martes, 9 de abril de 2024

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindible, el corazón en el pecho, los ojos abiertos, una libreta y una pluma. Ya cuento con amor y alas invisibles, los dos materiales de mi legendaria alfombra mágica, esa que me llevará al destino. Y el tren. En mi caso sé bien lo que significa viajar por railes, estoy familiarizada con las vías desde niña que para algo soy hija y nieta de ferroviarios y he contado con kilométrico hasta finales del siglo XX. He conocido trenes de madera, carbonilla en la cara, lentitud y guardagujas. Deseaba, hace ya varios meses, ir a Talavera de la Reina, pero he pasado un invierno malo y mis piernas no me han permitido muchas cosas. El objetivo era ver a los míos, conocer su nuevo hogar y disfrutar juntos de unos días en familia. Y mira por dónde encontré hace menos de un mes la ocasión perfecta que era a la par otro de mis deseos: ir a ver la exposición de Isabel Quintanilla en el Museo Thyssen-Bornemisza. Y como hay que pasar por Madrid para ir a Talavera, el pasado jueves cogí el AVE dispuesta a la aventura madrileña. Mi vida siempre ha sido y sigue siendo una maravillosa aventura. Cuando joven, por todo lo que tenía por descubrir, de mayor porque sé cuánto queda aún  porque aún queda todo. A la postre nos iremos in albis sabiendo una única cosa: la efímera magnitud del tiempo.

Miro mi billete: mi coche es el número 12. El tren está situado en la vía 2 y en el primer lugar del andén, cosa que agradecí porque no tuve que andar prácticamente nada. Intuí que saldría la última en Atocha. Llevo una maleta con lo indispensable, un bolso con todo lo demás y el móvil a mano. Me acomodo en mi asiento, tengo ventanilla y solo deseo que la persona que venga a mi lado sea tranquila. Viene una chica de treinta y tantos. Saluda. Es argentina. Viene vestida como una ejecutiva y trae una mochila negra y repleta, a punto de estallar pero ordenada y una maleta que coloca en el portaequipajes.  Abre su mesa y saca una botella de agua con gas. Seguidamente y en un orden casi mecánico se llena las manos de tecnología: enciende su móvil, su iPhone y  su portátil. En la pantalla de éste todo aparece en inglés. No hay ni el mínimo conato de conversación, algo que, asumo y agradezco. Hay más gente en el coche: hay quien duerme, quien mira su portátil, quienes llevan el móvil como extensión inseparable, con auriculares y sin ellos; un hombre que lee y una mujer -ambos de pelo blanco- que escribe a mano en una libreta, esa que soy yo. Sí, soy un viejo hábito de persona, una rara individua aún no dispuesta a extinguirse que recoge con signos el recorrido que hace por este mundo, cercana ya la terminal, oh estación del silencio, donde no sé si cantarán los pájaros, si me esperan más puertas inexpugnables todavía o si alguien encontrará mis libretas y las volverá a abrir el feliz día de mi regreso al mundo. El señor que lee pone su atención en un libro titulado “La sangre del padre”, de Alfonso Goizueta, obra finalista del Premio Planeta sobre la vida de Alejandro Magno. Lo sé porque lo cerró por un momento cuando se dispuso a estirar las piernas, ya cerca de Córdoba, y pude ver su portada. Yo no me levanté en las escasas tres horas del viaje Málaga- Estación de Atocha y seguí tomando notas, apuntes e improvisando versos mientras mi compañera de asiento se cansó de cosas serias y se puso a mirar artículos de moda, ropa y joyería. Todo seguía en inglés.

Pasan los olivos delante de mis ojos, ordenados en hileras o al tresbolillo, sobre una capa de finas y tiernas yerbas. Parece que quisieran quedarse atrás, mirar hacia otro lado, pero son tan inmensos que, mientras el tren, tan veloz, corta los campos, ellos no hacen otra cosa que eternizar el paisaje

En un ejercicio de memoria, seguiré mañana aunque hayan pasado ya veinte días de este  viaje. La distancia en el tiempo no hace más que sublimar cualquier momento como mi estreno de la primavera 2024 en el centro de España, rodeada de todo lo que me gusta y tan feliz en el Paseo del Prado como en la ribera del Tajo. Bueno, junto al río mucho más...

Desde este Garitón que no deja de ser fértil, rodeada de rosas y de acelgas, Mariví Verdú  

jueves, 29 de febrero de 2024

DÍA DE ANDALUCÍA Y EL ARTE DE GREGORIO VALDERRAMA, por Mariví Verdú

Hay días que merece la pena ser contados, anotados y retratados para revivirlos después en el recuerdo, como el día de ayer. El cartel que conformaba la fiesta del Día de Andalucía, organizado por la Federación Malagueña de Peñas, Centros Culturales y Casas Regionales “La Alcazaba” así lo prometía: Gregorio Valderrama como pregonero y Pedro Gordillo al piano y la dirección artística. Contó con las actuaciones de Sylvia Pantoja, Chaparro de Málaga y Niño de Chaparro, Alexis Molero y la Panda de Verdiales “Amigos del Rincón del Cante de las Castañetas”. Después continuaría el acto institucional con la entrega de banderas a entidades pertenecientes a FEMAPE poniéndole broche final la actuación de la Banda Municipal de Música de Málaga. Sí, amigos, una fiesta por todo lo alto la que celebramos ayer en el Auditorio Edgar Neville de Málaga.

Reunirse con amigos siempre es motivo de alegría y ayer, además, fue motivo doble de satisfacción y orgullo al disfrutar el pregón de Gregorio y la música de Pedro Gordillo en presencia de tantos viejos amigos que nos reunimos en su entorno. Gregorio Valderrama, flamenco de estirpe, cantaor y conocedor profundo de los cantes y de la historia del flamenco fue presentado por el pregonero del pasado año, mi querido Rafael Prados. La actuación de Sylvia Pantoja dio comienzo con el Himno de Andalucía y el auditorio al completo en pié y emocionado. Adelantó algunos títulos de su siguiente disco (espero por su bien que se aprenda la letra de Pena, penita, pena) y continuó con la puesta en escena de Alexis Molero que nos cantó un precioso pasodoble titulado Mi tierra”, con letra de Gregorio Valderrama y acompañado al piano por Pedro Gordillo. Una canción que se pega al oído, un regalo. Los Chaparro nos hicieron una tanda de fandangos dando muestras una vez más del arte familiar y Gregorio y Pedro nos regalaron “Andalucía la que divierte”, de Suero y Távora; nos trajo como presente la voz de su tío Juanito Valderrama con el Romance del cante jondo, de Julián Sánchez Prieto, con la guitarra de Ramón Montoya, una joya de 1942 para los aficionados y nos deleitó con su “Romancillo del Pericón" (Jácara al aire andaluz), un recital entre versos y coplas que nos hizo reír y emocionarnos poniendo con su romance a todo el público en pié y roto en aplausos.

Tuve la suerte de haber oído esos versos de Gregorio en petit comité, delante de unos platos de jamón y lomo en manteca en nuestro rincón flamenco y he de decir que aún los disfruté más ayer en el teatro. Gregorio estuvo espléndido, generoso, improvisó versos necesarios, todo un artista en la más honda dimensión de la palabra. Y para terminar su actuación dio paso a nuestros queridos amigos de la panda “Amigos del Rincón del Cante de las Castañetas” que hicieron coplillas del himno con el arte y la compenetración que les caracteriza. Con ello concluyó la parte artística del acto para continuar con la parte institucional, entrega de placas, recordatorios de su paso por escena a los artistas mencionados, de banderas de Andalucía a diferente entidades y la intervención de la Banda Municipal de Música de Málaga interpretando los himnos andaluz y nacional.

Me sentí feliz por tantas cosas... mi amigo Salvador Pendón me esperaba con un regalo: su libro “A quién le cantaré yo” que venía con una preciosa dedicatoria; me acompañaron mis compañeros de curso UMA+55: Antonia Romero, Susana Gemas, Lola López, Antonia Puertas y Pepe Aguilera) y dos del colegio de básica: Carmen Toro (amigas desde 1964 hasta la fecha) y Raquel. Fue una alegría al finalizar el acto encontrarme con mi amigo Joaquín Cabello y poder abrazar a otros grandes y viejos amigos como Rafael Prado y Pedro Gordillo y sus respectivas esposas o la Familia Chaparro al completo. Me gustó conocer y felicitar a Alexis Molero y besar y abrazar a mi querido Antonio Montiel con quien siempre es un placer encontrarme. Y qué decir del abrazo y felicitación a mi amigo Gregorio Valderrama al que, henchido de emoción, le dije el regalo que supuso su magnífico pregón para todos y especialmente para quien como yo ha venido a este mundo a aprender de aquel que sabe más y ayer Gregorio nos dio una magnífica lección a todos de lo que es y significa el arte.

Está amaneciendo y todo lo he escrito de memoria y de corazón. Puede que me haya fallado algo la primera, pero el corazón seguro que no. El Garitón ya se ha llenado de una luz dorada que bien vale para ponerse pilas. Días como el de ayer son irrepetibles, todos lo son, pero el de ayer es día para recordar. La visita de una amiga, Antonia Romero, que me acompañó en una tarde de mantita y película. De ayer también nace el compromiso de colaboración de mi amigo Rafael Alvarado para ilustrar mi libro de poemas “De Dios y de su falta”, versos que saldrán a la luz próximamente, y para acabar el día disfruté una videollamada de los míos que me llenó de paz el corazón. ¿Se puede pedir más para un Día de Andalucía?

*Gracias a todos los amigos que me han cedido sus fotos para ilustrar esta crónica. Por cierto, el verso que le faltó a Sylvia en la copla dice: 
"Es  lo mismo que un nublado de  y pedernal... (...)

viernes, 16 de febrero de 2024

SALVADA POR LA MÚSICA Y LOS ALMENDROS, por Mariví Verdú

Ayer asistí a lo que hubiera podido ser un suicidio, de no ser por la música. A punto estuve de meter chillidos. O de cortarme las venas, éstas que cada día son más azules y más dilatadas, pero lo dejaré para otra ocasión más íntima. Y es que ayer me pareció una tarde lastimosa: no se tecleó ningún misterio.  ¿Dónde se quedó anoche la poesía que no acudió a su cita bajo las estrellas? Y mirad que cerré los ojos para buscarla estando lo más atenta posible a las palabras, alerta entre frase y frase, esperando encontrarla en el monólogo donde se hablaba de todo menos de ella, con ella o para ella. Cerré los ojos porque la presencia del público que acudió a la biblioteca no quería que me distrajese, pero no vino, anoche no vino la poesía, ni con Pablo García ni con nadie. Solo a la vuelta, cuando la foto que os comparto, con los almendros. Todo está consumado. Las hojas muertas me salvaron la vida en la extinguida mañana de carnaval. Sola la música me llevó sobre el arco iris en la magia de Oz. Solo la música, sí, ella y su aire me salvaron la vida. Gracias a Pablo García Trío.

Por día que pasa me siento más desconectada del mundo, más irascible y crítica, más perdida en este absurdo teatro -a veces institucional- en el que lo hemos convertido. Ayer hubiese preferido una pantomima: mejor un mimo que un fiasco. Y me pregunto ¿Que criterio siguen estos seres privilegiados que organizan y manipulan el dinero público para programar actos literarios? ¿Quién escoge a los autores? Mi desconfianza es total ante estos personajes que manejan y protagonizan la cultura.  

Tengo la sensación de haber entrado en bucle, de vivir en un déjà vu donde suelo imitarme. Y puede que sea porque he escrito tanto, sobre tantas cosas durante tantas madrugadas, tardes y noches de mi vida... Sin editor alguno, entregando el corazón y la palabra con la generosidad del creador a toda la humanidad que me encuentra por las redes. Sí amigos, he dedicado más de media vida a expresar mi particular visión del mundo, mi pensamiento crítico, mi prosa -casi siempre poética-; he volcado mi imaginación en cuentos y relatos, mis sentimientos en poesía, mi vida en palabras. Sé de lo que hablo y la poesía no vino anoche.

Hablo de poesía porque sé de lo que hablo, del profundo respeto que me causa la más bella manifestación literaria y del tiempo que he dedicado a perseguirla, a reconocerla, a vibrar con su ritmo, con los rasgos de su particular lenguaje. A conseguirla. A poner todos mis sentimientos en buscar la belleza y la música, la voz propia, singular y, por ende, común a todos los poetas. Ayer me di cuenta de que no era el momento ni el lugar para perder mi tiempo y me vine con ganas de llorar.

Hace mucho, exactamente dieciséis años, escribí un artículo al que di por titulo  “La próxima sombra” Hoy, mientras escribía, se me vino a la cabeza la frase con la que lo rematé y decía: Hace mucho que lo sé, que vivimos en el reino de las sombras. Y suelto veneno por la boca de tanto que me han inoculado. Por eso, la poesía, oh bello encubrimiento, se ha vuelto tan terca a mis sentidos. Sin palabras de amor la vida es nada. La razón poética, aquella que daba nombre a las nubes, se ha vuelto contra mí como el invierno. Poco ayuda a vivir la observación del mundo que hemos hecho. Cada día soy más salvaje, mucho más animal y primitiva. Pronto habrá que dedicarse a Dios. O al canibalismo.  

Por cierto, “Over de Rainbow” tiene autor, un poeta llamado  Edgar Yipsel Harburg. Un poema al que puso música el compositor Harold Arlen resultando así una canción fantástica y oscarizada en 1939, mientras aquí llorábamos a nuestros muertos en la guerra incivil.

En un día gris de febrero, desde El Garitón cubierto por nieves de almendro, Mariví Verdú

domingo, 4 de febrero de 2024

EN LA VERDE OLIVA CANTA, por Mariví Verdú

Ayer tarde tuve la afortunada decisión de dejar por un rato mi reposo y asistir a un acto que se celebraba en la peña flamenca “Torre del Cante”: la presentación del libro A quién le contaré yo... de Salvador Pendón. Se intuía interesante, dada la trayectoria de su autor y su dedicación al Flamenco y los Verdiales. Quería ver y oír también a dos jóvenes viejos amigos: Alberto Torres y Ríos Cabrillana, dos artistas a los que me volvía a encontrar después de muchos años y que ilustrarían con cante y toque las letras que se desgranarían durante el acto.

La cita fue a las cinco y media de la tarde y allí estuve, de las primeras en llegar. Saludé a todos los amigos y conocidos, subí despacito la gran escalera que lleva al salón de actos y allí esperé hasta que subieron todos junto a las autoridades de mi pueblo, dando así comienzo la actividad esperada. Después de la intervención de María Donaire, hija de Antonio, presidente de la entidad, que dio a todos la bienvenida a la peña, de la presentación que nuestro alcalde Joaquín Villanova hizo de Salvador Pendón, llena de agradecimientos y admiración personal, y de las palabras de nuestro diputado de Cultura Manuel López, comenzó la magistral intervención del autor, una amena exposición llena de verdaderos hallazgos, anécdotas y datos interesantísimos -los que solo en este libro pueden encontrar- y el concierto flamenco que acompañaba a cada letra citada y anteriormente comentada.

A quién le contaré yo...
es un cuidado inventario material y espiritual de los cancioneros españoles del siglo XIX, fruto de la investigación exigente y rigurosa de Salvador Pendón. En él reivindica algo que me interesa sobremanera y es el lugar que le otorga a la lírica popular anónima, justo motivo que ha dado sentido también a todo mi trabajo literario y a mi modesta aportación como investigadora: devolverle el lugar de honor que merece a la palabra cantada, recordada y escrita y el protagonismo que por justicia le corresponde a sus anónimos creadores, conservadores y, como es en este caso, estudiosos que dedican su tiempo y su maestría a dejarlo todo bien ordenado en un libro imprescindible. Es el segundo de lo que será una trilogía compuesta por Si quieres que yo te cante y que acabará con Ni la fuente más risueña que ya está a punto de salir a la luz. Todos ellos han contado con el respaldo y la colaboración de la Diputación de Málaga y su centro de ediciones.

Solo puedo desde aquí dar las gracias a los tres protagonistas de la tarde, a Salvador Pendón por enriquecernos con su trabajo, por hacernos partícipes de sus conocimientos y regalarnos el acceso a datos e historias que prenderán la llama en las nuevas generaciones de investigadores haciéndoles más fácil el camino. Gracias por su generosidad. Y a Juan Francisco Ríos Cabrillana por haberse tomado  tan en serio desde chico su profesión de cantaor de flamenco y por habernos ilustrado con su voz limpia las oportunas coplas antiguas que tanto nos han emocionado. Agradecer también a Alberto Torres su toque depurado y preciso y que asistiera acompañado de dos preciosidades: su hija Carmen y su esposa Lidia a quienes tuve el gusto de conocer. De su niña, de tan solo cuatro meses, me guardo la sonrisa tan preciosa que me echó. Toda la magia de la tarde se puede resumir en ella.  

El acto fue todo un éxito, con un lleno absoluto, inusual para una tarde de sábado, y un final muy espléndido ya que se les obsequió a los asistentes con un ejemplar del libro y Salvador estuvo dispuesto a dedicarlo a quienes quisieron llevar su firma de recuerdo. Antes de despedirnos con besos y abrazos, nos quedamos un rato en la peña alargando tan grato momento.  Quiero destacar a varias personas entre los asistentes: a Juan Moreno, presidente de mi peña Rincón del Cante de Las Castañetas y a varios socios, entre ellos a su hermano José María; a los concejales de Cultura y del Mayor, Andrés García y Miguel Pacheco, a algunos representantes del mundo de la Fiesta, entre los que nombro a Ramón Santamaría, alcalde la panda Raíces de Málaga y a María Elena Pino “La Cuqui”. Y cómo no a mis buenos amigos Salvador Rodríguez y Juani Soler.

Gracias, Salvador, por ofrecernos el fruto de tu trabajo, dos años de investigación, de dedicación, de cariño y pasión por este mundo que nos une en el tiempo y la afición. Y gracias a la vida que me deja disfrutar momentos como éste.

Desde El Garitón, aprovechando un insomnio lúcido y productivo, aún con el eco bellísimo y triste de la copla:
En la verde oliva canta,
que canta en la verde oliva...
¿Qué pájaro será aquel
que canta en la verde oliva?
Corre y dile que se calle
que su cante me lastima.


Por cierto, qué bonito el romance que la contiene y qué interesante. Lean el libro.
Con admiración, Mariví Verdú

domingo, 21 de enero de 2024

MEZQUITA FUNERARIA DE CALLE AGUA. A LA MEMORIA DE ACHOUR AICHA, MADRE DE AHMED LARINOUNA, por Mariví Verdú

El pasado doce de enero, gracias a la invitación de la profesora Carmen Íñiguez que atendió la visita, estuve con mis compañeros de UMA en el enclave arqueológico “Mezquitas Funerarias de Málaga”. Un lugar que desconocía a pesar de la vinculación que me une al nombre de su ubicación y mi amor por todo lo malagueño. Me pareció tan interesante que volví el pasado domingo porque quería compartir el descubrimiento con mis amigos UMANOS con los que comparto inquietudes y suelo salir de excursión, de almuerzos y de rutas de senderismo. Como la entrada tiene un número máximo de asistentes, no pude realizarla con todos los componentes del grupo. De todas formas, quien quiera ir, que busque en  Internet la página, poniendo “Mezquitas Funerarias de Málaga” y podrán leer al respecto, contactar y reservar una visita.

En el número 22 de Calle Agua, donde la ermita del Rescate, casi al final de Calle Victoria a la derecha, se conservan dos mezquitas funerarias y un mausoleo del periodo almohade. Dichas construcciones se datan entre los siglos XII y XIII y formaban parte de la necrópolis de Yabal Faruh, cementerio de la Málaga islámica, que desde el siglo X hasta la conquista de los Reyes Católicos estuvo en uso. Durante cinco siglos se usó y fue creciendo, tanto en extensión como en densidad de enterramientos, hasta alcanzar una superficie que se desplegaba desde las inmediaciones de la Puerta de Granada hasta Calle Agua y desde la ladera de Gibralfaro (nombre que proviene del árabe Yabal Faruh) hasta El Ejido.


Aunque tomé algunas notas de cuanto Carmen Íniguez fue contándonos al respecto, he recurrido a esta página que nos ofrece la Junta de Andalucía para ampliar la información que mi retentiva no pudo memorizar. Resume perfectamente los puntos más importantes que nuestra profesora nos contó como que las mezquitas son únicas en su género y que
su descubrimiento a principios de los 90, supuso la primera constatación del uso de estos edificios como recinto de numerosos enterramientos dentro de un cementerio público, caso del que no se conocen más ejemplos en al-Andalus.  Se construyeron con materiales sencillos, muros de mampostería y tapial enlucido con estuco ocre, sin ningún tipo de cimentación. Responde al tipo más simple de mezquita andalusí, con una sola nave de planta casi cuadrada y tan solo definida por el nicho del mihrab en el centro del muro de la qibla, que marca la orientación a La Meca y, por tanto, de los enterramientos. 
La singularidad y trascendencia en el mundo andalusí que representan estas estructuras, sobre todo  las mezquitas, propiciaron su conservación in situ y que la Junta de Andalucía adquiriera los bajos del edificio de viviendas en el que se localizan.
Dada su importancia patrimonial se inscribieron en el Catálogo General de Patrimonio Histórico Andaluz como Bien de Interés Cultural, con la tipología de Zona Arqueológica, en el año 2007.

Hoy quiero compartir este descubrimiento con todos mis lectores y añadir a la experiencia una reflexión que hice dentro del recinto en la segunda visita, recordando a mi buen amigo Ahmed Larinouna que acababa de perder a su madre el pasado día 17, Achour Aicha, de Blida (Argelia), por lo que se lo dedico a su descanso y a su paz.

Es 21 de enero. Estoy dentro del espacio sagrado de la Mezquita Funeraria de Málaga, en su necrópolis, escribiendo bajo la tenue luz que ilumina los restos arqueológicos donde se siente el paso del tiempo que no el silencio que lo rodea todo y será el mismo que fuera por entonces. No sé si cabe mi poesía en esta historia de antiguas muertes pero siempre cupo en el silencio. Y a ello me dispongo, entregada a divagaciones, con mis cinco sentidos puestos en los hombres y mujeres que aquí yacen, los que amaron y murieron esperando el paraíso.

Podría ser una simple observadora pero vengo llena de letanías y de lágrimas a buscar en el polvo la historia de los míos, la del hombre perdido entre su corazón y el vacío,  muerto de miedo ante su innata soledad, la que desquicia tanto y hace mirar a las estrellas con esperanza de vida eterna. Buscando un dueño único y todopoderoso que tenga piedad de él. Por estas cosas, cuando voy a un cementerio, da igual el credo al que pertenezcan sus moradores, suelo ir con respeto mientras experimento la sensación de paz que el silencio de los recintos me presta, el mismo que me sirve de excipiente para el pensamiento y de referente para el futuro que me espera y que no dista absolutamente nada del que tuvieron los primeros hombres que lloraron al sentir la inmensa orfandad humana o los que prefirieron buscar una fe para no morir del todo. Todos soy yo, yo misma. En mí vive la incógnita y en mi queda la flor de la esperanza.

No ha cambiado el dolor de las despedidas desde que caminamos erguidos y nos multiplicamos. Desde que experimentamos ser dueños de algo que llamamos vida o encontramos nuestro parecido en unos ojos de niño recién nacido del que su olor nos resulta propio.  Las fronteras, las tierras conquistadas, los clanes, las religiones pusieron limites entre nosotros desde la creación, desde que estamos aquí, junto a los ríos, en sus desembocaduras, buscando el sustento con trabajo, sudando los veranos, abrigándonos del frío, cobijándonos de la lluvia, doblegando a la naturaleza, temerosos ante el rayo, la noche y la fiebre, ante las fieras entre las que ya casi nos contamos de no ser por el culto a la duda abierta ante la muerte.

Después de siete u ocho siglos, el agua sigue corriendo bajo mis pies dejándome a su paso una vieja esperanza de abluciones. Y aquí estoy, despierta aún bajo mis canas, con los ojos cansados de llorar y asombrados de belleza, mirando vuestros restos con las manos tendidas y el corazón abierto. Porque dormís aquí, bajo unas lajas, tumbados sobre el lado derecho y mirando a La Meca, mitad polvo y mitad protagonistas de la historia, mientras yo sigo escribiendo, recordando lo bello y buscando entre muertos las flores del árbol de la vida.

De reposo por una temporada, en El Garitón, en mitad de un campo que me obliga al agradecimiento y acompañando en el sentimiento a mí querido amigo Ahmed Larinouna, Mariví Verdú


EL DUENDE LLEGÓ POR LA TARDE, por Mariví Verdú

Ayer tomé una buena decisión. Pensé que el dolor de mis rodillas sería el mismo en mi casa que en mi otro rinconcito preferido: el Rincón del Cante de las Castañetas. El atractivo que ayer hizo posible la cita de todos nosotros fue la actuación de Ezequiel Benítez y Paco León. Arte puro. Un lujo al que hubo que sumar el que siempre atesora y dignifica a mi peña, o sea, la afición de sus socios, el buen hacer de su directiva, encabezada por su presidente Juan Moreno; el calor de la amistad -que tanto acompaña- y las buenas comidas que compartimos. El arroz de ayer, elaborado por José Juan, estuvo exquisito. El ambiente, como en todas las reuniones de cabales, cordial.

Mirando a mi alrededor, viendo el lleno absoluto de una entidad sencilla y entregada al flamenco, verdialera, que sabe estar y escuchar, que sabe distinguir, tuve la ocasión de saludar al presidente de la Peña Juan Breva, Luis Luque (otra peña muy querida por mí en la que participé con todo mi corazón junto a Eugenio Chicano en la organización de su 50 Aniversario). Me dio mucha alegría su visita así como la de su hermano Victor y la del socio fundador Salvador Pendón que presento a los artistas.

A Ezequiel Benítez lo conocí en el festival flamenco de mi pueblo y me conquistó. A Paco León lo conocí en mi peña acompañando a Caracolillo de Cádiz. Y me enamoró. Ayer, dulcemente, me partieron los dos el corazón. Lo que gana el flamenco sin micro, cercano, en comunión de emociones... Tuvieron una actuación soberbia, formidable, única. El silencio de los asistentes fue total. El recorrido de Ezequiel por palos como tientos, soleá de Triana, alegrías, malagueña, fandangos, cantes de la trilla y seguiriyas nos puso tierna el alma y a más de uno le nacieron lágrimas en los ojos. Su cante y sus letras, propias, suyas, hijas de sus sentimientos, nos traspasaron. Gracias por haberse acordado de nuestro querido Manuel Alcántara en una de sus soleares.  El toque de Paco fue tan sincero y fiel, tan lleno de talento en esa perfecta armonía con el cante que se singulariza. Sus falsetas, medidas y oportunas, fueron aplaudidas en reconocimiento a tanta maestría. Para despedirnos, nos regalaron unas bulerías que hizo levantarnos a todos de la silla y volcarnos en aplausos.

Decía Lorca que el duende había que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre. Hablaba de soníos negros en las hondonadas de su alma poética. Quién soy yo para rebatir lo que su sabiduría nos dejó, sin embargo creo que el duende no necesita ser negro, ni blanco, ni hondo, ni que sean las tres de la mañana. Es verdad que no se le ve todos los días, es algo difícil de encontrar, un hallazgo, algo que ocurre cuando la magia nos rodea... Pues ayer vino a vernos sin tener que hacer demasiados esfuerzos. Se nos apareció por la tarde mientras fuera llovía. Fue un obsequio, un regalo, una parada del tiempo en ese espacio pequeño y acogedor que ayer cobijó a Ezequiel y a Paco, que nos reunió a todos nosotros. Y fue posible el momento, un hecho auténtico de arte, porque estaban presentes la sabiduría y la inspiración, porque se juntó el cielo y la tierra en un pequeño punto del mapa situado en Las Castañetas. Sí, fue de día y en un rincón muy flamenco donde tuvo lugar el milagro, donde todos pudimos sentir la  presencia del duende. esa que se recuerda más nítida y honda con el paso del tiempo. Gracias.


Todavía emocionada y agradecida, desde este Garitón donde se oye la voz de Ezequiel Benítez esta mañana de enero, Mariví Verdú

*Gracias, José María Moreno, por el video tan bonito que has hecho.

viernes, 19 de enero de 2024

EL LIMBO DE LOS TEXTOS Ó TRAS EL APAGÓN, por Mariví Verdú

Un acto tan cotidiano como despertarse, tan desapercibido, tan normal para la mayoría -a veces hasta mal recibido por lo dormilones-, tan poco agradecido por casi todos y aceptado como algo natural a lo que tuviéramos un derecho eterno, es un presente de valor incalculable, una extrañeza digna de reflexión. En mi caso, con siete largas décadas sobre mis rodillas y mis pies, está empezando a ser un milagro. Pero siempre lo fue. Pasar  del sueño a la conciencia, habitual trance de muerte a vida, de noche a día, de una luminosa oscuridad ávida de estrellas a una claridad que las difumina, no puede ser otra cosa más que un milagro. Espero al sol cada mañana hasta que se levanta por el cielo como fiel enamorada, mientras agradezco la inestimable presencia de la luz. Y cuando todo recupera su color, abro con emoción mi lienzo en blanco para escribir el nuevo día, oh papel pautado donde dejo canciones, armonías y aleluyas de agradecimiento. Busco a veces el grueso, el satinado para llenarlo de azules o el cuadriculado para dibujar mi crucigrama diario, el de palabras como tristeza, recuerdo, melancolía, para llenarlo de signos de admiración y duda. A veces me conformo con la superficie luminosa y bien definida de la pantalla del ordenador, esa que me conserva lo escrito en archivos que no ocupan lugar en las estanterías, que no necesitan el tacto amable de la pluma, tan delatadora de ánimos. A decir verdad, creo que se ha convertido en una comodidad a la que recurro, acto no exento del riesgo de desperdiciar la página en blanco que me ofrece. Sin embargo, me rebelo contra el abandono de la pluma, esa extensión que junto al lápiz y el bolígrafo conforman ese ha tanto tiempo una prolongación de mi mano, instrumentos de los que no me desprendo nunca y llevo conmigo a cualquier parte junto a la libretilla o el bloc. La última pluma, con la que disfruto bastante, me la regaló Magdalena, mi prima hermana, y tiene una particularidad: escribe sola.


Esta mañana, como si un resorte automático me echara de la cama, con ansias vivas de escribir, fui directa a encender el ordenador con las primeras palabras de este texto en la boca. Me senté a relatar todo lo que se desbordaba de mi cabeza y rellené más de medio folio. Oí, en el adorable silencio de la aurora, que estaba lloviendo y no me pude resistir a salir a la puerta para recibirla como si de una vieja amiga se tratase. Mi lluvia, esa que vivía antes cerca y se mudó al norte dejándose ver de higos a brevas, había venido. Olía a gloria. Alguien le puso a ese perfume petricor pero la realidad es que su nombre es gloria, gloria y de apellido bendita. Cuando regresé al cuartillo de mi tía María Teresa, donde coso y escribo, traía otro montón de palabras nuevas saliéndome de los dedos, promesas de flores, tapices verdes, pétalos cuajados de almendro, alfileres de boda de chilindros y mirtos... Pero se oyó una descarga cerca, un trueno, y se cortó la luz. Estaba sentda ya frente a la pantalla, releyendo para reanudar mi texto pero el corte se llevó mi archivo page al limbo de los ordenadores (eso no pasa con la libreta) y de pronto se me cayeron las palabras nuevas al suelo, unas se rompieron, otras salieron corriendo despavoridas y otras se quedaron blancas como el papel. Algunas, pocas, de las usadas anteriormente, volvían a mi memoria intentando sobrevivir, poniéndose de nuevo en orden, queriendo volver al relato de antes de la lluvia, antes del caos de las palabras húmedas, cuando el blancor de la virginidad, pero ya nada ha sido igual.

No me preocupé más que lo justo. Hice café, calenté leche, tosté pan, saqué la mantequilla, el azúcar, un cuchillo y una cucharilla, la servilleta y un salchichoncillo de Málaga que me hizo olvidar por media hora todo lo que había florecido antes de escampar. He estado un buen rato intentando recordar el orden de los verbos, de los adjetivos, de los nombres hermosos, de la elegancia de las conjunciones pero nada es igual, solo el pronombre personal que me nombra no ha sufrido modificación ni el que nombra el objetivo a quien lo dirijo: vosotros. Lo demás corresponde a la imaginación del yo y a la paciencia de todos los que habéis legado hasta aquí en la lectura.

Y aunque me queden marcas de tinta en los dedos, aunque exista la casi obligada opción de los tachones, aunque parezca algo pasado de moda escribir sobre papel y tener el mueble lleno de libretas, esta mañana he echado de menos el haber encontrado la hoja de las siete y media, escrita y a salvo, sobre la mesa y poder ofrecer la primicia de mis sentimientos puestos en negro sobre blanco, o sea, mi corazón traducido, abierto en canal. No ha sido así pero me conformo con seguir reescribiéndome, sabiendo que soy la misma persona, la de las mismas equivocaciones, buscadora de la belleza. Y soy la misma porque  contengo las mismas palabras y no se me gastan. Y porque, aunque me cueste, las sigo ordenando a mi manera y sé que es el orden que les gusta, donde ellas y yo convivimos a gusto, fielmente, bajo el cielo.

Desde El Garitón, ventoso el día, gris y casi transparente, Mariví Verdú

lunes, 15 de enero de 2024

MI MAR DE SIEMPRE, por Mariví Verdú

Estar frente a la  bahía de Málaga observando las mismas aguas que observarán mi madre y mi abuela, ante éste gris magón del día, propio de enero, es un privilegio que me enternece el corazón. Ser malagueña puede que fuera una maravillosa casualidad hace setenta años pero seguir siéndolo y estar convencidamente presente en ella, dedicada, visitarla cada vez que puedo, amar este litoral conocido con la misma pasión que me traía a la playa en mi niñez y mi adolescencia, eso es otra cosa. He conocido otras tierras, otras aguas, claras o densas, profundas o bajitas, otras bahías, pero es ésta la que acude en mis sueños, la que me endulza y me moja. La mía.

Venir a caminar por Calle Pacífico, me transporta en el tiempo. Estar en la misma tierra que en tardes de primavera, a la recacha de aquella tapia del patio del número 25 que cobijaba la presencia y la labor de mí sangre femenina, me emociona. Me imagino, acompañadas de silencio y luz, aquellas hacendosas manos conocidas, las que de un trozo de tela sacaban bellísimos manteles, elegantes vestidos, pañitos de croché e innumerables filigranas, espléndidos muestrarios todos de bordado y encaje, de trabajos minuciosos y pulidos que han durado hasta nuestros días para el deleite propio y de posteriores generaciones. 

Estoy tomando un café justo en la misma chimenea de la fábrica Cross, donde trabajó mi abuelo hasta su muerte. Estar cerca de la estela de los míos me infunde seguridad y una fina tristeza que me dice que no estoy perdida, que piso sobre lo conocido, sobre algo mío y que no estaré sola nunca en estos contornos.

Cada cual es feliz a su manera, tiene las necesidades que tiene y da gracias al Dios de turno, al de su elección, por todo lo recibido. Yo también doy las gracias a este perfil salino que me reconoce y a quien debo el verbo preciso de la luz.

A mí madre y a Esperanza Arce. Y para Víctor Manuel Heredia.

*La foto es de otro día, tomada por Esperanza Arce. Gracias.

jueves, 11 de enero de 2024

LAS ÚLTIMAS ROSAS SON LAS PRIMERAS, por Mariví Verdú

Debo vivir en el reino de los cielos, por aquello de que “los últimos serán los primeros”. Pues sí, no sé cómo catalogar mis rosas, si las últimas o las primeras. Acabo de podar los rosales y éstas de la foto han sido las primeras rosas del año, las últimas rosas del invierno. Lo dicho: vivo en el reino celeste a pesar de mi tristeza.

Tengo las manos abiertas del esfuerzo, cuesta usar las tijeras de podar. Anoche estuve hasta que la oscuridad me permitió realizar la poda de las viñas que mi padre y mi tío Federico sembraron a finales de los setenta. Son ya muy viejas mis cepas. Quiero coger este año algunas varetas sanas y sembrarlas porque pronto se harán madera las viejas madres y ya no correrá savia por sus venas. La uva moscatel más buena que comerse pueda a finales de verano, la más dulce y sin tratamiento alguno es la que dan esos pies de casi cincuenta años de edad y que solo lo han tocado aquellas manos queridas y las mías. Bueno, a decir verdad, los dos que sirven de enterramiento a las cenizas de mi padre me los podó una vez mi querido amigo Antonio Arjona, escultor y poeta, a quien tan poca justicia se le ha hecho. Alhaurín de la Torre le cobró impuestos durante más de media vida y no ha sido ni para devolverle su ilustre vecindad con un reconocimiento a su obra. Ingrato mundo. Antes de su muerte escribí una carta a la Concejalía de Cultura haciéndola partícipe de su extenso currículo y no recibí ni una llamada de consuelo. Ya nada sirve de nada porque está muerto y nadie lo resucitará, ni siquiera poniendo una de sus magníficas obras en las innumerables rotondas del pueblo, algunas tan horribles artísticamente hablando, quedaríamos en paz con él.

Hoy daré comienzo a una nueva actividad, iniciaré un curso en La Térmica dirigido por Pedro J. Plaza González (Alhaurín el Grande 1996), un aula de retórica y comunicación: El Arte de la Palabra. Voy muy animada después de dejar atrás esta afección que me ha paralizado el otoño y casi un tercio del invierno y me ha sumido en una afonía terrible y en un miedo insufrible a los contagios.  Mi nuevo profesor es Graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga, doble Máster en Profesorado y Gestión del Patrimonio Literario y Lingüístico Español e investigador FPU de esa misma Universidad. Publicó, junto a Giovanni Caprara, su traducción de los Cantos suspendidos entre la tierra y el cielo (Editorial Independiente, 2017), de Silvestro Neri; y, junto a Ángelo Néstore, la traducción de Dolore minimo (Letraversal, 2021), de Giovanna Cristina Vivinetto. Ha sido premiado en diversos concursos literarios, recibiendo un accésit en el V Premio Cero Internacional de Poesía Joven Bodegas El Pimpi o el III Premio Alborán de Microrrelato.
Corrió a su cargo la edición de Cancionero del amor fruitivo (Cancioneros Castellanos, 2018), de José Lara Garrido; se ha encargado de la antología Desde el Sur te lo digo, de Antonio Gala (Rafael Inglada Ediciones, 2019), y de la edición de En sí perdura: Tradición y modernidad en la obra de Rafael Ballesteros (Renacimiento, 2022). En 2021, ganó el Premio Málaga de Investigación por su ensayo El poeta y el caleidoscopio: Lecturas múltiples en «El poema de Tobías desangelado», de Antonio Gala. Es director editorial de El Toro Celeste y editor de los Quaderni Mediterranei, junto a Silvestro Neri y Lorenzo Cittadini. Su tesis doctoral la realizó en torno a la obra poética de Gala, Tradición y modernidad en la poesía de Antonio Gala: Exégesis y relección desde su obra total. Imaginad como estoy: totalmente feliz.

Hace sol, el día nada tirnr de invernal ni es propio de enero. Ayer me cercioré si mis almendros tenían flores. Todo está tardío pero nada me hace perder la esperanza de las rosas de nieve del almendro.

Estoy entusiasmada con la publicación de mi libro de poemas “De Dios y de su falta”. Tengo la suerte de contar con suficientes apoyos y algunos de ellos, los privilegiados, con línea directa al de arriba. Ya solo falta pulir y dar lustre a la portada y cuidar de que el interior vaya en perfectas condiciones ante los ojos de todos vosotros.

Ser casi feliz es casi llegar a Ítaka. En el camino me lo estoy pasando tan bien que no me importa anclar en ningún sitio, solo en algún corazón.

Con luz y una fina tristeza casi alegre, Mariví Verdú

*Gracias a Benito Acosta y Evaristo Guerra por vuestras felicitaciones navideñas. Y a Víctor M. Heredia, personas con la vida me bendice.

lunes, 8 de enero de 2024

SEMBRANDO PASCUEROS, por Mariví Verdú

Hoy es lunes, día de San Severino, toca quitar el Belén y los adornos, pocos, que han coloreado mi casa en estas navidades: tres pascueros que han acompañado tanto mi soledad como la compañía de mi familia. Porque nadie se ha acercado a visitarme esta Navidad más que ellos tres para quienes van mis palabras de hoy, en particular para mi nieto Daniel que da argumento y sentido a mis días. Se las dedico también a mi amigo Pedro Montero a quien agradezco su lealtad de lector y su ánimo para continuar este empeño que me saca a las cinco de la mañana de mi cama y hace que me enfrente al papel en blanco con el corazón en la mano.También a mis buenos amigos y a mi gata, fiel donde las haya, ya tan vieja y tan achacosa como yo.

Resumir estos días de fiesta que han tenido mucho menos motivos para festejar de lo que nos gustaría, es una tarea que me propongo. Sacar afuera los sentimientos que me provocan los días navideños no es tan fácil como puede parecer a primera vista porque hay muchísimas emociones encontradas, enfrentadas, sensaciones tristes ante tan lucecita y tanto consumismo a lo que hay que sumar hacerlo intentando no herir tantas como diferentes sensibilidades. Qué complicada tarea la de recurrir al silencio y la soledad para oírnos la voz del alma, un momento difícil de hallar para la gran mayoría cuando lo que prima son las reuniones, las aglomeraciones y el bullicio. Entre cenas y compras, almuerzos y regalos y mucha gripe compartida, pocos hemos tenido tiempo para la calma y el sosiego, esa experiencia profunda e intima que nos conecta con nosotros mismos, esa situación necesaria para apreciar matices, para indagar en el porqué de lo que estamos viviendo y dar gracias por poderlo contar. Intentar descifrar lo que estos días significan es bastante complicado. Hacerlo desde mi visión y querer interpretar los hechos ajenos es misión casi imposible. Complicado es averiguar si esta actitud colectiva es solo un dejarse llevar por lo fácil y la tradición o si detrás de todo hay una verdadera afección a algo que no es tan simple ni material sino que, rozando el misterio, nos acerca al corazón y deja libre la necesidad de amor y abrazos que tenemos la mayoría de seres humanos.

No todos tenemos ocasión de disfrutar de besos y abrazos, ni siquiera de cosas materiales como una buena cama donde descansar el peso de la pena diaria. Ni que decir tiene que si hay quien carece de agua en estas fechas me pueda resultar grotesco hablar de turrones, gambas y gollerías, me dé asco del despilfarro y sienta vergüenza ante los contenedores de basura. Han habido demasiadas lágrimas estas navidades, mucho fracaso de convivencia, de entendimiento, da falta de voluntad para hallar soluciones y llegar a entendimientos en este pequeño mundo que habitamos. Por eso yo vivo las fiestas a medias, o sea, dando gracias por la cercanía de mi familia mientras no puedo olvidar que otros sufren, que no tienen lo básico, que carecen de alimentos por lo que es imposible la paz. Nunca hubo paz sin pan. Siento pena y miedo porque la guerra se contagia como la peste y la sed de muerte crece sin saciedad. El hombre insatisfecho es una fiera para el hombre. Y la tristeza circula libre en dirección de cualquier corazón abierto. Somos todos blancos de la insensatez.

Si cuando se abre una flor, al olor de la flor se le olvida la flor... así decía Serrat en su canción “Señora”, y se me ha venido a la cabeza porque algo similar podría resumir lo que ocurre con el misterio navideño, aunque más descarnado. Toda esta fiesta que rodea a las Navidades tiene un motivo cristiano que comienza la noche de Nochebuena y que anda medio perdido entre abigarrados adornos. Todo lo provoca un nacimiento que significa la venida de la esperanza y la salvación de los hombres. Sin embargo, el envoltorio material de la fiesta ha tomado el protagonismo y todo llega a olvidarse bajo tanta parafernalia de brillos y luces, estrellas colgantes, oro y espumillones, bolsas cargadas de regalos... Pero algo inmenso subyace debajo del oropel, algo simple y humano: un niño recién nacido. La grandeza divina se nos muestra en la sencillez de un ser desnudo y frágil. La humildad en un pequeño e indefenso niño que debía conmovernos tanto como para defenderlo en cada uno de los niños del mundo. Salvémoslos del frío, del hambre y la barbarie que se comete contra ellos. Gritemos el mensaje universal de la paz. Para ello recomiendo, ante el tumulto y el vocerío, el silencio, la soledad y el recogimiento para pedir por todos los niños del mundo.

Este año he pasado mucho tiempo enferma, más del que me hubiera convenido, demasiado para los años que tengo y los pocos que quedan. Salir de enfermedades no es tarea fácil cuando se alcanza mi edad. Antes me reponía enseguida, recobraba de inmediato la vitalidad y volvía a las tareas con fuerzas renovadas, sin embargo ahora, que todo son achaques, me cuesta incorporarme y lo hago con una lentitud inusitada. A pesar de todo he ganado algo que nunca había conquistado en mi juventud: la paciencia. Me ha dado tiempo a pensar mucho, a reflexionar sobre lo importante y lo fundamental, lo prescindible y lo intolerable. Salvar la familia, la amistad y la conciencia es importante. Mirar por la salud, fundamental (sin ella no hay nada). Tener demasiado mientras haya quien no tiene nada es intolerable y hacer lo que hace la mayoría es prescindible y poco recomendable. ¿Sabéis dónde tenemos el corazón? Busquémoslo.

Recuerdo cómo acabé la entrada anterior “Las flores diminutas de Año Nuevo”: Ya mismo estarán los almendros en flor y digo yo que lloverá. Lo digo con fuerza a ver si el eco llega a los ojos de Dios y se derraman. Afortunadamente llovió dos días después, todo está verde y húmedo pero los almendros siguen sin regalarnos su blancura. Para contrarrestar, anteayer amaneció La Maroma coronada de nieve. Siempre hay motivos para el agradecimiento.

Hoy sembraré los pascueros (regalos de la Familia Soler, de mi Peña Flamenca de Las Castañetas y de Julia Rose) y podaré rosales y viñas que la luna está menguante y es enero. Un nuevo enero. Gracias por volver.

Desde El Garitón totalmente luminoso, Mariví Verdú

 Foto: Mirador del Macho Montes desde El Juanar (Ojén)  Marbella, el mar y África

lunes, 1 de enero de 2024

LAS FLORES DIMINUTAS DE AÑO NUEVO, por Mariví Verdú

Desde que me levanté esta mañana, primer día del año 2024, siendo las ocho menos veinte, hasta ahora que me pongo a escribir lo que entresaco del montón de reflexiones con que anoche me fui a la cama y que se han multiplicado esta madrugada sobre la almohada, no he parado de dar gracias a la vida. La verdad es que no he dejado de reconocer mi fortuna, a pesar de estar con una tos que me doy la vuelta cada vez que me da el galillo. Agradezco lo más grande y lo más pequeño, por saber que estoy donde estoy, que pasa lo que pasa, que nada es para siempre. Doy gracias por abrir un grifo y que aún reciba un caño de agua clara, por tener café caliente, leche y pan -aunque sea de dos días- y tener ganas todavía de abrir la boca. Doy gracias por poder pensar, sentir, conmoverme y escribir. Doy gracias por tener rosas a estas alturas del invierno, por las violetas, por el polvo que he quitado del poyete de mis ventanas, por la compañía fiel de mi Missi y el pequeño gran regalo de mis muscaris y de mi lavanda. Por el sol.

Añoro también muchas otras cosas: voces, presencias, abrazos...Añoro mucho la lluvia. Desde mi alféizar puedo ver lo lejano que está todo y lo cerca que lo tengo de mi corazón. Y siento las setenta despedidas con una distancia tan corta que los años parecen un suspiro. Podría enumerarlos todos desde el 53. De nunca me gustaron demasiado estas fiestas, ni siquiera cuando era chica. Además, nunca creí que a las doce acabara nada. Solo me valía para hacer un examen de conciencia, un durísimo examen sin piedad que durante años ha hecho de la Nochevieja un noche terrible. Tampoco creí nunca en los Reyes. Aquello de cuestionarlo todo sigue vigente desde mi más remota niñez. Con muy pocos años me cargué una muñeca de aquellas que lloraban solo por ver el mecanismo que originaba su llanto, en cuatro palabras: para destapar el misterio. El pito lo tenía incrustado en su espalda y era un sistema de fuelle que funcionaba con o sin muñeca. No como el llanto mío. Mis lágrimas son tan mías como la sangre. Tampoco me han gustado las cabalgatas, las aglomeraciones. Una vez nos llevó mi tía María Teresa a ver a un rey mago y nos hicieron una foto con él a mi hermana y a mí. Pero no creía que aquel desconocido me diera ni la hora. Una vez tomé las uvas con una amiga en un velero en el Puerto de Málaga... Recuerdo las primeras que tomé con mi nieto. Luego me quedé a dormir con él. Y poco más porque hay otros recuerdos preciosos cuando mis padres vivían pero solo con pensar me pongo tristísima.

Anoche hice una cena en solitario. No estaba el plan para ir a casa de nadie. El rato que estuve en la cocina fue agradable. Había dejado encendidas las luces del Belén y la lámpara que me regaló mi querido amigo Juan Carlos Bandera.  Qué guapo era interior y exteriormente. No me explico por qué tomó la decisión de irse... Puse la radio. Me acordé de que este año no he hecho los borrachuelos. Ni me ha tocado la lotería, solo la que llevaba a medias con mi amigo Carlos Prados que fue el primero en mandarme unos besos nada más comenzar el año. Me llamó mi hijo, los vi a los tres en su casita tan a gusto y di gracias por ello. Me llamó mi vecina Tina para tomar juntas las uvas. La noche estaba fría para salir a ningún sitio, por más que me hubiera agradado. Luego,  mi nieto me mandó un mensaje de felicidades. Y vi cómo se ha forjado mi vida a base de descubrir días y noches, de mañanas y tardes milagrosas, de sacrificios y alegrías, de mi suerte. Buena o mala, ha sido ella la que me ha esculpido mientras la razón y los sentimientos se han encargado de tirarme la obra un montón de veces.

Y como el ave fénix, a renacer toca. Una y otra vez, mientras mi corazón lata, resurgiré como he hecho siempre, como hasta ahora tenemos el vivo ejemplo en la naturaleza, como fue y será mientras me quede un hálito de vida. Siempre agradecida porque el milagro se obra al transformar lo negativo en aprendizaje y lo positivo en una forma de recobrar el aliento para nuevas caídas.

Ya mismo estarán los almendros en flor y digo yo que lloverá. Lo digo con fuerza a ver si el eco llega a los ojos de Dios y se derraman.

Desde El Garitón, un año más, dejándome el alma al descubierto, Mariví Verdú

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...