martes, 31 de enero de 2023

A 180 GRADOS, LATITUD CORAZÓN, por Mariví Verdú

No sé si habrá existido algún complot malévolo cuyo único propósito haya sido partirme el corazón desde el día en que empezó a latir. A mi madre le costó parirme casi su propia vida y estuvimos las dos al borde de la muerte. Después, con solo unos meses, casi muero asfixiada, atragantada. De no ser por mi abuela Victoria que me cogió por los pies y me palmeó la espalda hasta devolverme el aire del mundo, hoy no podría contarlo. Nadie lo hubiera contado de haber muerto pero estoy viva y escribiendo porque yo he nacido para esto, para contar, para cantar, para ser memoria. U olvido. Contaba mi madre que la suya me agarró con ternura pero con la misma postura que se agarra a un conejillo para desnucarlo y me zarandeó hasta que arranqué a llorar. Pues bien, aquí estoy y todavía no he parado.  Durante toda mi vida ha sido así, he sido un constante mar de llanto. Tan habituada estaba a las lágrimas que muchas veces me inventaba emociones y penas por el gusto de llorarlas. Después de aquel llanto joven acudía a mí no sé qué sensación de alivio que me parecía hasta agradable. Hoy, metida en los setenta, digo esto con el convencimiento de que estoy viviendo otra etapa de mi vida, la penúltima, un tiempo donde siento emociones renovadas, donde estoy totalmente convencida de que he aprendido, de que lo sé; desgraciadamente sé diferenciar penas y pena porque cuando viene la pena de verdad no se puede llorar siquiera, es otro estado, otra cosa.

Mi falta de autoestima y esa sensación de que la vida estaba fuera de mí, de que no me pertenecía, de que dependía de otros, fue un fatalismo absurdo que manejó mis años mozos y me hizo sufrir una niñez y una adolescencia terribles estados de ansiedad, de agonía, de profunda tristeza. La educación y las normas de vida no me ayudaban demasiado a superarlo. Siempre tuve la amarga sensación de que atraía la desgracia, la mala suerte y a veces no solo atraía la mediocridad sino la más absoluta de las miserias. Tuve la impresión de que yo lo provocaba y lo que es peor: llegué a pensar que me lo merecía. No sé por qué, pero me taladraba el pensamiento buscando culpas... He sufrido desde que tengo memoria, desde mucho antes de usar la razón -suponiendo que la tuviera alguna vez-. Desde luego, nunca la usé a mi favor. La situación se acrecentó con la llegada del amor, eso que nadie te explica pero sucede, que nace instintivamente cuando llega su tiempo y tiene más que ver con la emoción que con el sentimiento. El machismo vigente por aquel entonces hizo que vivir en pareja fuera otro desastre más a añadir a la cola de las tristezas. Eran tiempos casi bíblicos, de taliones intransigentes, de una religión castrante. Aquella idea de parejas para siempre, de las que vivirán durante toda la eternidad unidos aunque se mataran a palos...¡qué horror!  Y qué miedo si Dios lo veía todo impasible y frío como un témpano.

Mi actitud, que siempre fue receptiva a los desfavorecidos, no ha cambiado ni un ápice, tan solo he invertido la lista, las prioridades, el orden anteriormente establecido por mi espíritu atormentado. Hoy comienzo por mí, por mi más querida, conocida y triste desfavorecida, continúo por ella y solo paso a otro nombre de mi relación cuando estoy totalmente atendida, satisfecha, consolada, curada. Hoy me abrazo a un presente donde agradezco el aire que respiro, la lluvia que me moja, el silencio donde me escucho, la tierra adonde piso y el calor de un hogar que no esta vacío porque lo llena mi vida, mi espíritu creativo y toda la belleza de quienes me antecedieron y por un momento se sintieron tristes de verme padecer en un pasado compartido. Estoy por encima de cualquier materialismo y por debajo del cielo. No he parado de hacer cosas y sin embargo sé que lo tengo todo por hacer. No quiero vivir la vida de nadie, no hay tiempo ya mas que para vivir mi corta estancia y agradecer cuanto he sufrido antes de abrir mis ojos. Tengo por escribir el mundo, por ver el mundo, por sentir y aprender el mundo entero y no hay ni siquiera unos minutos para entretenerme y mucho menos para idioteces. Mi necesidad de vivir deja atrás muchas interferencias, mucho peso adquirido. No necesito agradar a nadie para seguir viva. Y no voy a claudicar, de eso nada, solo voy a invertir el tiempo en mí misma y en hacer felices a los que me importan muchísimo, los que cuento con los dedos de una mano.

Puede que hoy, haciendo balance de mi vida, dejando atrás lo vivido -no en el olvido sino en la comprensión-, esté dando un giro de 180 grados...  Quizás quede vuelta hacia donde nunca miré porque creía que todo estaba fuera. Quizás quede de espaldas al mundo y me quede enfrente de mi alma para siempre. Desde ella solo tengo necesidad de dar las gracias por cuanto ha pasado por mis ojos, por mis manos, por mi olfato, por mis oídos y por mis labios: por mi corazón. Y las doy.

Desde El Garitón donde cabe la esperanza, Mariví Verdú

 

sábado, 21 de enero de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. TOMANDO MEDIDAS, por Mariví Verdú

Es sábado. Voy a abrigarme, recogeré la casa y cuando se levante el sol saldré a pasear. Tengo que respirar profundamente y ya veré qué hago después. Con luz suelen verse mejor las cosas. O no. La mejor manera que siempre he tenido de ver ha sido cerrando mis ojos y dándome un paseo por el alma. Llevo tres días sin despegarme del ordenador y no soy capaz de dar una puntada. Debo tomar medidas antes de que pierda la calma. Decididamente tengo que dar carpetazo a muchos de los proyectos pendientes para no liarme entre intenciones inalcanzables cayendo en inútiles pérdidas de tiempo. Estoy en dique seco y debo aceptarlo con humildad y con más conformidad de la que tenía tiempo atrás para poder entender mi incontrolable hiperactividad. El tiempo pasa, los posos quedan, están, pero sacarlos con el hilo fino de la escritura me cuesta muchísimo trabajo, me estresa, me enerva y me deja derrotada después de los intentos. Necesitaría una espita, un dosificador para que no me estallasen las palabras en las manos ni me dejaran los ojos ciegos de llanto. Se me acumulan los apuntes, los datos, los recuerdos, las fotos... Cada día que pasa voy entendiendo que hay que ir despegándose de las cosas y hablo conmigo misma, intento convencerme... Me doy cuenta de que  estoy al borde de un agujero negro, en el límite, en su horizonte de sucesos... ¿Para qué tanto esfuerzo si aún no me he muerto y ya todo está en el olvido? Y me doy cuenta de que estoy como está la mayoría de gente con setenta años. Aunque mi falta de fe no es gratuita. La vida ha pasado sobre mí como una apisonadora. Pocas veces ha sido leve el día, desafortunadas han sido casi todas las noches y solo puedo salvar los cortísimos minutos del amanecer, algunos atardeceres llenos de pájaros y los momentos compartidos con los míos Tal vez por eso tomo ya menos apuntes y hago menos fotografías, pinto poco y me aturrullo mucho. Y me revelo cada vez con menos brío. No es justa esta evolución a la inversa, no lo es. Cuando tenía todo el poder en mi aliento, no sabía, de la misa, la mitad. Hoy, que algo he aprendido en el trayecto, me flaquean las fuerzas y me invade el pesimismo. No es justo este proceso. Ni necesario.


Me está resultando una verdadera lata planificar algo, ni mi vida ni mi trabajo y mucho menos mis cortísimos ratos de ocio. Ya no quiero planear nada, que las cosas vayan surgiendo como tengan que ser y yo las iré tomando como me vaya dando la gana. O como vaya pudiendo. He vivido media vida organizando, este pan para este queso, este queso para este pan... partiéndome la cara con el trabajo, las obligaciones, la casa... He sido madre y padre, experta en la improvisación, técnica en economía, maestra de tristeza y alumna perpetua de una alegría que siempre fue perdidiza. He leído todo lo que ha caído en mis manos menos los prospectos de las medicinas que he tomado, porque, si los leía, no me las tomaba. Afortunadamente han sido pocas para lo que veo por ahí. Puede que haya sido por algún motivo genético o por suerte, en ambos casos me siento afortunada. A veces ha podido conmigo la ira pero siempre ha sido por no partirle el alma a los que me la han provocado. Me he salvado de la envidia, hubiera sido terrible querer y no poder. Por tanto, estoy agradecida de todo lo ocurrido, nada sería igual sin ese bagaje que me ha aportado la vida que me ha tocado vivir. Lo que va pasando ahora es que es hora de vivir de otra manera, con más sosiego, con la respiración más lenta, más profunda, sin acusar a nadie ni a nada de mis desgracias pero queriéndome mucho más de lo que me he querido en tiempos pasados. Debo estar feliz por haber llegado hasta aquí, orgullosa de cuanto he conseguido por mis propios medios y satisfecha por no tener que darle cuentas a nadie de mis actos.  Si cuento esto, si relato mis reflexiones, es por algo. Porque ser escritora es convertirse en la voz de los demás y en un amigo íntimo, uno de los elegidos para entrar en su corazón. Sé que existen muchas personas que, de una u otra manera, se identifican con lo que escribo, conmigo, y podrían añadir algo importante a este texto confesional. Hay quien me lee por simple curiosidad y quien lo hace para ver dónde cometo la falta. todos son bienvenidos. Otros  se sienten afortunado por haber vivido de una manera más fácil, más plana, más chatamente... Mejor para ellos. Algunos solo podrán contar, si es que cuentan algo, las vidas de mierda de los telecincos o sus BBCs particulares donde estrenaron ropa y zapatos nuevos y un grandísimo dolor de pies. (Hablo de bodas, bautizos y comuniones). Esta gente flipada se saben de memoria los polvos que echa la manada de capullos que no han hecho en la vida nada más importante que hacer el ridículo. Igual que ellos.

Bueno, ya está, se acabó que me embalo. Mi intención pasaba por abrigarme, ver salir el sol y largarme a dar un largo paseo por Los Álamos para apartarme de este ordenador que me mantiene sentada demasiado tiempo y últimamente un tiempo infructuoso y frustrante por cuanto no veo avanzar mi novela y todo se queda en preliminares... Si mi padre viviera... Ya no tengo a quién preguntarle nada del Aeródromo de El Palmar, de la escuela de aprendices de RENFE, de quienes eran los de sus fotografías.... Por eso la llamaré novela. Solo por eso. Y la acabaré cuando pueda, cuando le ponga su punto y final para empezar la siguiente.

Desde El Garitón, con las manos frías y el corazón hirviendo, Mariví Verdú

miércoles, 18 de enero de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER: NUEVA MIRADA, por Mariví Verdú

 

Son las cinco y doce minutos cuando abro mis ojos al miércoles. Me levanto y mi gata, tan madrugadora como yo, viene a saludarme. La rosa de olor color fucsia que corté antes de ayer y que puse con unas ramillas de yedra en el jarroncillo azul, se ha deshojado en la entrada inundando mi casa de un aroma  dulce que me recuerda al olor del seno de mi madre. Voy a recoger el cargador que me dejé en el coche al regresar de Málaga anoche. Abro mi puerta y observo que ha bajado mucho la intensidad del alumbrado eléctrico, algo que me alegra porque han empezado a pensar con la cabeza estos dirigentes que deciden cuándo y cómo darle al interruptor de un servicio público. La bata no es suficiente. La luna está por debajo del cuarto menguante y no se ve nada. Enciendo el farolillo del limonero y me levanto el cuello esmoquin. El viento que corre intensifica la sensación de frío. Lo siento en mi cara, especialmente en los ojos. Qué alegría sentir la naturaleza, sentir cualquier cosa: sentir.

Van a dar las seis. Sigo con mi segunda novela pero hago un inciso para contar mi descubrimiento de ayer. Tiene que ver con media nuez, solo con media nuez y con mis ojos, esos que ayer descubrí no solo como órgano que percibe la luz sino como algo más grande, más importante y necesario. Quiero dedicar mis palabras de hoy a dos mujeres: a mi amiga Amalia Pérez Solano y a mi profesora Myriam Delgado Ríos, psicóloga. De Amalia tengo que hacer hincapié en sus dos apellidos con verdadero cariño porque son tan importantes como su nombre o más, son la herencia de sus padres, de Rafael y María, grandes personas que tanto apreciábamos en mi casa. Nuestros padres y madres eran buenos amigos y nuestra amistad tiene más de sesenta años: fuimos al colegio juntas y juntas estudiamos el bachiller. Nos conocemos desde chicas y nos alegramos mucho de sabernos vivas y abuelas. Amalia está sufriendo mucho con sus ojos últimamente y es a ella a quien quiero contarle en primera instancia mi experiencia de ayer. Sí, amiga, hoy mis ojos tienen una nueva mirada, para que luego digan que los años son pura monotonía. De eso nada. Puede que hayan perdido algo del brillo y la transparencia que tenían en la juventud pero he aprendido a mirar las cosas de diferente forma, con otros órganos de mi cuerpo y con todos los sentidos. Y por eso mis palabras son para ti, Amalita. Y para Myriam, promotora de la experiencia que os relato, llena de agradecimiento.

Todo pasó durante la observación de media nuez y después de dar un paseo por el antiguo colegio de La Misericordia, lo que hoy es La Térmica. Tomándome un respiro en la mañana, tomando notas de mis sensaciones, escribí estas líneas que por un lado pueden parecer inconexas pero os garantizo que tienen un hilo conductor perfecto, ese que desconecta de lo superfluo para conectar con nuestro interior y la observación minuciosa de esta maravilla que llamamos vida, vida plena y consciente, esa que olvidamos tantas veces para estar en múltiples asuntos dispersándonos, con la consciencia distraída, sin disfrutar del momento. Sí, fue como si volviera a mi visión de niña cuando dejaba ir la tarde sobre la superficie de la alberca de la Huerta de Victoria viendo volar las libélulas.

Coloqué en la palma de mi mano media nuez de California y dejando nacer todas las sensaciones posibles que me provocó, fui escribiendo mi experiencia: parece una mariposa, tiene venas, piel dorada y corazón oscuro en su parte interior. La acaricio con mis dedos y le doy la vuelta. Por delante tiene unos volantes carnosos y simétricos y su carne es tan clara... Cerrando los ojos, me la llevé al oído. Su piel sonó como papel de seda. La huelo. Me doy cuenta de que ya no huele como olían antes las nueces. Vuelo entonces a mi infancia y recuerdo los intensos olores antiguos de una nuez. Me acuerdo de los nogales de mi padrino allá por la Finca de San Isidro... Luego la pongo sobre mi lengua, la rozo y la siento en todo su volumen, su rugosidad vegetal, comestible, y empiezo a masticar notando su sabor, despacio, salivando hasta que poco a poco va pasando por mi faringe mientras agradezco la experiencia.

Luego salgo sin dirección fija. Por los grandes ventanales observo un liquen de oro sobre los tejados de la umbría. Reposo mi libreta sobre el frío mármol de un poyete. Miro tras el cristalillo azul de la vidriera, luego miro a través del rojo, unos cristales que con el sol juegan a ser llamas o mariposas sobre la marmórea escalera. La firme barandilla de madera debió servir a los niños muchas veces para chorrarse, cuando las monjas estaban distraídas. No entiendo cómo se mantienen erguidos los muros y las arcadas de las galerías después de haber visto tantas cosas como las que han sucedido tras estas paredes, cómo no se deshacen de aguantar tanta tristeza... Veo en uno de los patios dos yucas dementes, abandonadas, que aparecen ante mis ojos despeinadas en mitad del jardín. Alcanzo la puerta principal. La fuente sin agua de la entrada nos adelanta el abandono del pavimento hidráulico, aunque el edificio sigue siendo precioso. Los ficus que flanquean la entrada están vivísimos y sus hojas nuevas llenan el jardín de esperanza. Un viejo pino se apontoca en dos bastones a la izquierda recordando el paso de los años... Las gaviotas surcan el cielo hablando pero no las entiendo. De pronto me cruzo con un montón de niños alegres. Y me doy cuenta de que soy una más.

Desde El Garitón esperando que amenezca, Mariví Verdú

viernes, 13 de enero de 2023

VARICIONES SOBRE EL AMANECER: LUNA MENGUANTE DE ENERO, TIEMPO DE PODA, por Mariví Verdú

Llevo despierta desde las cinco y media y mi cuerpo reacciona al frío. Enciendo mi lamparilla y busco el móvil y las gafas. Me quedo entre el calor de las sábanas para dar mi clase de francés on line. Tengo que retrasar la hora y coger una libreta para ir anotando las palabras nuevas pero no soy capaz de abandonar el nido. Ya me va fallando la memoria por lo que alterno un ejercicio de palabras, uno de esos que enganchan, pero a los dos les he puesto un tope de treinta minutos porque tengo que dosificar el tiempo, un tiempo que ya va escaseando. Me levanto y me abrigo: enero está aquí.

Enciendo el ordenador y me siento a escribir. Acabo de darme cuenta de que es viernes y trece. Son las seis de la mañana. Hoy es el primer viernes trece del año. No sé a qué se debe el temor a los treces o a los viernes, para mi es un día perfecto. He mirado en Internet los motivos populares de esta fobia y me parecen un montón de chorradas. Como si en el resto de fechas no sucedieran cosas tristes y graves... Cada día veo más errores en esta Wikipedia donde cualquiera puede escribir lo que le apetezca sin rigor científico y sin un control que contraste y dirima la verdad. Nadie debería dar por cierto lo que se publica sin consultar otras fuentes. Falla más que una escopeta de caña. Yo no tengo ninguna fobia, adoro este segundo número primo de dos dígitos y mi única certeza es que fui madre por segunda vez un día 13 y puedo asegurar que fue y sigue siendo un día memorable.

Hay quien me dice que le gustaría escribir pero nunca se pone. Y, si no se pone, nunca escribirá. Escribir es como todo: ponerse, exponerse, ser sincera, fiel a una misma y tener voluntad de compartir las experiencias, las ideas, las vivencias, las ilusiones... Hay que ser generosa e invertir en palabras el tiempo que nos han otorgado. Eso es ser escritora y no otra cosa. Hay quien espera las ocurrencias de otro para estimular su palabrería pero hay que buscar dentro de una misma y, si no se encuentra un motivo, dejarse ir por el lienzo en blanco bordando una flor aquí, otra allí, y al final tienes un jardín. Hoy no tengo otro argumento para escribir que el magnífico día de ayer. Qué maravilla de jueves, de sol, de oportuno entretenimiento: podar, aprovechando la luna menguante de enero; partir almendras e irme comiendo las que que se van rompiendo...; estar a ras del suelo, junto a mi gata, tocando la tierra, observando el milagro de las violetas y disfrutando el intensísimo verde del musgo en las umbrías.

Reflexiono. Me siento afortunada. No a todo el mundo le es permitido tener siquiera un cuadradito de tierra para poderse mezclar con ella antes de morir pero es que hay mucha gente que no lo quiere, que no lo valora o que le importa un bledo si las papas nacen de una rama o las fresas de un madroño.  A quien no le guste o valore el campo, no le debería llegar ni un puñetero limón, por más dinero que tuviera para pagarlo. Vivir con la naturaleza es fundamental para los seres humanos, conocer qué pasa, cómo nace y crece lo que nos comemos, respetar lo sagrado porque, una vez conocido y aceptado como propio el ciclo del almendro no cabe el  desarraigo niel desprecio, solo cabe el amor.  No quiero pasar por el mundo mirando los envoltorios, lo prescindible, lo innecesario, quiero ungirme de tierra y hojarasca, inigualable esencia de la vida. Y ayer salí perfumada, ayer, con una tijera de podar en la mano, una carretilla y un escardillo fui la reina del mundo y Gea habitó mi corazón.

Subí a beber agua y me vi en el espejo del recibidor. Tenía una luz en la cara y un buen color que parecía haber viajado en el tiempo años atrás cuando mi cuerpo estaba al cien por cien de cualidades físicas... Pudo ser una ilusión pero sé que ni en el mejor centro de belleza del mundo me podrían haber dado una dosis parecida de vitalidad a la que recibí ayer gratuitamente del sol y del aire. De la madre tierra.

Hoy, viernes, después de mi descanso nocturno, después de contar mi experiencia, me siento viva en este presente que galopa en el minutero y no deja de ser presente para ser pasado escrito. Hoy me tomo el día con agradecimiento, con ganas de poner a hervir la cafetera y de saborear que estoy aquí, encima de este monte, tan trabajoso como generoso, tan vivo como cambiante, tan hermoso,  adonde me entrego cada día.

Desde El Garitón, podando rosales llenos de rosas, Mariví Verdú

 
 
* Mi hijo me mandó ayer una impresionante foto del Puente de Castilla-La Mancha con su mástil perdido entre la niebla... Y me pareció estar allí también, caminando con él, sintiendo esa particular temperatura en mi cara, viendo esos colores pardos, sobrios, castellanos y poniéndolos en mi paleta para seguir pintando mi vida, porque estar en la vida es disfrutar cada instante, cada momento compartido con la naturaleza,  con la belleza de este mundo.

martes, 3 de enero de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER: MI VIDA EN AGENDAS, por Mariví Verdú

Llevo treinta y cuatro horas sin salir de mi casa, lo más lejos que he llegado es al tendedero. Con la vista ya es otra cosa porque desde mi ventana, como decía en su copla José Manuel Ruiz Rosa “El Chino de Málaga”, se divisa el mar que baña la playa de mi libertad... Una letanía se oye a lo lejos y la voz de un niño que le dice a un viejo: ¿De quién es la playa, de quién es el mar, de quién son las olas y de quién la sal?... Ay, las coplas y los versos de mi vida. 

Sí, despedí el año oyendo a El Chino en el patio de mi casa, junto a un buen amigo de El Palo a quien le emociona tanto como a mí escuchar y paladear a ese magnífico cantaor, creador y guitarrista que tuve la suerte de conocer en vida y de escuchar tantas veces. Y nos comimos al sol medio cabrito que guisé como lo hacía mi madre, a fuego lento, con ajos, pimienta, laurel y vinito blanco. Eso fue el día treinta a mediodía porque el treinta y uno, tan agradable como el anterior, lo pasé con amigos en el almuerzo y por la noche con la familia -las uvas junto a mi nieto- cosa que agradezco enormemente porque me devolvió la ternura perdida. Aunque preferiría que pasaran de largo las Pascuas, unas fiestas que nos pone a todos de los nervios y que no acabarán hasta el día de Reyes, he de reconocer que se pasan mejor con buena gente y haciendo lo que a una le da la realísima gana y no con compromisos absurdos de brillos y posturas. El paso de los años nos va transformando en quienes somos de verdad, libres del qué dirán, de prejuicios y banalidades, dejándonos con la piel verdadera, la que solo necesita transparencia y sentimiento y donde las arrugas solo son la puntuación de esta escuela de los años.

Mientras escribo ha salido tibiamente el sol, está el día frío pero toca salir a la calle, hay que comprar pan -con el precio de la luz no compensa ya hacerlo en casa- y organizar un poco el trabajo. Tengo que regalarme una agenda que llevo sin escribir nada todas las fiestas, desde el día veinticuatro no he cogido la pluma, ni ganas de hacerlo. Tal vez deje sin anotar todos esos días y retome esta tarde el día tres como inicio de actividad. Sí, dejaré varias hojas en blanco o escribiré poemas sobre ellas... Las agendas son mi diario, tengo un estante con mi vida, agendas de escritura inútil por miedo al Alzheimer o por no sé qué vicio de anotarlo todo. Pero no sé vivir sin repasar cada noche mi día y cada día mi noche, sin pedirme cuentas de lo que hago con mi tiempo, de saber dónde pongo mis ojos y con quién comparto mis sentimientos, de llorar las consecuencias de mis actos, sonreír por mis triunfos o arrepentirme de dar más de lo que recibo cuando ya no hay solución. Todo se queda en mis agendas, los amores perdidos, las decepciones sufridas, las victorias y las derrotas. Se han quedado los nombres y teléfonos de amigos que no están, que no viven o que se han quedado en el olvido que para el caso es lo mismo; se han quedado momentos magníficos, caminos andados, promesas incumplidas, se ha quedado mi vida en las agendas.

No sé si hago bien en escribir esta mañana pero es lo que me pide el cuerpo. No hace tiempo de podar las parras todavía, ni los rosales, por eso necesito invertir mi tiempo en podar mi alma para que retoñe en primavera libre de todo mal, limpia como los ojos de mi niño, como el alma de mi nieto, como las violetas del parterre de mi madre. Perfumada.

Desde este Garitón cubierto de musgo, con tantos proyectos para dos mil veintitrés como si tuviera veinte años, Mariví Verdú

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...