martes, 31 de diciembre de 2019

ADIÓS 2019, YO NO TE GUARDO RENCOR, por Mariví Verdú

 ¿Cómo es posible que sea tan injusta a la hora de hacer balance del año que se acaba? ¿Cómo puedo mirar tan negativamente a dos mil diecinueve y tenga una percepción tan triste de un tiempo que de nada tiene la culpa mientras espero que dos mil veinte sea el que solucione esta visión oscura de la vida? No soy justa con lo que vivo porque ha sido y es un privilegio desde el principio. Nacer de unos padres bondadosos, atentos, educados, sanos y con el suficiente coraje para haber encauzado su vida y sobrellevado con tanta dignidad su vejez aceptando por fin la muerte como solo lo hacen las personas que tienen el corazón limpio; haber conocido el amor, disfrutado del calor de una mirada, de la ilusión del enamoramiento, de la calidez de un abrazo... Haber sido madre, sentir la ternura de unos hijos que crecen y se van yendo de tu lado para ser otras personas, otros hombres, otras vidas que te siguen importando mientras vivas y más allá de la muerte...

Poder hablar, sentir, comer, degustar, paladear, escuchar, oír, entender, escribir, mirar, ver, tocar, acariciar, oler, oler, oler... He estado cuatro meses sin olfato y entre los azules intensos de Xauen regresó el don entre esencias de canela y almizcle... Ahora , que vuelvo a disfrutar el sentido del olfato ¿cómo puedo quejarme de 2019...mi querido tiempo pasado. Si desde enero que estuve con mi  nieto y mi nuera en el Refugio de Juanar hasta que en diciembre vi recompensado mi trabajo flamenco recibiendo todos los premios del Concurso Internacional de Letras Flamencas “Hijos de Almáchar” solo he tenido en mis manos la ternura de una niña que se llama Emma a la que procuro cuidar como a mi alma: No he dejado de cultivar rosas que aun en diciembre no paran de nacer y tomateras que todavía siguen dando tomates como si estuviéramos en pleno verano. Tampoco he parado de pintar, de dibujar, de coser, de crear cosas de la nada con mis manos. He sido oficiante de una preciosa boda, he disfrutado de fiestas y de amigos y cada semana de mi nieto  Daniel y de sus padres, del calor de su hogar y del hermoso placer de verlos unidos. Mi niño y yo hemos cogido madroños, hemos hecho buñuelos, hemos jugado a recordar tiempos de sombras chinas en la pared...

He despedido a dos grandes amigos: Eugenio Chicano y Clotilde Vega, en paz descansen los dos, pero, como han sido personas que quedan en la memoria colectiva, no han muerto del todo. Ellos siguen vivos en mi corazón. Agradezco a Eugenio que contara conmigo para su “Aguatintas por seguiriyas”, todo un honor, y a Toti por su espléndida amistad y propiciar la de Marcos Ana de quien conservo bellísimos recuerdos. Todo un placer haber contado con ellos en este mundo que es el único que conozco.

También he logrado reunir algunos amigos que andábamos apartados, juntar a otros más cercanos en mi cumpleaños disfrutando de lo que tiene de hermoso la amistad. Y hablando de amistad, estas palabras que acaban de hacer balance de mi 2019 van dedicadas a mis amigas del colegio “Carmen Polo”, amigas de corazón, porque gracias a ellas puedo sentir la infancia como un don; a quienes han tenido tiempo esta tarde para dedicarme palabras cariñosas y buenos deseos; a quienes han preguntado por mi salud ¡vaya dolor puñetero! y a los que, aunque sea una vez al año, tienen la bondad de compartir abrazos. 


A las violetas de mi madre.
Al Belén de croché mi madre.
Al dulce recuerdo de mi hijo, de mi padre y de todos mis tíos que hacían la Navidad Navidad.

Y a mi gata.

Despidiendo 2019 desde este Garitón abierto, Mariví Verdú.

domingo, 29 de diciembre de 2019

POSTALES NAVIDEÑAS, por Mariví Verdú

Un año más llegaron por correo ordinario las felicitaciones que no me faltan cada navidad -qué sea por muchos años-, las de mis amigos Benito Acosta y Evaristo Guerra. Recibir noticias de ellos dos es como confirmar nuestras vidas, reafirmar la amistad y fortalecer los recuerdos. Evaristo en su oficio de la alegría y Benito en su canción de cuna para los niños de la Amazonia son dos alas que necesito para seguir volando. Muchas gracias, amigos.

Desde que las redes sociales invadieron nuestras vidas y, haciéndonos flaco favor, nos facilitaron los botones de risa y llanto, los likes y los bloqueos, la inmediatez de la tecnología, la forma tradicional de comunicarnos cuando estábamos lejos, esa privadísima e inviolable correspondencia epistolar, las maravillosas cartas con su remite y su sello quedaron para la historia.

Es bastante complicado mantener ensartada la hebra de hilo que eche el hilván que llamamos amistad, con según qué personas, imposible. Y más difícil aún es bordar el punto de sombra, ese que nos empeñamos en llamar familia y que no tiene ni la más remota idea de quién eres pero se mantiene forzadamente aún siendo los más desconocidos. La soledad del hombre es una de las constantes universales. No sé si esto lo decía Einstein, Camus, Benedetti o lo acabo de inventar yo. Creo que he sido yo pero ya me da lo mismo.

Mientras vivió mi querido Guillermo Narbona no me faltó ni un solo año su felicitación. Otras navidades he tenido en mano la de mi amigo Rafael Alvarado así como el intercambio de villancicos con Juan Miguel González del Pino y Pilar Bugella. Cuando fui asociación las tuve hasta de los señores alcaldes y demás jerarquías; cuando fui juanbrevista las tuve preciosas, hechas por mi amigo Paco Montoro; cuando fui algo en algún sitio las tuve de directores de banco, del PTA, de pintores famosillos, de flamencos y de pelotas...Ya no queda nada más que lo pasado y todo cabe en tres ¿o cuatro? cajas que pronto daré al fuego para quitarle trabajo a mi hijo que no estará para lecturas el día que me vaya de este mundo.

Aún recuerdo cómo se llenaba de cartas por las fiestas navideñas aquel viejo buzón del portal número 25 del la Plaza del Fuerte, por aquellas fechas cuando todavía vivía con mis padres y mi corazón estaba de una pieza. Conocía la letra de mi tito Paco, de mis primas de Cieza, de La Línea, la de los amigos de la Argentina (sabía cuando escribía Joaquín o Haydeé), de los alemanes (eran amigos de mi hermana que estudiaba alemán por esa época), y hasta de los que vivían en Málaga que también nos mandaban una tarjeta preciosa, mis tíos Federico y María, mis tíos Gabriel y Virtudes, mi madrina Maruchi...y las de amor. Las de amor son un saco y dos cajitas que he de quemar también. En fin, tiempos pasados que ya no han de volver.


Hace muchos años, casi tres décadas, escribí:

Ahora
no  puedo  escribir más que  cartas.
Hojas  del  pensamiento.
Sobres, lenguas... nostalgia.
Etéreas  son
y  van
las  palabras.
Decirlo  todo
sin  oír  ni  decir  nada.
Leerlo  con  tu  voz
y  mi  mirada.
Cartas,  vuelo  blanco 
de  papel
con  alma.

Desde este rincón soleado del monte
al que mi padre bautizó por “El Garitón”
viendo cómo se llena mi sombra de violetas

Mariví Verdú

... la esencia, la flor del tacto, la dulce liturgia de abrir lo que sellaron otras salivas, otros labios...

domingo, 22 de diciembre de 2019

DÍA DE SOL Y BORRACHUELOS, por Mariví Verdú

 Hoy necesitaba sentarme un rato más ante este maravilloso invento, ante mi pantalla preferida, papel en blanco, donde siempre dejo la huella de mi paso. Necesitaba desprenderme de la rima y hacer frases seguidas, tan libres como yo. Aunque sigo escribiendo en papel lo que no publico, escribir frente al teclado va siendo cada día que pasa más natural, más cotidiano, limpio y fácil de ordenar, corregir, renombrar, almacenar... Son las cuatro de la mañana y en pocas horas oiremos el tradicional soniquete de la lotería de Navidad, la cantinela de El Gordo, con sus números y réplicas de premio, con la ilusión de ser buena por generosa porque ser espléndida siendo pobre es una verdadera putada. Nunca te alcanza el bolsillo a paliar el hambre ajena.

En la mañana he disfrutado el sol, ya barriendo jazmines -que parece verano-, hojas de la higuera o de la parra, ya viendo cómo se prodigan las violetas o cómo se entangarillan mis boinas de vasco. Una mañana radiante donde se han disipado algunas penas transformándose en nostalgia, en bellos recuerdos, en añoranza. Estas fiestas tienen eso, nos acostumbraron a que la familia lo era todo pero resulta que no nos enseñaron a vivir sin ella. Y hay que vivir, no queda otra. No puede una suicidarse ante el espejo de esta bahía malagueña. Es, más que un suicidio, un crimen, una injusticia, un desmérito de la belleza.

La tarde la he dedicado a los borrachuelos. Dos manos que parecían una cadena de montaje...¡vamos, vamos, que se quema el aceite! El primer limón del limonero de mi Cristina ha sido para la ralladura, junto con la de la naranja que cogió mi Dani el otro día del naranjillo enano del segundo bancal. La cascarilla de limón que uso para ver la temperatura del aceite, del limonero que sembraron mis hijos Pedro y Cheche en esta casa bendita. La canela, de Xauen; el aceite, de las aceitunas de mis amigos Pepi y Miguel, la receta...de mi madre. Al cante, Nano y la Paquera de Jerez, José Merced y Chano Lobato. Y yo. Yo cantando y estirando masa, haciendo pañuelos, rellenando, friendo, escurriendo, emborrizando y poniendo platos y platos tapaitos con paños escamondaos... Y oliendo a gloria toda la casa. He estado casi cuatro meses sin olfato, no sé por qué, y lo recuperé en el pueblo santo, en la perla del Norte, de donde traje la canela.

Y por si no tenía motivos suficientes para escribir, al ir a colgar este relato, acabo de comprobar con  alegría y orgullo que se han superado los cuarenta mil visitas en Con garbo y flamencura. La verdad es que no necesito hoy nada más. Doliente y de occidente pasa de las treinta y tres mil quinientas...muchísimas gracias, amigos. Cuando creé estos blogs, el primero hace ya doce años, fue para guardar mis artículos que por entonces y durante varios años se publicaron en un diario local. El de poesía, Con garbo, lo creé en 2009, hace ya una década, y no sé cuando puse a los dos el contador de visitas, no fue de inmediato porque he ido aprendiendo sola sus posibilidades, funcionamiento, diseño, tipo de letra, la manera de colgar imágenes...

Esta noche merecía la pena contar porque todo lo que cuento es bueno, agradable, dulce y necesario. Me sobran motivos para descansar hoy en paz. No sé si mañana me tocará la lotería, mi familia me ha regalado tres décimos así que tengo las mismas posibilidades que los demás jugadores. Pero a mí me tocó la lotería desde que nací. Estar viva y sentir el paso del tiempo, sufrir y padecer, amar y reír son la clave del premio. Y el pasado día 14 vinieron los míos y les hice un tajín de ternera que los transporté a las calles azules. Lo serví en la cuscusera que me regaló mi hijo Fernando. Su recuerdo resguardó el calor del guiso. Mi nieto y yo montamos el Portal. ¿Qué puede nacer sino un dios pequeñito de manos tan bendecidas?

Soy mucho más que afortunada. Gracias, papá, por este Garitón que tanto quiero. Desde aquí os deseo unas felices fiestas navideñas, mucha salud y muchas ganas de vivir.
Perfumada de canela, Mariví Verdú.


sábado, 21 de diciembre de 2019

DULCE DE NAVIDAD, por Pilar Zheras.

DULCE NAVIDAD
Borrachuelos
• Harina – 500g o la que admita.
• Azúcar – 150 g
• Vino blanco – 125 ml
• Aguardiente dulce – 100 ml
• Vino dulce – 125 ml
• Anís verde o matalalauga – 1 cucharada
• Ajonjolí – 1 cucharada
• Ralladura de una naranja
• Zumo de dos naranjas
• Aceite de oliva – 175 ml
• Cabello de ángel
En una sartén añadimos el aceite de oliva a fuego flojo e incorporamos el anís verde y el ajonjolí durante medio minuto para aromatizar el aceite. Verter este aceite cuando pierda calor sobre la harina tamizada, junto con el aguardiente los vinos y el zumo de naranja y la ralladura. Amasar y dejar reposar. Después se hacen bolas del tamaño de una nuez y se aplastan con las manos o un rodillo de cocina. Se le añade un poco de cabello de ángel, se cierra y pega con ayuda de un tenedor.
Freír los borrachuelos por tandas hasta que queden dorados en abundante aceite con una cáscara de naranja. Una vez fritos se apartan en un el plato para que suelte el aceite y a continuación se pasan por el azúcar.
La Sra. Carmen se dispuso a hacer los borrachuelos esa Navidad para enseñar a su nieta, con cuidado de que no se acercara al fuego. Como su memoria ya no era tan buena como antes, tuvo que recurrir a la receta que ella misma le había dictado hacía poco tiempo. Mientras preparaba los ingredientes recordó cuando ella era como su nieta y le ayudaba a su abuela a hacer la masa, no necesitaba ningún papel, cada paso estaba grabado en la cabeza de su abuela desde hacía mucho tiempo. Sus pequeñas manos reunieron las semillitas que aromatizaban el aceite, estaban guardadas en la despensa en pequeñas latas, de un año para otro. No la dejaban acercarse al aceite caliente, pero si a la masa templada cuando tenían que darle forma y rellenar con el cabello de ángel, que ella probaba con disimulo. ¡Que dulzura!, ese era el sabor de la Navidad, que tardaba todo un año en llegar, en la que le permitían jugar con un trocito de masa, hacer bolitas aplastarlas y quien sabe que más. No comprendía por qué después ni siquiera la echaban en la sartén, con lo bonita que le quedaba. Cuando la sartén estaba llena de borrachuelos tostándose desprendía un olor que lo llenaba todo, tanto, que había momentos que no cabía el aire para respirar, y el ambiente se cargaba de un vapor invisible que alimentaba con solo respirarlo. Cuando la gran mesa de madera se llenaba con la fuente de borrachuelos recién hechos, los tazones de leche caliente y alguna copita de anís, no había duda: faltaba muy poco para que llegara la Navidad.


Pilar Z. Heras. Noviembre 2019
Premiado en el Concurso de Cuentos de Navidad de Ojén (Mála
ga) 2019

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...