sábado, 26 de noviembre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER, EL TIEMPO ENTRETEJIDO, por Mariví Verdú

Hace tiempo que me doy cuenta del significado de la palabra tiempo, precisamente desde que no me da tiempo de nada, desde que se esfuman los días ante mis ojos en una desconocida proporción de horas que parecen minutos, de instantes eternos y de semanas en bucle que se parecen tanto las unas a las otras que pudieran ser la misma cíclica semana, cualquiera de las que tiene un mes. Debe ser la edad, esta edad de piedra sensible, de cartón dolido, de carne manchada por el sol. Debe ser eso o la tristeza de saber que ya no me da tiempo de casi nada, mucho menos de aprender carpintería que tanto me hubiera gustado.

Para que pase el tiempo lo meto por el ojo de una aguja y coso. Antes me calzo las gafas en este doblado tabique nasal que recuperé en la pastelería de aquella vieja calle de Chefchauen comprando chebakías para los míos y doy gracias por habérseme devuelto el goce del jazmín y los perfumes del campo. Después me coloco el dedal de plata en el corazón de mi mano derecha y continúo la labor que mi abuela y mi madre dejaron sin acabar y que, de seguro, dejaré inacabada como las Victorias que me antecedieron. Y es que la vida nuestra es así, labores y labores, pinchazos y labores, agujas y labores, tardes y tardes de labores en la recacha de la vida.

Entre el punto de sombra y el granité, el de cruz. Cordoncillos, pespuntes, punto de arena... Y entre las vainicas y deshilados, el punto de Richelieu, el de Asís y el del diablo... Festones, bodoques, puntas de galleta, cadenetas, rositas al minuto... todo un mundo de bordados en el muestrario de mi vida. Tareas que me ponían las mujeres de mi casa en las tardes de mi niñez y que a veces, con las prisas de salir a jugar, hacía rápidamente y sin atención por lo que tenía doble tarea después: deshacerlas y volverlas a coser perfectamente. De esa manera aprendí a hacerlas bien de primera mano porque perdía tiempo... Un lección que aplicaba a casi todo y he llegado a vieja con mi tiempo entre costuras.

Y cuando no estaba entre costuras, estaba entre líneas... El rectángulo de papel de una libreta lo intercalé con el apaisado de la pantalla del ordenador y entre unos y otros he escrito mi tiempo en una sucesión de palabras y versos que dan forma a mi vida. Mi madre decía que si me hubieran pagado a perra gorda cada folio que llevo escrito, sería multimillonaria. Y puede que sea verdad aunque mi vida la debo a la misma providencia, mi vida está escrita entre el alfa y el omega, pasando por todos los adverbios y siempre cerca del mar, frente al mar, con los pies puestos en la tierra, la cabeza en el cielo y las manos en un incansable quehacer.

Como mi tiempo, por todo lo expuesto, queda entretejido en chaquetas de lana, interlineado en viejas libretas, preso en la nube gris del software de este viejo PC que ha salido más bueno que el pan y entre las cerdas despeinadas de mis pinceles de los que ya no hablo porque se acaba el tiempo, puedo afirmar que no lo he perdido, que no quiero perderlo sino devolverlo a lo que era antes de ser mío, antes de ser tiempo de mi madre o de mi abuela, a una nada perfecta en la que se quedan las cosas que han sido bellas porque sí y se las recuerda por un simple acto de amor.

Mientras mi nuera y mi nieto usen sus chaquetas, esas que he tejido desde que están en mi vida con cariño y punto de arroz, mientras mi corazón revolotee en algún verso acertado y luzca alguna sonrisa atrapada en mis lienzos, no daré mi tiempo por perdido. Es más, confirmaré todo lo contrario: lo he ganado. He ganado al tiempo su inmaterialidad haciendo de él labor y espejo y sueño, le he dado forma y volúmenes, luces y colores, rimas y la suficiente imaginación para creer en lo eterno.

Desde este hogar que se llama El Garitón, de reposo corporal por orden facultativa pero volando sobre un mundo que me gusta y en el que me sumerjo, floto y me siento como pez volador, como una flor cualquiera de mi bignonia loca, cariñosamente, Mariví Verdú

sábado, 12 de noviembre de 2022

HOMENAJE A MANOLO JIMÉNEZ BRAVO Y MARÍA DE LOS ÁNGELES PÉREZ PADILLA EN LA PEÑA LOS VERDIALES, por Mariví Verdú

La Peña Los Verdiales y en su nombre Juan Manuel Ruiz Sánchez, su presidente, rinde homenaje y nombra Presidentes de Honor a Manolo Jiménez Bravo y María de los Ángeles Pérez Padilla en una fiesta donde no ha faltado emoción, buena compañía, buenos alimentos, buen flamenco y buena Fiesta.

Encontrarme allí con Gabriel Cabrera, Manuel Fernández Maldonado, Pilar Illa, Mariví Romero, Victor Luque, Juan y Virtudes Guzmán, la Familia Soria, José Manuel del Pozo y Carmela, su mujer; Joaquín Millán, Enrique Castillo, Cuqui, Tere, la familia Ruiz Sánchez y tantísimos amigos ha sido muy gratificante: emoción pura.

Desde mi corazón vayan estas palabras sentidas a los dos homenajeados, las gracias al presidente de la Peña Los Verdiales por invitarme y a su familia por todas las atenciones recibidas y mi más cordial enhorabuena por la sede tan maravillosa donde ha tenido lugar el acto: Hacienda Quintana. Una verdadera delicia.




*El pañuelo que he llevado me lo regaló la Tita Carmen del Túnel y el cuadro que ha presidido el acto es el que pinté a la memoria de un gran amigo: Agustín Jiménez, a quien tanto le debe la Fiesta de Verdiales... Un día muy especial.
Como puedo observar, no se puede leer muy bien el acróstico dedicado a Mari Ángeles por lo que lo transcribo de nuevo:
 
Mari Ángeles se llama
Alegre, dulce y leal,
Risueña, toda una dama
Inteligente y capaz.
Amiga noble y humana.
 
De todos bien conocida
Es por todos respetada.

Los temas de verdiales
Ocuparon sus jornadas,
Siempre momentos cordiales.

A La Fiesta da su vida,
Nunca su cariño falta,
Ganando todo el afecto
En esta bendita casa,
Los que la conocen saben
El fondo de mis palabras...
Solo en ellas verdad cabe.

Para quien tanto se entrega
Es de ley rendirle honores:
Recoge amor el que siembra
El amor en corazones.
Zaga viva de Agustín

Por ti misma tan brillante,
Afición pura y sentir
De esta fiesta que cuidaste
Incansablemente, sí,
La que rebosa de arte
La que brilla en cualquier parte...
¡Arriba tú! ¡Va por ti!


viernes, 11 de noviembre de 2022

ESPAÑA, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ. CÉSAR VALLEJO + RAFAEL ALVARADO, por Mariví Verdú

Ayer, 10 de noviembre, asistí, como no podía ser de otra manera, por el dictado de mi corazón, a la presentación de la carpeta “España, aparta de mí este cáliz”, homenaje a César Vallejo con 5 serigrafías de Rafael Alvarado. La cita ha sido en el salón de actos de la Casa Natal de Picasso, en las Casas de Campo de la Plaza de Riego (así se llamó hasta 1940 la actual Plaza de la Merced) frente al Obelisco Funerario a Torrijos, sumando historia a la historia de Málaga.

Recientemente ha tenido lugar en España la reedición por la editorial Luces de Gálibo del poemario de Vallejo. Consta de quince poemas escritos por el poeta peruano durante los dos primeros años de la Guerra Civil Española y que fueron publicados después de su muerte. Hoy tratamos de la primera edición ilustrada del famoso libro  y ni más ni menos que por nuestro querido Rafael Alvarado.  

Aún recuerdo cómo conocí a César Vallejo y quién nos presentó, de qué mano me vino su primer libro de poemas:  fue mi queridísimo amigo republicano y comareño Francisco Padilla Robles. Era una antología realizada por Antonio Merino de la Colección Austral y recuerdo la emoción que me causó, Sthendal puro, su lectura y en particular aquel poema XV en  su página 234 del que transcribo su última estrofa, donde bien podrían condensarse las cinco que lo componen y todo el mundo que orbita sobre los dibujos de sangre, negros y blancos de Rafael Alvarado que componen la carpeta.

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aun
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae -digo, es un decir-,
salid, niños del mundo; id a buscarla!...

Dio la bienvenida al acto el director de la Casa Natal, José Mª de Luna y siguió una exposición interesantísima de Mario Virgilio Montañez sobre los dos encuentros de Picasso y Vallejo y lo que motivó al pintor a dibujar al poeta en tres de sus magníficos retratos. Leyó el poema Francisco Quintero, poeta. Fernando de la Rosa presentó a Alvarado (aunque todos los presentes le conocemos, queremos y admiramos) y Rodolfo Llopis, con su corta intervención, sintetizó lo que todos sentimos: “Alvarado es el último pintor romántico”. Intervino Carmen López, profesora y poeta, con un emocionante texto de su autoría y el mecenas de la obra, Antonio Sánchez, orgulloso del trabajo que ha financiado y puesto en luz para honra de los artistas que componen su carpeta: César Vallejo y Rafael Alvarado. Alvarado habló de su trabajo, de su compromiso, de su forma de ver e interpretar el mundo poniendo el corazón en su boca y su aliento en los corazones de todos los asistentes, amigos en su mayoría, y dejándonos satisfechos a todos, contagiados de su generosidad.  

Hace muchos años, el poeta y ensayista Juan Larrea prologó y publicó este mismo poemario de Vallejo bajo otro nombre: “Profecía de América” y en esa ocasión fue Picasso el que ilustró ofreciéndonos en él un retrato del autor. Hoy, Rafael, el que en 1991 fue galardonado con la IV Beca que lleva el nombre del genio malagueño, el de “Papeles para todos” y “Espacios transitados”, el que pintó a su abuelo trascendiendo su amor a la eternidad del arte hasta el punto de estar ocupando desde hace cinco meses su lugar en el Museo de Málaga; el que tiene capacidad para llenar con su obra el MUPAM y originar con su mapa de África stendhales de muchos tipos, ese al que llamo y siento como amigo me provoca la infinita gratitud por su sencillez y cercanía y el inmenso placer de ser testigo de su obra.

No sé que es más fuerte, si el orgullo que siento al ver cómo consiguen sus objetivos los amigos que a una le van quedando, la satisfacción de poder compartir su momento de gloria, la tristeza de echar en falta los amigos que no estaban porque no estarán ya nunca o la melancolía de intuir que pronto formaré parte de los inasistentes... Por eso sentí como una bendición estar allí, presente, viva todavía, con mis cinco sentidos y la alegría de tener todavía mi cabeza, analítica y olvidadiza, encima de los hombros. Y poderlo contar a todos los que me leen.

Enhorabuena siempre, Rafael. 
Desde este Garitón rebosante de bignonias, 
Mariví Verdú

Fotos de Mamen Peinado y Mariví Verdú

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...