viernes, 31 de enero de 2020

AHORA O NUNCA: VIVE, por Mariví Verdú

Llevo dándole vueltas a la cabeza varios días, a raíz de una gestión realizada por Internet, -on line, como decimos ahora-, y la manera que tienen las empresas de tomarnos el pelo, de engañarnos vilmente, en pocas palabras, de jodernos la vida. No voy a dar nombres porque es totalmente aplicable a todas las grandes empresas que hoy trabajan sin dar una cara visible, empresas que para contratar lo hacen rápidamente pero se vuelven totalmente invisibles cuando surgen problemas. Y pienso yo, que me manejo por éstas nuevas tecnologías y tengo problemas... ¿qué les pasará a la mayoría de jubilados y mayores que no tienen ni idea de esto que nos ha caído encima? 


Por navegar como pez en el agua por la red, no me las doy de pan y manteca. Es, simplemente, el resultado de haberle dedicado tiempo, esfuerzo y años de estudio para conseguirlo, pero tal vez por eso no dejo de pensar en las personas que no han podido hacerlo o simplemente que tienen varios años más que yo y les viene largo el invento ¿cómo se sentirán a la hora de realizar cualquier gestión, compra, devolución u otro trámite realizado a base de botoncitos, musiquitas sordas, esperas, trabajadores con un español que no los entiende ni Dios y un pasmo fuera de lo común que te pone de los nervios?... Y si el resultado no es el esperado ¿cómo volver atrás, anular un pedido, hablar con alguien responsable...? Toda una odisea que nos deja anulados en un mundo que todavía nos pertenece.

La sociedad en la que hoy vivimos, la que hemos convertido en una terrible pesadilla, se parece mucho a nosotros pero más todavía a nuestros dirigentes. Es una sociedad tan avanzada que combate enfermedades y te deja más años de vida pero no se preocupa de humanizarla. Te da años pero le importa tres carajos que te los pases llenos de necesidades, de pena, de vacío y de soledad. Con sesenta y seis años vividos, plenos de conocimiento, inquietudes y proyectos, no quiero pensar que todo haya quedado resumido a compartir un hogar de jubilados donde lo más atractivo es esperar el horrible día de los enamorados  (cuando lo único que falta es amor), la cena de feria  o mitin  y el matasuegras, el gorro plateado y el pito de fin de año. Me niego rotundamente. El que le baste con eso, bendito sea, pero yo quiero otras cosas, otras maneras de vivir mi tiempo que no sea dejarlo pasar. Pongo solo un ejemplo: me gustaría tener acceso a la UMA, echo de menos en este pueblo tan grande que no haya forma de poderse preparar sin tener que hacer 50 kilómetros diariamente para ello.

Sé que me quedaré con las ganas, como de tantas cosas en la vida, pero no sin intentarlo. Voy a preparar una lista de cosas por hacer, cosas que me quedé con ganas de realizar en tiempos pasados y que voy a intentar conseguir en este pequeño futuro que tengo ante mí. Intentaré ir tachando el mayor número de ellas, efectuando la mayoría de cumplimientos posible. Recuerdo a Morgan Freeman y a Jack Nicholson en la película “Ahora o nunca” y me da muchísima envidia por tenerlo que hacer sola. Cada persona tiene un concepto del tiempo y tiene sus propias necesidades y gustos, su manera de vivirlo. Yo tengo el mío, disfrutarlo íntegramente o quedarme en el maravilloso intento de ser cada día un poco más sabia, un poco más libre, un poco más... una misma: yo misma.

Ayer mi amiga María José Coín publicó una cita en un post de su historia en Facebook que decía: ¡No corras, vete despacio, que a donde tienes que llegar es a ti mismo!. Es un consejo de uno de mis poetas preferido, Juan Ramón Jiménez. Tomaré la recomendación pero lo haré sin pausa, que hay otro dicho tan verdadero como ese -como todos los que atesora el refranero español- que reza: “Camarón que se duerme se lo lleva la corriente”.

Madrugando, como siempre, despidiendo el mes de enero desde este Garitón que aún está oscuro pero promete rosas, Mariví Verdú


domingo, 26 de enero de 2020

GACHAS Y ESTRELLAS, por Mariví Verdú

 Esta mañana, cuando no eran las siete aún, me levanté. Suelo ser más madrugadora pero ayer disfruté la Gala de los Goya y me acosté a las dos. Anoche, recordando los dos días de intensa lluvia, lamentando los destrozos que la tormenta Gloria ha dejado a su paso, desgracias que nos hicieron ser los tristes protagonistas de los telediarios, era natural que sintiera alivio viendo también a mi tierra como orgullosa protagonista del cine español. Disfruté mucho con la presencia de los actores malagueños nominados al premio, con Antonio Banderas y Pepa Flores, galardonados, y con Antonio de la Torre, entre otros grandes de la pantalla. Ellos me indujeron al sueño, ese sueño que se logra con la constancia y el trabajo bien hecho. Y como fue una noche de estrellas, dejé la persiana subida viendo, como última ojeada del día, las luces de Málaga y percibiendo la frescura de una tierra harta de agua firmando la paz con la lluvia.

Haber dejado arriba la persiana ha sido un acierto. Hubo nubes claras, estelares, mientras me dormía, como si hubiese bajado la Vía Láctea a acariciarme y darme un beso en la frente. Esta mañana la vista del cielo me ha regalado algunos luceros, lo que me hacía augurar un día en calma. Y así es. La mañana se presenta despejada, como mi cabeza, por lo que no me queda más remedio que disfrutar de este estado de lucidez que me presta el momento.
Cuando encendí el ordenador y me puse delante de una hoja del Pages más blanca que un papel, no sabía qué decir. mi intención era muy distinta de lo que he escrito hasta el momento. No iba a ser sobre la calma, ni sobre la paz, y mucho menos sobre lo que será el tema principal durante un puñado de días: los premios de la Academia del Cine Español. Por eso, he dejado libre el pensamiento y se ha ido donde le ha dado la gana. Tal vez para no abordar lo que me reconcome por dentro, por no hablar de la soledad y de la muerte, esa muerte que ha visitado a Ineke, la hermana de una buenísima amiga mía, Ellen Dijkgraaff, quizás para no hablar de lo que sé: que Ellen lo está pasando mal y que hay muchísima gente pasándolo mal. Yo misma he pasado un fin de semana muy triste, triste porque no puedo perdonar, triste porque hay cosas imperdonables mientras existe la memoria, triste porque me doy cuenta de que soy tan vieja como lo han sido todos los viejos del mundo, triste porque soy humana y la tristeza es el más absoluto síntoma de serlo. Sin embargo, la vida abre paso entre pesadumbres y una llamada me consuela, me alivia del desastre, me sumerge en el mundo que añoro, en el de mi madre, en el de la comprensión y la solidaridad. Muchas gracias, Pepi Navarrete, por recomendarme alegría contra el dolor de corazón, libertad ante las ideas fijas que retuercen el alma. Muchas gracias por hablarme de cosas esenciales, por hacerme ver cuánto valemos y lo sabias que somos, por recordarme aquella comida que hacíamos en familia, cuando las abuelas vivían su protagonismo de abuelas, cuando las madres calentaban a besos las noches de lluvia y el calor de la copa hacía llevaderas las noches de invierno. Mil gracias por recordarme el dulcísimo sabor de las gachas. Y la obligación que traía la lluvia en nuestros tiempos: la de comer migas.


Después de hablar con Pepi -he de decir que antes de acabar ya estaba cogiendo la matalahúva- cogí la sartén y me puse a preparar unas gachas con cuscurrones y miel de la comarca toledana de Belvis de la Jara, miel pura que me trajo mi hijo Pedro cuando estuvo trabajando allí. Me puse una copita de vino de Málaga, me comí con deleite el suculento plato y miré con agradecimiento hacia la Sierra de las Nieves, la vista que me permite la ventana de mi comedor. En un primer plano, los pinos. Todo estaba tranquilo. Mi corazón también. Y abordé la noche con otro entusiasmo. Me puse la mantita eléctrica en los riñones, abrí mi sillón, me eché otra manta de lanita tierna en las piernas y oí cómo, a mis pies, en su camita londinense, mi gata ronroneaba haciendo el carillón de gusto.

Esta mañana hay sol. Las violetas dan un perfume tibio a madre. Los rosales podados y las parras hablan de mi padre, de mi vida. Mi hijo descansa en el lado derecho de mi camino hoy separado por un muro triste, gris, que no impide el ir y venir de mi corazón. Y mi tía María Teresa ha hecho resucitar al jazmín que arrancó el huracán. ¡Milagro!
Yo misma soy un milagro de la naturaleza.


Desde El Garitón, domingo 26 de enero de 2020, bajo un sol templado, Mariví Verdú

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...