viernes, 27 de diciembre de 2013

DÍA DE PAZ, por Mariví Verdú



En este tiempo, como me pasa siempre en los finales de año, regresa mi manía de hacer balance de lo vivido. Con el acopio de melancolía que una guarda en la roja alacena del corazón, miro con atención el mundo que me rodea y me siento pequeña e insignificante; leo lo que he escrito durante tantos años, miro lo que he pintado, bordado o dicho, y tengo la sensación de que no sirve para nada.

Alguna vez he deseado irme, esa es la verdad. Cuando me arrebataron a quienes tanto quería, perdí la ilusión. Pero algún ángel se empeñó en que me tenía que quedar en esta hoya de Málaga para no sé bien qué cometido. De la ilusión al fracaso, como marioneta de la suerte, sin dejar de describir la elipse del grito, he seguido viva y preguntándome qué hago aquí.

Sin embargo, diariamente ocurren milagros que me dan razones para vivir: mirar los ojos de los que quiero, disfrutar la presencia, la voz y la sonrisa de los seres que me ha regalado el destino (hablo de mi familia, de mis íntimos amigos y de otros buenos corazones). Entonces todo cobra sentido, mis palabras, mis trabajos, mi vida entera se revaloriza y me dan ganas de seguir respirando, yendo y viniendo, implicándome en la vida. 

Asombrada de que todavía tenga sitio para lo nuevo y lo bueno, tomo la última curva del 2013 con esperanza. Porque hay gente a la que quiero y me quiere, hay unas personas maravillosas a las que le debo la vida y, aunque sé que todo transcurre como una sucesión de penas y alegrías interminable, me quedaré aquí hasta que pueda. Seguiré escribiendo, pintando y sonriendo mientras me quede aliento para ello. Y sé que nada cambiará cuando me vaya, solo que empezaré a formar parte de sus corazones como hoy los que se fueron forman parte del mío. Eso es lo único que me alegra: que la vida continúe.

Sé que son muchas personas de buen corazón las que tengo a mi alrededor y sienten como yo estas agonías y estos milagros. Mi palabra es la de todos los que tienen su alacenita en el pecho. Por eso escribo lo que siento, porque hay quien no lo hace y me lee con su voz.

*Para mis hijos Pedro y Cristina, para mi nieto Daniel y mi sobrino nieto Ángel, para mis amigos de verdad -ellos se reconocerán- y para los que me inspiran desde algún punto brillante del universo o desde mi propio corazón, con todo mi cariño. 

Mariví Verdú

sábado, 23 de noviembre de 2013

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE FACEBOOKEANDO



Hay cosas que te marcan, inevitablemente, la vida: de dónde vienes, o sea, tu familia y su genética; el lugar donde naces, tu tierra;  el sitio donde te crías, tu entorno, y con quien creces, quien te enseña las materias importantes para ser y estar en el mundo y todas ellas te acompañan de por vida. Y el amor.

El legado genético nos caracterizará hasta la muerte y lo dejaremos a nuestra prole como herencia. Los ojos, el pelo, la piel y a veces hasta la condición viene impuesta. El entorno familiar determinará la personalidad según el grado de cariño y educación que en él se respire. El lugar, ese terruño que uno ama hasta el último día, donde se siente seguro y del que se forma parte, está igualmente marcado ya que los padres hacen de su hábitat el tuyo. Esto condiciona la elección de tu vecindad y, por tanto, las posibilidades de relación con el mundo. Sin embargo, ante tanta imposición y dentro de la obligación de asistir a determinado centro para la educación, llega el momento de elegir libremente ese grupo de amigos en el que crecemos cultural y espiritualmente. 

El colegio es una elección de los padres y depende de varios factores: el más cercano a la casa, el que hayan oído que tiene mejor fama o simple y llanamente el que les de la gana. Yo he asistido a varios centros de enseñanza. Al primero, mis padres me llevaron a la única escuela que había para básica en el entorno de los desaparecidos Portales de Gómez, situada en los Portales de Germán. Hace algunos años le dediqué este corto relato:

Era una habitación grande, dividida en dos como cualquier cosa de la vida. Era la escuela, la primera reunión del saber y del sexo. La maestra en el medio y más en medio aún la copa al rojo vivo, entre sus piernas, un brasero que calentaba la sala las mañanas de invierno. Ella se llamaba Consuelo, la tiza era su único contacto y la regla, su prolongación. No había consuelo para nadie por aquellas fechas pero había primavera.

Rectángulo antiguo, templo a dos aguas, lágrima y lluvia que estrenaban al invierno de la sabiduría, esa estancia de la que es imposible regresar; escuela amarillenta como la leche en polvo, tapadera del hambre. El queso de la luna se escapaba en un bolsillo... ay, gabán negro de la maestra, como una noche desmayada de falta.

Se cantaba la tabla del seis, el aeioú, el catecismo y el mes de mayo. Tanta talla reunía debajo de su techo que era una escuela mágica: los niños sabían ya lo grande y los mayores no olvidaban la redonda O del ombligo materno.  Geografía cerrada. Mancha amarilla, China; mancha rosada, Rusia, sin gente. ríos ni montes. ¡Qué ingenuidad naranja! Azahar puro es la niñez, sabia, blanca e ingenua.

Tras los barrotes de la ventana de la escuela, a veces ocurrían cosas tan surrealistas como dentro. A veces venía el Ché. Estaba más loco que el resto y una boina cubría su locura. Su contacto con el mundo era una caña y su placer era  meterla entre los barrotes o pasarla por encima de ellos, la cuestión era hacer ruido. Gritaban todos los niños y a él le divertía pero nadie se le acercaba. No era miedo, era otra cosa que rozaba la metafísica. Amigo entrañable de los niños, nunca conoció lo que es una caricia.

La curiosidad era siempre más atractiva dentro que fuera de la clase. La salida con babero manchado era lo natural. Afuera, las vinagretas de un amarillo puro y los charcos de cielo biselado con barro de la creación misma, te invitaban al recreo. Olor a caballo y a fragua que hacían aligerar el paso y, a la vuelta de la esquina, esperando, estaba el pan con ese olor a gloria...caliente, recién hecho.

Más tarde ingresé en el Colegio Público de Niñas “Carmen Polo de Franco” de Carranque. Solo estuve dos años pero fue una suerte caer con Doña Candelaria Nateras Perez, a ella le debo hasta la forma de mi letra. Era alta y guapa, toda una señora, y nos caíamos bien. De allí salí para hacer el Bachiller.  La elección del colegio nuevo fue cosa de mi padre, que todo lo esperaba de mí. Él, que trabajaba después de las ocho horas de Renfe otras tantas en Enrico Radio, en Calle Nosquera, quería un futuro para su Mariví y buscaba lo mejor. Había oído hablar del Colegio San Pedro y San Rafael como un centro prestigioso dirigido por D. Antonio Mandly  y  allí me apuntó. Hice ingreso y primero en un año, siendo alumna de este colegio que, pasado por el tamiz del tiempo, he idealizado. Pero no ha sido de forma gratuita ni movida por el sentimentalismo: a él le debo tantas cosas que sería incapaz de enumerar sin caer en la vanidad o la pedantería. Desde el escogido profesorado que nos educó y descubrió las maravillas de la Literatura y las Matemáticas o el Latín, hasta las clases de Dibujo con Díaz Oliva -por cierto, los tres se llamaban José- o las clases de estudio con D. Federico, todo era aprendizaje. Los recuerdos de Doña Laura, la Srta. María Antonia, D. Miguel....Porque allí se forjó una estructura cultural que sigue en pie y un concepto del respeto, del deber, del orden y de la libertad que han marcado mi vida y que me ha enorgullecido siempre. En la actualidad vienen a ratificarlo un puñado de antiguos alumnos que nos hemos reencontrado a través de un medio moderno como es facebook. Algo sorprendente aunque no inesperado,  ya que hace algunos años me dio por crear un enlace con una foto del colegio adonde tímidamente entraron varios alumnos. Como he estado perdida de Internet durante una larga temporada, cuál ha sido mi alegría al volver a la red y encontrar un grupo consolidado de medio centenar de compañeros en esta otra dirección, bajo el nombre “Eternos amigos del Colegio San Pedro y San Rafael” :
https://www.facebook.com/groups/567260926645640/

Es una alegría que no nos dediquemos a envejecer simplemente sino a disfrutar y a transmitir los altos valores de una generación compartiendo el inmenso tesoro afectivo que poseemos. Y aquí nos tenéis...facebookeando.

Con todo mi cariño, a los componentes de mi pandilla de abuelos que son la honra de Málaga.

Mariví Verdú


*Si hay algún compañero extraviado, ya sabe dónde llamar.

Gracias a José Luis Valverde por la foto de los maestros del Colegio San Pedro y San Rafael (no están todos), a la página de facebook de los compañeros y a la web de la Barriada de Carranque. Y a mi amigo Carlos Pérez Torres.



martes, 12 de noviembre de 2013

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE EN VARIACIONES SOBRE LA TRISTEZA II

Esta mañana me he prometido no pisar el centro de Málaga en una larga temporada. Estoy muy triste. Pero la tristeza que hoy siento es rara, se fija en el centro justo de mi alma, como si se hubiera roto y me encontrara una herida abierta y sin sangre, como si me estuvieran arrancando de cuajo de la tierra que tan quiero. Es la impotencia, el no reconocer, el estar sola y perdida en un mundo virtual de gente sin rostro. 

¿Sabe alguno de vosotros dónde venden corazas para el corazón? Hoy, antes de reventar, me hubiera hecho falta ponerle una. Mi pobre corazón ya no aguanta y siente una tremenda y rara tristeza. Lleva sesenta años diciéndome lo que tengo que hacer, mientras la razón se pierde en debates infructuosos conmigo misma, achacándole al pobre mío las penas y derrotas. Y mi pobre corazón, aguantando.

Bueno, a lo que voy ¿sabe alguno de vosotros dónde venden corazas para la razón?...y anda que yo también... si no tengo dinero para nada, casi no me llega para comer, ¿para qué quiero saber dónde hay o dónde las venden?... Y una señora, que parece pitonisa, una de esas que da las noticias tristes dentro de la pantalla estúpida del mundo con la sonrisa intacta, perpetua, fijada con alfileres negros, va y  me dice que puede que halla contrabando de corazas en el hemiciclo -digo yo que será alguna tienda de los chinos-  o en colmados de estraperlo europedo de vinos carísimos y jamones del pato donal. Y allí no voy.  Además... ¿qué coño hago comprándome una coraza?, si lo que habría que hacer es arrancarme el corazón ya de una vez o encerrarme en la sala 21 del pasado siglo. 

En mi Málaga no podemos dar dos pasos sin toparnos con el resultado de la injusticia social y de las carencias que  tal desequilibrio provoca. Vuelven a haber pobres y ricos, marcándose como nunca las diferencias. Soy austera por convencimiento, por vocación, aunque hoy debo serlo, como todo el que le toca vivir al margen, por obligación. Pero cuánto me duele ver pobres, mucho más que sufrirlo en mi carne.  Espero que cambien pronto el panorama social y, mientras, que metan en la cárcel a los responsables, a los mangantes culpables  de tan dramática situación: desde el hambre de pan y de esperanza hasta el hambre de educación, todo un mundo de hambres.

Un abuelo duerme con una manta de color ocre, sucio, espeluznado y solo, como muerto, en la puerta de la catedral. Una niña pide en el parking del Muelle 1, junto a la caja, confundida con el color del suelo, acerada y oscura. Y como colofón, un hijo de ... le pegaba al caballo con el látigo doble en la cara con toda la fuerza que su cuerpo de mulo le permitía, un cochero, que tendría que besarle los cascos a su caballo porque le da de comer, porque si no fuera por él ¿de qué comería un mulo tan hijo de la gran ...? Pues eso, que no vuelvo en una temporada. 

Viva Málaga que tiene...
una tristeza sin par:
un abuelo que se muere
enfrente la Catedral
porque ya nadie lo quiere.


No hay perdón.  

Desde El Garitón que está seco como un ripio, viviendo loca por esa doble cara del mundo, rezando por los que tengo cerca y llorando por los que el agua ha dejado muertos muertos o muertos en vida. Como contrapunto, hoy ha nacido una rosa. Ella no tiene la culpa pero yo la he mirado de reojo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE EN PAPELES CONFIDENCIALES DE RAFAEL ALVARADO




Hoy ha sido un día muy especial por el reencuentro con viejos amigos. El motivo, un motivo muy grato: los "Papeles confidenciales" de Rafael Alvarado. Quiero hablarles de esta exposición aunque para hablar de nuestro pintor, el malagueño Rafael Alvarado, tengo que poner la sangre y el alma en las palabras porque no sólo se trata de un artista grande, honesto, humano, íntegro y trascendental sino de un gran amigo con quien he compartido el pan, la risa y las lágrimas y con quien comparto ideas, inquietudes, gustos y amigos. 

El MUPAM, Museo del Patrimonio Municipal (en las Salas de la Coracha), recoge más de un centenar de obras que nos hablan de una singular concepción del tiempo que vivimos, de la melancolía, de la inmigración y su tragedia, en un cántico místico que corre por tres salas llenándolo todo de su voz: la voz de Alvarado.

Bajo tan sugerente título,  Papeles confidenciales, esta exposición, que ha sido comisariada por Pablo Alonso Herráiz -a quien doy mi enhorabuena-, se encuentra, por dentro y por fuera, rodeada por un bellísimo marco: Alcazaba, Coracha, Parque y Malagueta. Todo un gesto de generosidad de parte de nuestro ayuntamiento hacia los malagueños y un acierto cara a la visita internacional. Málaga le debía esto al autor y a todos nosotros. Ya era hora y de justicia ver a Rafael en un gran escenario, nunca suficiente para albergar su capacidad de trabajo y su dimensión humana y artística. 

La primera planta recoge retratos de su abuelo, una persona que forma parte del espíritu de Rafael, en 62 obras de diferentes técnicas y sobre distintos soportes, donde el pintor nos muestra su más profundo sentimiento de amor con la extraordinaria maestría de su dibujo. Con una cita inicial de Ortega y Gasset en la que nos habla de la importancia de la historia para el ser humano, Rafael hace honor al ser bien nacido que es, con su agradecimiento. En la segunda y tercera planta está presente el drama actual y tristísimo de la inmigración, de la impotencia, del sacrificio humano sin solución, de una pena viva que tenemos todos en este presente que nos ha tocado compartir; rostros y situaciones retratadas por Rafael en obras de un dramatismo indescriptible y con un fondo profundamente cristiano y de denuncia. De nada me valdría ponerme a rebuscar palabras ni recubrir de adornos lo que se puede resumir con la máxima sencillez del mundo, porque es una exposición para exponerse con el alma a la intemperie, como lo hace él, a una lluvia de neutrinos oscuros, a la melancolía, a la tragedia, a la terrible dualidad de la belleza y del dolor, a la realidad. 

El primer día que la vi, el día siguiente de su inauguración, salí sumida en un pesar antiguo y actual a la vez ante la presencia del dolor y de la belleza con eso que dan en llamar síndrome de Stendhal. Ese dolor me ha dado en cuatro ocasiones: ante la lectura de Claudio Rodríguez, de César Vallejo, en lo alto de la torre de la catedral de Cádiz, junto a las campanas, y en los Papeles confidenciales de Rafael Alvarado. Hoy he vuelto, rodeada de amigos, con la satisfacción de tenerlos todavía y de volver a ponerme ante obra tan exquisita, esta vez honrada con la compañía del autor, nuestro querido Rafalito. Un largo momento mágico. Y no quiero acabar este escrito sin antes hacer una recomendación: no se la pierdan. La muestra podrá verse hasta el 29 de Diciembre, tienen tiempo de sobra. Es más que un vapuleo para la conciencia y un zarandeo para el corazón. Es, simple y llanamente, necesaria.

* Se nos hizo corto el tiempo concedido, queríamos estar más rato juntos y hemos salido a compartir presencias, charla y cariño. Y me encanta el momento, por eso lo guardo en fotografías como el que guarda un tesoro.

Desde un rincón de la Sierra de Mijas, todo  cariño, Mariví Verdú. 

















lunes, 29 de abril de 2013

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE, PASITO A PASO

En cuestión de un parpadeo, somos jóvenes. La juventud nos parece el estado ideal  e inacabable en el que nos dará tiempo a todo. Y, en un abrir y cerrar de ojos, ya somos adultos. Adultos... nunca me gustó esa palabra y no sé por qué. Tal vez por aquello de su raíz que me recuerda lo falso, lo adulterado, puede que sea. Pero este estado, que es el que más tiempo dura, la mayoría de veces está impregnado de matices juveniles, de dulces vestigios de la niñez, de sombras seguras del futuro. Es un estado que va y viene de la ilusión al fracaso con una velocidad de vértigo. Trabajo, compromisos, obligaciones y poco tiempo para disfrutar de las conquistas. Porque son tiempos de conquista: una familia, un estatus social, un puesto profesional, un resultado de la siembra donde es obligatorio madurar. Pero si madurar es conocer la vida, es una constante que dura mientras duramos. Porque la vida siempre se reconoce mientras el corazón late y ama.


El paso de los años debe servirnos para muchísimas cosas, mejor si son positivas. Desde que nacemos, los procesos de aprendizaje y convivencia van abriendo, pasito a paso, las puertas del mundo. La niñez, el estado más perfecto del que somos casi siempre inconscientes por felices, es época de modelado y  de agudizar los sentidos que culmina en la desesperación de la adolescencia. Ese momento es tan dulce como dramático: perdemos, en la muda del cuerpo, la flor de la inocencia. De pronto nos encontramos metidos en un traje que no conocemos, manteniendo una lucha interior en la que nos gustaría que venciera la infancia pero puede con nosotros el proceso natural de la carne. El alma, entonces, se conduele del cambio y nos empieza a bombear el corazón una nueva forma de amor desconocida y diferente a la ternura del pecho materno, al calor de la mano paterna, al tacto filial de los nuestros. Ay, la tierna mirada de los abuelos! ¡ay  aquel regazo incondicional de la abuela! 

Aprender, crecer y madurar es la meta de todo ser humano. O debiera serlo. Pero hablar de la vejez sin ser viejo, cuando hemos vivido la de los seres queridos, es hablar de un tiempo tan amargo como dulce de despedida y cita. Porque ser consciente de cada uno de los momentos de la vida es saber que estamos de paso…de paso, de paso.


Quien pone reglas al juego
se engaña si dice que es jugador, 
lo que le mueve es el miedo 
de que se sepa que nunca jugó. 
La ciencia es una estrategia, 
es una forma de atar la verdad 
que es algo más que materia, 
pues el misterio se oculta detrás.


Que no, que no, que el pensamiento
no puede tomar asiento, 
que el pensamiento es estar siempre de paso, de paso, de paso...   L. Eduardo Aute.

Desde el gran misterio del existir al nuevo misterio de la infancia hay un paso. De la niñez a la juventud, donde impera el riesgo y el poco apego a la vida, hay otro paso. El de la madurez a la vejez es un pasito. Ese tiempo, inevitable si se está vivo, a veces nos llega de golpe. Y la vejez es el culmen, el libro escrito donde los tachones quedan hechos arruga y mancha, herida en el corazón y ojos vueltos a la infancia… pero ya nada importa porque aún nos queda el gran misterio por delante, la frase final que dejamos en el recuerdo de los demás. Lo material queda aquí. El único tesoro que nos llevamos es haber aprendido a valorar los misterios y los dones recibidos. Afortunado quien ponga final a su vida compartiendo el más dulce de los sentimientos, quien escriba fin con la palabra amor.


Desde mi hogar, Mariví Verdú.

lunes, 8 de abril de 2013

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE, DE LA NECESIDAD

A veces me atormentaban las creencias que me inculcaron de niña en aquel aprendizaje del temor y de las cosas tan grandes como Dios y los microbios. Más tarde, después de leer a Stephen William Hawking, ya en otros tiempos de pseudo-democracia, me entró un miedo atroz a los neutrinos y una especie de pavor a la grandeza infinita de las incógnitas. Hoy, en la más cerrada de las incógnitas, sólo tengo miedo a que se me acaben los sueños.

Siempre he envidiado a los mayores que van enamorados y continúan cogidos de la mano, a unos buenos pies y a una dentadura de anuncio. Y a las personas que tienen fe. Y hablo de esa fe rebosante que limita con Dios  o con la ignorancia. Y yo, pobre ignorante sin fe, preguntándome aún dónde está Dios. Intuyéndolo siempre. Pienso a menudo en Él, aunque no me lo imagino. Pienso en su soledad y en la necesidad que tiene de cada uno de nosotros. Claro está, la soledad divina a lo mejor es divina y los humanos no llegamos a ella más que en la hora horrorosa del recreador o del suicida. Cuando me invade esa terrible soledad humana, me doy cuenta de la necesidad que tenemos de creer en que la vida es solo un paso hacia la eterna y estaremos al lado de alguien inmensamente grande y bondadoso que nos meta debajo de su capa a dormir el sueño eterno.

En 2003 escribí un libro de poemas al que di por título De Dios y de su falta. Un libro guardado en la memoria gris, ya desbaratado en pedacitos o, como le llaman los intelectuales, en “separatas”, que he ido publicando en diversos medios gratuitos. Nadie  apuesta un duro por una escritora cocinera y menos aún por sus incoherencias poéticas. De él saco algo inédito que, a modo de oración o plegaria, de súplica imperativa, titulé: Mírame, Dios.

Puede  que  sea  cualquiera
de  entre  la  multitud.
Dios  vive  aquí,  hacinado,
provocándome  heridas.
Va  delante  y  detrás 
de  cualquier  sufrimiento.
Vive  sin  hacer  nada
viendo  cómo  acabamos:
esquizofrenia  pura
su  divina  locura.

Vuelve  hacia  mí  tus  ojos
Dios  de  luz  y  de  sombra,
mira  cómo  me  deja
tu  voluntad  los  míos:
llorando  siempre,  amargos,  
porque  no   te  conocen.

Nunca  fue  mía  la  dicha
de  sentir  la  pupila
de  la  mirada  grande.
Intuyéndote  siempre
en  los  ojos  de  un  perro,
en  los  ojos  de  pluma
de  los  pavos  reales,
por  detrás  de  los  montes,
del  sol o  de  la  nada.

Clavado  estás  en  mí.
Crucificados  ambos.


Desde el hogar más sobrio y suficiente, con esperanza, Mariví Verdú. 
Dedicado a mi amiga Pilar Bugella.

jueves, 21 de marzo de 2013

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE, EN CAMINO



Nadie recuerda el día que dio su primer paso. Ese día memorable en el que echamos a andar, a ser autónomos y a poder alcanzar con nuestras manos cuanto veíamos, olíamos y deseábamos, no quedó en nuestra memoria. Y cuando queremos recuperar ese recuerdo es imprescindible que vivan nuestros padres. Si ya no están, nadie puede darnos datos porque a nadie le importa. Es tan humano este gesto de sentirse erguido y caminar que nadie lo anota como una de las fechas mágicas de nuestra vida. Sentirnos erguidos, todo un mérito. Así nos mantendremos hasta que nos venza el tiempo o la suerte.   En tan solo un año de vida pasamos del vientre materno a su regazo, del calor de su pecho a la soledad del parquecito, del cochecito o de la mecedora. En pocos meses, gateamos por el suelo y tenemos la sensación de libertad que otorga nuestro estado más arraigado de animal de cuatro extremidades. Del gateo al primer paso hay solo un momento de decisión, de riesgo, de satisfacción y de placer. Vencer el miedo a caerse. Ese es el gran momento. Y lo hacemos una y otra vez, a riesgo de abrirnos la cabeza, pero seguimos adelante, aprendiendo de las caídas, una constante que mantendremos durante toda la vida.

Cuando nos puede el riesgo, no hay razón. La razón única es continuar aprendiendo y seguir adelante sin otro fin que mantenernos en pie y mirar a la cara a nuestros iguales. Después vienen el resto de las cosas. Aprender a hablar, a leer, a decidir…Mientras, el corazón, siempre en guerra con la razón, hablándonos por dentro con una voz propia y singular que llamamos conciencia; la vista, descubriéndonos el mundo y atenta a los obstáculos que, por más que creemos ver, no vemos; el llanto, consecuencia intrínseca cuando caemos y nos duele, cuando queremos y no podemos, cuando nos equivocamos y damos de bruces en el suelo. Pero… volvemos a levantarnos, vencemos el miedo y al fin nos damos cuenta de que el camino se abre ante nosotros. Y continuamos andando. Y cuando volvemos la vista atrás nos damos cuenta de que no hemos sido conscientes de que caminamos porque un día dijimos que no al miedo, lo vencimos aceptando nuestra libertad, nuestra individualidad. Y así seguimos  hasta que al fin ganamos la partida de la vida. Y cuánto agradecemos, aunque sepamos caminar desde hace muchísimos años, rememorar la sensación de una mano tendida ayudándonos a levantar, acompañándonos en el camino, recordándonos el día en que, expectantes, los que nos querían observaron  nuestros primeros pasos por el mundo. Y cuánto agradecemos que la historia se repita en el espejo querido de nuestra propia sangre. Que el camino sea libre de espinos y que a nadie le falte una mano querida.

Desde la casa de los cipreses, en un día luminoso, Mariví Verdú.

martes, 12 de febrero de 2013

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE INTUYE LA PRIMAVERA

No sé cómo es posible que sigamos viviendo ante este caos (estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos). La vida se abre paso. Ese milagroso tiempo que nos toca es mucho más moldeable, impredecible, frágil y hermoso de lo que uno se puede imaginar. ¿Quién me hubiera dicho hace unos meses que el mundo se abriría ante mí como una inmensa manzana, jugosa y tierna, cuando estaba más cerca a Ciorán que nunca? A nadie le he dicho, porque ni yo lo sabía, que mi hiperactividad era debida a la falta de actividad, que mi desencanto del mundo no era más que mi propio desencanto, que el caos estaba dentro de mis ojos más que fuera. Porque no hay peor ceguera que la que no se quiere ni mirar.
Por eso y hasta entonces quiero, en vez de tomar la vida como una recta adormecedora, tomarla como un bello circuito al aire libre donde en cada curva puedo encontrar un almendro en flor y compartirlo con mi amado. O parar en un riachuelo donde bañarme con los que quiero y secarnos al sol mientras vemos crecer las adelfas de la utopía. Y ya que vivimos en el caos humano de la época, ¡Oh Siglo XXI! pensemos que es un excelente caldo de cultivo para el espíritu porque todo está por ordenar: hasta uno mismo.




Ver, vernos, mirarnos hacia dentro…qué mundo más hermoso existe en cada uno de nosotros cuando el amor se instala en el alma haciendo casa propia, nido propio. Porque el amor es el milagro. Es el hallazgo, la rosa, la espina dulce. Es la cereza de sangre, roja y crujiente, que deseamos todos. Igual llega a ser para nosotros que la mordisquea un pajarillo y cae al suelo. Es un misterio, un designio, un yo qué sé. Pero cuando ese hueso germina en tierra fértil, cuando llueve con tiento y está bien abonado, un enjambre de abejas lo multiplica y un coro de pájaros le canta mientras sus flores blancas se dan al sol, se cuajan y retornan.

Nadie puede dar lo que no tiene. Si nosotros no somos nosotros mismos ¿quiénes seremos y qué tendremos? Saberse prescindible es la primera de las premisas para nuestro conocimiento. La segunda, sabernos únicos. Estas dos traerán la consecuencia. Una introspección nos aplaca el orgullo y nos agranda el amor. Y que conste que no es un silogismo, es simple y llanamente la verdad. Es imprescindible abandonar el apego a las cosas materiales para darse cuenta de que el mundo tiene pájaros que nos cantan sin más.


Y yo que pensaba que tenía que hacer feliz a los demás... Por eso rellenaba el tiempo de cosas que gustaran, quería agradar al mundo porque, ingenua de mí, creí que era la responsable de mi prójimo. Pero yo soy la más próxima y, conmigo, los míos. De los centenares de amigos que pulularon cuando yo daba quedaron muy pocos cuando no tuve. Aún así, me robaba hasta el tiempo a mí misma para que la gente fuera feliz. Yo, infeliz, intentando repartir felicidad. Craso error. Caridad buena, la que empieza por mi casa y no por la ajena. Y una vez aplicado el refrán y a sabiendas de que nadie más que yo asistiré al juicio de mi vida, solo me queda vivir. Hay un  solo viaje de vuelta para el que todos tenemos un billete sin fecha. Y será mejor ir con el alma clara y en silencio que pegando chillidos y mordiscos a la nada. Llegaré cargada con dos sacos a la espalda: el de mis penas y el de mis obras y nadie más que Dios será mi testigo. 


Desde la casa de los cipreses, intuyendo la primavera, Mariví Verdú.

sábado, 5 de enero de 2013

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE A PROPÓSITO DE 2013

Ya estamos inmersos en el nuevo año y Enero sube la cuesta con dificultad porque no sólo arrastra las penurias que nos dejó en el alma 2012 sino que lleva la pesada y  difícil carga de  los propósitos para 2013.

¿Por qué los propósitos hoy  los entendemos sólo como  intenciones? Siendo una palabra originaria de un pueblo tan productivo, tan capaz y positivo, de tan rotundo carácter moral y político, creo que la debieron usar de otra manera mucho más apegada al presente que al mero hecho de pretender hacer algo, de tenerlo en el ánimo. A mí cada día más miedo usar palabras que lleven implícito el futuro en ellas. Por eso a los propósitos me gustaría darles el cambiazo, alivierlos de carga y sustituirlos por realidades, cambios efectivos, reales: momento presente, momento de regalo.  A propósito, quería hablar de propósitos y me he tirado un buen rato buscando y recreándome en su etimología.  Si  nos limitamos a usar la palabra de raíz latina propositum (prefijo pro = hacia adelante y participio del verbo ponere (poner) = positum) y si proponer es poner algo hacia adelante

Es bien cierto que vivir en este siglo XXI se ha convertido en una tarea delicada.  El exceso de comunicación es un espejismo más de nuestra civilización que nos aplaza la reflexión profunda y personal. El universo humano está formado de pequeños corpúsculos que vagan en soledad. Unos pocos de estos elementos, mandan.  Ellos, los que se han inventado la sangre azul, las casas blancas y de la moneda y los teléfonos rojos, nos han metido las cabras en el corral. Pero no olvidemos que somos, uno a uno, la metástasis santísima de la naturaleza. Y el día que esto diga: a joderse tocan, a todos se nos caerá el pelo, incluidos los iluminados. El mundo es redondo y mañana les tocará estar cabeza abajo, como nos toca a todos. Pero mientras tanto, habrá que mantener la cabeza en alto y estar atentos para no perder la partida que nos han dejado a punto de jaque.

Hacer balance de un año es tarea que nos incumbe a todos. Hacer nuestro propio balance, el de nuestra vida, convierte el 31 de Diciembre en un día loco de atar, tal como se hace al canuto de carne mechada. Cada uno busca las mañas para poderse tragar el envolado que supone un examen de conciencia. Unos buscan faena en la cocina, otros alucine en el bar; la mayoría se refugia en las grandes superficies que se han convertido en grandes Salas 21 o en cubrirse de ropajes brillantes  y embadurnarse de cosméticos y perfumes con qué cubrir el delicado estado del alma. Hay una imperiosa necesidad de darnos una mano de lija en la que brote la sangre y se produzca una cicatriz limpia y sana.

El repaso de  lija consiste en plantearse si nos gustaría recibir lo que damos, si desearíamos que nos trataran como tratamos, si seríamos capaces de sufrir cuando sufre el prójimo, de alegrarnos con su alegría, de ser realmente humanos. Seamos tan tolerantes con los demás como lo somos con nosotros mismos, eso hará que la lija produzca un efecto perfecto.  Y aunque sabemos que no hay unas normas de vida y convivencia que sean válidas para todo el mundo, ahí están la paz, el amor  y el diálogo, para usarlos. Son las tres mejores armas que conozco. 

Tengo el presentimiento... mejor dicho: tengo el sentimiento de que 2013 viene cargado de positividad. Comencemos por  la nuestra  y limpiemos nuestra propia puerta, como hacíamos antiguamente, baldeando,  saliendo a la calle y buscando el momento para hablar con el el vecino. Luego...sembremos algunas flores o colguemos algunas macetillas de caléndulas o geráneos...Nuestros corazones lo agradecerán.

Desde la casa de los cipréses, en buena compañía y viendo como llega la luz sin entretenerse, clara y real, dando color a la vida y a mis ojos, Mariví Verdú.

Por un 2013 más humano, justo y alegre. Y por los almendros en flor.

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...