miércoles, 26 de octubre de 2022

MANUEL PRADOS Y LÓPEZ Y SU NOVELA PÓSTUMA "SANGRE EN LOS OJOS", por Mariví Verdú

Ayer tarde, en la Asociación de la Prensa de Málaga tuvo lugar la presentación de la novela “Sangre en los ojos” de Manuel Prados y López, un trabajo que me he honrado en prologar, transcribir, ilustrar y confeccionar por encargo de su hijo, Carlos Prados de la Plaza. Con este libro que hoy se concluye, hasta ayer inédito y póstumo, se da por completada la obra literaria  de tan insigne malagueño.

Tanto la extensa producción literaria de quien fuera cronista de la Ciudad de Málaga y periodista de prestigio, como la historia personal de este malagueño de pro, Manuel Prados y López, suscitaron mi interés desde hace muchos años. En 2003, cumpliéndose el siglo de su nacimiento, desde la revista Calle del Agua que me honré en dirigir, nos hicimos eco del reconocimiento de nuestra ciudad a su ilustre hijo con la colocación de una placa que nos recordará a través del tiempo el que fuera su hogar, sito en Calle Ollerías 14. Casi veinte años después volvemos a recordarlo públicamente desde esta sede de la Asociación de la Prensa, lugar que alberga desde el día 20 de julio de 2021 su busto, realizado por el escultor Francisco Palma Burgos en los años treinta. Aquel día también tuve la suerte de asistir en calidad de amiga de la familia dando fe de ello.

“Sangre en los ojos” fue escrita por Manuel Prados y López entre los años veinte y treinta del pasado siglo y ha sido una novela con vocación perdidiza ya que, por avatares de la vida, no llegó a publicarse en vida del autor. Hoy, gracias al esfuerzo y a la voluntad de su hijo y a la confianza que tiene depositada en mí, puede ver la luz. Además de hacer realidad una ilusión familiar, la edición de esta novela va más allá del capricho íntimo y amistoso, trascendiendo del entorno cercano. El verdadero objetivo de dar a luz esta novela es un acto de justicia con su autor y un compromiso con la historia, es recuperar de las amenazantes garras del olvido una creación de alto valor literario, un relato que nos devuelve una Málaga joven después de haberle pasado por lo alto un siglo entero.

Sobre mi participación en esta novela les quiero contar que ha sido un reto a la vez que un deleite.    Abrir la carpeta (ahora convertida en digna portada) que contuvo por espacio de un siglo las tres copias mecanografiadas de nuestra novela fue un acto sagrado al que me enfrenté con el máximo respeto el pasado 28 de enero. Y qué placer descubrir la intimidad de aquel viejo manuscrito que naciera de sus manos, del tecleo de sus dedos en la antigua máquina de escribir imprimiendo palabras preciosas que, una vez brotadas de su pensamiento y filtradas por su corazón, se convertían en tan magnífica literatura. Manuel Prados y López, que gozara de la amistad del poeta y novelista, académico de la RAE, Salvador Gonzalez Anaya, de Temboury, Rodríguez Antigüedad, Sanz Cagigas o del poeta y periodista, precursor del Modernismo, Salvador Rueda, fue amigo también del protagonista de esta novela: Miguel Mérida Nicolich, otro malagueño singular, inventor de la afamada pomada de la Abéñula, patentada en 1934, y que fuera precursor a nivel europeo de la educación para niños invidentes y sordomudos. Su legado aún perdura en el Colegio de La Purísima. Sí, la historia que Manuel Prados nos cuenta está basada en hechos reales y nos recrea momentos de la vida de éste afamado oftalmólogo que quedara ciego en una reyerta en 1924. Según Francisco Bejarano el hecho ocurrió en un cafetín de la Calle Siete Revueltas, hoy desaparecida y ocupada por la Plaza de las Flores, al final y a la izquierda de Calle Larios.

Quiero citar a la periodista Amanda Salazar que en el Diario SUR del 3 de diciembre de 2016 nos presenta una historia detallada y bien documentada de Miguel Mérida Nicolich gracias a los testimonios de Manuel Mérida Nicolich, su sobrino nieto, porque tal información ha sido de gran ayuda para mí. El Carlos de nuestra novela era, en realidad, Miguel; Eva, su esposa, se llamaba en realidad Vera Blackstone y se casaron en 1925. El Antonio del relato era Manuel Mérida, farmacéutico militar y cofundador de los afamados laboratorios junto a su hermano de Miguel.


“Sangre en los ojos” encierra en páginas un placer para los que, como yo, enamorados de su tierra, de sus personajes, de sus rincones y de aquella idiosincrasia que mantuvo nuestra ciudad hasta el último cuarto del Siglo XX, quiere recrearse en la nostalgia. Porque “Sangre en los ojos” es una novela notable y cautivadora, tanto por su intrigante y curiosa historia como por el emotivo paseo que nos ofrece por una Málaga del pasado siglo tan auténtica, tan fiel a la realidad.    Manuel Prados nos transporta en cada hoja a un tiempo pretérito de una Málaga íntima, luminosa y perfumada de jazmines recreándonosla viva, palpitante, única.

Ya que no estará disponible para la venta y solo podremos tener acceso a su lectura a través de algunas bibliotecas municipales y centros públicos, quisiera acercaros a su preciosa literatura con una pincelada del capítulo “Playa y guitarra”:

 Se agotaba la primavera en Puerto Luz arrastrando su manto pintado de flores con opulencia y fatiga. Aún cada mañana reventaban nuevas rosas en los jardines costeños y el verano rondaba de cerca las ventanas abiertas de la ciudad. La arena de la playa absorbía con angustiosa avaricia el agua salada de las olas, ya sin palpitación, y la espuma densa se desvanecía con premura en bordados efímeros sobre el sediento rebalaje. La gente noctámbula y jaranera buscaba la orilla y sus sones; acaso también el misterio y la complicidad del mar: su inmensa vitalidad y su amoroso murmullo. La luna se reía de los grupos alegres y suspirantes que buscaban paradójicamente la expansión de su optimismo en las quejumbres de las coplas evocadoras, cantadas con valentía y a veces con pena, y en los gemidos de la guitarra. El que no haya nacido en el sur no podrá comprender nunca tan rara transmutación del sentimiento. Las palmas, el vino y el cante eran, son y serán siempre en Puerto Luz cosas serias del corazón alegre. (...)
    Carlos se sentía feliz en aquellos cañizos playeros, disfrutando de la brisa marina y de las escenas humildes próximas: reuniones de sirgadores en reposo, fogatas prendidas para dar tueste adecuado a los sabrosos espetones, barcazas varadas y, a su amor, un marengo tumbado filosóficamente. La idea de cenar allí había surgido unánime del cónclave de degustadores del buen vino y del buen pescado -todos los del grupo podían considerarse tan expertos en ictiología como en vinicultura- y la delicia de la noche recién llegada con promesa de fresco y canción determinó la orden de extender los manteles y encender las luces, no muchas ni deslumbrantes, sino discretas y colocadas de forma que quien amase las penumbras y aun las sombras pudiera ampararse en unas u otras para gozar lo mismo circunstancial coloquio que vagas contemplaciones de la mar plateada y rumorosa.

Solo me queda dar las gracias a todas las mujeres que me acompañaron en el acto y a Carlos Prados de la Plaza por privilegiarme con tan alto cometido. Gracias.


Mariví Verdú

domingo, 23 de octubre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. REFLEXIONES SOBRE LA AMISTAD, por Mariví Verdú

Esta mañana me levanté a las siete y media. Con noctunidad y alevosía  he querido perder una hora y media de escritura para disfrutar a cambio de un sueño que empieza a ser placentero. Cubierto mi cuerpo por la colcha y al calorcito de ese acurrucamiento que ya empezamos a buscar, he dormido como una bendita. Al descorrer las cortinas observo cómo Málaga luce una luz tenue, dorada, como la de los antiguos velones o la del viejo quinqué de mi abuela Victoria que, a través de su pantalla de vidrio, con su tulipa de forma de flor de tulipán, daba una luz melancólica que es en mí pura nostalgia. Creo que el origen del nombre “tulipa” viene de su similitud a la flor moneda de los Países Bajos en el XVII.

Málaga, como una copa removida en la que el oxigeno hace chisporretear las brasas y las salpica incandescentes, tiene el color que hace mucho soñé para ella. Me da pena que haya sido por obligación esta forma de entender la noche y no por respeto al ser humano que no necesita tanto alumbrado para descansar y mucho menos pagarlo de su bolsillo y despilfarrar así presupuestos que podrían tener fines más necesarios. Quisiera recuperar aún más la oscuridad y así poder dedicarnos un rato cada noche al antiguo oficio de la observación de las estrellas. Ya no se ven como antes. Igual allí tambien está la luz a millón y han bajado su intensidad...

Anoche disfruté de un rato de cante en directo en el teatro del pueblo donde habito, en ese lugar al que tanto cariño le tengo por el nombre que ostenta y por los recuerdos que alberga y atesoro: Vicente Aleixandre.  Fue un rato muy agradable compartido con dos amigas, María Victoria Anaya, a quien conocí después de la pandemia, y Mamen Peinado, conocida recientemente  porque compartimos clases de Pilates y hemos empatizado. Anoche, mientras tejía la nueva chaqueta de croché de mi Cristina (una tarea de cuatro cuadritos por noche realizados con la técnica que llaman modernamente Granny Square, lo que toda la vida se le ha dicho en mi casa “cuadritos de colores”), tuve tiempo de meditar un buen rato sobre la amistad y la empatía y me acosté agradeciendo la fortuna que supone gozar de ambos dones de la vida.

La amistad, como definición, dice ser el afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. La empatía es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. Y debe ser verdad porque ambos sentimientos ocupan gran parte de mi tiempo y se extienden a lo largo y ancho de de mi vida como dones insustituibles, recomendables y necesarios. La capacidad de hacer amigos es un don muy preciado. Los amigos son testigos de nuestra existencia, un acto mutuo que conserva nuestra memoria fuera de nosotros mismos. Son nuestros espejos y cada uno lo somos del otro, pasados por el corazón y la cabeza como filtros imprescindibles. Para mí van en ese orden, quien antepone la cabeza al corazón se me representa a esos bellos espejos biselados, tan maravillosos y necesarios para los azogues que viven, como yo, exponiendo su corazón a la intemperie.

Hace un mes tuve aquí, en mi casa, compartiendo mi mesa, a mis queridos Pepi Navarrete y Miguel Gil, a mi buen amigo Juani Soler, a mis queridos vecinos Tina y Javier y a mi amiga María Victoria Anaya y disfruté de una fiesta de cumpleaños de lo más familiar. Hace una semana tuvimos un encuentro las compañeras del colegio de básica “Carmen Polo”, aquel antiguo colegio de niñas de mi vieja barriada de Carranque. Todo un placer volver a verlas, en particular a mis queridas amigas Amalia Pérez Solano y Carmen Toro que han estado delicadas de salud. En un par de horas nos pusimos al día en los afectos, enseñándonos fotos de nuestros hijos y nietos, confirmando nuestra amistad. Qué alegría sentirse arropada cuando empieza ya el otoño...

Es para sentirse orgullosa el conservar amistades de la infancia, de la adolescencia, de aquel tiempo donde el amor reinó, traicionó y murió mientras ellas sobrevivieron dándome consuelo. Muy pocas amistades son las que se han quedado por el camino, alguna traición o deslealtad tuvo la culpa, sin embargo, no reniego del tiempo que duró ni fue mentira la intensidad con la que nacían el cariño y la confidencialidad, dos pilares donde se sustenta la amistad. Los otros dos son la lealtal y la confianza, si estos se caen y no hay voluntad de cambio ni nada que dé conformidad a la decepción sufrida, no habrá manera de retomar lo perdido. La amistad truncada es tan decepcionante que puede compararse al traumático fracaso del amor.

Las amistades, esa familia escogida libremente, nuestros confesores, consultores, compañeros de viaje, oportunos y generosos, son un regalo de la vida. Yo tengo mucha suerte en este aspecto, en lo mágico y bello  que la amistad otorga, en el ejemplo que proyectamos a los demás de un mundo habitable y hermoso. Aunque la amistad es asexual, siempre da motivos para aparecer dignamente acicalados ante ella aun disponiendo de la exención de podernos ver en momentos donde solo un espejo sería el testigo de nuestra apatía, infortunio, enfermedad o dejadez. Una amistad se alegrará de que encontremos el amor, de nuestros éxitos, nos disculpará de un mal día, nos consolará ante los fracasos y nos aliviará de cargas sentimentales y sicológicas a las que solo se puede acceder a base de empatía. Por curiosidad, he buscado cuántas veces aparece la palabra amistad en mis archivos. Así, como amistad, 351. Aparecen 327 veces la palabra amiga y 915 la de amigo que en plural aparece 689 veces. Y en mi corazón se reflejan muchísmos rostros, muchos de ellos se desdibujan porque se fueron para siempre, otros porque los miro con tristeza y lágrimas, otros porque es necesario olvidarse de ellos. Pero son muchos también los que veo envejecer, como yo, a mi lado, compartiendo el aquí y ahora de nuestra existencia, el espacio, el lugar en la Tierra y el mágico momento de la vida. Gracias.

Desde este Garitón teñido de rosa calima, con el corazón puesto en las palabras, os deseo un plácido domingo de octubre, amigos. Mariví Verdú

*Como simple anécdota, en estos diez utimos años he usado en este ordenador 1.311 veces la palabra vida contra 728 veces la de muerte, 972 la palabra corazón, flamenco la usé 964 veces, pena 936 y alegrías 657; escribí 760 verdad y solo 142 mentira. He escrito hijo 889 veces, madre 847 y padre 796. Escribo, escribo y siento.

domingo, 16 de octubre de 2022

RINCÓN DEL CANTE, HOGAR ACOGEDOR, por Mariví Verdú

Hay sitios donde me gusta volver. Recuerdo la primera vez que fui al Rincón del Cante “Las Castañetas”, un lugar acogedor que conocí bajo la presidencia de Alfonso Muñoz Mancera, persona entrañable y tristemente desaparecida, y adonde he vuelto el día de Santa Teresa catorce años después. Hoy está presidido por mi amigo Juan Moreno, guitarrista, fiestero y amante del flamenco, padre y esposo de artistas y muy querido por toda la afición. La peña sigue igual de cercana o más aún, un grupo de amigos aficcionados que colaboran en todo como si de su propio hogar se tratase.

Fue gracias a Joaquin Cabello que me animó a asistir pasándome el cartel del encuentro donde, después de degustar unas berzas flamencas de habichuelas verdes, disfrutaríamos de una sobremesa muy particular: Francis Bonela al cante, Ismael Rueda a la guitarra, Luisa Chicano al baile y Raquel Heredia a las palmas. No puedo ni quiero negar que me agradó la oferta desde que la conocí. Luisa y yo hemos tenido el placer de trabajar juntas hace años y la he visto en su salsa de artista y en su más sincera intimidad y siempre me ha provocado el ole y el aplauso porque el duende vive en ella, no sé si en su pañoleta, en su perfil o en el aire que envuelve su vestido. Con Francis Bonela me pasa tres cuarto de lo mismo, conocí a su madre, conozco y aprecio al maestro Juan Bonela, su padre, y a sus hermanos, a quienes tuve el placer de dedicarles en la revista que dirigí hace años, “Calle del Agua”, una serie de artículos titulados: La saga de los Bonela. Es un grandísimo y completo cantaor. Raquel es flamenca nada más con su porte y a Ismael no había tenido el placer de oírlo. Y fue un placer.

Llegué acompañada de buenos amigos, María Victoria Anaya, mis apreciados vecinos Tina y Javier y una compañera de pilates, recién conocida, Mamen. Compartimos mesa y disfrutamos de la compañía de dos grandes aficionados: María Rama y su esposo Ramón Martínez, padres del grandísimo bailaor Ramón Martínez, un auténtico crack. Como llevé conmigo un buen número de revistas “Calle del Agua”, pasé por las mesas y las regalé a los aficionados allí congregados hasta que las acabé. Dejé también un buen numero de ellas para que las consulten los aficionados.

Las berzas, buenísimas, el tocinillo y el queso, también; la conversación, más. Fueron llegando antes del espectáculo un montón de artistas: Gregorio Valderrama, Antonio Fuentas, José Juan Pantoja, una joven, Lidia Vergara Santaella, alumna de Juan Moreno y joven promesa de la guitarra flamenca que nos encantó; Gertrudis Soto, Pepe Campos...perdonadme si me dejo algún nombre atrás. Estuve tan emocionada que tomé pocas notas y todo lo dejé a la voluntad de esta memoria que cada día está más saturada.

Propuse al presidente leerle a Luisa Chicano el romance que le escribí hace años y que nunca tuve oportunidad de decírselo en persona. El poema, premiado dentro de mi trabajo “De alboreá” con el 1er Premio del I Concurso de Letras Flamencas “Francisco Moreno Galván” en la Puebla de Cazalla (Sevilla, 2008) lo titulé Bailar de los bailares. Dice así:              


Eres, Luisa Chicano,

una genial bailaora,

desde tus pies a tus manos

hay un vuelo de palomas.



La fuerza que hay en tu sangre

vino a ti desde muy lejos,

desde muchísimo antes

de tus parientes más viejos.



Que la ancestral danzarina

que hay dentro de tu vestido,

la de la cintura fina,

de la Biblia trae latido.



En medio de tus volantes 

Dios escondió la canela

y las esencias fragantes

de una danza sin escuela.



Por eso, cuando levantas

tus brazos en el tablao

y te recoges, y saltas,

punta y tacón, perfilaos…



y echas atrás la cabeza

y se curva tu cintura,

no hay en el mundo belleza

que tenga mejor postura.



Y cuando brilla el silencio

a golpe de soleá,

todo un mundo de misterio

se mueve con tu compás.



 
La tarde acabó con una ronda de cantes de los aficionados allí presentes y con la instauracion de una despedida por verdiales que será, de aquí en adelante, una forma de dejarnos con ganas de volver.  A mí me han quedado muchísimas ganas. He estado demasiado tiempo fuera de este mundo que es tan mío y tan de mi agrado. Una marvillosa forma de volver. Me habéis devuelto la confianza con vuestro buen hacer. Gracias, Rincón del Cante de Las Castañetas. Gracias, Juani, por tu cariño y un fuerte abrazo para todos.

 

CUATRO DÍAS CON GILDA, por Mariví Verdú

Hoy hace una semana que la vi por vez primera. Estaba entre el viejo cuartillo de los perros que hiciera mi padre hace ya cuarenta años y la linde de los vecinos que le tocaron en suerte y heredé sin otro remedio.  Hablar de ellos sería darles la importancia que no tienen en esta historia. O tal vez el lavado de manos que se hicieron ante la gatita aún por destetar fuera la H inicial de una historia que duró cuatro días compartidos con un final feliz. No cuento lo que pasó desde que oí su maullar de socorro hasta que esa misma noche durmió bajo techo, saciado su estómago y segura bajo mi protección. Debió ser un día largo para ella. Y duro.

Estaba entre los sacos de agujas de pino que saqué del patio de atrás. Dorada, Orange Tabby, mi amiga María Victoria la bautizó como Gilda por la similitud del color de pelo de la inigualable Rita Hayworth. Y así la hemos llamado tres días para hablar de la conquista por su parte de nuestros corazones: mi familia, en particular mi nieto, mis amigos, gente desconocida que leyeron en Fcebook el anuncio de su existenia y de mi voluntad en ponerla en adopción con la condición de estar como una reina en el futuro hogar.

Han sido unos días de inquietud por su futuro, días de biberones en un envase de anises, de celos de mi Missi que pasó a ser la viejita de la casa donde le era imposible competir con el peluche animado y vivo que había llegado de sopetón. La miraba con recelillo pero sin sacar ese instinto que suele sacar cuando llega a mi porche algún gato extraviado y ve en peligro su tranquilidad... Tiene ya quince años, es más vieja que yo en comparación a la edad de los gatos y los humanos. Ambas hemos sufrido mucho y nos merecemos este sosiego que nos brinda El Garitón, esta dulce atalaya de mis padres que pasó a mis manos como el legado de toda una vida de trabajo de las dos generaciones.

Tenia previsto que fuera Missi mi último animal de compañía. Mi edad ya no es compatiblee con la rsponsabilidad de un nuevo animal. Igual que se heredan los patrimonios y las deudas, deberían ser heredables nuestros animales pero no seré yo quien delegue esta responsabilidad a nadie. Por eso hay que ser consecuente con lo que hacemos y a veces cuesta decidir lo que ante Gilda me vi obligada a hacer: darla en adopción. Para ello puse una foto en Internet, la primera que le hice ya que estaba decidida desde el primer momento a buscarle un hogar. Y recibí respuesta a los dos días.


Mientras llegaba el día de separarnos, tengo un montón de momentos compartidos con ella, divertimentos con las lanillas de mi croché, con el disfraz de Emma, con todo lo que se movía y era susceptible de su atención. Con sus alfilerillos o uñas nuevas me dejó cariñosas marcas. Sus almohadillas, de un intenso color rosa, daban la sensación de ser de seda acolchada; su hociquillo precioso, sus ojos de un transparente gris azulado y sus dibujos atigrados en el color de la naranja a la canela, me parecían tan bonitos...tentda estuve de dejarla conmigo y con Missi, las tres ante el porvenir.

Pero, a una hora que solo podía ver a causa de mi insomnio, llegó un mensaje de Marina. Quería a Gilda para ella y para su pareja, Sacha, que había estada con su gata hasta el final, una uerte que ocurrió couando tenía diecisiete años, y se la quería regalar para alejar la tristeza por su pérdida. Me gustó el aspecto de ambos y la forma en que entablamos contacto. El día trece de octubre quedamos en la puerta de La Cónsula y se la di mientras se le subía por el cuello y se metía por el pelo de Marina y ella sonreía con tan gratas caricias. La colocó en su flamante transportín. Me despedí de las dos deseándoles suerte a ambas y las vi cruzar el semáforo hasta el Camino del Pilar. Marina alzó su gatera dos veces para cerciorarse de que iba bien. Yo me subí a mi coche y sentí el vacío de Gilda a pesar de la satisfacción de haberle proporcionado un buen hogar.

Al otro día, Marina la llevó al veterinario para ponerla al día de todo y cuál no sería nuestra sorpresa cuando le dijo que era un gato...un precioso gato sano que no sé ya qué nombre tendrá en el futuro. Tal vez podría llamarse Rito... O Gildo...
Lo único que sé es que ya tiene nombre y apellido, se llama Gato Feliz.


Desde El Garitón donde ocurren cosas maravillosas, Mariví Verdú

viernes, 7 de octubre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. LAS FORMAS DE QUEDARSE, por Mariví Verdú


Qué equivocada está la gente que cree en el cielo sin creer en la tierra. Yo creo a pies juntillas en este mundo y en la calidad de sus habitantes. Creo profundamente que cada ser humano es un dios en todo su esplendor. Lo sé porque observo sus variantes y todas ellas me asombran, me deslumbran y he de reconocer que me importan como si de mí misma se tratara. Bien es cierto que algunas manifestaciones humanas me sacan de quicio pero cada cual elige la forma de quedarse en este mundo que, al fin, todos somos recuerdo. U olvido. Los hay que dejarán un legado de amor y de justicia, de belleza, de música o de palabras y serán inolvidables, como ya lo son Jesús, Martin Luther King, Mahatma Gandhi, Veermer, Schubert o Cervantes. Otros, su paso quedará aborrecido cuando sobresalga su crueldad y existirán como existen los agujeros negros. No los nombraré para no invocar al diablo, ese que cohabita en cada uno de nosotros y que es la cara oculta del mismo dios. Pero son muchos los seres humanos bendecidos cuando lo que dejan es una estela dulce de generosidad y entrega a los demás. En este gran apartado incluyo a las madres y padres abnegados, a los seres anónimos que ejercen el bien como algo cotidiano. Hablo de los que ejercen la medicina, la enseñanza, el cuido de almas y cuerpos como algo habitual y a los que cuidan nuestro entorno, nuestra fauna y nuestra flora, nuestra seguridad. Todos me conquistan y no hacen más que confirmar que somos dioses. Por tanto afirmo que no es la malicia sino la bondad el estado natural de nuestras almas.

Así como considero la bondad como el mejor atributo y el estado natural del alma humana, el del cuerpo humano es la desnudez. El hombre solo se arropó cuando sintió frío pero su verdadero vestido siempre fue y será su propia piel, ese mapa venoso que nos cubre  y que ocupan dos metros cuadrados extendida. Por más cosas que acumulemos en la vida, por más vestimentas y avalorios que tengamos en los roperos, cuando digamos a morir nada crubirá nuestra muerte más que nuestros actos. En una conversación con mi hijo, de esas veces en las que podemos hablar de cosas del alma, me dijo que su pretensión en la vida no pasa más que por hacer lo que su vocación de hombre íntegro le pide: darle seguridad a su familia, vivir el día a día con la naturaleza por testigo y ser bueno y justo en la medida que le dicte su conciencia. Hablábamos de nosotros, de mí y mi entrega al trabajo creativo como forma de quedarme en el mundo de alguna manera. Aspiraciones locas, claro está, porque aquí no se queda nadie más que los que otros decidan guardar en sus corazones. Hoy, esta mañana de octubre, cuando salir de las sábanas te recuerda que estamos en otoño, quiero dedicarle a mi hijo y a mi nuera este momento de reflexión: ellos se quedarán sin tener que pintar ningún dos de mayo ni crear ninguna elegía. Ellos son parte del alma colectiva, están en los alumnos que pasan por sus aulas, en los compañeros a  quienes siempre han favorecido, en el cuido del entorno y la preocupación por el medio ambiente que pasa por su implicación más efectiva, están en la sociedad positiva, presente y futura, donde tengo puestas todas mis esperanzas. Ellos son importantes por detrás del telón del mundo, en el mismo mundo, ese que no necesita la fama ni el glamur, las editoriales ni las salas de exposiciones, nada. Son más que importantes: son necesarios. Y como ellos la gran mayoría de sus compañeros, del personal abnegado que nos hacen grato el mundo en el que vivimos y nos dan motivo para olvidar la tragedia que provocan unos pocos innombrables que serán famosos por su crueldad y malas artes pero que no les llegan a la suela de sus zapatos.


Con el deseo de que vuestra vocación os lleve por la vida con la paz interior que os merecéis, os mando mi más cariñoso abrazo. Y a mi nieto.

Desde El Garitón, con rosas de octubre y bignonias sin fin, Mariví Verdú

 

*Ángeles y demonios de Maurits Cornelis Escher, artista neerlandés conocido por sus grabados xilográficos, sus grabados al mezzotinto y dibujos, que consisten en figuras imposibles, teselados y mundos imaginarios. Países Bajos, 1898-1972

miércoles, 5 de octubre de 2022

SILENCIO. VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. A JESÚS QUINTERO por Mariví Verdú

Son ya las ocho y diez. Está brumoso el día. No veo el mar, solo lo intuyo. Espero que siga frente a mí, que no pierda su azul y esté en el mismo sitio después de tanta niebla. Espero, espero... Sobre la esperanza, decía Julio Cortázar: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.” Y debe ser verdad. Una se pasa más de media vida esperando, esperando que se acabe el calor, que se acabe el frío, que llueva, que escampe, que suene el teléfono, que esté detrás quien quieres que te llame, que suene el timbre de la puerta y vengan de voluntad a visitarte... Esperamos el día por la noche y esperamos al sueño por el día...yo madrugo buscando en el silencio y espero la palabra como lluvia. Esperar... esperar que la muerte se olvide de nosotros, que la vida no se termine nunca. Y lleva tanta razón el autor de Rayuela... la vida se defiende. Y continúa con y sin nosotros. Y seguimos esperando.

Llevo dos días viajando en el pasado transportada por la voz de Jesús Quintero, ese metal único nacido de la magia de algún divino alquimista,  ese sonido tan particular y único, originado por la vibración de sus cuerdas vocales, las que tenía en su laringe y que sonaban -con una textura de cala bajo la lluvia- al paso del aire que exhalaba su caja torácica, ese fenómeno que, a sabiendas de que es fisiológico y común en los seres humanos, estaba, en su caso, vinculado al corazón. Sí, sus dos cuerdas emitían sonidos que provenían de una parte íntima y recóndita de su alma y nos dejaba a todos totalmente contagiados de sensibilidad. Llevo dos días pensando que esa voz no dirá nunca nada más, que quedará callada, en silencio, eso que él dominaba en vida y del que es rey a su muerte. Y me afecta, claro que me afecta, estoy triste. No hay sustituto. De él solo nos queda ya su patrimonio por el que doy las gracias. Uno,  personal, implícito en nuestra memoria; el otro, documental, testimonio de su paso por los medios de comunicación, irrepetible y singular. De tener que salvar documentos televisivos o de radio, sus archivos serían de los primeros en poner a buen recaudo. A todos nos sirvió para crecer y puede que haga falta recurrir a ellos en un futuro.  

Sé que había guinistas detrás, que la creación de los textos no era siempre suya pero nada habría sido igual si él no le hubiese prestado a los textos esa voz, esa que resuena en todos los de mi generación como un lazo y nos atrapa y nos lleva a lo mejor de nosotros mismos, a ver a los demás con ojos de ternura, con los ojos que Jesús nos enseñó a mirar. Y desde luego no hubiera sido nada sin sus silencios, esos que daban el tiempo preciso a la meditación y a desnudarse. Hoy lo entierran en su pueblo natal, San Juan del Puerto, y se lleva con él su exquisito silencio. Descansa en paz. Adiós, entrañable voz de mi conciencia amiga.

El día tiene tonos que aprovecho para darle color a mi tristeza. Hay matices de nácar diluido en el agrio limón de lo pasado y aquí sigo, pasmada y en silencio, sin pretender más  nada que estar quieta, callada, abandonada a la nostalgia y que el día se pase mientras vivo mansamente mi recogimiento. Hoy no sabría estar de otra manera. Hoy seguiré tejiendo con ganchillo cada dulce recuerdo, cada noche, cada cosa aprendida en la esperanza de que un día me sirva para algo. Seguiré la labor que un día mi madre dejara a la mitad, tal como hiciera mi abuela, siempre sin acabar, labor perpetua, una labor que rueda con el mundo.

Desde este Garitón donde los perros se obstinan hoy en rasgar el silencio, Mariví Verdú

*No sé si son verdes pero se han callado, como si alguien le hubiese bajado el volumen al día. Gracias.

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...