jueves, 15 de junio de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. LA VUELTA DE LAS ABUBILLAS, por Mariví Verdú

Han vuelto las abubillas a mi patio, al terreno deshabitado de humanos al que lindo al oeste, atrás, donde los pinos, donde quise poner un día un gallinero y nace el tomillo desde el origen de los tiempos, como nace el palmito, las varas de San José o los lirios, sin que nadie los siembre y desde siempre.

En este patio en sombra que tengo a las espaldas de mi casa, llegaron un día los tatarabuelos de estos upupas epops, o sea, de mis preciosas abubillas, y vieron que la gente que aquí vivía era feliz viéndolos hacer su nidada. Ángel y Victoria conocieron a sus antepasados y estoy segura que, como yo, no les molestaban en su búsqueda de insectos -particularmente saltamontes y grillos- larvas, pupas y lombricillas que conforman su comida y la de sus crías. Levantan la hojarasca y las agujas de los pinos y se dan un banquete. Siempre me pregunté por qué no las vi nunca en la fuente pero he leído que no necesitan agua porque de sus fuentes de alimento extraen todo el liquido que necesitan para vivir.

Hoy, al ir a echar las mondas de la fruta a la compostera, han dado una volantada y han salido cuatro hacia el norte mostrando toda su belleza al desplegar sus alas. Son tan hermosas que procuro mirarlas por la ventana sin hacer ruido. Las veo escarbar en el suelo pero son tan discretas que no he localizado el nido. Son monógamas, ahí, dando ejemplo de fidelidad, de familia... Puede que este año hayan venido dos parejas.  Puede que sean los hijos de aquellas que vinieron a alegrar el tiempo de pandemia. Es pronto para que las crías nuevas estén tan grandes. Puede que les guste mi casa, Puede que reconozcan a los vecinos que les dejan anidar en paz y que me tengan en estima. Para mí su llegada significa un acontecimiento que me provoca ganas de escribir y de contar al mundo lo feliz que me hace su primaveral visita.

Vivir como las aves es tan hermoso, ignorando quien manda, quien roba, quien odia o quien mata, dedicándose a lo suyo, a que la vida continúe con el trabajo de siempre, con las metas de siempre, mirando cada uno por lo propio, por lo nuestro, por lo cercano, por el mundo, viviendo y dejando vivir... Hace algunos días soñé que volaba. Cuando joven lo soñaba a menudo, solo tenía que levantar los brazos para ver el mundo desde arriba, para posarme en edificios de vértigo, para disfrutar los mares de trigo y amapolas... una experiencia tan extraordinaria que marcó mi vida para siempre. Sé que son sueños, pero ¿qué sería del hombre sin los sueños? ¿Y qué sería de los sueños sin las alas, sin la magia, sin la rosa transparente de la aurora?

Sin embargo, nunca volé sobre el mar, siempre vi lejano el dibujo de la costa. El mar me supuso tanto respeto desde niña que ni en sueños apareció y cuando lo hizo era en forma de pesadilla: una casa donde las olas rompían en la ventana, donde rugía el mar, donde el peligro azul era inminente. Ser engendrada y nacida junto al mar no me hace perderle el miedo al agua contenida, movida por las olas, esa enorme masa de agua, cruel, fría, insensible, cementerio de tantos inmigrantes...

Hoy, nada más que ver las noticias, se me hizo difícil respirar. El sentimiento de tristeza y duelo me atragantó la vida. Había estado toda la mañana ocupada en tareas de bricolaje y en mala hora puse la televisión. Tal vez si no puedo remediar las necesidades de ese mundo que sueña con venir buscando mejores condiciones de vida tampoco debería ver la fatalidad de sus sueños rotos porque hoy la tristeza es tan grande que solo el vuelo de las abubillas me hacen agradecer este 15 de junio.

Estoy harta, cansada, arrepentida de ser humana. Esto duele mucho. Quiero ser un cuquillo, un gallito marzo, una discreta y tímida abubilla.

Desde El Garitón con mi corazón llorando por los mares de Itaca, Mariví Verdú

 Foto Asociación AMECO

lunes, 12 de junio de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. PENSANDO EN VOZ ALTA, por Mariví Verdú

Una noche más en la que me cuesta conciliar el sueño, una más deambulando a oscuras por la casa ayudada únicamente del resplandor de la calle, esa iluminación que ha costado un desorbitado montón de euros viniendo de unas farolas tan feas y destartaladas. Menos mal que dan luz. Ya no me incita a dormir la lectura de un buen libro ni las cenas frugales. Lo que no sé es cómo el resto de la humanidad puede dormir con la que hay liada y las pocas perspectivas de arreglo que esto tiene. Mientras haya un rincón de la tierra en guerra o con hambre, viviendo en la miseria, en la injusticia, en la tiranía, el insomnio está justificado. Sin embargo y en pleno dolor por todo lo citado, más insomnio me causa andar para atrás como los cangrejos y eso es lo que está pasando: vivimos una involución preocupante. Solo hay que alternar los primos 5, 7 y 13 y provocarán una clase de dolor de cabeza que ríete tú de los analgésicos, barbitúricos o la ingesta de alcoholes de 45 grados... 

Me gustaría que alguien me explicara lo que está pasando de una forma que me tranquilizara el corazón. En las pequeñas parcelas de dirección que me tocaron vivir a lo largo de mi vida ya debería saber de qué pie cojea la mayoría y tendría que estar vacunada para todo lo que llega del exterior, pero no es así. Me crié con una doctrina que pregonaba el amor, empezando por uno mismo y proyectándolo hacia los demás con la misma intensidad y, aunque dejara de creer aquella madrugada de mayo, me quedan los posos de una enseñanza que moldeó mi corazón a fuerza de ejemplos de una marcada justicia social que no quisiera perder. Una cosa es perder la fe y otra distinta perder la conciencia de ser, de pertenecer, de amar... El amor: base del cristianismo que tanto nos sirve a los seres humanos para vivir en paz. 

Aunque para los creyentes todo es voluntad del Todopoderoso, creo que no es así: hoy todo está en manos de los hombres. Me gustaba pensar lo contrario, que todo estaba en manos de Dios, me resultaba más cómodo pero como nunca fui conformista, viví de la duda y aprendí de ella todo lo que sé, la tango en muy alta consideración. Además, pensar aquello de que mi libre albedrío no era tan libre, de que nada se debía a mis méritos y que todo estaba programado por un cerebro que no daba a todos las mismas armas para enfrentarse a la vida me resultaba tan injusto, me hacía sentir tan inútil, tan cortita en mis aspiraciones, tan poquita cosa, tan vulnerable... Hoy sé que el mundo está en manos del hombre, completamente entregado a unos pocos de gaznapiros que se las dan de pan y manteca y en la Sala 21 del Hospital Civil de Málaga los había mucho más cuerdos. Para cualquier observador de buena voluntad está justificado el que la gente viva mirándose el ombligo, unos durmiendo y otros sin dormir, pero sin salir de su zona de confort porque, al fin y al cabo ¿Cómo luchar contra la injusticia? ¿Cómo cambiar lo que decidimos entre todos sobre esa gente que nos dirige y que no conoce nadie ni por casualidad? Es un sinsentido haberle dado las llaves de nuestras puertas a tanto desalmado, uno detrás de otro, es un error y un despropósito. Estos, cambiando colores pero usando la misma silla y el mismo cetro, las mismas pocas neuronas y los mismos grandes intereses, han salido con las manos llenas y con la misma conciencia que entraron: ninguna. Y mientras, nosotros, usando neuronas para nombrarlos, para quedarnos con sus caras, para que se queden con nuestro dinero y salud, y todo a fuerza de tenerlos metidos a diario unas pocas de veces al día en nuestro salón, gentes que no conocemos de nada pero se nos cuelan en nuestra mesa y no nos deja digerir la sopa o, con suerte, el filete, el pescado o alguna fruta de Costa Rica... Anda y que se vayan a hacer puñetas. 

Vivimos en un mundo que se vuelve autista por necesidad, por provocación diaria, que no entiende nada y ya no pide ni siquiera explicaciones, que se deja llevar como víctima de un tsunami casi imperceptible que cualquier día nos dejará en la cuneta, sin fuerzas y con un grado tal de decepción que volver a la fe será la única tabla de salvación a mano, o a la Ley de Talión y entonces acabaremos como empezamos. Habrá que pensar en un ser supremo que nos salve del hombre y a estos gaznapiros de turno nos los pongan a vender tabaco en la bocana del puerto en una noche de febrero. 

En qué bendita hora dejé de fumar. Desde El Garitón, con junio casi a medias, con el corazón arrugado, encogido y casi de vuelta, Mariví Verdú

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...