martes, 31 de marzo de 2020

LLUEVE SOBRE MOJADO, por Mariví Verdú

Os escribo arrecida, con más capas que una cebolla, tiritando ante el ordenador y esta lluvia que no cesa. El campo está feliz, yo estoy feliz por el campo pero por poco más y por cosas personales, nada que lleve a la felicidad general. No quiero mirarme dentro porque no sería capaz de reconocerme: soy más un caracol que una persona. Me he vuelto lenta, de concha retorcida y en espiral hacia dentro, babosa y dejando rastro de tristeza por donde piso. Lo que no quiero reconocerme son los cuernos pero los ojos sí, cada día más altos, alzándose al cielo y esperando el sol como una loca para salir y erguirme y sentir las bondades de la naturaleza. Mientras tanto, metida en mi casa como exige el momento.

Aunque soy poco de hablar por teléfono, últimamente descuelgo el auricular algunas veces para saber de mi familia y amigos. He de reconocer que ahora me alegro mucho cuando suena y en particular cuando está detrás la voz de mi nieto. Soy abuela antes que nada ya en la vida, ese estado la ocupó desde la primavera de dos mil once en que lo supe -sus ecografías las conservo como la prueba del milagro- pero más claramente desde febrero de dos mil doce que se hizo a la luz y pude verlo con mis ojos. Hablar con él me supone la chispa necesaria para que mi motor no colapse. Ha estado a punto de gripar tantas veces en estos últimos días que con ¡Hola, abuela! me inyecta la emoción precisa, la justa, los voltios necesarios para mi corazón.

No para de caer agua detrás de los cristales. Yo hago mucho caso a la previsión del tiempo por lo que me había hecho a la idea de dedicarme hoy a la pintura. Ayer lunes aproveché el día al máximo, así como el domingo de sol de anteayer, dejando el campo como no ha estado nunca, lo confieso, buscando un poco de aire por el alrededor de la casa y rastreando el terreno como si se me hubiera perdido un pendiente de diamantes. Por la tarde me dedico a la cocina cada día, a cuidar de que todo se aproveche y a llevar al compos los restos orgánicos, menos el limón y las cáscaras de aguacate que no hay quien las descomponga. Solo me quedaba un yogur en la nevera y no quiero ir a comprar hasta la semana que viene... Cuando mis hijos vivían conmigo les hacía el yogur casi siempre. Luego lo he seguido haciendo para mí, pero ya no existe la yogurtera... Pero la necesidad obliga a buscar remedios y me fui por mi mantita eléctrica, calenté tres cuartos de litro de leche (un poco más que tibia, no hirviendo) y le añadí dos cucharadas soperas de yogur. Lié el tarro muy bien en un paño de cocina y le puse alrededor la manta para aplicarle calor. En menos de seis horas tenía hecho mi yogur casero. Cuando vaya quedando poquito, volveré a usarlo para seguir la fabricación. Y no solo hago pan o your, de este tiempo tan largo y solitario le dedico un rato grande a hacer crucigramas, a confeccionarlos yo, para mi nieto. Es una tarea que me gusta y que requiere agudizar el ingenio. Me sirve de distracción, de terapia y de vehículo de cariño. Dicen que a cada loco le da por una linde, hasta que se rinde...

Si no fuera por lo tremendo que están viendo nuestros ojos cada día, el miedo que sentimos y la tristeza que nos inunda, la primavera está siendo una primavera de verdad. Esperemos que marzo y abril saquen a mayo florido y hermoso. De momento no falta el agua en los campos y la naturaleza, que es sabia, sigue su curso. No os podéis imaginar la alegría que supuso para mí descubrir que unas tórtolas torcaces viven en mi casa, en unos pinos que tengo de linde con el campo de al lado. Duermen allí, en su verde palomar, y las vi arrullándose al solecito como dos enamorados.

Dos tórtolas amantes
van a la fuente,
beben agua de cielo,
rosas nacientes.  (Liviana, Por despecho, 2002)

Decía antes de ayer Emilio Lledó que la bello es difícil, citando uno de los diálogos de Platón: "Me parece que me ha sido beneficiosa la conversación con cada uno de vosotros. Creo que entiendo ahora el sentido del proverbio que dice: Lo bello es difícil". Y me quedé con ganas de Platón y de discutir con él sobre lo bello: es tan fácil.

A Daniel: el pan que hace tu madre está más bueno que el mío. ¡Qué suerte tan grande tengo!

Desde El Garitón bajo la lluvia, Mariví Verdú

lunes, 30 de marzo de 2020

ESE SER OLVIDADIZO, por Mariví Verdú

Cuando pase este tiempo de encierro y esta ola de tristeza, seguirá luciendo el sol y llegando las lluvias, todo seguirá su curso, el río seco, los plásticos en el mar y la insidia entre los hombres. Puede que por un tiempo lo miremos todo de otra manera más piadosa, con ojos más agradecidos, recibiremos hasta el viento de terral con otra alegría. Aunque me temo que durará el tiempo que nos dure el invierno y el miedo.

El hombre, ese ser olvidadizo que también provoca leyendas, piensa más bien poco. Esta primavera que nació en el confinamiento debiera servirnos para la reflexión y el análisis crítico. Nuestra existencia en la tierra y el contacto íntimo que tenemos con ella y con nuestros semejantes debería hacernos tomar postura ante el futuro que se nos presenta. Por una vez, lo que no estaba más que en las cabezas de guionistas de ciencia ficción, ha ocurrido en realidad y ésta supera a la ficción porque la vida no es una película déjà vue, es impredecible y dura, tan horrorosa como milagrosamente bella y es nuestro codiciado presente. No tenemos otro. Nadie quiere morirse, sin embargo, tenemos que claudicar y asumir que todo es historia. Por tanto, esto que ahora vivimos también lo será.

Para cuando llegue el tiempo de suavización de los encierros, cosa que tardará y que ya nunca será definitivo, la humanidad seguirá tropezando, y no solo con el peñón de  Gibraltar, no, lo hará con la más conocida piedra del camino. Tropezar es el destino del hombre, aunque hay quien afirma que es la felicidad su destino pero sé que eso es un bulo. La felicidad está en todas las cosas, en las pequeñas más que en las grandes, y es dual como todo lo que corresponde al alma. La felicidad es una moneda. Por el reverso están la desdicha con su cara mortal, su cruz, su precio y la corona o insignificancia del ser. La otra cara nos dice el valor que le hemos dado a las cosas mundanas y la alegría que nos causan  y es de valor variable según cotización y mercado.

Los dioses van por las nubes y es por eso que andan a salvo. Cuando bajan a tierra, o se empequeñecen o se les crucifica. Oh, dioses, grandes ausentes de nombres inventados... No sé si habremos aprendido algo de este tiempo vírico, mediático, globalizado e injusto. Sí, mundo egoísta, depredador, necrófago... Me atrevería  decir que nos ha tocado el carroñeramente europeo ¿Europeo? Sí: Euro + peo, una mierda pa el más feo. Yo no hice filología pero soy mariclarilla y esto es lo que nos dicen desde el norte... A ellos solo les gusta venir aquí con buenas pagas, que seamos sus servicios, servirles y cagarse en todos nosotros luego. También quieren el fruto de nuestro campo y el calorcito de nuestro clima que les salva de morirse de frío pero luego...si te he visto, no me acuerdo. Nos prestarán dinero con altos intereses para tenernos el pie al cuello y nosotros idealizando un espacio común llamado Europa. Común es el nuestro, el de ellos bien que se cotiza a la alta y con usura.

Bueno, seguir hablando de cosas tan grandes alguien tan pequeño como yo no es mi tarea. Qué hablen los periodistas, los superdotados, los políticos y sus cuñados y cuñadas. Yo solo quería recordar a León Felipe porque, como él, también digo:

Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera...

Si me quedo en el mundo me dedicaré a ver los pueblos de la provincia que, vergonzosamente, aún no conozco. Quisiera conocer también Asturias y Cantabria y lo haré si se me concediera el tiempo pero mi provincia sería lo primero, eso pueblos que aún no he tenido la oportunidad de admirar: Pujerra, Villanueva de Tapia, Alpandeire, Cartájima, Archidona, Faraján, Jiméra de Líbar, Júzcar, Montecorto y Cortes de la Frontera.

Desde El Garitón, con más flores que nunca, Mariví Verdú

Pinchando aquí podréis oír el poema en la voz de Paco Ibáñez

 Como tú, de León Felipe por Paco Ibáñez

domingo, 29 de marzo de 2020

HOY AMANECE ANTES, por Mariví Verdú

Como todo va tan deprisa, hoy amanece antes. Anoche, cuando iba a acostarme, cambié los relojes para que no se me olvidara. Aunque la verdad es que es la primera vez que me importa poco si adelantan o atrasan una hora mi vida o la de nadie. Solo sé cuándo se recorta en luz dorada la silueta perdida del mar y de los montes y me devuelve esa ciudad ausente, testigo de mis días. Todo se va inundando de malva, de verdes pino y amarillos de hierba. La fuente oscura vuelve a ser el espejo del cielo y empiezan los pájaros a celebrarlo con su canto. Y me acordé de una mariana (palo del cante flamenco que está casi olvidado  en el repetitivo repertorio usado comúnmente). Me acordé del malva amoroso del cuarto de Moreno Galván:


(...)Que nuestro gusto se logre,
que el negro cielo se cuaje de estrellas;
serena y sin luna, y oscura la noche.

Ya se escucha el cantá de los gallos
y su cante anuncia que ya viene el alba
y esa era la horita, que se pone el cuarto,
tu cuarto, coló de malva. (...)


Así escribió el poeta Francisco Moreno Galván (La Puebla de Cazalla, 1925-1999), uno de los más flamencos que he conocido con el repertorio más influyente en todos los que a ese menester nos dedicamos y escribimos con el lado del corazón. Tengo el grandísimo honor de haber recibido el premio que lleva su nombre (2008 con mi tranajo  y de conocer a su familia y pasear por su precioso  pueblo que también fuera la cuna del cantaor inconformista y transgresor de normas José Menese (1942-2016) sumándose así dos talentos y ayudando con ello a la difusión popular de la obra poética. La Puebla de Cazalla La Puebla de Cazalla ha dado grandes artistas, grandes nombres del flamenco,  La Niña de la Puebla, Manuel Gerena, Diego Clavel...

Buscando la fecha de ese premio que conservo como oro en paño, he dado con una artículo que escribí para el diario de mi pueblo la misma mañana que se me entreaba y me sorprende que lleve tanto tiempo entregando y no esté vacía... Decía así: “Ayer tarde parecíamos estar dentro de un inmenso capullo. Así era el color del cielo, cerrado y de seda. Las chicharras cantaban y callaban al unísono. La noche vino transparente. Y la meditación sobre la vida y sobre las risas próximas me acercó al pensamiento la gran capacidad de olvido que tienen las criaturas. Si recordáramos el dolor que sufrimos durante el tiempo en el que se nos rompieron las encías para echar los dientes, no tendríamos ganas de comer siquiera. Si nos acordáramos de lo que fuimos antes de nacer y de lo que seremos después de la vida, nos enroscaríamos como una cochinilla bajo la piedra última. O besaríamos en la boca al mundo y seríamos más justos y humildes.” (...)

Esta noche pasada he soñado con un hombre que volaba en parapente por un cielo rayado de nubes altas y, mientras le observaba, pensaba: con el viento que hace, qué valor tiene. Me dio vértigo y seguí haciendo mis cosas en el campo. Que se caería, estaba viéndolo venir. De pronto, entre dos árboles oníricamente gigantescos, vi el esqueleto abierto como dos alas davincinianas y aquel hombre cayendo en pie. Vino hacia mí. No hablé con él más que para preguntarle si se encontraba bien. Me dijo que sí y desperté. Creo que es mi versión de la esperanza en la vida del ser humano. No entiendo de sueños, no sé interpretar más que lo que toco pero quiero creer que es algo bueno, un sueño positivo, cosas del subconsciente, digo yo.

Hoy, tercer domingo de aislamiento, no tengo nada claro si el quinto domingo va a salir nadie a ver al resucitado. Tiene poco mérito estar encerrados aunque parece que para muchos resulte un problema insuperable. No sé qué podría pasar si al encierro lo acompañaran la escasez de alimentos y medicinas y nadie pudiera hablar ni ver a los suyos por estos medios que hoy tenemos tan a mano. Miedo me da pensarlo. Ríanse todos de los caníbales, de los cárteles y de terrores varios. Pánico total. Así que, si sobrevivimos, yo me quedaré en casa dando íntimamente las gracias, cada uno se las dará a su dios, a la mayoría de seres humanos que han sido nuestros cristos y salvadores, los que han dado lo mejor de sí mismos poniendo en peligro sus vidas y la de los suyos por salvar las nuestras. Sería lo recomendable. Y lo justo. Los abrazos para cuando se pueda. Siempre. Abrazos.

Al sol que nos alumbra y a los lectores que no les gusto pero me leen.
Desde El Garitón radiante, Mariví Verdú

*En la segunda foto, estoy junto a la hermana de Paco Moreno Galván y entre los miembros del jurado. La primera es mi cuarto, mi cómoda, un día de hace mucho tiiempo, amaneciendo.

sábado, 28 de marzo de 2020

MI CIUDAD PERDIDA, por Mariví Verdú

Anoche salí a caminar alrededor de mi casa, por mis acerillas, y miré al cielo. La ventaja de vivir en un monte es que puedo observarlo de cerca y sin salir de mi entorno. Era inevitable contemplar tan maravilloso espectáculo, te llamaba a la meditación. Caprichosas nubes luminosas formaban una especie de corona en el cielo y su centro rebosaba de estrellas. La perla de Venus se alzaba en la cresta como un orbe reluciente y redondo entre las sierras de las Nieves y de Aguas. El paso de Venus lucirá hasta mayo en las puestas de Sol y desde junio lo hará al alba. Este cielo de marzo me recuerda al de mis primaveras infantiles cuando aún no se habían apagado la mayoría de los luceros.

La verdad es que ayer fue el único día de la cuarentena en que no me quité el pijama ni la bata. El único de los catorce que he cumplido a rajatablas. Estuve tan gris como el día, hizo mucho frío en estos altos y tampoco me acompañó el ánimo a salir, ya no de la casa sino del comedorcillo donde tengo la televisión. Me había pasado la tarde viendo una mini serie realizada en 2020 que me enganchó al sillón. Sentía las piernas entumidas. "Poco ortodoxa", que así se llama, basada en la novela homónima de Deborah Feldman, cuenta una historia real. Está dirigida por María Schrader e interpretada magníficamente por su protagonista Shira Haas así como por sus co-protagonistas, en particular de Amit Rahav que interpreta a su marido,  haciendo de los cuatro capítulos una sesión continua de larga duración porque no te mueves en tres horas y media del sitio. Muchas gracias a mi hijo que me regaló este pequeño lujo que hace más llevadero el tiempo donde no luce el sol.

La cena me sentó malamente. Puse las noticias y se me cortó el cuerpo. Con bata y todo me fui a la puerta. Miré mi ciudad perdida entre la bruma. Necesité salir corriendo pero no podía y miré al cielo. Empecé a respirar como lo hacía Esther, la protagonista de la historia que había visto dos horas antes. Pensé en una rosa, respiré su perfume por la nariz, lo mantuve unos momentos en mis pulmones y lo expulsé por mis labios con la suavidad de quien da un beso al aire. Fue entonces cuando me percaté del milagro que tenía sobre mi cabeza, del que tengo cada día entre mis manos y de la necesidad que tengo de compartirlo con las personas que lo aprecian.

Me acosté enseguida, como queriendo llevarme a los sueños el eterno fulgor de las estrellas. Venus no titila como ellas, es fijo como mi voluntad. Me arropé y dormí como un bebé en brazos de su madre. No dudo que me acunara ayer la mía. Hoy he desayunado tranquilamente, sin prisas, disfrutando el trozo de pan candeal que me he comido como lo hubiera hecho con una hostia cuando era creyente. Y, mientras escucho con todos mis sentidos la Gala Lírica de 2019, me siento a escribir un rato, como todos los días desde hace años. Unas veces lo hago por desahogarme y otras porque me ahogo, pero siempre lo hago. Unas veces lo público y otras lo guardo en mi diario, en mis agendas que conservo desde 2003 y otras anteriores.  He vivido y escrito mi vida. Siempre he dado valor a mis momentos, forma y estilo, a los míos y a los de la gente que quiero. Y así será mientras me lata el corazón.

Sigo oyendo música de la Orquesta y Coro de RTE bajo la dirección de Miguel Ángel Gómez-Martínez, una reposición desde el Teatro Monumental de Madrid, y sueño con que pronto se recobre la salud y las ganas de música y de arte que siempre allí se dieron cita.

Mientras tanto, sigo sin prisa intentando distraer esta cobardía que no me deja vivir. Cuántas cosas podrían hacer mis manos que no hago, cuanto podrían atender y ayudar mis dos ágiles manos, tan inútiles.

A todos los que sueñan como yo, conmigo, con los más necesitados de cariño.
Desde El Garitón, el primer sábado de primavera, Mariví Verdú

*Las fotos no recuerdo bien quién las hizo, si mi Peri, mi Cristina o yo, pero son mías y echas en la piscina de La Mimosa hace doce o trece años.

viernes, 27 de marzo de 2020

HOY MANDA LA LLUVIA, por Mariví Verdú

Tomarse la vida en serio puede llegar a matarnos pero no tomárnosla con la seriedad que ella requiere también y es, además, un grandísimo error, un desagradecimiento y un desperdicio. Sí, amigos, la lucidez, el estado consciente del ser humano puede llegar a matarnos o a no dejarnos vivir, que es algo así como morirse a cada instante. Esto afirmación no la hago por gusto, la confirmo después de una reflexión de años, madura, con su triste carga de pena, de tragicomedias, de soledad y de pura alegría. La alegría ha sido durante mi vida una parte importante de ella, así como el entusiasmo y un sentido de justicia bastante aferrado a mi conciencia. La soledad, mi larga soledad (muchas veces acompañada) ha sido el estado en el que han nacido los mejores y más claros pensamientos. He tenido tiempo de conocerme y de saber lo que soy y lo que quiero ser. La tragedia y la comedia humanas han servido siempre de inspiración, mi tierra ha sido el escenario idóneo donde ofrecer mis sentimientos y la pena del ser el único vehículo que me ha llevado y traído de la cabeza al corazón.

Con la distancia que dan los años de una misma, analizando paso a paso los pasos dados, me doy cuenta de que, aunque no siempre los di acertados, en todos cargué con el camino, con el hambre y con la sed. Escribo desde niña, desde que tengo recuerdos, como una perfecta loca que muere si no puede decir que está muriendo. Creo que me he tomado la vida muy en serio. Y el oficio. Aunque hay maestrillas y maestrillos que no me quieren aprobar la reválida, tal vez porque saben que los pongo en evidencia cuando quiero, por estilo, por ganas, por trabajo eficiente y por verdad. No necesito entrar en asociaciones ni academias como miembro de nada, ni necesito encuadernar mis escritos, no. Eso quedó ya muy atrás. Me modernicé cuando me morí. Y hay medios donde colgar los pensamientos para que se aireen y los tome quien quiera en comunión.  Cuando alguna vez han intentado minar mi moral diciéndome que me falta una titulación y que les doy pena porque lo mío, sin ella, no llegará a ninguna parte, solo les hago el siguiente comentario que da fin a la conversación: es verdad, qué pena, no llegaré a ser como tú. El resto de la frase queda para mis adentros y unas veces dice: menos mal. Otras, simple y llanamente, los mando a tomar por culo.

Hoy, como veis, no tenía ganas de hablar de la situación que atravesamos, no quiero hablar más y por un tiempo del horror y de la pena que me da este pánico que sentimos todos actualmente. Solo quiero hacer balance de cosas personales y dejarlas escritas para que consten en este acta volátil y certero. Quiero hablar del orgullo que siento de esa pequeña familia de tres que es la que me da vida y esperanza. No estoy sola, tengo a mi hijo con un corazón que no le cabe en el pecho y una lucidez que me da miedo. Miedo y muchísima pena. Haber madurado a la fuerza y desde niño no era propio ni típico en los tiempos que le correspondieron, tiempo de papás y de algodones que él nunca disfrutó. Sin embargo, puedo asegurar que es un hombre tan verdad como esta lluvia que cae hoy detrás de mi ventana. Y qué suerte haber encontrado una compañera tan especial y maravillosa y ser padres del niño que me roba el corazón.  La vida de ellos me hace continuar hacia delante dándome fuerzas en la lucha. Por ellos y por sus vidas, doy las gracias. Y por este agua mansa que tan bien le viene al campo. Gracias.

Viendo amanecer desde  este Garitón donde hoy manda la lluvia, Mariví Verdú

*Estas palabras con las que pongo hoy punto y final tal vez sean extensibles a todos los que tenéis hijos y nietos. Ellos son nuestra fuerza y nuestro futuro, la paz de nuestro sueño.

* A Pedro, Cristina y Dani. Y a Emma.

jueves, 26 de marzo de 2020

SIEMPRE LA CLARIDAD..., por Mariví Verdú


Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras. (...)
Claudio Rodríguez. (Don de la ebriedad, 1953).

Como cada mañana al despertar, calculo la hora por la luz que entra por mi ventana. Últimamente dejo la persiana hasta arriba y las cortinas recogidas para ver el cielo de la noche si me despierto. Unas veces tiene estrellas, otras nubes, otras agua de lluvia. Diviso al sentarme en la cama el ascua medio extinta, latente y aletargada de mi ciudad y me dan ganas de coger la paleta y removerla como hacía de niña con la copa para que saltaran chispas de colores, pavesas de oro, de todos los corazones que la habitan.
 
Cada día es más temprana la claridad, cada día siento más cerca la primavera, la de verdad, la que nos llene de alegría y de gente joven las calles y las playas, la que nos devuelva las heladerías y los espetos. Es cierto que con sol se ven mejor las cosas pero su luz solo nos deja retratos de un mundo que no es el soñado por todos. Me gustaría ser optimista y yo sé que lo procuro pero anoche me quedé hasta las dos viendo a nuestros representantes públicos y dudo mucho que el país se convierta por arte de magia en una balsa de aceite. Ni viendo la muerte pasear por las calles cambian las actitudes, el egoísmo y la vanidad.
No tenía intención de escribir hoy pero al ventilar mi habitación y el resto de la casa he sentido una humedad que me ha calado los huesos. He asomado la cabeza y me he vuelto como un caracol al que le tocas los ojos sin querer. Me he metido para adentro hasta que pasen un par de horas y se caliente esta nevera que han dejado abierta toda la noche. No hay prisa para nada, bueno, acabo de afirmar lo que es una contradicción, Hay prisa para muchas cosas, urgencias para muchas cosas, inquietud por todo. El regalo de la vida está ha conseguido en este tiempo su máximo valor y reconocimiento, al menos para muchos porque siempre hay desalmados que se creen que sus madres los han parido por un ojo de la cara.

Bueno, está bien esto de escribir por escribir, mi corazón sigue abierto con intenciones y sin ellas, siempre y sin preámbulo. Cuando lo que está encima del papel es un reflejo de una misma es cuando me doy cuenta de lo que decía mi madre...si te hubieran pagado una perra gorda por cada papel que has escrito... Qué arte tenía para todo. Era única para mí y especial para todo el que la conoció. Hoy, porque a las dos nos gustaba y heredé su receta, haré tortillas de bacalao. Ayer comí arroz con bacalao y ya no me queda ni un pedacito pero me ha hecho un montón de avío.

Escribir no es un juego, es, precisamente, un ejercicio de memoria. Y hablando de memoria  me viene al recuerdo una escena que viví siendo niña pero que conservo intacta y colorida como si fuera de hace un rato. Ocurrió el cuatro de diciembre de 1958, cuando la riada de Málaga en la que llegó el agua a casi un metro de altura en mi casa de los Portales de Gómez 62. Sacaron a mi abuela en la sillita del rey, una silla bendita trenzada por los queridos brazos de mi padre y de mi tío Federico. A mi hermana y a mí nos pusieron a salvo en la Finca de San Isidro. Mi familia había hecho tortillas de bacalao y habían varias orzas de manteca colorá cubriendo chorizos y trozos de lomo...
Mañana continuaré. Salud, amigos.

Desde este Garitón donde el sol manda, Mariví Verdú

lunes, 23 de marzo de 2020

LO QUE PUDO HABER SIDO Y FUE, por Mariví Verdú

En la historia hay una cosa absolutamente prohibida: el juzgar lo que hubiera sucedido de no haber sucedido lo que sucedió. (...)  Son palabras de don Gregorio Marañón. Anoche estuve viendo su impresionante biografía en la 2, en el programa Imprescindibles. Esta mañana la he leído porque quería volver a acercarme a él, al médico endocrinólogo, científico, historiador, escritor y pensador español que se le consideraba persona austera, humanista y liberal. Un doctor que decía que la silla era el mejor instrumento médico: sentar al paciente y escucharle atentamente... Debió ser una persona maravillosa, una suerte para los que vivieron su tiempo y para todos los que hemos recibido su legado. Nació en 1887 y murió el mismo año en el que hice la primera comunión, dos meses antes, en marzo de 1960.

Como me quedé hasta que acabó el documental de don Gregorio, se me olvidó cenar. Aún me quedaban canónigos y queso. Me hice una ensalada y le piqué una manzana. La aliñé con vinagre, sal aceite y y miel. Me supo bien la boca una vez acabada. Después vi la película Rastros de sándalo, la historia de dos hermanas separadas en la niñez y que narra el esfuerzo de la mayor por encontrarla. Ambientada en la India y en Barcelona, está llena de color y de música. Me gustó bastante. Es una película española estrenada en otoño de 2014 y dirigida por María Ripoll , basada en la novela homónima de Anna Soler-Pont y Asha Miró. Soler-Pont se encargó de adaptarla, escribir el guión y producir la película. La protagonizan Aina Clotet y la bellísima Nandita Das como hermana mayor. La versión original se rodó en catalán, inglés e hindi. Yo la vi en su versión española...

Antes de que me quede sin palabras o diga en español algo que no tengo ganas de decir, os diré que afortunadamente van pasando los días, amigos, que, a pesar de tantos pesares, el tiempo ha recobrado su medida natural, más familiar, más comunicativa y humana. Nos asombrará la primavera cuando salgamos de las casas. La naturaleza es imparable y hay flores incipientes en todo lo que verdea, algunas están ya abiertas definitivamente como las calas y esta rosa que os enseñé días pasados. El aire y el sonido del aire se parecen mucho al que disfruté en mi infancia. El cielo está de otro color, tiene otro aspecto, más diáfano, como más sano y saludable, sin duda, mejor. Puedo ver la ciudad con nitidez durante esos ratitos que luce el sol entre la lluvia, toda la hoya de Málaga, sus montes rodeándola... Aunque tengo el corazón en un puño, como lo tenemos todos, cuando observo la naturaleza y puedo dejar de pensar unos instantes en el grave problema que nos acucia, siento la vida en todas las cosas, palpitando en mí porque está conmigo y a mi alrededor. La siento hablar, como pidiéndonos que seamos más respetuosos con ella, más justos, que seamos un poco más ella y menos lo que no somos y hemos llegado a ser...

Acostumbrada al aislamiento de estos últimos años, no echo de menos muchas cosas pero las pocas que conformaban mi diario me resultan de un valor incalculable. El despertar de Emma, por ejemplo. La libertad de poder ir a ver a los míos semanalmente, vernos en la playa de Guadalmar para recoger plásticos -una salida que hacen habitualmente-, besarlos y abrazarlos. Echo de menos el té de mi Cristina, esa infusión que acompaña siempre a la partida que jugamos los fines de semana mi hijo, ella, mi nieto y yo. “Viajeros al tren”, un viaje por las distintas capitales europeas en el que entretenemos la tarde cuando voy a visitarles. Hemos estado ocho años sin jugar porque era para mayores -como el Catán (ese no lo hemos cogido todavía con Dani)- pero la última partida que echamos nos ganó a los tres. Me encanta ver cómo pierde su padre por enseñar a su hijo. Qué alegría me dan. Loquita por echarme pronto una partida, será buena señal. Porque he de confesar que no sé jugar sola a nada, no sé más que meterme en la cocina, coger los pinceles o el bolígrafo, la aguja, el dedal y el hilo o la chapulina... Y no me quejo, al contrario estoy dando gracias por ello.

Esta mañana de primavera estoy, más que nostálgica, como alelada, un poco descafeinada, así que me voy a desayunar a ver si repongo fuerzas y puedo escribir los versos más alegres esta mañana...

A Pilar, Carmen, Remi, Eu y Sivi y para todos mis amigos.
Mariví Verdú

domingo, 22 de marzo de 2020

POETA DE GUARDIA, COMO GLORIA, por Mariví Verdú

Soy poeta de guardia como Gloria Fuertes. Poeta soldada, no sé si al corazón o a la palabra. Hoy está de moda ser poeta, no hay más que darse una vuelta por los muros (porque ahora no se puede meter un zapatazo en los locales céntricos, de donde salían como chinches) para darse cuenta de que hay una especie de plaga antropomórfica, la mayoría sorda e insípida, pero eso da lo mismo porque luego está el clac de turno encumbrando sus mediocridades. Ya lo decía mi madre, cría fama y échate a dormir. Encima le han puesto un día, como al orgullo. A ver cuando ponen el día de la vergüenza. O del silencio.  El del poeta dicen que fue ayer. Y no de todos los poetas sino de algunos poetas modernos de blanca rima (la mayoría lleva nombre de hombre) considerados y endiosados por otros críticos que se otorgan a sí mismos el poder de decidir quien lo es y quien no.  Sin embargo, ya todo eso carece de importancia.  Para mí cualquier día siempre ha sido mi día porque un papel blanco es suficiente para estampar mi corazón. Lo soy de nacimiento, como le pasa al que nace tontolculo o con un antojo en mitad de la cara. Es más un estigma que un don. Por eso ayer celebré otras cosas, muy pocas cosas: las que hoy os cuento.  La primera, la lluvia. Y el ratito en el que descampó que fui a ver si mis plantas habían sobrevivido a los 50 litros por metro cuadrado que cayeron del cielo. Y allí estaban, tersas, con ganas de vivir, aclimatadas a la tierra nueva que mullí para ellas. Saben aguantar estoicamente lo que les caiga, casi como yo. De ellas aprendo.

El poeta, lo mismo que hoy están nuestros héroes, tiene que estar siempre presente, mañana, tarde, noche y madrugada, como bien dijera del amor en su divinos sonetos Rafael de León. Una cosa así como nos pasa ahora con el Covid 19, que a cualquier hora del día estamos con la atención puesta en las noticias. Ayer celebré también que pude al fin llorar. Hace unos días salieron durante el discurso del presidente unos cristalillos mojados que me dejaron los ojos inservibles y los tuve que cerrar pero ayer por fin salió el cristal que atascaba mis lagrimales y pude desahogar un poco de la inundación que llevo dentro, algo así como ocurre cuando abren las compuertas de un pantano y monta una riada en un momento. Estaba viendo una película  de mi admirado Denzel Washintong -ayer pusieron dos seguidas: Antowne Fisher y Huracán Carter (hasta la trece está dando lo mejor de sí misma)- y pararon en mitad de la segunda para retransmitir en directo el mensaje de Pedro Sánchez. He de confesaros que no he oído un mensaje más directo, cercano, humano y doloroso en todos los días de mi vida. Y lloré. Y no por mí, que también me preocupa, lloré por los míos, lloré por todos nosotros.

Esta madrugada no han parado los perros de ladrar. Llevaba más de una hora despierta en la cama, dándole vueltas a lo que escribiría en unos minutos, cuando el cuerpo me pidiera levantarme. Por un lado, quería hablar de la piedad inmensa que me sugiere el tiempo que estamos atravesando, piedad de todo y de todos. Por otro, el consuelo que da el hablar aunque sea a través del teléfono con las personas que queremos. Verlos por video llamada es una maravilla, a mí me inyecta fuerza y seguridad. Poderme dirigir a todos los que seguís mis crónicas y serviros para algo me da fuerzas para enfrentarme sola a mis monstruos. Observar las medidas que nuestro gobierno está tomando, también me consuela y, lo que más, la solidaridad que aflora de los corazones. Eso me llena de orgullo y la maldad de cuatro desgraciados me afecta menos que en días pasados, hay que perdonarla porque no saben lo que dicen. Pero por si no lo saben, que se queden en sus casas y se beban su propio veneno, que no inoculen más a los corazones sanos y con ganas de vivir y ser buenas personas. Sé que hay un antes y un después de ésta recién inaugurada primavera, un después temible para los que sobrevivan. Y a falta de dioses solo me queda clamar al corazón humano para que lo sea de verdad, para que no necesite más de lo preciso y por que siga latiendo en paz. Demos gracias por vivir en este tiempo en el que podemos darnos por entero y a distancia.

Sí, desde este Garitón donde todo tiene su poesía, me entrego entera y a distancia. Soy poeta haciendo míos estos versos de Rafael de León que yo os entrego como una flor de palabras.

Y en cambio tú eres todo, mi locura,
mi monte, mi canción, mi mar templado,
el pulso de mi sangre, la llanura

donde duermo sin sueño ni pecado,
y el andamio en que apoyo con ternura
este amor que nació ya fracasado.  


Anegada de lluvia y de tristeza, Mariví Verdú

*A mi Missi que es la única presencia que tengo a todas horas.

sábado, 21 de marzo de 2020

MÁS LOCOS QUE CONTAGIADOS, por Mariví Verdú

Van pasando los días y seguimos viendo la vida desde nuestra ventana con toda su carga de lluvia, de desolación y de tristeza. Aunque quiera una aferrarse a la positividad para sobrevivir, viendo las imágenes que van llegando a nuestros medios de comunicación no cabe más que el pesimismo y el desearnos suerte. Estamos rodeados de egoístas desalmados, de egocéntricos y gente a la que no puedo comprender. Esa pandilla de 31.000 locos que han sido multados por salir del confinamiento se han creído que esto es el coño de la Bernarda. Vaya, que hay más locos que contagiados por el coronavirus. Y a ver quién nos libra de tanto descerebrado porque eso sí que es peligro, una amenza de nuestra especie, no hacen falta virus ni microbios, los tenemos de carne y hueso. Mientras, la primavera comienza por cada rinconcillo, por cada calle, por las jardineras y arriates, por campos y veredas, poniendo sus colores como hizo siempre, solo que hoy nos llega de otra manera menos grata, más imperceptible, porque nuestro corazón no está para que le bulla la sangre como sería lo natural. Nos hemos quedado de piedra.

Como contraposición y afortunadamente, he de decir que quedan muchos corazones de verdad, que son más los corazones tiernos que los duros, más los abiertos que los cerrados. Ayer recibí la llamada de un amigo reciente ofreciéndome su ayuda, su comida, su dinero si lo necesitara, me dijo que me dejaría en el portón la fruta, la verdura, lo que en sus manos tuviera... Mi vecino de atrás también lo hizo desde la valla metálica que separa nuestros patios. Yo le pasé una bolsa de limones porque mi limonero es lunero y no para de darme frutos. Muchas gracias a Juani y a José Miguel, ayuda bastante saber que se puede contar con ellos. Y gracias a Alberto Brasero que ayer puso su nota positiva dando el tiempo, intentando alegrarnos el corazón.

Por fin pude dejar la tierra ayer como yo quería para poder trasplantar las tomateras, Y lo hice con mucho esfuerzo pero cada día estoy más convencida de que el trabajo físico es importantísimo para el posterior descanso síquico. No hacer nada es tan desconsolador y tan frustrante... Limpié el bancal todo lo que pude de malas yerbas, hice los camellones y di dos viajes con la carretilla para llevarme las macetas donde había sembrado los plantones en tierra buena. No sé cómo fue pero rompí el tercer plantón a la hora de sacarlo, se me calló la maceta y lo quebró. Quise ponerle un palillo y vendarlo por lo tronchado pero se hizo dos y murió. Casi lloro. Qué pena más grande con lo que estaba yo mirándome en ella... Tan preciosa que estaba mi tomaterilla. Ya no se rompió ninguna más, ni de las de pimiento tampoco. Les puse el riego pero no lo enchufé porque sabía que predecían lluvia para hoy y mañana. Decía Elton Trueblood "Cuando un hombre planta árboles bajo los cuales sabe muy bien que nunca se sentará, ha empezado a descubrir el significado de la vida". Yo digo lo mismo pero con mis pimientos y tomates, aunque es cierto también que espero verlos florecer.

Advierto a los amigos que se abstengan de mandarme nada que no sea un abrazo o un comentario positivo. No voy a abrir ningún mensaje alarmista, ya no puedo más, ni recetando ni criticando, ni poniendo más en vilo este corazón que se me sale. Tampoco quiero gente negativa, egoísta o quejosa dándome la lata por wasap. Tened piedad y, por muy desasosegado que estemos, intentemos ser cuidadosos con el corazón de los demás.Y cuidarnos, ser positivo es una forma de hacerlo.

Mientras tanto, dosificando mi comida para no tener que salir, estoy preparando una serie de acuarelas en la que quiero pintar a todos mis amigos y familiares. Ya llevo unas pocas acabadas. A óleo tengo ya a muchos de ellos y parece que no pero me dan compañía. Están colgados en mi pasillo. El de mi nieto lo tengo enfrente de mi cama. Lo pinté hace tiempo, cuando era pequeñito, de brazos todavía. Estamos los dos bajo la yedra, junto a las pilistras (llamada también aspidistras), y con algunos medallones de sol sobre nosotros. Estamos en El Garitón, desde donde escribo cada día que puedo (desde que comenzó el confinamiento, con hoy serán ocho )y hasta que el tiempo me lo permita.

 Ayer dicen que fue el día del gorrión y me acordé de varias letras donde nombro a ese pajarillo tan humano y que vuela tan bajito como yo. Se las dedico a Alberto Brasero y a todos los que quiero y me llenan la vida de esperanza.

En el patio de la cárcel
vi un gorrioncillo volando
y yo que vivo aquí dentro
con él me voy escapando... (La soledad, 2007)

Libre vuela el gorrioncillo
desde que amanece el día;
ay, si pudiera volar
Dios sabe que cantaría.

Dios sabe que cantaría
si yo pudiera volar
y por no tener no tengo
ni ganas ni libertad.   (Desde la albura, 2013)

 Mariví Verdú

*No viviremos lo suficiente para agradecer el trabajo entregado de los sanitarios, de las fuerzas de seguridad y de todas las personas que nos hacen vivible el día a día. No hay dinero para pagarles. Dejémosles trabajar en paz. Muchas gracias.
Por cierto, gracias a mi amiga Pepi por darme el contacto donde poder brindar mis servicios como costurera para hacer mascarillas. Hoy mismo lo gestionaré. Es maravilloso ser útil y además es necesario.

Foto portada: Pedro Durán Verdú
Resto fotos: Mariví Verdú


viernes, 20 de marzo de 2020

GRATIAS AGO FRATEM MEUM, por Mariví Verdú

Hoy tendría que escribir una oración pero voy a escribir unas pocas. Empiezo dando gracias por la valentía de algunos de nuestros semejantes, al compromiso y la lucha que están llevando a cabo hasta las últimas consecuencias con ese minúsculo virus, invisible y malvado, que nos tiene en vilo. Hablo de todas las personas de sanidad, de los cuerpos y fuerzas de seguridad y de todos los empleados en los oficios que mantienen nuestra vida a salvo, personas entregadas que están haciendo la difícil tarea de cuidar de todos nosotros: héroes. Con tanto que nos quejamos de los inconvenientes de nuestro encierro y lo importante que nos consideramos, no les llegamos ni a la altura de sus zapatos. Son nuestros semejantes pero no nos parecemos a ellos ni en el blanco de los ojos. Siempre quejándonos y preocupándonos de ser ese centro del mundo que no existe en ningún mapa más que en el de nuestro ego. Es tanta la calamidad que estarán viendo y sufriendo que no voy a hacerle caso a nadie que me cuente si le queda o no café en la despensa o si tiene o no mascarilla. Qué se haga una, que tiene diez dedos en las manos.

La siguiente oración va por nuestra Pachamama y es, en primer lugar, para que nos perdone. Sí, a nuestra madre tierra, a la que le clavamos más puñales que al corazón de la patrona de los verdiales, mucho más dolorosos y mortíferos, mucho más de verdad, con resultados tan dramáticos como millones de pasiones juntas. El otro motivo es de sorpresa y agradecimiento ya que, con nuestro confinamiento en casa y la prohibición de circular, han bajado los índices de contaminación. Estar en paz con la madre tierra es comenzar a estar en paz con nosotros mismos.

Esta oración es implorando a todos los que estamos viviendo desde nuestras casas que no salgamos, que procuremos ser buenos con nosotros mismos y con los demás, y que dé igual el orden, que por una vez dé igual el orden y nos bajemos de ese pedestal que nadie nos ha puesto. De hecho yo acabo de arrancarle el título de amigos a unos pocos, aunque siempre fueron amigos de pacotilla. Hablo de Facebook y su burka inmenso y cobarde, desde donde pueden decir barbaridades y quedarse tan panchos. En vez de estar agradecidos por el valor que están demostrando todos, cada uno en su medida, se dedican a criticar y desprestigiar a las personas que están intentando poner orden en este caos.

Ayer tarde me dediqué a destripar terrones con una vehemencia que ni yo misma podía creer. Obsesionada en no pensar más que en el futuro, dejé un bancal a punto para trasplantar las tomateras y pimenteras. Las pobres no tienen la culpa de nada y estaban esperándome en las macetas. Observé con asombro que ya tengo mi primer tomate, la primera flor amarilla que da paso al milagro y a la ensalada. Estoy llena de agujetas pero deseando que salga el sol para hacer los camellones, poner el riego y darles por fin el sitio que están pidiendo. Hace unas semanas ofrecí esquejes de mis rosal arribaespaña pero solo una vecina de mi hijo ha querido plantarlos. Nadie más me ha pedido pero no los dejaré morir así. Cuando baje la curva de enfermos del virus, los plantaré en un bancalillo que hay justo enfrente de mi cancela, en homenaje a mis héroes.

Y ésta última oración con la que cierro mi escrito va dedicada a los niños, a los jóvenes padres y a los abuelos que han olvidado con la edad de cuidarse y necesitan manos. Yo tengo sobre mi alma a un abuelo, a uno solo, que nunca quiso nada de mí pero en momentos como éste se abre hasta el fondo el corazón y él estaba allí el primero. Por ellos y por todo el que sufre de verdad, aquí os mando mi abrazo de esperanza.

Desde El Garitón, con la humildad del cielo y de la tierra juntos, Mariví Verdú

* No sé cómo ofrecerme para coser batas o mascarillas. Podría hacerlo si me facilitaran la tela. Hilo tengo yo el que no gastaré aunque sobreviva algunos años más. Necesito ser útil. Hoy más que nunca.


jueves, 19 de marzo de 2020

ESE MÚSCULO DURO, por Mariví Verdú

Escribir a gusto de todos es tarea imposible. Sin embargo, ya es una hazaña escribir a gusto de una misma, ser fiel a nuestros propios pensamientos. Los pensamientos están sometidos a un criterio que puede ser mudable por muchas circunstancias. Nunca en las esenciales. Estar en la cabeza de los demás, acertar con el pensamiento y los gustos ajenos es tan difícil como utópico e intentar prolongar la impresión positiva que alguna vez les causamos, sería, por tanto, un empeño absurdo. Algo distinto es llegar al corazón. El corazón, ese músculo duro que es el centro de nuestra existencia, dicen que está en el pecho pero yo sé que se ramifica por todo el cuerpo y es el más importante que tenemos los seres humanos. Hay muchos que lo hemos subido hasta el cerebro y, una vez situado en lo alto, ya no quiere bajar.

Me doy cuenta, siempre que expreso mis ideas políticas, que dan un bajón las críticas, los me gusta y los comentarios en Facebook. Son hechos evidentes que puede ver cualquier persona, sin embargo no coinciden con las cifras que refleja el contador que dispone Blogger para las entradas al blog. Éstas se cuentan automáticamente y son más altas, bastante más altas. Confieso que no es que me preocupe demasiado saber la gente que lee mis cosas, pero los datos son los datos y los veo cuando introduzco una nueva entrada. Si publico lo que escribo es con la intención de que sea lea, como es lógico. Sé que las ideas políticas son tan variopintas como somos los seres humanos y que el miedo cierra bocas haciendo que la mayoría calle para que no se le vea el plumero. Antes de meter la pata o de no agradar al prójimo -que no tiene por qué ser el próximo ya que hoy, con las nuevas tecnologías, llegamos a todo el mundo-. Y puede que hasta lleven razón en no expresarse pero ¡Ay! Qué sería de mí si no me expresara o lo hiciera sin abrir mi corazón... Llegar al de los demás se consigue en casi todas las ocasiones cuando abrimos el nuestro en canal. Por esto y porque se erige una en la voz de los que callan y sienten, sigo ejerciendo mi tarea. No sé si son malos tiempos para la política, desde luego para la lírica son tiempos propicios.

Ayer, a mi pesar -el único pesar que tuve en el día-, pude contrastar la de imbéciles que andan sueltos y están para camisa de fuerza. Fui a la farmacia a por mis pastillas de la alergia y a por el paracetamol que mi médico añadió al lote. Me puse guantes y mascarilla como mandan los cánones de hoy, llevé las dos tarjetas, la sanitaria y la del banco, cogí el coche y aproveché para tirar la basura que me pillaba de paso. Solo me crucé con cuatro personas que llevaban cubierta la boca, un señor que bajaba en coche solo, como yo, desde mi misma calle hasta el cruce con la calle El Borge, otro vecino que atendía a un repartidor y una empleada de la residencia de ancianos que atendía a otro repartidor (ambos repartidores sin mascarilla). Por la carretera me crucé con el del butano que iba protegido también en su camión de reparto. Ya en la farmacia, donde éramos siete en la cola, distanciados más de metro y medio entre nosotros, pude observar que era la única que la llevaba. Nadie hablaba con nadie, menos mal. Las empleadas disponían de una mampara protectora y les pregunté si era así cada día. Hablamos el tiempo justo en el que me atendía y lo suficiente para salir corriendo. Dos clientes antes de mi vez observé algo que me causó una desagradable y preocupante impresión: una clienta de unos cincuenta y algunos años, maquillada y añascada como para ir a la ópera y que estuvo de cháchara un ratito, quería volver por donde esperábamos, estando habilitado un pasillo. Al verme con mascarilla puso cara de miedo -más bien de asco por el mohín que hizo- y rectificó el camino de vuelta... Anda que vamos bien. Seguro que estaba a las nueve delante de la televisión y seguro que vota lo que vota. Porque todo va relacionado, queramos o no.

Bueno, hoy el día amanece como ayer. Sigue amaneciendo en gris. Sin embargo han nacido dos rosas en estos tiempos difíciles. La primera del rosalillo de mi Cristi, naranja y preciosa, y la que acompaña mi escrito, una rosa difícil, salvaje, con más ganas de vivir que nadie, sin tierra ni maceta, solo ella, una estaca que dejé después de la poda en un cubo y que pasé estos días a un cubremacetas que se quedó sin ella y ahora alberga una docena de esquejes vivos. Y, uno de ellos, floreciendo. Un milagro de la naturaleza. Una forma de dar ánimos a mi soledad y a la de todos vosotros.

Desde El Garitón, hoy con ganas de no perder el tiempo, Mariví Verdú

*El rosalillo de mi Cristi en plena primavera 2018.

miércoles, 18 de marzo de 2020

LA PETITE ÉPÉE DE DAMOCLÈS, por Mariví Verdú

 No recuerdo un mes de marzo más largo. Ni en los momentos de mi niñez, aquellos en los que el tiempo era elástico, moldeable y los días tenían más de tres dimensiones -contando como una dimensión el perfume de los chilindros y otra la pequeñez de los diminutos llamanovios-. Aquellos días azules y este sol de mi infancia vienen a la memoria como todos los versos imprescindibles de Machado. El aprendizaje que me regaló su Juan de Mairena lo llevo nítidamente en mi memoria como aquellos campos y huertas que flanqueaban la 340 que nos hermanaba con Cádiz.

Hoy, recordando en esta soledad necesaria y urgente, miro a mi ciudad desde la lejanía. Más cerca, el campo, justo detrás de mis cristales, mostrándose exultante  de belleza. El campo, que solo entiende de agua y de sol, de manos entregadas y buen humus, está ajeno a todo lo que ocurre. Siento su agradecimento por la lluvia. Hay un verdor intenso y un silencio penetrante en estos altos alhaurinos roto solo por el canto de los pájaros. Los montes de mi espalda observan con la vieja mirada de las piedras y guardan su milenario silencio apiadándose de todos nosotros. Yo los he oído llorar. Antes corrían los conejos por aquí, había búhos y lechuzas...no sé dónde habrán ido para dejarnos sitio.

Esta noche he soñado, eran más de las cinco cuando ocurrió, con nuestro presidente. Nunca lo hice con Mariano ni con José María, tampoco con Felipe ni con José Luís, mucho menos con Leopoldo y en tiempos de Adolfo tenía yo la vida llena de sueños rotos. He de contaros que he tenido una gratísima experiencia: he hablado con él, le he dado las gracias y he podido darle un abrazo. Y es que anoche no podía dormirme pensando en su suerte. Y en la nuestra. Por fortuna, esta crisis nos ha cogido en sus manos porque si hubiese estado algún otro listo nos hubiera caído la helá. Siento un profundo respeto por él, hoy más que nunca, y no voy a admitir que le achaquen esta desgracia que nos amenaza, esta espada de Damocles que cuelga sobre las cabezas de todos los habitantes de esta tierra, redonda y vulnerable, a la que tanto jugo le hemos sacado. No es tema político el que me mueve a soñar -a los sueños no los mueve nada más que su voluntad-, pero contároslo si es por propio deseo. Me mueven la justicia y la lógica. ¿Quién de nosotros se siente capacitado para aguantar el embate histórico que él, con su juventud, lleva adelante? Le vi un cara muy triste ayer, muy desconsolada. Tal vez por eso se quedó en mi cabeza e irrumpió en mi sueño. Es mucha la responsabilidad que le ha venido encima. Es humano, por eso lo entiendo. Lo único que no logro entender es lo de la corona. Sí, la, en femenino. Eso ni lo entiendo ni lo entenderé. Y que nadie me lo explique porque me niego a razones. No admito a los divinos.
 
Estoy a la espera de que me llame mi médico, Antonio Lara, porque han habilitado las consultas telefónicas y necesito medicinas. Tiene la facultad de consolarme siempre. La medida tomada es una forma de evitar contagios que aplaudo desde mi pequeño hemiciclo informático. He de decir que el sistema sanitario funciona perfectamente. Y que podría hacerlo mejor de no haberse expoliado tanto cuando mandaban los ricos. ¿Dónde está el amor a España de Soraya, Ana, Dolores, Fátima o Luis?...¡en el guindo! Nadie ha salido ni a dar un poco de ánimo a los españoles. Solo excuso a Ana Pastor y porque está malita con el virus. Bueno, pues ya está bien de acordarse de los que se fueron a disfrutar pagas eternas porque de seguir recordando tendría que pasarme también por la cárcel y ya vivo lo suficientemente cerca de ella.

El viento amenazaba anoche detrás de mi ventana y jugaba a las sombras chinas en mi cuarto. Hice pan porque para hoy ya no me quedaba. Por tal de no salir. Hice tres barras, una de ellas con pipas de girasol... Me corté una buena teta y le puse aceite de olivas recogidas por mi amiga Pepi y por su esposo Miguel. ¡Mira que está bueno un pan recién hecho! Juro que estaría amasando para todos vosotros hasta que pasara la crisis, si hubiera forma de hacéroslo llegar. De momento, amaso un pan de amor cada mañana. Estáis invitados.
Desde El Garitón, con las calas en flor, Mariví Verdú

 Las calas marchitándose sin que yo les eche ni un piropo siquiera...
Fotos de esta misma mañana. A Remi.

martes, 17 de marzo de 2020

AMOR AL SILENCIO, por Mariví Verdú

Mi amor al silencio, padre de los pensamientos y creador de la música, lo escogió como pareja de vida, como medio de creación, como compañero de lágrimas y fatigas. Y tengo más que asumido que el silencio  será obligatoria y decididamente mi pareja para la eternidad. Llevo dos días con un silencio en voz alta que impide mi aliento. Siento el pulso de la vida dando latidos a gritos mientras veo la verdad del hombre quitándose los ropajes  que lo adornan, los abalorios que nos confunden, los maquillajes que disimulan. Así, tan cruda y descarnada se nos presenta la vida.

Anoche me costó dormir. No me acosté hasta que pude cerciorarme de que todo estaba en orden entre los míos. Me tomé una tila. Estuve haciendo zapping por ver si había algo incitador al sueño pero solo había bolas de mazas de guerra medievales en todas las pantallas y gente hablando de ellas. Y yo, con una sensación tristemente bocacciana, quité la televisión y me metí bajo las sábanas de franela que me regaló mi madre y son las mejores de mi vida, irrompibles, calientes, amorosas... 

Esta mañana tenía el cuerpo cortado. He acudido a mi bata y a unos calcetines gordos que me regaló mi amiga Mari Carmen, me he preparado una infusión de jengibre muy calentita y he encendido el ordenador.  Ayer me llamó ésta amiga, es de riesgo, como yo, y me contó cómo está pasando su cuarentena en la ciudad. Vive cerca de la estación María Zambrano y me puso al día sobre la desinfección que estaban llevando a cabo las fuerzas de la UME, ya que podía observarlo todo desde su casa, y sobre la desesperación que comparte con su marido, ambos habituados a salir cada día y a frecuentar la Málaga cultural: exposiciones, conferencias, presentaciones... Nadie está contento. Unos por que solo tienen terraza y una vecina con quien hablar en el pasillo y otros, como yo, porque no tienen a nadie con quien compartir un jardín y una palabra. Tal vez por eso me he sentado hoy a las cinco y media ante la hoja inmaculada del pages.

Mientras hablaba con mi amiga que, dicho sea de paso, sigue derrochando buen humor, se me vino a la cabeza aquella canción que se hizo famosa hace muchos años: El que tiene un peso/ quiere tener dos,/ el que tiene cinco/quiere tener diez,/el que tiene veinte/ busca los cuarenta/ y el de los cincuenta/ quiere tener cien. Nadie está conforme con su lotería. Por mi parte, hace tantos años que dejé la vida social que ya ni me acuerdo. No sé de dónde sacaba ese entusiasmo y vitalidad que tantos envidiaban. Lo han engullido los años y las penas. Hoy, cuando voy a un museo, es una odisea, ni siquiera es una fiesta, es un atrevimiento, una osadía, un quebrantamiento de hábitos. Cuando asisto a una presentación, exposición o conferencia, puedo decir con seguridad que es una clara deferencia al autor.

Hay muchas personas que no entienden que escriba para colgar en mis blogs sin más, que gaste mi tiempo y mi energía si no cobro un puto duro por ello, pero no solo lo hago porque lo necesito, me gusta y me da la gana sino porque tengo muchas personas a las que puedo hablar desde mi pequeña tribuna, a quienes puedo entretener o dar que pensar. Leer y escribir fue la meta de la mayoría de los españoles hace un siglo. Yo soy de aquel siglo XX y sigue siendo básico en mi vida. Lectura y escritura, el binomio de la sabiduría. Hoy tenemos estas plataformas tan importantes y que llegan a tantísimas criaturas, no utilizarlas para ello sería un desperdicio.

Hoy he leído en La Vanguardia una entrevista muy interesante de Xavi Ayén a Nuccio Ordine, filosofo italiano confinado en Calabria, y os transcribo solo una respuesta porque me ha dado tanta pena que he estado tentada en no compartir mis palabras de hoy.

“Las redes sociales no aumentan las relaciones humanas, las banalizan. Muchos estudiantes creen que la amistad es un click. Un perfil en facebook te da 1.500 amigos, eso banaliza el término amistad. Si se privilegia la relación humana virtual ante la directa se crea una nueva y terrible forma de soledad, la gente que pasa las horas en su casa, solos, creyendo que tienen muchas relaciones. No tienen nada." 

Me ha dado una pena tremenda porque sé que lleva mucha razón pero no quiero dársela. Me niego a dársela por completo. Quiero pensar que tengo amigos. Para vosotros va.

Desde El Garitón,
con las calas abiertas
como mi corazón,
Mariví Verdú

Foto de las calas: M. Verdú
Foto de los pensamientos: Pepe Valdés

lunes, 16 de marzo de 2020

A CELIA BERROCAL, IN MEMORIAM, por Mariví Verdú


Si muero,
dejad el balcón abierto.  F. G. Lorca

Celia Berrocal se marchó dejando todos los balcones abiertos. Sí, dejó abiertos todos los balcones de cualquier barrio de Málaga. Pero antes les colgó macetas y puso flores en ellas dejándonos un mundo de color en nuestras retinas. Claveles y gitanillas colgando, cintas, azaleas, begonias y el recuerdo de una persiana de varillas de madera y carrucha con cordón, la mayoría de veces recogida, con un postigo abierto y dejando entrar el sol hasta los rincones del alma.

Desde que conocí su obra gracias a mi maestro Díaz Oliva, he admirado a esta mujer, madre, malagueña y pintora. Su tesón, su visión colorista y su arte, unidos al amor a Málaga, hicieron parte del milagro de su pintura. El cariño que los malagueños le han profesado, desde que expuso por primera vez hasta la fecha, hizo el resto. Málaga tiene que estar eternamente agradecida a su trabajo ya que la dejó recogida en sus lienzos perpetuando una época que se parece mucho al romanticismo con el que ella veía el mundo. Un paisaje que no volverá.

El pasado día 13, en la madrugada del jueves al viernes, aparcó sus pinceles y la despidieron los que amaba. Su lamentable y tristísima pérdida hará de Celia Berrocal la musa de los amantes de nuestra tierra, tanto de los fervorosos de nuestras tradiciones como de la generación que despertó en mayo del 68 a la que pertenezco. Todo el que quiera saber sobre Málaga, que la estudie -y no solo en su faceta pictórica sino histórica-, deberá pasear por sus lienzos. Revivir una Málaga que conocí -ya que solo nos llevábamos once años, los justos para que fuera mi maestra-, es darme una vuelta por la obra artística de Celia Berrocal.

Supe de su muerte ese mismo día pero no he querido escribir hasta hoy porque los ánimos están más que tocados y la tristeza camina a flor de piel. Quería hablar de ella pero sin mezclar la situación que estamos viviendo sino mirando el futuro con la belleza que ella miró su presente. Y no cabe duda de que ella es también nuestro presente, nuestro regalo, nuestro patrimonio. Sí, el trabajo de Celia Berrocal es nuestro legado. Un apreciado tesoro.

...Pero habrá un patio con flores,
por donde se vea el cielo,
y el patio tendrá una fuente
y un ciprés con su lucero.  J. R. Jiménez


He de decir que no recuerdo haber hecho en mi vida un acróstico y que será el último que haga. Pero quiero probarlo todo antes de irme, todo lo que sea con palabras de colores.
Para ti, Celia Berrocal.

Compañera:
El día está muy gris. No es de tu agrado.
Lo pintaré de luz y con tu ayuda
Irisaremos juntas la mañana
Azuleando el cielo malagueño.

Balcones y ventanas
Entreabiertas,
Rejas con jardineras coloridas,
Rojo carmín, y bermellones tiernos,
Ocres en las persianas, desconchones,
Cal viva a brochazos por los muros...
Amor y más amor: Málaga pura.
La tierra te sea leve, amiga mía.

Con cariño y admiración. Mariví Verdú 
*Las tres fotos las he tomado de su Facebok.

domingo, 15 de marzo de 2020

...DE NUESTRA VIDA. AMÉN, por Mariví Verdú

Buenos días. Son las seis de la mañana y estoy sentada ante el ordenador con un tazón de manzanilla con limón y miel de brezo a mi izquierda y un pañuelo de papel a mi derecha por si me da por llorar aunque tengo los ojos secos. Y lo sé mejor que nadie pero no llego a creérmelo. A ver si soy capaz de encarrujar algo esta mañana gris. Durante el día de ayer ni siquiera me di un pequeño paseillo por la parte de fuera de la casa. Hablé con dos amigas por teléfono, con mi hijo y con los papás de Emma por wasap, y contesté los comentarios de facebook, tan cariñosos y tan humanos todos. Y ví en TV a los dos presidentes que me corresponden y acabaron de rematarme con la puntilla del miedo. Dejé perder la tarde. Ni siquiera me coloqué mis prótesis dentales...total ¿para qué? Apática total, por la mañana me había recogido  el pelo de un puñado y así lo mantuve durante todo el día. Ni pendientes, ni espejo, ni ganas de toser para no asustarme más de la cuenta. Total, que tengo la cabeza hecha un lío, las orejas cansadas de noticias y de televisión -imagino que como todos vosotros- y la garganta áspera como si me hubiera comido a bocados un membrillo seco.

Como persona acostumbrada a la soledad y al silencio, he de decir que no es tan malo, todo lo contrario, es recomendable y sano, yo diría que hasta nutritivo para el alma, pero varía bastante cuando el aislamiento es impuesto y la voluntad anulada. Bien es cierto que en esta ocasión es por una causa tan justificada como anómala pero muy necesaria para el bien común. Y se asume, se toma con resignación, como hay que tomar cualquier situación que no dependa de nosotros mismos, como se lleva la muerte y sus causas, como la enfermedad, la suerte, las deficiencias, un accidente, un cargo de conciencia...

En esta sociedad demócrata, tan lengüetona y dada al yo, yo y si sobra para mí, ha caído como un rayo el que la aten corto y la gente se dispara a la calle con una irresponsabilidad digna del pueblo más ignorante. Menos ml que no pasa con la mayoría y tenemos más gente responsable que inconscientes -a algunos los llamaría malvados- y somos muchos los que hemos hecho caso a la autoridad competente y nos hemos autoconfinado en nuestras casas. Si por mí fuera, esta mañana me dedicaría a borrar capullos y adoquines de mi lista de amigos. Vaya forma de joder la marrana. Por el contrario, me he propuesto dedicarme a lo que más me gusta. Ya lo hago. Y después voy a pintar y a disfrutar de la clorofila y los colores. Pienso acabar de instalar el riego automático y despues comerme unas papas en adobillo con higaditos. Para ello voy a peinarme en condiciones y ponerme unos pendientes, tal vez me perfume y no descarto abrirme una cervecita a media mañana.

No quiero concluir este texto sin agradecer la incondicional compañía de Missi. Es una gata tuxedo, como las que fueron veneradas en Egipto. Dicen que William Shakespeare, Beethoven e Isaac Newton William Shakespeare, Beethoven e Isaac Newton tenían gatos de esta raza. Vive conmigo desde hace más de una década. Es tan buena y tan tranquila. A veces somos dos almas en pena y otras somos luces de colores. Cuando estoy enferma, enferma conmigo de melancolía. Cuando viene buena racha se siente tan feliz que la temen los pajarillos de la fuente y las salamanquesas. Es cazadora por naturaleza y sus aves preferidas son las palomas torcaces pero igual corre detrás de una mariposa que de las moscas, de las libélulas, de las sombras... Me costó convencerla de que un ovillo de lana no es para jugar, ni una bobina...Tal vez se ha hecho mayor, como yo, y aquí anda haciendo caso a la OMS y al consejo de ministros.

También tuve un pájaro. Le escribí muchas cosas. Cantaba muy bien pero Missi lo dejó afónico de un susto y se lo regalé a un amigo enamorado de los pájaros. Me costó despedirme de él. Le gustaba muchísimo oír música, en particular clásica y flamenco. Como a mí. Se volvía loco cantando. En su memoria escribí “Diálogo de trinos”. Os dejo dos muestras. Creo que están ya publicadas pero quiero recordar.

 I.- He cortado las hojas secas del culantrillo que no quiso morirse. Todo un acto solemne cantado y proclamado por la música pura del canario tenor y de Ahmed Larinouna. Tar, piano y violón en el chams de Aachia mientras caen las hojas que un día fueron agua; verdor que dejo al viento, memoria de mi sangre.

VII (Für Elise).- Y mi pájaro se vuelve de espaldas, medio ronco, alocado, baja al suelo y se esconde. Se ha perdido en la jaula. Ni un sonido ha salido de su garganta pura. Sordo, asustado, hundido en un abismo, se alimenta, vencido.

Segundo día de cuarentena, quincena o eternidad. Dispuesta a la batalla con mi fiel escudera Missi. Al ataqueeeeee, mis valientes. Cariñosamente a mis lectoras queridas y a mis amigos especiales. No necesito nombrarlos, ellos lo saben. Mariví Verdú

sábado, 14 de marzo de 2020

AHORA Y EN LA HORA, por Mariví Verdú

Esta mañana, serían las nueve, se fue la luz en estos altos de Pinos. Tenía a punto de acabar un escrito que, a modo de confesión, hacía balance del día de ayer. Se ha perdido. De momento me ha indignado pero no vale la pena gastar energía por tan poca cosa. Espero que la memoria me deje volver a enjaretar una nueva versión del relato, al fin y al cabo son mis sentimientos y esos siguen en su sitio. El caos y la incertidumbre que ha creado este extraño virus que amenaza con arruinar nuestra forma de vida hace que no tenga ánimos para nada pero la mala leche que me da la impotencia también hace milagros, así que empezaré por lo inmedito y reconstruiré el texto aunque solo sea por amor propio.

Ni los sábados ni los domingos suena el despertador. La verdad es que me daría igual que no sonara el resto de la semana porque no necesito que me despierte nadie. Soy madrugadora, tenga o no tenga algo que hacer. Tengo una obligación con la mañana, una necesidad imperiosa de ver cómo amanece. Ningún día es igual, se ve que atravesamos partes del universo que unas veces nos son propicias y otras no. Eso, para quien se ha perdido muy pocas auroras, se ve claro. A veces he esperado con ansia la llegada del alba, otras ha llegado sin haber cerrado los ojos -lo que se dice pasar la noche in albis-, pero, sea de la manera que me haya pillado la luz, siempre he dado las gracias por su presencia.

Anoche, cuando desconecté las dos alarmas del móvil, una a las siete y la otra a las ocho (una para dejar la cama si no lo hubiera hecho aún y la otra para ponerme en marcha, de camino a la otra parte del pueblo, a lo que ha sido mi honorable quehacer de éste último año) me sentí muy triste. Ayer, por culpa de algo que no se ve, con lo que no puedo pelearme y de lo que no puedo defenderme, me despedí de una de las más gratas tareas que he tenido en mi vida: cuidar de Emma. Ella es mi sobrina-nieta, una niña preciosa a la que he atendido desde el doce de marzo de 2019 hasta el día de ayer en el que me retiré de ella con la tristeza de quien se separa de alguien muy querido y con la terrible sensación de marcharme a un destino incierto, a un penoso aislamiento, a un lazzaretto.

Ayer, mientras Emma dormía su siesta, cuando mi sobrino cerró su puerta y nos despedimos en el pasillo del ascensor, tuve un parón total de sentimientos, un vacío, un no saber si subía o bajaba, si caía o me elevaba...noqueada, no podía pensar. Al abrir la puerta del portal y encontrarme con el aire fresco que corría por la calle fue cuando me di cuenta realmente de lo que estaba pasando. Cogí mi coche, metí la llave de contacto y lo arranqué. No sabía adónde ir pero decidí de pronto tirar para la ciudad. Y me fui a Málaga a recoger mis gafas nuevas del cerca, las de coser. Las necesitaré para zurcir mi herida, ese profundo desgarro que no acaba de cerrarse nunca,que rompe por la cicatriz con un intervalo que cada día va siendo más corto.

Me dirigí al centro comercial con la más cruda sensación de soledad. Había gente. Pensé en comprar algunos embutidos de los que me gustan como si fuera para la última comida del condenado. Puedo recordar que el número de orden que lucía en la pantalla era el 22 y yo acababa de arrancar el 33. Había que empezar a administrar la paciencia. Tomé una dosis. La charcutera estaba al límite de sus fuerzas pero mantenía una sonrisa dignísima, cosa que me dio pié para hablar con ella y desahogarnos superficial y mutamente. Un chico, con acento sudamericano, pidió jamón serrano y me atreví a decirle que lo podía congelar... Una señora me habló de la paranoia que estamos viviendo, otra me preguntó que si le daba tiempo de ir a por pan y le dije que sí. Volvió sin él. Ya no había. Puedo recordar las caras de estas cuatro personas que eran humanas. Las otras eran raras, alienígenas, o tal vez tan parecidas a mi miedo que no quería verlas. Todos nos despedimos. Compré también alguna fruta. La chica de la caja fue muy amable. Me validó el tiquet y me pasó los puntos dándome un puñado de papeles y de ofertas que cogí de un puñado. Le dije que todo fuera leve y me fui.

Me encaminé para Alhaurín con la intención de encerrarme en este garitón que hoy ha amanecido bajo un cielo de témpera, casi opaco, con una visión de Málaga desvaída y neutra, como aguada de tantos grises, fantasmagórica y lejanísima.  Llegué y cerré mi portón. Miré cómo crecen las vides, llenándose de volantes verdes; cómo florece el rosalillo de mi Cristi, cómo se esparcen las fresias por el suelo... Sin embargo estaba más triste que mi maceta de pensamientos. Para colmo de desconsuelo, a  mi nieto no lo he visto, ni a mi hijo, ni a mi nuera, hemos hablado por teléfono. Se lo han tomado con resignación, como yo. Tampoco he visto a mi amigo Antonio Arjona, con quien padezco.  Sé que soy de riesgo, y no por mí que soy vulnerable y receptiva a todo lo que afecta al sistema respiratorio, sino por lo que que pueda afectar a los demás, por eso no me moveré de aquí, de este lugar desde donde puedo ver el mundo pero el mundo no me ve. Si acaso, me lee.

Con los mejores deseos de mi corazón para todos, Mariví Verdú

lunes, 9 de marzo de 2020

LA HIGUERA, EL CAMALEÓN Y YO, por Mariví Verdú

Esta mañana me he despertado con el sueño fresco aún, claro, recordable, y con las tristeza entera, sin la más mínima merma, inextinguible. ¿Los sueños son de una misma o son el resultado del reseteo nocturno, algo que ocurre en un tiempo que no nos pertenece, algo así como en fuera de juego?... ¿Qué son los sueños? ¿Quién viene a visitarte mientras duermes, dónde vas, qué ocurre en ese intervalo desde que cierras los ojos hasta que vuelves a abrirlos buscando el día? Pasan las horas y, con ellos, la vida.

Cada día me gusta menos la noche. Yo, que adoraba salir en mi juventud bajo el manto oscuro del cielo, me he vuelto una persona de luces, de colores, de día, más de campo que de ciudad, y llego a sorprenderme solo con cosas naturales, con una higuera. Las higueras son una belleza indescriptible, cuando abren su yemas y nos enseña sus hojas tiernas, casi transparentes de savia y clorofila, no nos queda más que admirarlas y dar gracias a la vida. Recuerdo casi de memoria aquel poema que escribiera Juana de Ibarbourou que recogía el libro “Las mil mejores poesías de la lengua castellana” y, cuando paso por el lado de mis jóvenes higueras, las piropeo. Las veo hermosísimas.

Porque es áspera y fea, 

porque todas sus ramas son grises, 

yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos, 


ciruelos redondos, 
limoneros rectos

y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras, 


todos ellos se cubren de flores 

en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste 


con sus gajos torcidos 
que nunca 
de apretados capullos se viste...
Por eso, 


cada vez que yo paso a su lado, 

digo, procurando 

hacer dulce y alegre mi acento: 

«Es la higuera el más bello 

de los árboles todos del huerto».
Si ella escucha, 


si comprende el idioma en que hablo, 

¡qué dulzura tan honda hará nido 

en su alma sensible de árbol!
Y tal vez, a la noche, 


cuando el viento abanique su copa, 

embriagada de gozo le cuente:
¡Hoy a mí me dijeron hermosa!



La vida me ha enseñado a no ser mala conmigo, a perdonarme, a no quedarme rondando un pensamiento negativo porque la única que sale perjudicada soy yo. Simplemente he aprendido a sacármelo como se saca una espina, a desechar todo lo que me deja el corazón hecho añicos. Y he aprendido también a ver la belleza en lo gris, en las ramas retorcidas y en su melancolía. Solo hay que esperar ese día de finales de invierno rozando primavera, para ver el estallido de amor que nos aguarda. He aprendido a vivir como vive lo que tengo en mi entorno, como viven las rosas, esa rueda de ciclos y de hojas, unas veces escritas, rosa abierta, y otras, deshojadas, marchitas, llevadas por el viento...

Al camaleón que vive conmigo.
Desde El Garitón, en pleno estallido de primavera, Mariví Verdú

Foto Blanco y negro: Pedro Durán
Fotos color: Mariví Verdú

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...