad de yeso cristalino) que surgen como flechas del techo, las paredes y el suelo de la cavidad.La gran importancia de este fenómeno geológico reside en las características únicas de los cristales de yeso encontrados en la geoda. Se trata de cristales con un tamaño anormal de medio metro de media (y algunos de hasta dos metros) que no se encuentran en la mayoría de las otras geodas del mundo. Además, la ausencia de impurezas y la increíble transparencia de los cristales hace posible cosas como leer un libro a través de ellos.
Se formó por disolución de una dolomía, por karstificación. Al encontrarse en una zona de vulcanismo, la cavidad que quedó se fue rellenando de fluidos calientes ricos en minerales que, con el tiempo y las condiciones adecuadas, dieron lugar a los cristales tan espectaculares que hoy podemos ver.”

http://www.cuevasturisticas.es/geoda-de-pulpi-y-mina-rica


Hubiese sido mi gusto haberme sentado y haber metido mi cara entre las manos durante un buen rato para asimilar lo descubierto por mis ojos y que me hacía estallar el corazón. Juré volver con mi nieto pero tuve que salir y volver al mundanal ruido.

Hablar de algo que no sea mágico después de contar, con palabras que existen,  lo indescriptible, no sería oportuno. Pero dejar de mencionar el buen rato que pasé sentada en la playa de San Juan de los Terreros no sería justo. Estuve toda la tarde, hasta la hora indicada para el regreso a Málaga, sentada frente al mar. Gracias al camarero de La Bahía que tan amablemente me trató y gracias a Jota y Juan, Cristóbal y Martín, dos lorquinos, un lumbrerense y un sanfeliuense, que me provocaron este poema.

Bendita juventud,
bendita sea
la vida que regresa,
ciclo eterno,
en los ojos del dulce adolescente.
Todo lo que me importa de este mundo
es eterno retorno,
vida nueva,
esperanza en el hombre que os habita.

Y gracias a Milagros Carreteros Tortosa, joven amable y culta que nos deslumbró y enriqueció a todos con sus conocimientos y nos conquistó por su simpatía.

Nada que decir de la A7. Mi coche estaba esperando en la Avenida de Andalucía y vine en silencio y deseando ver a Missi, abrir mi cancela y coger mi cama. Eran las dos de la mañana y venía traspuesta, ida, envuelta en el manto de luz de la Geoda.

Desde este garitón lleno de rosas, de tomatillos y salvando la briza máxima,
Mariví Verdú

lunes, 16 de agosto de 2021

UN MILAGRO TRAS OTRO. WEEKEND ÁGUILAS-PULPÍ (1ª parte), por Mariví Verdú

Hoy, día 15 de agosto de dos mil veintiuno, de regreso a mi rincón preferido, me siento a escribir sobre la hermosura de las cosas vistas en un viaje fugaz de fin de semana a las provincias de Murcia y Almería. En esta última, buscando, en el inhóspito paraje de El Pilar de Jaravía, una ‘mina riquísima’ que alberga un verdadero milagro: la geoda más grande de Europa. En la primera etapa del viaje fui buscando Águilas, ciudad en la que siempre me he sentido muy a gusto, con el único fin de llegarme a su Casa de Cultura. 

Desde que tuve intención de hacer este viaje, albergaba la esperanza de llegar en horas de puertas abiertas a su Biblioteca Municipal y a su Casa de Cultura “Francisco Rabal”. Hace tiempo que tenía ganas de hacerles una visita y era el momento este sábado de agosto. Pero no pudo ser. Podría haber sido pero depender de otros supone adaptarse, llegar tarde la mayor parte de las veces y sufrir una tremenda decepción el resto de ellas. Y ya se sabe que, el que llega tarde, ni oye misa ni come carne. Pero, como tengo la cabeza como un marmolillo, me busqué las mañas para dejar allí mi novela “Hijos de la Vid” y el libro de villancicos “Maytines del Nacimiento”. No hubiese tenido ningún sentido para mí ir a Águilas con el único propósito de bañarme en la Playa de Poniente con un puñado de desconocidos y quedarme tan fresca. Ninguno. Me senté en la Calle Iberia a calmar mi sed, a descansar, a controlar y ordenar mis neuronas que buena falta me hacía y en eso me encontré con una chica amable, nacida en Águilas, hija de malagueños, con casa en Gaucín, casa a la que no ha podido acudir en los dos últimos años a consecuencia del Covid... Hablando en la terraza, me lo comentaba con tristeza. Entramos en conversación con una pareja de Alcantarilla, padres de tres hijos que me mostraron con orgullo la foto de su redrojito, una niña preciosa llamada Martina. Se me pasó el rato amablemente y di gracias por ello. Me sorprendió la bondad del ser humano, la empatía que podemos generar y lo distinta y buena que estaba la tapa de ensaladilla rusa. 

Y como dice el refrán ‘más vale tarde que nunca’, a sabiendas que mi destino había cerrado las puertas, me encaminé por la acera en sombra hasta el centro de Águilas, pasando frente a su Casino que cumplió el pasado año su 150 aniversario. Me senté un rato a compartir con las palomas de la Plaza de España el pan de Alhaurín (la tortilla de papas con cebolletas tiernas de mi huerto, no). Más tarde me hice algunos selfies ante el hermoso desnudo de su Ícaro, ese hijo querido de Dédalo que tanto y tan alto quiso volar para salir del laberinto, que se precipitó al vacío porque sus alas estaban pegadas con cera y el sol las derritió hasta que Mariano González Beltrán las fundiera en bronce y se las colocara en un cuerpo eterno que quedó, para el goce de todos nosotros, en la explanada del muelle, en el precioso puerto de Águilas. Busqué -yo sí que estaba derretida-, la plaza de Asunción Balaguer, esa mujer que supo siempre albergar a Paco y que ya lo hará por toda la eternidad... Enseguida di con ella. Tengo buena orientación y me acordé enseguida. Hace doce años que estuve pero sabía adonde estaba todo. Y volví a emocionarme.  Le pedí a un chico que se disponía a salir en bicicleta que me hiciera la foto que os comparto. Y allí dejé mis libros. A eso fui a Águilas. A eso y a dar rienda suelta a mis emociones. Sé que llegará una mano amorosa que sabrá acoger ni trabajo con el mismo cariño que yo lo deposité en la puerta trasera del edificio cultural. Y me fui yendo despacio, sin pensar en nada, desechando cualquier tontería que se cruzaba por mi frente. Almorcé bajo las nubes blanqueadas del cortijo divino y tomé un cucurucho de chocolate con mis amigas las palomas que demandaban más pan alhaurino. Lo hice con sumo cuidado porque había una mujer que no paraba de barrer, una empleada municipal de la limpieza que iba dejando ante mis ojos, y de todo aquel que los tenga, la plaza escamondada, impecable gracias al manejo de su escoba de palma o de retama (no podría asegurarlo) y de tan encomiable y necesaria labor. Mis palabras solo dan testimonio de tan inusitado esmero. 

Volví sobre mis pasos a la tarde sin querer pensar en otra cosa que no fuera en lo positivo que el día me había proporcionado que no era poco. Y me volví a encontrar con el sol, esta vez de cara y sin cobijo alguno. Pero todo lo di por bien hecho. Aún me queda confianza en los seres humanos y en la bondad natural del mundo. 

Habían dispuesto pernoctar en Puerto Lumbreras. Después de una deliciosa ducha en la 317 y una aparatosa y lenta cena junto a mi amiga y compañera de colegio Carmen Toro, -que me proporcionó el acceso a ésta dichosa excursión- y Pepi Trujillo, agradable compañera de asiento y de habitación-, rumié cada aliento del día, los del cuerpo y los del alma, recordé miradas y palabras, sensaciones y calles paseadas, gente vista, sensaciones percibidas...y me dormí como una niña chica muerta de asombro.
 

 *Acabando estos renglones he hablado con Concha López, Bibliotecaria Municipal de Águilas, quien me confirma que mis libros están en su poder. Los encontró donde los dejé y los tomó en sus manos. Con éste simple acto mi viaje tiene razón de ser. 

Muchas gracias, Concha. No había dudado que llegarían a ti. Te envío un abrazo enorme desde este pequeño rincón del monte malagueño adonde vivo. 

Mariví Verdú.

 (Continuará. Aun me queda el milagro de la Geoda).

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...