sábado, 26 de noviembre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER, EL TIEMPO ENTRETEJIDO, por Mariví Verdú

Hace tiempo que me doy cuenta del significado de la palabra tiempo, precisamente desde que no me da tiempo de nada, desde que se esfuman los días ante mis ojos en una desconocida proporción de horas que parecen minutos, de instantes eternos y de semanas en bucle que se parecen tanto las unas a las otras que pudieran ser la misma cíclica semana, cualquiera de las que tiene un mes. Debe ser la edad, esta edad de piedra sensible, de cartón dolido, de carne manchada por el sol. Debe ser eso o la tristeza de saber que ya no me da tiempo de casi nada, mucho menos de aprender carpintería que tanto me hubiera gustado.

Para que pase el tiempo lo meto por el ojo de una aguja y coso. Antes me calzo las gafas en este doblado tabique nasal que recuperé en la pastelería de aquella vieja calle de Chefchauen comprando chebakías para los míos y doy gracias por habérseme devuelto el goce del jazmín y los perfumes del campo. Después me coloco el dedal de plata en el corazón de mi mano derecha y continúo la labor que mi abuela y mi madre dejaron sin acabar y que, de seguro, dejaré inacabada como las Victorias que me antecedieron. Y es que la vida nuestra es así, labores y labores, pinchazos y labores, agujas y labores, tardes y tardes de labores en la recacha de la vida.

Entre el punto de sombra y el granité, el de cruz. Cordoncillos, pespuntes, punto de arena... Y entre las vainicas y deshilados, el punto de Richelieu, el de Asís y el del diablo... Festones, bodoques, puntas de galleta, cadenetas, rositas al minuto... todo un mundo de bordados en el muestrario de mi vida. Tareas que me ponían las mujeres de mi casa en las tardes de mi niñez y que a veces, con las prisas de salir a jugar, hacía rápidamente y sin atención por lo que tenía doble tarea después: deshacerlas y volverlas a coser perfectamente. De esa manera aprendí a hacerlas bien de primera mano porque perdía tiempo... Un lección que aplicaba a casi todo y he llegado a vieja con mi tiempo entre costuras.

Y cuando no estaba entre costuras, estaba entre líneas... El rectángulo de papel de una libreta lo intercalé con el apaisado de la pantalla del ordenador y entre unos y otros he escrito mi tiempo en una sucesión de palabras y versos que dan forma a mi vida. Mi madre decía que si me hubieran pagado a perra gorda cada folio que llevo escrito, sería multimillonaria. Y puede que sea verdad aunque mi vida la debo a la misma providencia, mi vida está escrita entre el alfa y el omega, pasando por todos los adverbios y siempre cerca del mar, frente al mar, con los pies puestos en la tierra, la cabeza en el cielo y las manos en un incansable quehacer.

Como mi tiempo, por todo lo expuesto, queda entretejido en chaquetas de lana, interlineado en viejas libretas, preso en la nube gris del software de este viejo PC que ha salido más bueno que el pan y entre las cerdas despeinadas de mis pinceles de los que ya no hablo porque se acaba el tiempo, puedo afirmar que no lo he perdido, que no quiero perderlo sino devolverlo a lo que era antes de ser mío, antes de ser tiempo de mi madre o de mi abuela, a una nada perfecta en la que se quedan las cosas que han sido bellas porque sí y se las recuerda por un simple acto de amor.

Mientras mi nuera y mi nieto usen sus chaquetas, esas que he tejido desde que están en mi vida con cariño y punto de arroz, mientras mi corazón revolotee en algún verso acertado y luzca alguna sonrisa atrapada en mis lienzos, no daré mi tiempo por perdido. Es más, confirmaré todo lo contrario: lo he ganado. He ganado al tiempo su inmaterialidad haciendo de él labor y espejo y sueño, le he dado forma y volúmenes, luces y colores, rimas y la suficiente imaginación para creer en lo eterno.

Desde este hogar que se llama El Garitón, de reposo corporal por orden facultativa pero volando sobre un mundo que me gusta y en el que me sumerjo, floto y me siento como pez volador, como una flor cualquiera de mi bignonia loca, cariñosamente, Mariví Verdú

sábado, 12 de noviembre de 2022

HOMENAJE A MANOLO JIMÉNEZ BRAVO Y MARÍA DE LOS ÁNGELES PÉREZ PADILLA EN LA PEÑA LOS VERDIALES, por Mariví Verdú

La Peña Los Verdiales y en su nombre Juan Manuel Ruiz Sánchez, su presidente, rinde homenaje y nombra Presidentes de Honor a Manolo Jiménez Bravo y María de los Ángeles Pérez Padilla en una fiesta donde no ha faltado emoción, buena compañía, buenos alimentos, buen flamenco y buena Fiesta.

Encontrarme allí con Gabriel Cabrera, Manuel Fernández Maldonado, Pilar Illa, Mariví Romero, Victor Luque, Juan y Virtudes Guzmán, la Familia Soria, José Manuel del Pozo y Carmela, su mujer; Joaquín Millán, Enrique Castillo, Cuqui, Tere, la familia Ruiz Sánchez y tantísimos amigos ha sido muy gratificante: emoción pura.

Desde mi corazón vayan estas palabras sentidas a los dos homenajeados, las gracias al presidente de la Peña Los Verdiales por invitarme y a su familia por todas las atenciones recibidas y mi más cordial enhorabuena por la sede tan maravillosa donde ha tenido lugar el acto: Hacienda Quintana. Una verdadera delicia.




*El pañuelo que he llevado me lo regaló la Tita Carmen del Túnel y el cuadro que ha presidido el acto es el que pinté a la memoria de un gran amigo: Agustín Jiménez, a quien tanto le debe la Fiesta de Verdiales... Un día muy especial.
Como puedo observar, no se puede leer muy bien el acróstico dedicado a Mari Ángeles por lo que lo transcribo de nuevo:
 
Mari Ángeles se llama
Alegre, dulce y leal,
Risueña, toda una dama
Inteligente y capaz.
Amiga noble y humana.
 
De todos bien conocida
Es por todos respetada.

Los temas de verdiales
Ocuparon sus jornadas,
Siempre momentos cordiales.

A La Fiesta da su vida,
Nunca su cariño falta,
Ganando todo el afecto
En esta bendita casa,
Los que la conocen saben
El fondo de mis palabras...
Solo en ellas verdad cabe.

Para quien tanto se entrega
Es de ley rendirle honores:
Recoge amor el que siembra
El amor en corazones.
Zaga viva de Agustín

Por ti misma tan brillante,
Afición pura y sentir
De esta fiesta que cuidaste
Incansablemente, sí,
La que rebosa de arte
La que brilla en cualquier parte...
¡Arriba tú! ¡Va por ti!


viernes, 11 de noviembre de 2022

ESPAÑA, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ. CÉSAR VALLEJO + RAFAEL ALVARADO, por Mariví Verdú

Ayer, 10 de noviembre, asistí, como no podía ser de otra manera, por el dictado de mi corazón, a la presentación de la carpeta “España, aparta de mí este cáliz”, homenaje a César Vallejo con 5 serigrafías de Rafael Alvarado. La cita ha sido en el salón de actos de la Casa Natal de Picasso, en las Casas de Campo de la Plaza de Riego (así se llamó hasta 1940 la actual Plaza de la Merced) frente al Obelisco Funerario a Torrijos, sumando historia a la historia de Málaga.

Recientemente ha tenido lugar en España la reedición por la editorial Luces de Gálibo del poemario de Vallejo. Consta de quince poemas escritos por el poeta peruano durante los dos primeros años de la Guerra Civil Española y que fueron publicados después de su muerte. Hoy tratamos de la primera edición ilustrada del famoso libro  y ni más ni menos que por nuestro querido Rafael Alvarado.  

Aún recuerdo cómo conocí a César Vallejo y quién nos presentó, de qué mano me vino su primer libro de poemas:  fue mi queridísimo amigo republicano y comareño Francisco Padilla Robles. Era una antología realizada por Antonio Merino de la Colección Austral y recuerdo la emoción que me causó, Sthendal puro, su lectura y en particular aquel poema XV en  su página 234 del que transcribo su última estrofa, donde bien podrían condensarse las cinco que lo componen y todo el mundo que orbita sobre los dibujos de sangre, negros y blancos de Rafael Alvarado que componen la carpeta.

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aun
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae -digo, es un decir-,
salid, niños del mundo; id a buscarla!...

Dio la bienvenida al acto el director de la Casa Natal, José Mª de Luna y siguió una exposición interesantísima de Mario Virgilio Montañez sobre los dos encuentros de Picasso y Vallejo y lo que motivó al pintor a dibujar al poeta en tres de sus magníficos retratos. Leyó el poema Francisco Quintero, poeta. Fernando de la Rosa presentó a Alvarado (aunque todos los presentes le conocemos, queremos y admiramos) y Rodolfo Llopis, con su corta intervención, sintetizó lo que todos sentimos: “Alvarado es el último pintor romántico”. Intervino Carmen López, profesora y poeta, con un emocionante texto de su autoría y el mecenas de la obra, Antonio Sánchez, orgulloso del trabajo que ha financiado y puesto en luz para honra de los artistas que componen su carpeta: César Vallejo y Rafael Alvarado. Alvarado habló de su trabajo, de su compromiso, de su forma de ver e interpretar el mundo poniendo el corazón en su boca y su aliento en los corazones de todos los asistentes, amigos en su mayoría, y dejándonos satisfechos a todos, contagiados de su generosidad.  

Hace muchos años, el poeta y ensayista Juan Larrea prologó y publicó este mismo poemario de Vallejo bajo otro nombre: “Profecía de América” y en esa ocasión fue Picasso el que ilustró ofreciéndonos en él un retrato del autor. Hoy, Rafael, el que en 1991 fue galardonado con la IV Beca que lleva el nombre del genio malagueño, el de “Papeles para todos” y “Espacios transitados”, el que pintó a su abuelo trascendiendo su amor a la eternidad del arte hasta el punto de estar ocupando desde hace cinco meses su lugar en el Museo de Málaga; el que tiene capacidad para llenar con su obra el MUPAM y originar con su mapa de África stendhales de muchos tipos, ese al que llamo y siento como amigo me provoca la infinita gratitud por su sencillez y cercanía y el inmenso placer de ser testigo de su obra.

No sé que es más fuerte, si el orgullo que siento al ver cómo consiguen sus objetivos los amigos que a una le van quedando, la satisfacción de poder compartir su momento de gloria, la tristeza de echar en falta los amigos que no estaban porque no estarán ya nunca o la melancolía de intuir que pronto formaré parte de los inasistentes... Por eso sentí como una bendición estar allí, presente, viva todavía, con mis cinco sentidos y la alegría de tener todavía mi cabeza, analítica y olvidadiza, encima de los hombros. Y poderlo contar a todos los que me leen.

Enhorabuena siempre, Rafael. 
Desde este Garitón rebosante de bignonias, 
Mariví Verdú

Fotos de Mamen Peinado y Mariví Verdú

miércoles, 26 de octubre de 2022

MANUEL PRADOS Y LÓPEZ Y SU NOVELA PÓSTUMA "SANGRE EN LOS OJOS", por Mariví Verdú

Ayer tarde, en la Asociación de la Prensa de Málaga tuvo lugar la presentación de la novela “Sangre en los ojos” de Manuel Prados y López, un trabajo que me he honrado en prologar, transcribir, ilustrar y confeccionar por encargo de su hijo, Carlos Prados de la Plaza. Con este libro que hoy se concluye, hasta ayer inédito y póstumo, se da por completada la obra literaria  de tan insigne malagueño.

Tanto la extensa producción literaria de quien fuera cronista de la Ciudad de Málaga y periodista de prestigio, como la historia personal de este malagueño de pro, Manuel Prados y López, suscitaron mi interés desde hace muchos años. En 2003, cumpliéndose el siglo de su nacimiento, desde la revista Calle del Agua que me honré en dirigir, nos hicimos eco del reconocimiento de nuestra ciudad a su ilustre hijo con la colocación de una placa que nos recordará a través del tiempo el que fuera su hogar, sito en Calle Ollerías 14. Casi veinte años después volvemos a recordarlo públicamente desde esta sede de la Asociación de la Prensa, lugar que alberga desde el día 20 de julio de 2021 su busto, realizado por el escultor Francisco Palma Burgos en los años treinta. Aquel día también tuve la suerte de asistir en calidad de amiga de la familia dando fe de ello.

“Sangre en los ojos” fue escrita por Manuel Prados y López entre los años veinte y treinta del pasado siglo y ha sido una novela con vocación perdidiza ya que, por avatares de la vida, no llegó a publicarse en vida del autor. Hoy, gracias al esfuerzo y a la voluntad de su hijo y a la confianza que tiene depositada en mí, puede ver la luz. Además de hacer realidad una ilusión familiar, la edición de esta novela va más allá del capricho íntimo y amistoso, trascendiendo del entorno cercano. El verdadero objetivo de dar a luz esta novela es un acto de justicia con su autor y un compromiso con la historia, es recuperar de las amenazantes garras del olvido una creación de alto valor literario, un relato que nos devuelve una Málaga joven después de haberle pasado por lo alto un siglo entero.

Sobre mi participación en esta novela les quiero contar que ha sido un reto a la vez que un deleite.    Abrir la carpeta (ahora convertida en digna portada) que contuvo por espacio de un siglo las tres copias mecanografiadas de nuestra novela fue un acto sagrado al que me enfrenté con el máximo respeto el pasado 28 de enero. Y qué placer descubrir la intimidad de aquel viejo manuscrito que naciera de sus manos, del tecleo de sus dedos en la antigua máquina de escribir imprimiendo palabras preciosas que, una vez brotadas de su pensamiento y filtradas por su corazón, se convertían en tan magnífica literatura. Manuel Prados y López, que gozara de la amistad del poeta y novelista, académico de la RAE, Salvador Gonzalez Anaya, de Temboury, Rodríguez Antigüedad, Sanz Cagigas o del poeta y periodista, precursor del Modernismo, Salvador Rueda, fue amigo también del protagonista de esta novela: Miguel Mérida Nicolich, otro malagueño singular, inventor de la afamada pomada de la Abéñula, patentada en 1934, y que fuera precursor a nivel europeo de la educación para niños invidentes y sordomudos. Su legado aún perdura en el Colegio de La Purísima. Sí, la historia que Manuel Prados nos cuenta está basada en hechos reales y nos recrea momentos de la vida de éste afamado oftalmólogo que quedara ciego en una reyerta en 1924. Según Francisco Bejarano el hecho ocurrió en un cafetín de la Calle Siete Revueltas, hoy desaparecida y ocupada por la Plaza de las Flores, al final y a la izquierda de Calle Larios.

Quiero citar a la periodista Amanda Salazar que en el Diario SUR del 3 de diciembre de 2016 nos presenta una historia detallada y bien documentada de Miguel Mérida Nicolich gracias a los testimonios de Manuel Mérida Nicolich, su sobrino nieto, porque tal información ha sido de gran ayuda para mí. El Carlos de nuestra novela era, en realidad, Miguel; Eva, su esposa, se llamaba en realidad Vera Blackstone y se casaron en 1925. El Antonio del relato era Manuel Mérida, farmacéutico militar y cofundador de los afamados laboratorios junto a su hermano de Miguel.


“Sangre en los ojos” encierra en páginas un placer para los que, como yo, enamorados de su tierra, de sus personajes, de sus rincones y de aquella idiosincrasia que mantuvo nuestra ciudad hasta el último cuarto del Siglo XX, quiere recrearse en la nostalgia. Porque “Sangre en los ojos” es una novela notable y cautivadora, tanto por su intrigante y curiosa historia como por el emotivo paseo que nos ofrece por una Málaga del pasado siglo tan auténtica, tan fiel a la realidad.    Manuel Prados nos transporta en cada hoja a un tiempo pretérito de una Málaga íntima, luminosa y perfumada de jazmines recreándonosla viva, palpitante, única.

Ya que no estará disponible para la venta y solo podremos tener acceso a su lectura a través de algunas bibliotecas municipales y centros públicos, quisiera acercaros a su preciosa literatura con una pincelada del capítulo “Playa y guitarra”:

 Se agotaba la primavera en Puerto Luz arrastrando su manto pintado de flores con opulencia y fatiga. Aún cada mañana reventaban nuevas rosas en los jardines costeños y el verano rondaba de cerca las ventanas abiertas de la ciudad. La arena de la playa absorbía con angustiosa avaricia el agua salada de las olas, ya sin palpitación, y la espuma densa se desvanecía con premura en bordados efímeros sobre el sediento rebalaje. La gente noctámbula y jaranera buscaba la orilla y sus sones; acaso también el misterio y la complicidad del mar: su inmensa vitalidad y su amoroso murmullo. La luna se reía de los grupos alegres y suspirantes que buscaban paradójicamente la expansión de su optimismo en las quejumbres de las coplas evocadoras, cantadas con valentía y a veces con pena, y en los gemidos de la guitarra. El que no haya nacido en el sur no podrá comprender nunca tan rara transmutación del sentimiento. Las palmas, el vino y el cante eran, son y serán siempre en Puerto Luz cosas serias del corazón alegre. (...)
    Carlos se sentía feliz en aquellos cañizos playeros, disfrutando de la brisa marina y de las escenas humildes próximas: reuniones de sirgadores en reposo, fogatas prendidas para dar tueste adecuado a los sabrosos espetones, barcazas varadas y, a su amor, un marengo tumbado filosóficamente. La idea de cenar allí había surgido unánime del cónclave de degustadores del buen vino y del buen pescado -todos los del grupo podían considerarse tan expertos en ictiología como en vinicultura- y la delicia de la noche recién llegada con promesa de fresco y canción determinó la orden de extender los manteles y encender las luces, no muchas ni deslumbrantes, sino discretas y colocadas de forma que quien amase las penumbras y aun las sombras pudiera ampararse en unas u otras para gozar lo mismo circunstancial coloquio que vagas contemplaciones de la mar plateada y rumorosa.

Solo me queda dar las gracias a todas las mujeres que me acompañaron en el acto y a Carlos Prados de la Plaza por privilegiarme con tan alto cometido. Gracias.


Mariví Verdú

domingo, 23 de octubre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. REFLEXIONES SOBRE LA AMISTAD, por Mariví Verdú

Esta mañana me levanté a las siete y media. Con noctunidad y alevosía  he querido perder una hora y media de escritura para disfrutar a cambio de un sueño que empieza a ser placentero. Cubierto mi cuerpo por la colcha y al calorcito de ese acurrucamiento que ya empezamos a buscar, he dormido como una bendita. Al descorrer las cortinas observo cómo Málaga luce una luz tenue, dorada, como la de los antiguos velones o la del viejo quinqué de mi abuela Victoria que, a través de su pantalla de vidrio, con su tulipa de forma de flor de tulipán, daba una luz melancólica que es en mí pura nostalgia. Creo que el origen del nombre “tulipa” viene de su similitud a la flor moneda de los Países Bajos en el XVII.

Málaga, como una copa removida en la que el oxigeno hace chisporretear las brasas y las salpica incandescentes, tiene el color que hace mucho soñé para ella. Me da pena que haya sido por obligación esta forma de entender la noche y no por respeto al ser humano que no necesita tanto alumbrado para descansar y mucho menos pagarlo de su bolsillo y despilfarrar así presupuestos que podrían tener fines más necesarios. Quisiera recuperar aún más la oscuridad y así poder dedicarnos un rato cada noche al antiguo oficio de la observación de las estrellas. Ya no se ven como antes. Igual allí tambien está la luz a millón y han bajado su intensidad...

Anoche disfruté de un rato de cante en directo en el teatro del pueblo donde habito, en ese lugar al que tanto cariño le tengo por el nombre que ostenta y por los recuerdos que alberga y atesoro: Vicente Aleixandre.  Fue un rato muy agradable compartido con dos amigas, María Victoria Anaya, a quien conocí después de la pandemia, y Mamen Peinado, conocida recientemente  porque compartimos clases de Pilates y hemos empatizado. Anoche, mientras tejía la nueva chaqueta de croché de mi Cristina (una tarea de cuatro cuadritos por noche realizados con la técnica que llaman modernamente Granny Square, lo que toda la vida se le ha dicho en mi casa “cuadritos de colores”), tuve tiempo de meditar un buen rato sobre la amistad y la empatía y me acosté agradeciendo la fortuna que supone gozar de ambos dones de la vida.

La amistad, como definición, dice ser el afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. La empatía es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. Y debe ser verdad porque ambos sentimientos ocupan gran parte de mi tiempo y se extienden a lo largo y ancho de de mi vida como dones insustituibles, recomendables y necesarios. La capacidad de hacer amigos es un don muy preciado. Los amigos son testigos de nuestra existencia, un acto mutuo que conserva nuestra memoria fuera de nosotros mismos. Son nuestros espejos y cada uno lo somos del otro, pasados por el corazón y la cabeza como filtros imprescindibles. Para mí van en ese orden, quien antepone la cabeza al corazón se me representa a esos bellos espejos biselados, tan maravillosos y necesarios para los azogues que viven, como yo, exponiendo su corazón a la intemperie.

Hace un mes tuve aquí, en mi casa, compartiendo mi mesa, a mis queridos Pepi Navarrete y Miguel Gil, a mi buen amigo Juani Soler, a mis queridos vecinos Tina y Javier y a mi amiga María Victoria Anaya y disfruté de una fiesta de cumpleaños de lo más familiar. Hace una semana tuvimos un encuentro las compañeras del colegio de básica “Carmen Polo”, aquel antiguo colegio de niñas de mi vieja barriada de Carranque. Todo un placer volver a verlas, en particular a mis queridas amigas Amalia Pérez Solano y Carmen Toro que han estado delicadas de salud. En un par de horas nos pusimos al día en los afectos, enseñándonos fotos de nuestros hijos y nietos, confirmando nuestra amistad. Qué alegría sentirse arropada cuando empieza ya el otoño...

Es para sentirse orgullosa el conservar amistades de la infancia, de la adolescencia, de aquel tiempo donde el amor reinó, traicionó y murió mientras ellas sobrevivieron dándome consuelo. Muy pocas amistades son las que se han quedado por el camino, alguna traición o deslealtad tuvo la culpa, sin embargo, no reniego del tiempo que duró ni fue mentira la intensidad con la que nacían el cariño y la confidencialidad, dos pilares donde se sustenta la amistad. Los otros dos son la lealtal y la confianza, si estos se caen y no hay voluntad de cambio ni nada que dé conformidad a la decepción sufrida, no habrá manera de retomar lo perdido. La amistad truncada es tan decepcionante que puede compararse al traumático fracaso del amor.

Las amistades, esa familia escogida libremente, nuestros confesores, consultores, compañeros de viaje, oportunos y generosos, son un regalo de la vida. Yo tengo mucha suerte en este aspecto, en lo mágico y bello  que la amistad otorga, en el ejemplo que proyectamos a los demás de un mundo habitable y hermoso. Aunque la amistad es asexual, siempre da motivos para aparecer dignamente acicalados ante ella aun disponiendo de la exención de podernos ver en momentos donde solo un espejo sería el testigo de nuestra apatía, infortunio, enfermedad o dejadez. Una amistad se alegrará de que encontremos el amor, de nuestros éxitos, nos disculpará de un mal día, nos consolará ante los fracasos y nos aliviará de cargas sentimentales y sicológicas a las que solo se puede acceder a base de empatía. Por curiosidad, he buscado cuántas veces aparece la palabra amistad en mis archivos. Así, como amistad, 351. Aparecen 327 veces la palabra amiga y 915 la de amigo que en plural aparece 689 veces. Y en mi corazón se reflejan muchísmos rostros, muchos de ellos se desdibujan porque se fueron para siempre, otros porque los miro con tristeza y lágrimas, otros porque es necesario olvidarse de ellos. Pero son muchos también los que veo envejecer, como yo, a mi lado, compartiendo el aquí y ahora de nuestra existencia, el espacio, el lugar en la Tierra y el mágico momento de la vida. Gracias.

Desde este Garitón teñido de rosa calima, con el corazón puesto en las palabras, os deseo un plácido domingo de octubre, amigos. Mariví Verdú

*Como simple anécdota, en estos diez utimos años he usado en este ordenador 1.311 veces la palabra vida contra 728 veces la de muerte, 972 la palabra corazón, flamenco la usé 964 veces, pena 936 y alegrías 657; escribí 760 verdad y solo 142 mentira. He escrito hijo 889 veces, madre 847 y padre 796. Escribo, escribo y siento.

domingo, 16 de octubre de 2022

RINCÓN DEL CANTE, HOGAR ACOGEDOR, por Mariví Verdú

Hay sitios donde me gusta volver. Recuerdo la primera vez que fui al Rincón del Cante “Las Castañetas”, un lugar acogedor que conocí bajo la presidencia de Alfonso Muñoz Mancera, persona entrañable y tristemente desaparecida, y adonde he vuelto el día de Santa Teresa catorce años después. Hoy está presidido por mi amigo Juan Moreno, guitarrista, fiestero y amante del flamenco, padre y esposo de artistas y muy querido por toda la afición. La peña sigue igual de cercana o más aún, un grupo de amigos aficcionados que colaboran en todo como si de su propio hogar se tratase.

Fue gracias a Joaquin Cabello que me animó a asistir pasándome el cartel del encuentro donde, después de degustar unas berzas flamencas de habichuelas verdes, disfrutaríamos de una sobremesa muy particular: Francis Bonela al cante, Ismael Rueda a la guitarra, Luisa Chicano al baile y Raquel Heredia a las palmas. No puedo ni quiero negar que me agradó la oferta desde que la conocí. Luisa y yo hemos tenido el placer de trabajar juntas hace años y la he visto en su salsa de artista y en su más sincera intimidad y siempre me ha provocado el ole y el aplauso porque el duende vive en ella, no sé si en su pañoleta, en su perfil o en el aire que envuelve su vestido. Con Francis Bonela me pasa tres cuarto de lo mismo, conocí a su madre, conozco y aprecio al maestro Juan Bonela, su padre, y a sus hermanos, a quienes tuve el placer de dedicarles en la revista que dirigí hace años, “Calle del Agua”, una serie de artículos titulados: La saga de los Bonela. Es un grandísimo y completo cantaor. Raquel es flamenca nada más con su porte y a Ismael no había tenido el placer de oírlo. Y fue un placer.

Llegué acompañada de buenos amigos, María Victoria Anaya, mis apreciados vecinos Tina y Javier y una compañera de pilates, recién conocida, Mamen. Compartimos mesa y disfrutamos de la compañía de dos grandes aficionados: María Rama y su esposo Ramón Martínez, padres del grandísimo bailaor Ramón Martínez, un auténtico crack. Como llevé conmigo un buen número de revistas “Calle del Agua”, pasé por las mesas y las regalé a los aficionados allí congregados hasta que las acabé. Dejé también un buen numero de ellas para que las consulten los aficionados.

Las berzas, buenísimas, el tocinillo y el queso, también; la conversación, más. Fueron llegando antes del espectáculo un montón de artistas: Gregorio Valderrama, Antonio Fuentas, José Juan Pantoja, una joven, Lidia Vergara Santaella, alumna de Juan Moreno y joven promesa de la guitarra flamenca que nos encantó; Gertrudis Soto, Pepe Campos...perdonadme si me dejo algún nombre atrás. Estuve tan emocionada que tomé pocas notas y todo lo dejé a la voluntad de esta memoria que cada día está más saturada.

Propuse al presidente leerle a Luisa Chicano el romance que le escribí hace años y que nunca tuve oportunidad de decírselo en persona. El poema, premiado dentro de mi trabajo “De alboreá” con el 1er Premio del I Concurso de Letras Flamencas “Francisco Moreno Galván” en la Puebla de Cazalla (Sevilla, 2008) lo titulé Bailar de los bailares. Dice así:              


Eres, Luisa Chicano,

una genial bailaora,

desde tus pies a tus manos

hay un vuelo de palomas.



La fuerza que hay en tu sangre

vino a ti desde muy lejos,

desde muchísimo antes

de tus parientes más viejos.



Que la ancestral danzarina

que hay dentro de tu vestido,

la de la cintura fina,

de la Biblia trae latido.



En medio de tus volantes 

Dios escondió la canela

y las esencias fragantes

de una danza sin escuela.



Por eso, cuando levantas

tus brazos en el tablao

y te recoges, y saltas,

punta y tacón, perfilaos…



y echas atrás la cabeza

y se curva tu cintura,

no hay en el mundo belleza

que tenga mejor postura.



Y cuando brilla el silencio

a golpe de soleá,

todo un mundo de misterio

se mueve con tu compás.



 
La tarde acabó con una ronda de cantes de los aficionados allí presentes y con la instauracion de una despedida por verdiales que será, de aquí en adelante, una forma de dejarnos con ganas de volver.  A mí me han quedado muchísimas ganas. He estado demasiado tiempo fuera de este mundo que es tan mío y tan de mi agrado. Una marvillosa forma de volver. Me habéis devuelto la confianza con vuestro buen hacer. Gracias, Rincón del Cante de Las Castañetas. Gracias, Juani, por tu cariño y un fuerte abrazo para todos.

 

CUATRO DÍAS CON GILDA, por Mariví Verdú

Hoy hace una semana que la vi por vez primera. Estaba entre el viejo cuartillo de los perros que hiciera mi padre hace ya cuarenta años y la linde de los vecinos que le tocaron en suerte y heredé sin otro remedio.  Hablar de ellos sería darles la importancia que no tienen en esta historia. O tal vez el lavado de manos que se hicieron ante la gatita aún por destetar fuera la H inicial de una historia que duró cuatro días compartidos con un final feliz. No cuento lo que pasó desde que oí su maullar de socorro hasta que esa misma noche durmió bajo techo, saciado su estómago y segura bajo mi protección. Debió ser un día largo para ella. Y duro.

Estaba entre los sacos de agujas de pino que saqué del patio de atrás. Dorada, Orange Tabby, mi amiga María Victoria la bautizó como Gilda por la similitud del color de pelo de la inigualable Rita Hayworth. Y así la hemos llamado tres días para hablar de la conquista por su parte de nuestros corazones: mi familia, en particular mi nieto, mis amigos, gente desconocida que leyeron en Fcebook el anuncio de su existenia y de mi voluntad en ponerla en adopción con la condición de estar como una reina en el futuro hogar.

Han sido unos días de inquietud por su futuro, días de biberones en un envase de anises, de celos de mi Missi que pasó a ser la viejita de la casa donde le era imposible competir con el peluche animado y vivo que había llegado de sopetón. La miraba con recelillo pero sin sacar ese instinto que suele sacar cuando llega a mi porche algún gato extraviado y ve en peligro su tranquilidad... Tiene ya quince años, es más vieja que yo en comparación a la edad de los gatos y los humanos. Ambas hemos sufrido mucho y nos merecemos este sosiego que nos brinda El Garitón, esta dulce atalaya de mis padres que pasó a mis manos como el legado de toda una vida de trabajo de las dos generaciones.

Tenia previsto que fuera Missi mi último animal de compañía. Mi edad ya no es compatiblee con la rsponsabilidad de un nuevo animal. Igual que se heredan los patrimonios y las deudas, deberían ser heredables nuestros animales pero no seré yo quien delegue esta responsabilidad a nadie. Por eso hay que ser consecuente con lo que hacemos y a veces cuesta decidir lo que ante Gilda me vi obligada a hacer: darla en adopción. Para ello puse una foto en Internet, la primera que le hice ya que estaba decidida desde el primer momento a buscarle un hogar. Y recibí respuesta a los dos días.


Mientras llegaba el día de separarnos, tengo un montón de momentos compartidos con ella, divertimentos con las lanillas de mi croché, con el disfraz de Emma, con todo lo que se movía y era susceptible de su atención. Con sus alfilerillos o uñas nuevas me dejó cariñosas marcas. Sus almohadillas, de un intenso color rosa, daban la sensación de ser de seda acolchada; su hociquillo precioso, sus ojos de un transparente gris azulado y sus dibujos atigrados en el color de la naranja a la canela, me parecían tan bonitos...tentda estuve de dejarla conmigo y con Missi, las tres ante el porvenir.

Pero, a una hora que solo podía ver a causa de mi insomnio, llegó un mensaje de Marina. Quería a Gilda para ella y para su pareja, Sacha, que había estada con su gata hasta el final, una uerte que ocurrió couando tenía diecisiete años, y se la quería regalar para alejar la tristeza por su pérdida. Me gustó el aspecto de ambos y la forma en que entablamos contacto. El día trece de octubre quedamos en la puerta de La Cónsula y se la di mientras se le subía por el cuello y se metía por el pelo de Marina y ella sonreía con tan gratas caricias. La colocó en su flamante transportín. Me despedí de las dos deseándoles suerte a ambas y las vi cruzar el semáforo hasta el Camino del Pilar. Marina alzó su gatera dos veces para cerciorarse de que iba bien. Yo me subí a mi coche y sentí el vacío de Gilda a pesar de la satisfacción de haberle proporcionado un buen hogar.

Al otro día, Marina la llevó al veterinario para ponerla al día de todo y cuál no sería nuestra sorpresa cuando le dijo que era un gato...un precioso gato sano que no sé ya qué nombre tendrá en el futuro. Tal vez podría llamarse Rito... O Gildo...
Lo único que sé es que ya tiene nombre y apellido, se llama Gato Feliz.


Desde El Garitón donde ocurren cosas maravillosas, Mariví Verdú

viernes, 7 de octubre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. LAS FORMAS DE QUEDARSE, por Mariví Verdú


Qué equivocada está la gente que cree en el cielo sin creer en la tierra. Yo creo a pies juntillas en este mundo y en la calidad de sus habitantes. Creo profundamente que cada ser humano es un dios en todo su esplendor. Lo sé porque observo sus variantes y todas ellas me asombran, me deslumbran y he de reconocer que me importan como si de mí misma se tratara. Bien es cierto que algunas manifestaciones humanas me sacan de quicio pero cada cual elige la forma de quedarse en este mundo que, al fin, todos somos recuerdo. U olvido. Los hay que dejarán un legado de amor y de justicia, de belleza, de música o de palabras y serán inolvidables, como ya lo son Jesús, Martin Luther King, Mahatma Gandhi, Veermer, Schubert o Cervantes. Otros, su paso quedará aborrecido cuando sobresalga su crueldad y existirán como existen los agujeros negros. No los nombraré para no invocar al diablo, ese que cohabita en cada uno de nosotros y que es la cara oculta del mismo dios. Pero son muchos los seres humanos bendecidos cuando lo que dejan es una estela dulce de generosidad y entrega a los demás. En este gran apartado incluyo a las madres y padres abnegados, a los seres anónimos que ejercen el bien como algo cotidiano. Hablo de los que ejercen la medicina, la enseñanza, el cuido de almas y cuerpos como algo habitual y a los que cuidan nuestro entorno, nuestra fauna y nuestra flora, nuestra seguridad. Todos me conquistan y no hacen más que confirmar que somos dioses. Por tanto afirmo que no es la malicia sino la bondad el estado natural de nuestras almas.

Así como considero la bondad como el mejor atributo y el estado natural del alma humana, el del cuerpo humano es la desnudez. El hombre solo se arropó cuando sintió frío pero su verdadero vestido siempre fue y será su propia piel, ese mapa venoso que nos cubre  y que ocupan dos metros cuadrados extendida. Por más cosas que acumulemos en la vida, por más vestimentas y avalorios que tengamos en los roperos, cuando digamos a morir nada crubirá nuestra muerte más que nuestros actos. En una conversación con mi hijo, de esas veces en las que podemos hablar de cosas del alma, me dijo que su pretensión en la vida no pasa más que por hacer lo que su vocación de hombre íntegro le pide: darle seguridad a su familia, vivir el día a día con la naturaleza por testigo y ser bueno y justo en la medida que le dicte su conciencia. Hablábamos de nosotros, de mí y mi entrega al trabajo creativo como forma de quedarme en el mundo de alguna manera. Aspiraciones locas, claro está, porque aquí no se queda nadie más que los que otros decidan guardar en sus corazones. Hoy, esta mañana de octubre, cuando salir de las sábanas te recuerda que estamos en otoño, quiero dedicarle a mi hijo y a mi nuera este momento de reflexión: ellos se quedarán sin tener que pintar ningún dos de mayo ni crear ninguna elegía. Ellos son parte del alma colectiva, están en los alumnos que pasan por sus aulas, en los compañeros a  quienes siempre han favorecido, en el cuido del entorno y la preocupación por el medio ambiente que pasa por su implicación más efectiva, están en la sociedad positiva, presente y futura, donde tengo puestas todas mis esperanzas. Ellos son importantes por detrás del telón del mundo, en el mismo mundo, ese que no necesita la fama ni el glamur, las editoriales ni las salas de exposiciones, nada. Son más que importantes: son necesarios. Y como ellos la gran mayoría de sus compañeros, del personal abnegado que nos hacen grato el mundo en el que vivimos y nos dan motivo para olvidar la tragedia que provocan unos pocos innombrables que serán famosos por su crueldad y malas artes pero que no les llegan a la suela de sus zapatos.


Con el deseo de que vuestra vocación os lleve por la vida con la paz interior que os merecéis, os mando mi más cariñoso abrazo. Y a mi nieto.

Desde El Garitón, con rosas de octubre y bignonias sin fin, Mariví Verdú

 

*Ángeles y demonios de Maurits Cornelis Escher, artista neerlandés conocido por sus grabados xilográficos, sus grabados al mezzotinto y dibujos, que consisten en figuras imposibles, teselados y mundos imaginarios. Países Bajos, 1898-1972

miércoles, 5 de octubre de 2022

SILENCIO. VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. A JESÚS QUINTERO por Mariví Verdú

Son ya las ocho y diez. Está brumoso el día. No veo el mar, solo lo intuyo. Espero que siga frente a mí, que no pierda su azul y esté en el mismo sitio después de tanta niebla. Espero, espero... Sobre la esperanza, decía Julio Cortázar: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.” Y debe ser verdad. Una se pasa más de media vida esperando, esperando que se acabe el calor, que se acabe el frío, que llueva, que escampe, que suene el teléfono, que esté detrás quien quieres que te llame, que suene el timbre de la puerta y vengan de voluntad a visitarte... Esperamos el día por la noche y esperamos al sueño por el día...yo madrugo buscando en el silencio y espero la palabra como lluvia. Esperar... esperar que la muerte se olvide de nosotros, que la vida no se termine nunca. Y lleva tanta razón el autor de Rayuela... la vida se defiende. Y continúa con y sin nosotros. Y seguimos esperando.

Llevo dos días viajando en el pasado transportada por la voz de Jesús Quintero, ese metal único nacido de la magia de algún divino alquimista,  ese sonido tan particular y único, originado por la vibración de sus cuerdas vocales, las que tenía en su laringe y que sonaban -con una textura de cala bajo la lluvia- al paso del aire que exhalaba su caja torácica, ese fenómeno que, a sabiendas de que es fisiológico y común en los seres humanos, estaba, en su caso, vinculado al corazón. Sí, sus dos cuerdas emitían sonidos que provenían de una parte íntima y recóndita de su alma y nos dejaba a todos totalmente contagiados de sensibilidad. Llevo dos días pensando que esa voz no dirá nunca nada más, que quedará callada, en silencio, eso que él dominaba en vida y del que es rey a su muerte. Y me afecta, claro que me afecta, estoy triste. No hay sustituto. De él solo nos queda ya su patrimonio por el que doy las gracias. Uno,  personal, implícito en nuestra memoria; el otro, documental, testimonio de su paso por los medios de comunicación, irrepetible y singular. De tener que salvar documentos televisivos o de radio, sus archivos serían de los primeros en poner a buen recaudo. A todos nos sirvió para crecer y puede que haga falta recurrir a ellos en un futuro.  

Sé que había guinistas detrás, que la creación de los textos no era siempre suya pero nada habría sido igual si él no le hubiese prestado a los textos esa voz, esa que resuena en todos los de mi generación como un lazo y nos atrapa y nos lleva a lo mejor de nosotros mismos, a ver a los demás con ojos de ternura, con los ojos que Jesús nos enseñó a mirar. Y desde luego no hubiera sido nada sin sus silencios, esos que daban el tiempo preciso a la meditación y a desnudarse. Hoy lo entierran en su pueblo natal, San Juan del Puerto, y se lleva con él su exquisito silencio. Descansa en paz. Adiós, entrañable voz de mi conciencia amiga.

El día tiene tonos que aprovecho para darle color a mi tristeza. Hay matices de nácar diluido en el agrio limón de lo pasado y aquí sigo, pasmada y en silencio, sin pretender más  nada que estar quieta, callada, abandonada a la nostalgia y que el día se pase mientras vivo mansamente mi recogimiento. Hoy no sabría estar de otra manera. Hoy seguiré tejiendo con ganchillo cada dulce recuerdo, cada noche, cada cosa aprendida en la esperanza de que un día me sirva para algo. Seguiré la labor que un día mi madre dejara a la mitad, tal como hiciera mi abuela, siempre sin acabar, labor perpetua, una labor que rueda con el mundo.

Desde este Garitón donde los perros se obstinan hoy en rasgar el silencio, Mariví Verdú

*No sé si son verdes pero se han callado, como si alguien le hubiese bajado el volumen al día. Gracias.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER, JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS Y LAS ROSAS DE OTOÑO, por Marivi Verdú

 

Tal día como hoy, hace ya trece años, José Antonio Muñoz Rojas nos dejó aquí a todos y se fue. Unos muertos de pena y  otros de hastío o de las dos cosas. A mí se me quebró para siempre el espejo donde me miraba, humana y artísticamente, humilde y orgullosamente, mi referente. Se me fue con él la voz de los poetas, la suya y la de Lorca de la que me habló con tal expresividad que casi podía oirla. Nadie con más delicadeza que él me cortó un bizcocho ni me sirvió un té. Muñoz Rojas, sí, el que fuera Premio Nacional de Poesía en 1998, ese hombre sencillo y exquisito dejó de respirar y se extinguió en un silencio básico que siempre respiró, un silencio lleno de pájaros.  Han pasado los años y ya nunca más perderá sus gafas ni cantará a Rosa. Y aunque me revelo de que esto sea así, así es: la muerte puede con todo.

Miguel Hernández - poeta que nacería un año despúes de José Antonio, decía: “no perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada”. Yo tampoco. Se fueron las personas de mi alma, de mi gusto, de mi sangre y me dejaron sola como una observadora de la que se espera conformidad y no la encuentra por ningún sitio. Si no pudiera escribir, reventaría. Y a pesar de este dolor que se agolpa en las sienes, celebro que la vida continue y bulla la sangre en las extensiones de la mía. Mi sangre puede ser directa y roja o directa y de tinta. Y, aunque es cierto que José Antonio vivió hasta sus noventa y nueve años -faltaban unos días para cumplirlos- y eso se puede considerar toda una suerte, la ausencia de una persona clave es, sin embargo, un vacío que abre abismo y crea un eco inconfundible de la nada que supone la vida y del todo que marca la inmortalidad. Como superviviente de una generación que conoció a la anterior, a la del 27, extraordinaria formación que marcó una época en la literatura universal, su falta es notoria. De sus vivencias, sus recuerdos tanto de la guerra cicil como de sus duraderas consecuencias, sus experiencias en Cambridge, su amistad con Aleixandre  y Canales y todo lo que quedó por saber de él a nivel personal, tenemos la suerte de que nos lo dejara por escrito, ordenado, poética, limpia y claramente para nuestro deleite. Ahí está su obra, sus cenizas blancas echadas a volar y dejando una estela dignísima de su talento.

Buscando cosas suyas he dado con muchas mías, ya sabéis, la memoria de estos discos duros es sorprendente, y he dado con un montón de referencias a su persona, fotos y reflexiones, cartas, ese triste epistolario que no acaba y me mantiene en contacto con los habitantes del alma y de esta selectiva memoria, la que no se entretiene en conflictos ni envidias y huye de las cosas materiales. He escrito su nombre y buscado en Internet . Hay cosas y gentes y cosas que dice la gente, pero que no las digo yo. Todos locos por ponerle puertas al campo cuando él sabía lo que era el campo mejor que nadie. Yo pondré aquí punto y final porque quiero seguir recordándolo. Para disfrutar mejor el momento, voy a coger sus “Cosas del Campo” y a dejar que amanezca. No se puede tener tiempo para todo. Además, mi palabra se acaba donde empieza la suya.

Desde este Garitón que mantiene rosas encendidas y tiene el membrillo vencido de frutos, mi recuerdo al poeta que me dijo una tarde: léemelo otra vez. Y se lo volví a leer.

Siempre en mis más gratos recuerdos, José Antonio.
Tu amiga que lo es Mariví Verdú

domingo, 25 de septiembre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER: OTOÑO DORADO Y SUS MEMBRILLOS, por Mariví Verdú

Desde que compré mis nuevas gafas de cerca, ha cambiado algo mi visión de la vida: la veo mejor, más clara y precisa, algo que no supone que lo que veo sea perfecto o simplemente bueno, de hecho no me gusta nada lo que me enseña el mundo, sino que aparece ante mis ojos más nítido, se me revela más real, irremisiblemente escaso de tiempo y sentimientos y me deja rebosando de nostalgia y melancolía. Procuro mantener muy limpios mis lentes. Dicen que son progresivos y la verdad es que no necesito que esto progrese mucho porque lo que realmente quisiera es que parase el mundo y bajarme de él ad astra. Como no podré hacerlo tan lejos, me voy ad mare nostrum, a Los Álamos, y me quedo calladita ante su sonoro silencio. Oh nanas del agua, canción larga y eterna de mi infancia y mi muerte. Allí no necesito gafas de ver. Allí, desnudo, se ralentiza mi corazón y me dejo ir en su vaivén mientras me pongo tierna, pienso y agradezco

Esta mañana que, como cada domingo, prescindo de la playa en multitud, cansada de dormir, estoy deseosa de comenzar el plan que establecí el día 21 para organizarme el otoño, el próximo invierno y mis setenta primaveras en el planeta. Enciendo el ordenador y abro archivos. He considerado lo mucho que  necesito ahora tiempo, tesón y eficacia para editar mi obra. Menos mal que he invertido infinidad de horas en fechar y ordenar los trabajos, cosa de lo que hoy me alegro infinitamente. Sí, he considerado que ya está bien de esperar. Los deseos suelen hacerse realidad con ganas y un poco de suerte -ya saben: poder es querer- pero siempre con voluntad y nuestras propias manos. Ni creo en las musas ni espero nada de otros. Todo es constancia y atrevimiento. No envidio a quien ha tenido su vida resuelta para que su palabra llegue antes al mismo sitio que llegarán, a la vejez, las mías. Después de acaecer el triste milagro del tiempo y las variaciones que trae consigo, todo, al fin, podrá ser.

Me he sentido feliz una vez terminados los trabajos emprendidos a principios de 2022 y las cosas están ya donde tienen que estar. Ahora le toca a mi obra, una extensa obra que no supe hasta ahora lo que significaba, lo que encierra, lo que muestra al mundo: mi vida. Sí, amigos, me doy cuenta de que en ella va mi vida, esa mezcla de tiempo y entrega a la palabra que soy yo. Y no soy escritora porque alguien me bautice con ese nombre o me tengan en cuenta las editoriales, no: soy escritora por la gracia, no se si de Dios o de birlibirloque, pero sí por la dedicación de casi sesenta años de volcarme en la blancura de mis libretas, de mis folios, de mis blogs, de mis documentos doc, pages, pdfs... Una palabra detrás de otra y sobre todas ellas mi corazón. Desde mi primera canción, aquella que escribí cuando todavía no tenía una docena de años, hasta hoy, todo mi mundo está en archivos de texto. Y todos mis recuerdos en álbumes y jpgs, en tiff, mp4s, mkws, 3gps, VOBs... fotos, gente querida, pinturas, bordados y manualidades, actuaciones, muchos momentos únicos e irrepetibles. Mis creaciones en power point, literarias, flamencas, personales... Sí, amigos, he dejado registrado desde el ciclo anual de los almendros hasta el canto de los mirlos en las mañanas de primavera y, con un poco de suerte, no quedarán en el limbo. Francisco ha dicho que de eso nada.

Aún no se ha secado el pozo de mi creatividad pero me doy una tregua. Me voy a dosificar para poner mi obra al día, para sacar a la luz títulos como “De Dios y de su falta” donde dejo de ir mis inquietudes metafísicas y entrego al aire mis dilemas; “Cantos y silencios flamencos” para el que necesito dedicación y acierto a la hora de escoger lo más florido de mis letras; “Muerte en Ibiza”; “Portales de la infancia”; “El poder de las cosas pequeñas”; “La grata tarea de barrer jazmines”... Y así hasta muchísimos títulos. De todos no me dará tiempo y para todos no me llegará el presupuesto, pero... voy a empezar.¿Quién sabe qué pasará en el futuro?

De momento voy a coger los últimos chumbos y uvas moscatel de la temporada y los dulcísimos membrillos del arriate de abajo, que hoy es domingo y aún no he desayunado con tanto organizarme el porvenir.

Que el futuro es muy oscuro,
el futuro es muy oscuro, ¡Ay!
trabajando en el carbón.

Desde El Garitón, mientras escucho a Chavela Vargas y su nave del olvido, amaneciendo en estos instantes a la vida
Mariví Verdú

En la foto, mi Missi dándome la razón.

sábado, 17 de septiembre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER: LA GENEROSIDAD DEL MAR, por Mariví Verdú

Escribir la primera palabra que me viene al pensamiento para darle forma a una idea que divaga entre la frente y el pecho y que quiere salir del agrisado espacio de mi limbo al blanquísimo cuadrante de esta nada que me ofrece el folio digital, empieza a ser complicado. Mucho más cuando opongo resistencia y lo marco, inconcluso el mensaje, como no deseado. Pasa casi lo mismo cuando intento ponerme a pintar o hacer primores, una sensación idéntica. Ha dejado de ser un desafío personal y ha perdido su atractivo: el sentido de eternidad con el que se me revelaron un día. Sentarme con los ojos abiertos ante lienzos blancos y dejarme ir con mis sentimientos al pairo ha dejado de tener ese sentido y cada día aplazo más el momento, el que he lidiado desde que era chica y que necesita palabras para darle vida a la mía propia y colores para hacer perpetuo el lírico momento. Durante estos últimos tiempos simplemente evito hacer cosas, crear nada, darle rienda suelta a esta cabeza que ya no está sobre mis hombros sino sobre mi alma. Pesa bastante.

Y no es una catástrofe. La verdad es que no pasa nada, escriba o deje de escribir todo transcurre como debe ser, con la monotonía de bucle que fuera en un principio y la tajante rotundidad que siempre fuera en el final. Y a otra cosa mariposa. Porque ahora sé que era yo y solamente yo la dueña del color, de las palabras, de las ilusiones y era mío el punto y final de la tarea. El mundo, tomado así como un todo en el que vamos incluidos, carece de sentimientos, engulle y calla, silencia los cantos y apaga las luces. Es así y no da para más. Por eso adoro las civilizaciones antiguas, sabían que si no era con pirámides enormes nadie encontraría señales de su paso. Si lo construido no era duro como una roca nada quedaría estable en este mundo, nada sobreviviría en este caos absorvente y exterminador. También lo sabían los constructores de catedrales, siempre con los dioses y los miedos por medio; los de las murallas con sus guerras. Desde Jericó a Cisjordnia, muros y más muros, cercas y más cercas. Siempre defendiéndonos del otro que somos nosotros mismos.

No hay día que no me pregunte ¿Para qué escribo? ¿Para quién? ¿Qué estoy haciendo con mi vida, escribirla? ¿A quien le importa una huella más o menos en este maremagnun de pisadas y pisotones que es, a la postre, el paso por el mundo? Y digo yo ¿de qué vale invertir el escaso tiempo que me queda en dejar aquí este montón de papeles que no me caben ya en la casa, estos discos duros que con suerte acabarán en el reciclado, los cuadros -con sus bibliotecas, flores de almendro, frutas y rostros- que se perderán sin dejar rastro?...todo el tiempo empleado en su belleza se irá conmigo en un bagaje propio, indescriptiblemente hermoso y triste a la vez. Caduco y olvidado. No habrá huella en ningún sitio, ni Hollywoods ni Atapuercas que me recoja. Ahora sé que crear para el anonimato es el destino, para la misma nada y el olvido. La señal de mi paso, la marca de mi existencia, mi impronta, mi visión del mundo, esa que consideré desde hace tantos años -toda una vida- importante, no es más que un espejismo de la nada.


La solución inmediata está en Los Álamos, en irme al mar y disfrutar de su generosidad azul verdosa, amable y envolvente, a veces plateada si se da el bellísimo mes de septiembre o de oro en el plácido otoño. ¿Y qué decir cuando se levanta, alto en espumas y ruge como un león oculto que se nos rebela casi humano, cansado de ir y venir, encerrado entre orillas y siempre reflejando un cielo que no alcanza? El secreto de la eternidad está en el mar, solo en el mar. Abandonarse a él, sumergirse y salir bautizada de estrellas transparentes, de claridades y nocturnos luminosos, de vida y de nostalgia de vida, del llanto de un dios extinguido es un momento orgásmico, un destino hermosísimo y alcanzable que está en mi mano y en la de cualquiera que lo desee fervientemente. A él dedico por ahora mis mañanas y a él consagro toda la virginidad que contiene mi espíritu.  

Y regreso a Ítaka decidida y afortunadamente, mojada y con casi todo descubierto.


Desde este Garitón donde diviso mi bahía y el color que define su estado de ánimo, desde este asa de la hoya malagueña desde donde agradezco cada día la exclusiva flor del amanecer, Mariví Verdú

domingo, 28 de agosto de 2022

AMANECER SIN MANOLO SANLÚCAR: TRISTEZA, por Mariví Verdú

 

Manuel Muñoz Alcón “Manolo Sanlúcar” se nos ha muerto. Hemos perdido el gran baluarte de la guitarra española. Se nos ha ido el maestro, el poeta digno, la finura del toque, la sinfonía de la guitarra. Acabo de enterarme y se me ha hecho un nudo en la garganta y otro en el corazón. Y no podía empezar un domingo más conmovida porque la orfandad flamenca es con esta pérdida más patente que nunca. Eso lo puede confirmar todo mundo flamenco y todos los amantes de la música en su mayor dimensión.

Me pasa que ultimamente admiro a los artistas en su condición de ser humano, en cuanto a su capacidad de ser y sentir humanamente. Manolo sabía, conocía su condición de genio,  y sin embargo era humilde, sencillo, de gustos familiares, amable y campechano. Ya no me vale el arte por el arte, miro quién es el artista y precisamente en Manolo Sanlúcar, en el hombre que hay dentro del artista, se reunían unos valores tan grandes o más grandes que el que ha demostrado en su obra, en su inmensa obra musical.

Has dufrido mucho en tu parte humana, has trabajado muchísimo y, aunque naciste para la música  y para la gloria del flamenco, tu trayectoria se mide por tristezas profundas, por compromiso con el mundo, por fidelidad a tu tierra, por desencantos, por superaciones, por vibraciones del alma, de la tuya y de la de todos los que nos hemos conmovido con tu música. Descansa en paz, Manolo, tu obra es inmortal y tú con ella. Una suerte haberte conocido y haber disfrutado de ti y de tu toque magistral en la cercanía. Ahora lo haré, lo haremos todos, con tu legado en lo universal, en lo eterno que es tuyo ya y para siempre. Adiós, maestro, y gracias por tu existencia.

jueves, 21 de julio de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. EL FUEGO, por Mariví Verdú

Son las cinco y veintisiete minutos de la mañana. Hace casi dos horas que ando despierta. Hace mucho calor y es complicado retomar el sueño después del primer tirón. He dudado si meterme en la cocina o en el escritorio y me he decidido por lo primero. He preparado un menú de celebración al uso y costumbre familiar, una forma de dar gracias por la vida, esa que siempre pende de un hilo finísimo y que a veces me posee en su forma espiral, helicoidal diría yo, y se convierte en filamento iluminándome días y noches con una intensidad difícil de describir. Debe ser porque valoro la vida como el más alto don, básico, necesario, imprescindible para que puedan darse todos los demás que conforman el amplísimo espectro de valores que nos diferencia de lo muerto. Sí, desde el viernes no he parado de celebrar la vida aunque confieso que no he dejado de hacerlo cada amanecer desde que tengo uso de razón.

Una vez el guiso acabado y el olor del Pedro Ximenez Santopitar y las pasas de Málaga inundando mi remozada cocina, tiro para el escritorio. Necesito escribir. Durante estos últimos tiempos, quienes tienen a sus espaldas casi setenta años como yo, hemos tenido ocasión de ver cómo fluctúa nuestra vida sobre este mar de acontecimientos de los que somos a su vez causa, consecuencia y víctima en un delirio constante. Sabía desde hace años que tanto depender, comprar y tirar para volver a la rueda maldita del consumismo nos pasaría factura. Y así es. Hay un ficticio estado de bienestar que tiene mucho que ver con la insensatez. Nadie puede ser feliz constantemente si no es tonto del culo. Ocurre algo similar a lo que pasa con la televisión: no se se pueden dar veinticuatro horas seguidas de programación excelente por lo que llega un momento que hay que meter ruletas y salsas rosas para poderse estirar en el tiempo y darle carnaza a los colgados del medio. Y esto es así y no es de otra manera. Pero nada pasa sin efecto mariposa.

Comer en todas las temporadas tomates clonicos e insípidos y pimientos rectos, dibujados y sin semillas, comer sandías y melones sin pepitas -o con ellas pero vanas, estériles a propósito- es una sinrazón. Negar la temporalidad de las cosas es ir en contra de la naturaleza y contra ella no se puede porque con dos coletazos nos manda a hacer puñetas. Algo así está pasando y nos echará de este paraíso porque le estorbamos, la queremos moldear, cambiar su curso, esquilmarla,  pero no nos dejará, podemos estar seguros.   

Esta temporada arde España y con ella medio mundo. El cambio climático aderezado con la imprudencia humana y su característica mala leche nos está pasando factura.  Desde las ventanas abiertas obligatoriamente por el calor sofocante, me llega un triste olor a tierra quemada, a naturaleza oscura, a eso que dice mi hijo le cuesta quitarse del uniforme y de su pituitaria. Desde el pasado viernes he asistido en primera línea al incendio de Mijas. Aunque decimos siempre el lugar de origen, las fronteras no existen en el monte: los pinos de Mijas son hermanos de los de Alhaurín de la Torre y estos a su vez lo son de los de Alhaurín el Grande. Para eso debería estar el hombre, para crear cortafuegos, meter sus cabras a pastar y desbrozar con naturalidad la abandonada zona forestal de nuestros entornos. Con mi casa en peligro de ser pasto de las llamas -como otras muchas en este verano insaciable- he vivido un horror como el que vivió por su profesión mi Pedro en Zamora, como el que se está viviendo en Castilla y León, Galicia, Aragón, Cataluña, Canarias o Extremadura y  amenaza con dejar desolado nuestro paisaje y sin pulmones nuestro campo. El fuego arrasa con todo a su paso y solo deja una estela negra y gris donde antes hubieran verdes latidos de la vida. Los mayores como yo no volveremos a ver el monte como estaba antes del incendio, no lo volveremos a ver derrochando belleza. Tanta muerte no tiene justificación.

Cada minuto del incendio lo he vivido con una intensidad asombrosa. Miedo, impotencia, rabia y desasosiego pero queriendo mirar siempre lo bueno que nos habita: la solidaridad, la empatía, el respeto al prójimo, la profesionalidad de quienes tienen en sus manos nuestra salvación y los medios de los que disponemos para ello: desde un móvil para expresar nuestra disponibilidad y afecto, hasta el helicóptero más efectivo para derramarnos ese agua bendita que apaga los fuegos del mundo. Nuestra bondad aflora en momentos como estos. Mi hijo me cuenta que después de algunas de sus intervenciones en desastres naturales, a la salida de sus retenes y efectivos, los despiden con aplausos. Yo aplaudo desde aquí a todos los corazones buenos de los que dependemos cuando los malos corazones actúan sin saber que aquí nos la jugamos todos, de esta redondez maravillosa llamada Tierra no se escapa nadie y el daño causado siempre será  devuelto con un búmeran de justicia.

Hoy, después de esta triste experiencia, quiero sentirme afortunada. En primer lugar por la nobleza de mi descendencia, por ese corazón puro y entregado que lleva parte de mi sangre; en segundo lugar por esta alegría interior que me anima a levantarme cada mañana como recién nacida, que me hace apreciar la vida minuto a minuto y vivirla con intensidad. Los años otorgan perspectiva y generosidad. Sé que, a pesar de haber sido pobre, soy rica; a pesar de haberme sentido casi desgraciada, tan triste tantas veces, me siento plena y llena de esperanza. Será cosa de los años pero así es cada día de mi vida, por una u otra causa, porque pienso y existo. Y en esta ocasión porque me siento más ave fénix que nunca.

Desde El Garitón, donde vuelve a dorarse el camino con racimos de moscatel


Mariví Verdú

A mi hijo y a cuantos profesionales ponen su vida en peligro para salvar la nuestra, con admiración, cariño y agradecimiento.

martes, 28 de junio de 2022

EL PESIMISMO DE LA RAZÓN (VARIACIONES SOBRE EL AMANECER), por Mariví Verdú

Empezar un nuevo día con unas palabras de acción de gracias debería ser lo habitual para alguien tan vitalista como yo, pero no siempre se despierta una tan generosa como el sol y su luz enigmática, malva, verde y naranja hasta ser un rayo de plata que convierte en celestes los cielos oscuros o los llena de algodón, de rosas, de cristal... Doy gracias por haber sobrevivido tantos años al capricho de los dioses, a la fatalidad del destino o al gracioso devenir de la naturaleza, vaya usted a saber. Ayer, como cada día de mi existencia, procuré hacer mi voluntad (ésta que últimamente coincide siempre con mi deber -será cosa de la edad-) haciendo cuanto las horas me permiten, alargándolas, manipulando las manillas y convirtiendo cada minuto en una pequeña eternidad.


Aún siendo tan positiva, me queda lugar para el pesimismo, ese que nace de la razón. La razón, esa rival antagónica del corazón que no se cansa ni abandona nunca, que aún en absoluta embriaguez dice la verdad, esa que nos deja cao sobre el cuadrilátero sin cuerdas de la vida, la que está siempre al aliquindoi de los sentimientos dirigiendo con su  batuta guerrillera hasta la más nimia decisión que salga del pecho, admitiendo sólo lo que pasa por su criba, tan fininísima, tan poco indulgente, tamizando severamente, diseccionando y analizándolo todo como si fuese un laboratorio ajeno y sin descanso, cumplidor. Cruel.

Pero el pesimismo es inevitable. Más aún cuando los ojos siguen mirando desde la infancia a pesar de las vistas cansadas, de las cataratas, ya sean de dureza córnea o niágaras de llanto, ya sean por ceguera de quienes no quieren ver o por miradas oblicuas que miran adonde no duele -una visión hipócrita y fácil-. Cuando los ojos, fieles a una mirada de condición joven  y perpetua, se topan con la apatía, la impotencia y otras ricuras que el tiempo se saca de su chistera, el desencanto surge como la mala yerba. El desencanto es el precursor del pesimismo. Y no digamos cuando la mirada, esa que tanto necesita perderse en lontananza, topa con paredes inanimadas, con desalmados, ineficaces o engreídos, con el abandono y la injusticia que provocan esos seres en los que nos miramos por humanos y nos avergonzamos por divinos. Ahí es cuando el pesimismo se hace presente.  ¿Y qué hacemos si intenta menguar fuerzas, minar espíritus o rompernos en pedazos? Cada cual busque su respuesta. Unos se meterán debajo del ala de la comodidad, otros vivirán vidas ajenas; algunos, muchos, fastidiarán al prójimo; la minoría asumirá con estoicismo la otra cara de la misma moneda; hay quien se aliará con él y convertirá cualquier existencia en algo oscuro, ensombrando todo lo que le rodea; muchos, y me alegro por ellos, pondrán su vida en manos de Dios... ¡qué suerte! Viva la utopía y arriba sus aliados porque, entre ellos, los más ingenuos, piensan en el cielo como segunda estancia, como la oportunidad de hacer lo que aquí han descuidado o echado a perder.


Sí, me levanté a las seis dando gracias por mi vida, porque huele a café, porque tengo conciencia de mi autonomía aunque mis revoluciones sean más lentas. Gracias por haber podido terminar de blanquear mi casa y pintar sus barandas, por tener valor para tirar cosas que creí talismanes -sólo eran objetos que heredé y que mi voluntad sublimó-.   Sí, he hecho un clareo de recuerdos, de papeles inútiles, de chalauras perdidizas. Sí, hoy también daré de mano con el rulo y la brocha. Tal vez sea la última vez que pueda hacer tantísimas cosas. Las ganas duran más que las fuerzas y eso no es pesimismo: es pura realidad. Habrá que ir asumiendo ésta nueva etapa de la vida no sin antes dar las gracias por el tiempo en que pude vivir sin miedo a caerme, con mis fuerzas enteras, con energía y vitalidad.  Qué alegría subir y bajar escaleras cuando respondían las piernas con agilidad. Qué satisfacción haberlo disfrutado hasta ahora, hasta hoy. Sí, gracias, gracias, gracias. Doy las gracias a cuanto ha hecho posible que sea quien soy, a mi sangre y a mi tierra, a mi naturaleza y a mi sinvivir, a mi alegría y a mi salud, a los que me hicieron daño porque me hicieron fuerte, a los que me dieron un abrazo cuando lo necesité porque me dieron fuerzas para creer en la humanidad. Y, cómo no, a mi tristeza, porque como dijera Manuel Machado:

Mi pena es muy rara
porque es una pena que yo no quisiera
que se me quitara.

Espero que la próxima vez que tenga que blanquear la casa dé con un buen profesional, aunque no me rindo y seguiré pintando de azul mis arriates que esos no necesitan escaleras, solo recordar  Chef Chauen, un poco de paciencia y que la vida me siga siendo fiel en la vejez.

Desde El Garitón, oyendo la vida en la placentera voz de los pájaros

Mariví Verdú.

domingo, 5 de junio de 2022

LUEGO (VARIACIONES SOBRE EL AMANECER), por Mariví Verdú


¿Qué significa luego? ¿Cuándo es luego y cuánto dura? Luego, adverbio que significa después, más tarde, depende mucho de la relatividad del tiempo y es como el chicle de maleable. Luego, cuando se tienen ya siete décadas consumidas, es un tiempo incierto, complicado de medir. He dicho muchas veces hasta luego y no hubo más tiempo para otra cosa que para lo eterno. He dicho otros hasta luego y no me fui nunca a ningún sitio, continué con el corazón allí, de donde pretendí irme sin lograrlo. Retomar palabras dichas, releer y tener la intención de añadirle alguna que otra reflexión más después de dos semanas es confirmar que Antonio Machado era verdad, máximo cuando afirmaba que todo pasa y todo queda...En mi caso y desde hace muchos mayos mi tiempo es como un día larguísimo donde caben muchas noches y muchas lágrimas, muchos amaneceres, algunas risas y muchísimas palabras. Pero no olvidemos que lo nuestro es pasar.  Dije “luego sigo” y fue una temeridad ¿Qué  habría pasado si no hubiera tenido ningún luego que llevarme a la vida? Quien lee mis cosas sabe que me identifico con la frase de Josep Plá: dejar algo para mañana es dejarlo para siempre. Por eso mis luegos son como una coma sin dejar de ser punto ni final cuando llegue ese luego último que planta estatuas donde hubo latidos.

Luego... Luego: eso decía mi madre que era la desidia, la palabra preferida de la gente perezosa que creaba bolas de polvo debajo de la cama... Pero "mi luego" fue posponer la escritura para estar con las personas que más quiero en este mundo. Fuimos a compartir juntos la mesa, después de no vernos en muchas semanas, a celebrar que estamos vivos y llenos de ilusiones, a brindar por el misterioso porvenir al que solo le pedimos un poco de piedad y un mucho de justicia.

Hoy quería seguir escribiendo sobre el tema que dejé a medias y del que solo había anotado algunas frases para desarrollar: “La grandeza de la generosidad”, “Abrir a los demás las puertas del conocimiento”  “...de los maestros, de los oficios sagrados de los hombres... Cada una de ellas requiere de una amplia reflexión que volveré a aplazar porque las tomateras siguen creciendo y hay que atarlas a las cañas para que no se vuelvan locas y dos pimenteras tienen hormigas, o sea, comepulgones, y hay que echarles su ración de jabón para que mueran y las dejen en paz y que las hormigas emigren a otro sitio.

Por todo lo dicho, nada mejor que  “Luego” para dar título a esta nueva entrega de “Variaciones sobre el amanecer”, porque una sola palabra da mucho juego para darle cuerda al pensamiento. Emplear “luego” en esta frase “Pienso, luego existo” es otra cosa, es una confirmación de no estar muerta, es un silogismo que da bastantes dolores de cabeza y mucha inquietud al corazón. La premisa de pensar nos vale para cualquier acto que signifique vida.

Desde El Garitón donde mayo se hizo ver en las amarilis y junio en mis rosas “Pierre de Ronsard”(o sea, las de Loli), agradecida.

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

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