miércoles, 28 de septiembre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER, JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS Y LAS ROSAS DE OTOÑO, por Marivi Verdú

 

Tal día como hoy, hace ya trece años, José Antonio Muñoz Rojas nos dejó aquí a todos y se fue. Unos muertos de pena y  otros de hastío o de las dos cosas. A mí se me quebró para siempre el espejo donde me miraba, humana y artísticamente, humilde y orgullosamente, mi referente. Se me fue con él la voz de los poetas, la suya y la de Lorca de la que me habló con tal expresividad que casi podía oirla. Nadie con más delicadeza que él me cortó un bizcocho ni me sirvió un té. Muñoz Rojas, sí, el que fuera Premio Nacional de Poesía en 1998, ese hombre sencillo y exquisito dejó de respirar y se extinguió en un silencio básico que siempre respiró, un silencio lleno de pájaros.  Han pasado los años y ya nunca más perderá sus gafas ni cantará a Rosa. Y aunque me revelo de que esto sea así, así es: la muerte puede con todo.

Miguel Hernández - poeta que nacería un año despúes de José Antonio, decía: “no perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada”. Yo tampoco. Se fueron las personas de mi alma, de mi gusto, de mi sangre y me dejaron sola como una observadora de la que se espera conformidad y no la encuentra por ningún sitio. Si no pudiera escribir, reventaría. Y a pesar de este dolor que se agolpa en las sienes, celebro que la vida continue y bulla la sangre en las extensiones de la mía. Mi sangre puede ser directa y roja o directa y de tinta. Y, aunque es cierto que José Antonio vivió hasta sus noventa y nueve años -faltaban unos días para cumplirlos- y eso se puede considerar toda una suerte, la ausencia de una persona clave es, sin embargo, un vacío que abre abismo y crea un eco inconfundible de la nada que supone la vida y del todo que marca la inmortalidad. Como superviviente de una generación que conoció a la anterior, a la del 27, extraordinaria formación que marcó una época en la literatura universal, su falta es notoria. De sus vivencias, sus recuerdos tanto de la guerra cicil como de sus duraderas consecuencias, sus experiencias en Cambridge, su amistad con Aleixandre  y Canales y todo lo que quedó por saber de él a nivel personal, tenemos la suerte de que nos lo dejara por escrito, ordenado, poética, limpia y claramente para nuestro deleite. Ahí está su obra, sus cenizas blancas echadas a volar y dejando una estela dignísima de su talento.

Buscando cosas suyas he dado con muchas mías, ya sabéis, la memoria de estos discos duros es sorprendente, y he dado con un montón de referencias a su persona, fotos y reflexiones, cartas, ese triste epistolario que no acaba y me mantiene en contacto con los habitantes del alma y de esta selectiva memoria, la que no se entretiene en conflictos ni envidias y huye de las cosas materiales. He escrito su nombre y buscado en Internet . Hay cosas y gentes y cosas que dice la gente, pero que no las digo yo. Todos locos por ponerle puertas al campo cuando él sabía lo que era el campo mejor que nadie. Yo pondré aquí punto y final porque quiero seguir recordándolo. Para disfrutar mejor el momento, voy a coger sus “Cosas del Campo” y a dejar que amanezca. No se puede tener tiempo para todo. Además, mi palabra se acaba donde empieza la suya.

Desde este Garitón que mantiene rosas encendidas y tiene el membrillo vencido de frutos, mi recuerdo al poeta que me dijo una tarde: léemelo otra vez. Y se lo volví a leer.

Siempre en mis más gratos recuerdos, José Antonio.
Tu amiga que lo es Mariví Verdú

domingo, 25 de septiembre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER: OTOÑO DORADO Y SUS MEMBRILLOS, por Mariví Verdú

Desde que compré mis nuevas gafas de cerca, ha cambiado algo mi visión de la vida: la veo mejor, más clara y precisa, algo que no supone que lo que veo sea perfecto o simplemente bueno, de hecho no me gusta nada lo que me enseña el mundo, sino que aparece ante mis ojos más nítido, se me revela más real, irremisiblemente escaso de tiempo y sentimientos y me deja rebosando de nostalgia y melancolía. Procuro mantener muy limpios mis lentes. Dicen que son progresivos y la verdad es que no necesito que esto progrese mucho porque lo que realmente quisiera es que parase el mundo y bajarme de él ad astra. Como no podré hacerlo tan lejos, me voy ad mare nostrum, a Los Álamos, y me quedo calladita ante su sonoro silencio. Oh nanas del agua, canción larga y eterna de mi infancia y mi muerte. Allí no necesito gafas de ver. Allí, desnudo, se ralentiza mi corazón y me dejo ir en su vaivén mientras me pongo tierna, pienso y agradezco

Esta mañana que, como cada domingo, prescindo de la playa en multitud, cansada de dormir, estoy deseosa de comenzar el plan que establecí el día 21 para organizarme el otoño, el próximo invierno y mis setenta primaveras en el planeta. Enciendo el ordenador y abro archivos. He considerado lo mucho que  necesito ahora tiempo, tesón y eficacia para editar mi obra. Menos mal que he invertido infinidad de horas en fechar y ordenar los trabajos, cosa de lo que hoy me alegro infinitamente. Sí, he considerado que ya está bien de esperar. Los deseos suelen hacerse realidad con ganas y un poco de suerte -ya saben: poder es querer- pero siempre con voluntad y nuestras propias manos. Ni creo en las musas ni espero nada de otros. Todo es constancia y atrevimiento. No envidio a quien ha tenido su vida resuelta para que su palabra llegue antes al mismo sitio que llegarán, a la vejez, las mías. Después de acaecer el triste milagro del tiempo y las variaciones que trae consigo, todo, al fin, podrá ser.

Me he sentido feliz una vez terminados los trabajos emprendidos a principios de 2022 y las cosas están ya donde tienen que estar. Ahora le toca a mi obra, una extensa obra que no supe hasta ahora lo que significaba, lo que encierra, lo que muestra al mundo: mi vida. Sí, amigos, me doy cuenta de que en ella va mi vida, esa mezcla de tiempo y entrega a la palabra que soy yo. Y no soy escritora porque alguien me bautice con ese nombre o me tengan en cuenta las editoriales, no: soy escritora por la gracia, no se si de Dios o de birlibirloque, pero sí por la dedicación de casi sesenta años de volcarme en la blancura de mis libretas, de mis folios, de mis blogs, de mis documentos doc, pages, pdfs... Una palabra detrás de otra y sobre todas ellas mi corazón. Desde mi primera canción, aquella que escribí cuando todavía no tenía una docena de años, hasta hoy, todo mi mundo está en archivos de texto. Y todos mis recuerdos en álbumes y jpgs, en tiff, mp4s, mkws, 3gps, VOBs... fotos, gente querida, pinturas, bordados y manualidades, actuaciones, muchos momentos únicos e irrepetibles. Mis creaciones en power point, literarias, flamencas, personales... Sí, amigos, he dejado registrado desde el ciclo anual de los almendros hasta el canto de los mirlos en las mañanas de primavera y, con un poco de suerte, no quedarán en el limbo. Francisco ha dicho que de eso nada.

Aún no se ha secado el pozo de mi creatividad pero me doy una tregua. Me voy a dosificar para poner mi obra al día, para sacar a la luz títulos como “De Dios y de su falta” donde dejo de ir mis inquietudes metafísicas y entrego al aire mis dilemas; “Cantos y silencios flamencos” para el que necesito dedicación y acierto a la hora de escoger lo más florido de mis letras; “Muerte en Ibiza”; “Portales de la infancia”; “El poder de las cosas pequeñas”; “La grata tarea de barrer jazmines”... Y así hasta muchísimos títulos. De todos no me dará tiempo y para todos no me llegará el presupuesto, pero... voy a empezar.¿Quién sabe qué pasará en el futuro?

De momento voy a coger los últimos chumbos y uvas moscatel de la temporada y los dulcísimos membrillos del arriate de abajo, que hoy es domingo y aún no he desayunado con tanto organizarme el porvenir.

Que el futuro es muy oscuro,
el futuro es muy oscuro, ¡Ay!
trabajando en el carbón.

Desde El Garitón, mientras escucho a Chavela Vargas y su nave del olvido, amaneciendo en estos instantes a la vida
Mariví Verdú

En la foto, mi Missi dándome la razón.

sábado, 17 de septiembre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER: LA GENEROSIDAD DEL MAR, por Mariví Verdú

Escribir la primera palabra que me viene al pensamiento para darle forma a una idea que divaga entre la frente y el pecho y que quiere salir del agrisado espacio de mi limbo al blanquísimo cuadrante de esta nada que me ofrece el folio digital, empieza a ser complicado. Mucho más cuando opongo resistencia y lo marco, inconcluso el mensaje, como no deseado. Pasa casi lo mismo cuando intento ponerme a pintar o hacer primores, una sensación idéntica. Ha dejado de ser un desafío personal y ha perdido su atractivo: el sentido de eternidad con el que se me revelaron un día. Sentarme con los ojos abiertos ante lienzos blancos y dejarme ir con mis sentimientos al pairo ha dejado de tener ese sentido y cada día aplazo más el momento, el que he lidiado desde que era chica y que necesita palabras para darle vida a la mía propia y colores para hacer perpetuo el lírico momento. Durante estos últimos tiempos simplemente evito hacer cosas, crear nada, darle rienda suelta a esta cabeza que ya no está sobre mis hombros sino sobre mi alma. Pesa bastante.

Y no es una catástrofe. La verdad es que no pasa nada, escriba o deje de escribir todo transcurre como debe ser, con la monotonía de bucle que fuera en un principio y la tajante rotundidad que siempre fuera en el final. Y a otra cosa mariposa. Porque ahora sé que era yo y solamente yo la dueña del color, de las palabras, de las ilusiones y era mío el punto y final de la tarea. El mundo, tomado así como un todo en el que vamos incluidos, carece de sentimientos, engulle y calla, silencia los cantos y apaga las luces. Es así y no da para más. Por eso adoro las civilizaciones antiguas, sabían que si no era con pirámides enormes nadie encontraría señales de su paso. Si lo construido no era duro como una roca nada quedaría estable en este mundo, nada sobreviviría en este caos absorvente y exterminador. También lo sabían los constructores de catedrales, siempre con los dioses y los miedos por medio; los de las murallas con sus guerras. Desde Jericó a Cisjordnia, muros y más muros, cercas y más cercas. Siempre defendiéndonos del otro que somos nosotros mismos.

No hay día que no me pregunte ¿Para qué escribo? ¿Para quién? ¿Qué estoy haciendo con mi vida, escribirla? ¿A quien le importa una huella más o menos en este maremagnun de pisadas y pisotones que es, a la postre, el paso por el mundo? Y digo yo ¿de qué vale invertir el escaso tiempo que me queda en dejar aquí este montón de papeles que no me caben ya en la casa, estos discos duros que con suerte acabarán en el reciclado, los cuadros -con sus bibliotecas, flores de almendro, frutas y rostros- que se perderán sin dejar rastro?...todo el tiempo empleado en su belleza se irá conmigo en un bagaje propio, indescriptiblemente hermoso y triste a la vez. Caduco y olvidado. No habrá huella en ningún sitio, ni Hollywoods ni Atapuercas que me recoja. Ahora sé que crear para el anonimato es el destino, para la misma nada y el olvido. La señal de mi paso, la marca de mi existencia, mi impronta, mi visión del mundo, esa que consideré desde hace tantos años -toda una vida- importante, no es más que un espejismo de la nada.


La solución inmediata está en Los Álamos, en irme al mar y disfrutar de su generosidad azul verdosa, amable y envolvente, a veces plateada si se da el bellísimo mes de septiembre o de oro en el plácido otoño. ¿Y qué decir cuando se levanta, alto en espumas y ruge como un león oculto que se nos rebela casi humano, cansado de ir y venir, encerrado entre orillas y siempre reflejando un cielo que no alcanza? El secreto de la eternidad está en el mar, solo en el mar. Abandonarse a él, sumergirse y salir bautizada de estrellas transparentes, de claridades y nocturnos luminosos, de vida y de nostalgia de vida, del llanto de un dios extinguido es un momento orgásmico, un destino hermosísimo y alcanzable que está en mi mano y en la de cualquiera que lo desee fervientemente. A él dedico por ahora mis mañanas y a él consagro toda la virginidad que contiene mi espíritu.  

Y regreso a Ítaka decidida y afortunadamente, mojada y con casi todo descubierto.


Desde este Garitón donde diviso mi bahía y el color que define su estado de ánimo, desde este asa de la hoya malagueña desde donde agradezco cada día la exclusiva flor del amanecer, Mariví Verdú

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...