sábado, 11 de noviembre de 2017

A CHIQUITO DE LA CALZÁ DE LOS CIELOS, por Mariví Verdú

Acabo de prepararme un café porque estoy arrecía. Aquí en el campo hace mucho frío ya pero el helor que se me ha colgado en el pecho ha sido más gordo con la noticia de la muerte de Chiquito. He estado viendo un programa que le ha dedicado la cinco, una reposición en su honor, algo digno de agradecer pero que me ha dejado con ganas de escribir sobre Gregorio. Sabía que estaba malito y me preocupaba porque, la verdad, ya tenía una edad avanzada -mi abuela decía al respecto: el joven se puede morir pero el viejo es que no puede vivir.- A sus años es una lotería estar en el mundo, nadie dura más que un olivo y me parece que mucho le ha sobrevivido a su Pepita de su alma. Es bastante normal que, en un matrimonio bien avenido, se vaya uno detrás del otro. Quiero hablar de él porque así me lo pide el corazón y porque, aunque la muerte es algo común en los seres vivos, hay personas tan especiales que cuando se van dejan un hueco que ya no puede ocupar nadie.

Chiquito, el de la Calzá de la Trinidad, comenzó muy joven, de niño, con el artisteo. Estuvo en la compañía “Capullitos malagueños” del que también formó parte Pepita Segura, la mujer de mi querido amigo el guitarrista Enrique Naranjo, de quienes hablaré en otro momento. A Chiquito le conocí personalmente en el Tablao Flamenco de La Coreana, el de mi buena amiga Isabel Expósito Junco. Allí a veces hacía de palmero y otras tantas se echaba sus cantecitos. Más tarde, estoy hablando de finales de los setenta y década de los ochenta, presentó muchas veces a los artistas flamencos en la Peña Juan Breva. Su genial forma de utilizar sus chascarrillos y contarriñas -que eran más una manera propia de hablar y reírse de su sombra, lo que a la postre le harían famoso a nivel de masas- nos había hecho reír a todos sus amigos en el patio de la escuela de la Plaza de la Constitución, en El Chinitas, en el Bar Central y en muchos rincones malagueños por él frecuentados. Debo decir que no siempre fue exitosa su carrera, más bien todo lo contrario. Eran muchas noches las que se quedaba esperando que llegara “un señorito con parné y le endiñara cuatro o cinco mil pesetas para echar a hervir la olla”, como solía decirme en voz baja, compungida y no tan chistosa como la gente cree. Ese también era Chiquito.

Aunque es cierto que se le empezó a enmendar la plana a mediados de los ochenta -recordar su estancia en Japón que tantas veces nos ha contado dándole la mano tres o cuatro veces al mismo tío-, la suerte no le llegó hasta mediados de la década de los noventa cuando se cruzara en su camino Tomás Summers y viera el filón de aquella magnífica mina de oro alegre y única que Chiquito guardaba en sus adentros. Y aunque la oportunidad le llegara bastante tarde, la aprovechó porque, como dice el refrán: más vale tarde que nunca. La televisión y el cine le dieron las claves de la celebridad y los conocimientos importantes hicieron el resto. Me da pena decirlo pero, si se hubiera quedado en Málaga, cuna de arte y madrasta de todos sus artistas, su trayectoria profesional no hubiera sido lo que ha sido. Gracias a que se fue, se le abrieron todas las puertas del éxito.

Hoy, cuando lo despedimos con tristeza todos los que le conocimos, quisimos y admiramos, y, si el cielo es más listo que la humanidad, tal vez esté en un lugar más alegre que éste que abandona, junto a su querida Pepita, en una casa calentita donde no falte ni el puchero ni las gambas. Hoy, y en su memoria, quiero recordar dos cosas que, entre muchas, viví a su lado. La primera, a mediados de los noventa, cuando con mi hijo Pedro fuimos a recoger al matrimonio porque le otorgábamos a Chiquito el nombramiento de “Malagueño del Año” en la AME, Asociación Malagueña de Escritores. Por ese tiempo ya había tenido alguna intervención en televisión y nadie era ajeno a su humor y a su figura. Recuerdo que, en los semáforos, rodeaban el coche y no nos dejaban salir sin antes saludarlo y asombrarse de su presencia: ¡Ahí va Chiquito de la Calzá!, y señalaban al Ford Fiesta de mi hijo al que vi partirse de risa con Chiquito a su lado, disfrutándolo en la privacidad que le otorgaba el asiento que ocupaba tan insigne copiloto. La verdad es que fuimos los primeros en darle un homenaje y me alegré muchísimo cuando le hicieron Hijo Predilecto de Málaga -ahora le otorgaran la Medalla de Andalucía- por lo que significaba el reconocimiento a otros niveles más altos, que no más dignos, que el primero que le dimos los Amigos de Málaga. El acto tuvo lugar en el María Cristina, antiguo Conservatorio de Málaga.

Otro recuerdo -este bastante más antiguo- fue en la Feria de Málaga, en la caseta de la Peña El Sombrero. Me encontré con Chiquito. Estaba malo, cansado y solo. Le invité a un caldito calentito con su yerbabuena y, entre charla y puchero, se reanimó. A los diez minutos va y me dice: Vamos a bailar.  Era una sevillana, que antes en la feria ponían más sevillanas que malagueñas -por bailables, digo yo- y me saca a bailar. Yo tengo muy mala sombra para el baile porque me pesa mucho el culo -esto no es mío, es de Pepito Vargas que me lo dijo el primer día de clase, cuando me apunté con él para aprender -qué ingenua-. Kiko se meaba de la risa-. Chiquito me dijo: tú, sígueme. Vamos a bailar la sevillana del caldito. Cogió su taza de loza, que en aquel tiempo no había tanto plástico, y nos fuimos unos pasos más lejos de la barra a montr el número. Chiquito levantaba la taza, mientras yo pasaba haciendo como que sabía por delante suya, me la arrimaba, hacía cruces con ella y esos quiebros en su andar que tanto han imitado, y así desde la primera a la cuarta. Se nos fue pegando gente y haciéndonos un corrillo que si no soy famosa es porque eso se ve que no es para mi. Lo que disfruté con Gregorio...pa mi se queda. Y lo más gracioso: no derramó ni una gota. A lo mejor estaba ya vacía...Y eso fue antes de ser famoso, antes de que media España hablara su jerga. Cuando la vida le era ingrata, Chiquito ya era único.


Descansa en paz, amigo mío, sirva de consuelo este recuerdo dulce de tu estancia en esta tierra que te será leve y en aras de nuestra amistad.

Desde El Garitón, un sábado inolvidable de noviembre, Mariví Verdú
*En la foto, Diego Ceano, Meli Castro, Chiquito, Pepita y yo feliz entre ambos. Ya solo quedamos dos personas en el mundo de esta instantánea y cada día me duelen más las fotografías.

**Acabo de reconocer a las otras tres personas que están detrás de nosotros, Carmen Aguirre, Filomena Romera y Guadalupe Rodríguez Barrionuevo. Menos mal, somos cinco.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

¿TRUCO O TRATO? LAS DOS COSAS...por Mariví Verdú

¿Truco o Trato?
-Las dos cosas a la vez, pero todo mentira.

El nacimiento de los dioses y el culto al espíritu comenzaron en nuestra propia cabeza a partir de la duda y de nuestra pequeñez ante lo inexplicable. Desde tiempos inmemoriales, al hombre le han conmovido tanto los porqués -la luz y la oscuridad, el movimiento de los astros en el firmamento, las mareas y la luna, etc.- como su impotencia hacia la muerte y el futuro de sus muertos que es también el propio. Solo con  escarbar un poco en los libros de historia, ya en la prehistoria, con los restos arqueológicos de los que tenemos un buen surtido en cada una de las civilizaciones, de este mundo podría hacerse un relato inacabable.

Enterramientos y otras señales posteriores como son las cruces y las tradiciones y creencias sobre el más allá de cada cultura, nos van contando todo el dolor que se acumulaba en nuestros pechos desde el momento mágico y singular que hace del simio un hombre y del hombre un ser humano. Lo que no llego a entender bien es cuándo el humano deja de serlo para convertirse en un mono de repetición y olvida lo que le hizo ser rey de la creación -término que no me gusta nada- o persona -este sí que me gusta-, ser pensante y singular sobre la tierra. Cada día dudo más de que sea la razón un don común en nuestra especie. Ni siquiera llamándonos animales acertaríamos. Somos otra cosa, otra especie rara y amoldable a la sinrazón y tendentes al olvido. Ya no quedan misterios ni títeres con cabeza. La gran mayoría todo lo resuelve en el olvido y...a otra cosa, mariposa.

En España, por la fiesta de Todos los Santos y el Día de los Difuntos a la entrada de Noviembre, estuvo mucho tiempo oliendo a castañas asadas. Aquí, en el Sur, en Málaga y concretamente en mi caso, íbamos al Batatal -Cementerio de San Rafael para el que no lo sepa-. Tal día como hoy se acudía como muestra de respeto a nuestros muertos pero también con la alegría de estar vivos y poderles llevar flores y limpiarles la tumba de las primeras hojas del otoño que eran acumuladas sobre el rastro de las tres estaciones anteriores. La gran mayoría de malagueños acudían a los cementerios y se podía decir que era una celebración, un día de fiesta, aunque fuera una mezcla de tristeza y jolgorio que solo se explica desde lo más profundo del sentimiento y es, a la vez, inexplicable. 

Claro que eran tiempos en los que los abuelos no eran un estorbo, los crisantemos eran naturales, hermosos y no les habían transmutado ningún gen todavía; se cuidaba a los enfermos, se les llevaba chocolate a las parturientas y caldito de gallina al vecinillo que estaba alechigado -o sea, blancuzco, pálido, mal nutrido...-; había piedad y caridad, dos conceptos intrínsecos al alma de los hombres, dos palabras que hoy no tienen más que connotaciones carcas y yo diría que han caído en desuso, no tanto por su relación con la religión como por el no querer asimilar que todos somos dignos de ellas en esta sociedad del olvido.

Parece que hoy ser moderno es negarlo todo, negar nuestra historia y vivir en un mundo yupi con ideas hilvanadas en los dobladillos de la ignorancia. Hoy todo se acepta como bueno, siempre y cuando lo anuncie un conocido gran almacén que cotiza en bolsa, un slogan convincente hecho después de un estudio demográfico sobre la cantidad de tontos del país, una marca cara que gasta millones en bombardearnos con publicidad o simplemente si te lo dice el majara de al lado, que lleva más razón que un santo y al que imitamos como el más imbécil de turno.

La verdad es que todo lo que he escrito hasta este párrafo es un preámbulo para llegar  al dichoso Halloween que hoy nos invade. Aún teniéndola en consideración por sus orígenes celtas y todo lo que pudo tener detrás de bueno en respeto a aquellos viejos tiempos, cuando los hombres eran sagrados, es una fiesta que aún no tiene ni siquiera cien años de tradición en la gran América, aquella tierra grande de los búfalos, la que fuera india -hablo de cheroquis, sioux, cheyennes, apaches, pies negros, comanches, etc.- y hoy es color calabaza como la peluca de su dueño. Aquí, entre nosotros, los españolitos que cantara Machado y a los que vaticinara que una de las dos Españas nos habría de helar el corazón-ya van dos veces que acierta-, Halloween ya se inculca a los niños desde el mismo colegio como parte de su educación y desde que vino en un barco de nombre extranjero hasta la fecha no ha pasado ni el tiempo que daban los indígenas americanos, aquellos salvajes exterminados por el pueblo yanqui, para tomar decisiones importantes de la vida (siete generaciones venideras). Una vez perdido el trasfondo espiritual de esta celebración del primero de noviembre y habiendo comercializado con nuestro espíritu como si fuera mercancía, me puedo dar el gusto de explayarme como me venga en gana que es casi siempre un reflejo de lo que me dicta la conciencia.


Y digo yo ¿en qué horrible fiesta nos han convertido a los muertos? Pues yo me acuerdo de todos ellos y también de sus muertos. Y aunque sé que mi opinión ha dejado de interesarle a nadie, si es que alguna vez interesó a alguien, y que habrá a quienes les desagrade que hurgue en sus torres de arena, yo, que ya soy vieja, que se me ha llenado de canas la cabeza y tengo el corazón en carne viva, digo que a la porra Halloween y todo su puñetero teatro. Ya sé que no interesa pensar, que eso duele, que no hay que tener en cuenta la palabra de los viejos, aún cuando la sabiduría siempre fue un grado; que al final se terminará aceptando como todos los términos de mal gusto que han vencido a la RAE con todas sus sillas y sillones. Hoy llega Hallovween vestido de muertos de plástico y heridas de mentira como un niñato que quiere tener razón, por huevos, y al que nunca dejarían entrar en otro mundo, ni por las pintas ni por las santas marías, y se cree que acaba de inventar la pólvora, se atreve a dar lecciones que transgreden la razón y la historia con su disfraz de esqueleto mal hecho y lo único que hace es sacarnos los cuartos y hacernos perder la identidad. La industria de la cultura americana de Halloween es la cultura del dólar, es el truco del almendruco y el trato de hacernos a todos un poco más gilipollas. 

Deambulando esta noche de autos catalanes y de Todos los Santos por este bendito garitón que me cobija, Mariví Verdú.

*Todavía conservo las cañas con las que mi madre hacía los "huesos de santo", dulce típico que se comía por estas fechas y que ella preparaba con aquella cultura de la vida y sus placeres culinarios que tanto me inculcó.

Las dos últimas imágenes son de Internet, Diario Sur y Cookpad.com

DÍA DE ANDALUCÍA Y EL ARTE DE GREGORIO VALDERRAMA, por Mariví Verdú

Hay días que merece la pena ser contados, anotados y retratados para revivirlos después en el recuerdo, como el día de ayer. El cartel que c...