miércoles, 3 de mayo de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. A LA ESPALDA DEL MUNDO, por Mariví Verdú

Vivo en un mundo que ya no me pertenece, aunque no sé si alguna vez llegó a ser mío.
He perdido casi todos los referentes que me daban el norte y las pautas de la vida. La evolución en aceleración constante ha llegado a ser caótica dando paso a unos cambios tan extremos que han puesto el mundo que no lo reconocería ni Dios que viniera. Aunque no debería quejarme porque  en mi juventud fui una revolucionaria, abierta a todo, entregada a darle un giro a la sociedad en la que crecí, a cambiarla. La pura verdad es que me ha sobrepasado. Hay tanto cambio... Demasiado.  No podemos negar que se ha logrado un estado de bienestar, es evidente, pero no esperaba que traería tanta cola. La otra cara del confort y la abundancia, la irresponsabilidad y el despilfarro, es una locura generalizada y la felicidad ficticia y a toda costa un engaño. El gran giro del mundo me ha dado la espalda y siento que nada me pertenece. La muerte se va encargando de lo demás.

Ayer, hablando con mis compañeros sobre el perdón, me di cuenta del alcance de la palabra, de que va mucho más allá de la palabra misma. Todos somos mayores y hemos compartido el mismo tiempo en la misma estructura social o parecida. Nuestra conversación giró en torno a nuestro propio conocimiento, cómo vemos y nos ven los demás, cómo nos vemos a nosotros mismos y qué no vemos de nosotros que los demás ven...  Fue muy interesante. Reflexionar con más de sesenta años sobre estas cosas da imagen de las personas que nos juntamos, de los intereses que nos unen. Cada cual con su visión fuimos aportando convencimientos, dudas e inquietudes y me pareció una reunión viva, joven, llena de sabiduría, realista y especialmente práctica para sacar a la luz rinconcillos del alma. Asistir a los cursos de UMA me devuelve la confianza en los seres humanos. Ya llegarán las noticias, la tele, las ferias y las masas para echármelo todo abajo. Es complicado vivir sin pringarse de alguna mierda ajena e inevitable sin enguarrarse con la propia. Aquí todos nos equivocamos alguna vez, muchas veces, lo jodido es no darse cuenta o, si somos conscientes, no hacer nada, no intentar rectificar o pedir perdón al menos y con voluntad de enmienda. Lo peor, a mi forma de ver, es esperar que Dios nos perdone cuando seguimos jodiendo al prójimo a sabiendas. Bueno, eso para creyentes y no creyentes es algo imperdonable y es causa de que el ser humano haya perdido su dignidad. ¿Cómo nos podrá llamar nadie rey de la creación con tan malísima leche?... Si Dios existiera nos estaría dando ostias toda la eternidad.

Se me vino a la cabeza aquella seguiriya que escribí hace algunos años, del trabajo ganador “Destino de Azahar”:

Que Dios te perdone
todos tus pecados
y no tenga en cuenta que yo todavía
no te he perdonado.

Y bajando de las alturas, mirándonos hacia dentro a lo más recóndito de nuestro espíritu, es bueno darnos cuenta de que la propia fortaleza reside en los límites de la piel, de que somos los reyes de nuestro interior, los dueños de nuestros propios actos y toda nuestra suerte depende en un alto porcentaje de nosotros mismos. Vivir en el respeto y la aceptación nos alarga la existencia. No hablo de dolor, ese se queda mientras la cabeza nos sirva para algo, pero vamos aprendiendo a vivir con él y con las pérdidas, aprendemos a oírnos, a querernos, a tenernos compasión, misericordia y respeto. Los años son milagrosos para la introspección. Sabemos que es hora de cuidarnos, da darnos íntimamente a la vida para que nuestra estancia interior alumbre lo suficiente como para no tener que salir a otra cosa que no sea a iluminar y a ofrecer positividad. Hay gente que espera eso en la vida. Dichoso aquel que lo consiga.

Desde El Garitón, agradeciendo las rosas, la madreselva y el chilindro, dichosa, Mariví Verdú

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