viernes, 21 de mayo de 2010

EL COLOR DE LA SEMANA: ROSA ARRIBA ESPAÑA

¿Qué color le pondría a la semana que la definiera en el tiempo y en el espacio, que nos la identificara en este continuo suceder de minutos y horas tan justamente adjudicado y tan de todos?
 Yo le pondría color de rosa, pero no el de cualquier rosa a elegir entre los bellísimos tonos que atesoran sus variantes sino de una rosa muy particular que yo la he nombrado “rosa arriba España” por llevar toda la escala de nuestra bandera, del rojo-amarillo, en un arco iris bicolor sobre unas rosas tan grandes como manos abiertas que comienzan siendo, más que naranja, casi llama encendida, para después dejarnos boquiabiertos con unos pétalos anchos, dulces, olorosos, que nos muestran al mundo el altísimo misterio de la Madre Naturaleza.

Debo estar volviéndome una salamanquesa o una mariposa porque ya no soy feliz más que en contacto con la tierra, asimilando mansamente sus ciclos, estremeciéndome bajo la sombra de los álamos -cuyo lenguaje entiendo- o buscando la recacha de una tapia encalada. Me niego rotundamente a seguir los cambios impuestos como la televisión digital, entre otros. Vaya mamarrachada de televisión. Sólo hay que echarle un vistazo a las programaciones ofrecidas en sus distintas cadenas para tener una visión muy cercana a la realidad de lo que tienen en sus seseras los responsables de dirigir este país.  Y no sé por qué motivo no se había previsto la supervivencia de las cadenas locales que por lo menos nos hablaban de cosas conocidas y cercanas, cosas que nos incumbían directamente y nos invitaban a la participación.

Recuerdo cuando mi padre -gran amante de los avances tecnológicos- me decía: yo no sé dónde vamos a llegar. Pobre padre mío, qué confianza tenía en el futuro.  Y mira adonde hemos llegado. A la mismísima... aunque llegar ahí es una inducción, no una obligación. Yo, en mi libertad, prefiero leer un libro o provocar noticias que tragarme las ajenas. Porque la televisión es la cosa más parecida a la política, un puñado de gente que nos manejan y nos cambian los maravillosos hábitos de vida que teníamos los humanos. Y más los humanos del Sur, los que no necesitamos ver maravillas enlatadas porque las tenemos en directo, ese lugar donde la gente se sentaba a la puerta entre perfumes de jazmín y engarzaba sus flores para hacer biznagas y collares de flores para los rodetes. Un lugar donde el tiempo se ralentizaba hasta que las estrellas y el relente nos obligaban a meter las sillas y destapar la cama. Yo sigo viviendo en él.
El bipartidismo no es bueno. Cuando escucho a alguien decir: a ver si ahora entran estos y están un par de años sin robar y cuando empiecen a hacerlo (algo que generalmente se considera inevitable en la clase política) se cambian otra vez... Y a mí me entra tal desconsuelo que hago como cantara Camarón y recogiera Demófilo: echo una manta en el suelo y me jarto de dormir. Y me levanto temprano para ver las rosas del amanecer.
Porque ese mágico instante no me la quitará nada más que Dios y sus inexplicables decisiones. Mientras tanto sigo siendo una enamorada de ese preciso y precioso instante. Cada día distinto, cada estación cambiante, cada año más melancólico. Y es que los amaneceres de esta mitad de Mayo son del color de estas rosas arriba España, os lo aseguro, y tienen mi juventud escondida en sus altos pétalos. Auroras naranjas, amarillas, claras y perfectas, con un mar de oro y el sol naciendo allá por las Sierras del Este, entre Alcaucín y Sayalonga, en la provincia donde Dios estuvo más tiempo aquel día de la creación para rematar la faena con sus manos.
Desde este Garitón, casa bendita, con el desencanto traducido en rosas, Mariví Verdú

DEL PERIÓDICO DIGITAL EL AGUIJÓN

jueves, 20 de mayo de 2010

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE. La Ley de D’Hondt y sus huevos de oro

Hace mucho tiempo, yo diría que desde que nací, me siento una persona cívica y sociable, casi pública, y puede que el mérito no sea ni mío, al menos, por lo del carácter extrovertido. Y es que la genética y la crianza juegan un papel muy importante en nuestro carácter y en las consiguientes relaciones de cada uno con los demás, por tanto agradezco a mis padres este posible don o sólo cualidad, porque no siempre es bueno ser sociable y mucho menos pública. Ser una mujer pública, tómenlo como les de la gana (que no está igual visto el adjetivo cuando califica a una mujer aunque allá cada uno con lo que se le venga a la cabeza), tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Las ventajas podría enumerarlas con pocos dígitos: conocer gente (buenos y menos buenos, malos y muy malos), tener siempre algo de los demás en nuestra propia cara (hablo de besos y de ese mínimo porcentaje de hipocresía o saber estar que hace sonreír cuando está una negra por dentro pero la cosa así lo requiere), ser menos una misma para ser de los demás (al menos, el tiempo que se dedica) y lo más importante: tomar el pulso a la sociedad malagueña casi a diario y tener una conciencia clara de lo que pasa a pie de calle. Si además de esto conoce una el sistema político por dentro, eso es ya el acabose. Ahí si que el concepto de hombre o mujer pública toma matices escandalosos.

El servir a los demás es una vocación y yo la tengo. Es algo así como oír una voz interior que siempre antepone al otro a ti misma. Digo yo que así será también el médico, la monja y todo aquel que entrega su vida (tiempo, esfuerzo y emociones) a los demás. Y digo que la tengo porque, además de sentirla, no cobro por ello. La única vez que cobre de la administración fue por un cargo de confianza y fui la mayoría de días a trabajar llorando. No entendía nada. Porque no entiendo la política de partidos, entiendo la política de conciencia y de ideología. La política cabrona que desune y machaca es mala de necesidad. Mi compañero Jesús, hombre trabajador como nadie y preclaro en sus ideas, siempre me dice que los cargos públicos de alta responsabilidad deben cubrirse con los mejores profesionales y expertos en cada una de las materias. Cuánta razón tiene. Los políticos son el poder legislativo ¿por qué no acaban de una vez de definir las leyes y dejan que los entendidos trabajen en aplicarlas? Y digo yo ¿qué hacemos los votantes para tener a tanto inepto en el poder? A decir verdad, nada. Falta educación y voluntad de cambio. A pesar de lo difícil que es contentar a todos, las cosas son más fáciles, mucho más fáciles, pero para ello deberíamos oír al corazón, escucharlo en silencio, y tomar determinaciones. En la unión y el respeto se basaría el tema pero ¿quién une dos fuerzas que no quieren entenderse? ¿quién será el bendito?

Me da un miedo que lleguen las votaciones. Otra vez, hileras de clones alfa y beta, vestiditos de domingo (aunque se tenga la nevera vacía) a coger la papeletita que les hace sentirse importantes... ¿Nosotros decidimos?... A grandes rasgos podría parecer que sí, pero no, no es tan sencilla la cosa. Hay trampas en todos los juegos. Las más sucias son las que hace el fabricante. Piensen y verán que no es tan decisivo nuestro voto. Es más, con este sistema electoral que rige hoy, queda todo tan pobremente repartido... O mejor dicho, lo hace dos tochos y excluye a las minorías dejándolas sin representación. Ver la Ley de D’Hondt. Un lumbreras sería este Victor D’Hondt, digo yo, si hubiera cobrado por el invento, rebasaría la fortuna del Gates. Pero aquí ya nadie hace nada por amor al arte, salvo escasas minorías y algunos poetas. Y , hablando de minorías, puede que las necesidades que estamos teniendo, las que conformarán el futuro de nuestros hijos y nietos, tengan más que ver con el pensamiento de inteligentes minorías que con este desmadre que nos está tocando vivir en esta democracia de los huevos, de oro para muchos -porque son muchos los funcionarios y políticos- y de los que se tocan los mismos, o sea, la mayoría - de madera para otros -por la obligación que otorga el paro- y de chocolate para los que se han acomodado a la sopa boba de sus pensionistas padres y ¡hala!, a vivir que son tres días. Las excepciones, que también las hay, sólo confirman lo dicho.

España es el piquito del gran dinosaurio de Europa, este que quiere parecerse al refundado continente americano, fuerte e invencible -después de cargarse a todas las minorías, dueñas y señoras, de aquellos territorios- y al vencido gran oso del este, el que se está bebiendo su propio vodka, y sigue sin echar cuentas de la vieja tortuga amarilla, a la que creemos mansa y torpe porque la comparamos con una tienda de veinte duros y un restaurantillo de barrio...pues vamos listos. Y al sur, donde las esmeraldas y los diamantes, los blancos sólo han dejado hambre y miseria. Nosotros mismos les esquilmamos por la cara las minas de fosfatos a los vecinos del continente de abajo y ahora...si te he visto no me acuerdo. Y digo yo... ¿por qué no nos unimos a Saramago y pedimos que cierren todos los zoológicos del mundo? y añado: ¿y si en su lugar metemos a estos otros animales que tanto salen en la tele?

Con mucho polen en el ambiente, y muy mala leche en el panorama político actual, desde El Garitón y con miedo a la apatía, Mariví Verdú

jueves, 13 de mayo de 2010

CRUZANDO LOS OLIVARES

 Alejarse del lugar donde se vive habitualmente, tener otro punto de vista que el de costumbre, por muy hermosamente rutinario que este sea, implica, entre otras cosas, la visión del nuevo paisaje -con lo que esto conlleva de descubrimiento, de emoción, de aventura y de riesgo- y la falta del viejo paisaje o la melancolía del paisaje perdido, alejado tal vez para siempre de nuestra mirada.
Cruzar los olivares de Jaén, perder por un momento –que puede ser eterno- las suertes conocidas, la grata costumbre de la mirada, pegada a la tierra del campo malagueño desde siempre, me llena de una placentera emoción que roza el alma de todos los hombres en un concepto, por amplio, universal.

La lluvia caída no ha dejado una mota de polvo sobre los campos. Los olivos, llenos de hoja nueva, relucen como de cera extendiéndose a lo largo de la carretera en parcelas perfectamente dibujadas, bordadas a realce: un inimitable Patchwork  perfilados de cielo. Voy dejando el paisaje atrás mientras recuerdo el poema de Miguel Hernández…andaluces de Jaén, aceituneros altivos… Fuera de los límites de mi provincia, me invade un nuevo sentimiento: el sentir andaluz. Este es común para un número más limitado de seres humanos.

Seguir pasando, cruzar tierras castellanas, dejar Despeñaperros atrás,  llegar a los azules de Puerto Lápice, disfrutar el tapiz vegetal que en la Comunidad de Madrid han dejado las lluvias, ver los álamos tiernos de Alcalá de Henares,  me hace recordar, sentir morriña, pensar en mis verdes perdidos. Entonces, un fuerte sentimiento de nostalgia aflora y la distancia entre los verdes se hace insalvable. El mapa conocido me saca de sus límites y la sensación de sentir un país tan hermoso bajo mis pies, frente a mis ojos, me llena de una sensación grande y extraña. Sigo amando lo que siento mío pero con un cierto tono de tristeza, como se recuerda a la abuela muerta, lejana y nuestra, extraña sangre tuya que te duele y no sabes muy bien dónde y por qué.

Regreso. Volver al terruño es necesario. Para todos los que tenemos muchos años es vital tener un trozo de tierra al que agarrarse. No hay nada que me hiriera más que un destierro. Las margaritas, que todas se parecen entre sí, las amapolas, que pueden parecer iguales, los triguillos, el polvo del camino, los olivos, las rosas…todas pudieran ser la misma cosa pero las rosas de una misma, las rosas cercanas, tienen más perfume,  los trigos son más oro, las margaritas tienen nombre propio…los olivos…
El color de la semana no me cabe duda que es el verde, matiz de olivo nuevo, de trama clara, un verdoso gris satinado que nos llena de esperanza y de retorno.

Con la semana atrasada por el viaje, alegre por la vuelta, Mariví Verdú

EL AGUIJÓN

miércoles, 12 de mayo de 2010

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE EN LA INVASIÓN DE LAS ROSAS

Doliente y de Occidente en la Invasión de las rosas

Amanece un nuevo día de Mayo. Han pasado doce días desde que comenzó y siguen las lluvias. No puede haber más belleza que la que queda en un paisaje recién pasado por un baño de agua mansa y fresca de mayo.

Qué fresquita ha venío
la primavera
y el agua que ha caío…
qué calaera.

Verde está el campo.
Más verde los amores
que va anunciando.

Desde el pasado viernes hasta ayer martes he estado fuera de mis límites queridos, los que conforman la Sierra de Mijas, la de las Nieves, la del Torcal y la da Tejeda, los planos verdes de la Vega del Guadalhorce y el turquesa vivo de la mar. He ido cruzando olivares de Jaén y campos verdes de varias provincias hasta llegar al mismo Madrid, ciudad apasionante, enorme, que me da por perdida. Aunque, si me pierdo allí algún día de verdad, me hallarán - frente al Hospital 12 de Octubre- en una placita que tiene el nombre de Málaga. Estaré junto al mural de cerámica que nos la retrata con su farola y su mar contenido. La verdad es que Madrid es hermoso, demasiado para vivir allí. A la vuelta, he visto atardecer en Granada desde el Mirador de San Nicolás. Porque Granada sí que es belleza, una belleza que nunca me pierdo cuando por allí ando.

Granada, ciprés y nieve,
verde y blanca es mi Graná...
es tanto el arte que tiene
mi morita acristianá,
¡bandera tú, porque puedes!.

Y es que una visita al Sacro Monte, un paseo por la Cuesta del Chapíz y un alto en la Placeta del Salvador no hay quien me los quite si voy a la Ciudad de la Alhambra.

Granada sólo es Granada,
agua de Darro y Genil,
carmen de cuatro barandas:
Sacromonte y Albaycín,
Generalife y Alhambra.

Porque Granada tiene aljibes de un agua que a mí me quita la sed más grande, la del alma, me deja el corazón líquido y transparente, me enamora:

De cármenes y de flores
está llenita Granada,
de ojos negros y de amores
y placitas donde el agua
va cantando sus rumores.

Y, como llegué de noche no pude hacer otra cosa que dar gracias por lo vivido, por estar de vuelta y dormir. Pero, al amanecer, al volver a descubrir las bellezas de mi entorno diario, al recuperar la paz de la rutina, sentimiento de conformidad con la vida que no puedo traducir con palabras, veo mi trozo de bahía, mis montes cercanos, mi luz clarísima. Y, como presente, encuentro abiertas las mil flores de un chilindro y todas las rosas de la tierra en este pequeño mirador del mundo.

No quiero herencia ninguna
porque ya tengo bastante
siendo Málaga mi cuna.

Desde El Garitón, con un cariñoso recuerdo a Los González, a Paco Pereira, a Gema de la Torre y a Richard Gautier, Mariví Verdú.

miércoles, 5 de mayo de 2010

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE HACE APUNTES VITALES

A Loli Aranda, in memoriam.
A mis muertos y, entre ellos, a Loli Aranda Cuenca, tan mía y de los míos.

No puede ser verdad que en un momento se nos borre la vida como si fuera una pizarra en la que se escribió el amor, el dolor y el placer y estos sentimientos sólo fueran palabras huecas, sin alma y sin historia, escritos que, de un día para otro, no interesan a nadie. Recordar a una persona que ya no está entre nosotros es sólo tarea de los vivos. Las muertes naturales, las que son resultado de los años vividos, son más llevaderas. Otra cosa es cuando no hay recuerdo alguno porque nunca se olvidó nada. Pero eso sólo pasa cuando se muere un hijo. O una madre. La intensidad de esos sentimientos puede ser una descarga de alta tensión Sin embargo, cuando se instalan todos los muertos en nuestras cabezas, el intervalo de tiempo que pasa entre el recuerdo y el olvido suele durar poco. El hecho es lógico, resultado del mecanismo de la cabeza humana para no adentrarse en ese túnel de la tristeza profunda que tan cerca nos deja de la última estación. Es la estrategia natural para no sufrir lo inevitable: conocer la soledad y el vacío existente en nuestros corazones y, algo que no podemos dominar, el temor de nuestra propia muerte.

Hoy y durante la mayoría de mis días -desde que cumplí los cincuenta- han sido más abundantes las despedidas que las bienvenidas, una situación que me ha hecho recapacitar mucho sobre mi estancia en este rinconcito soleado del globo. Ante las fiestas típicas, hablo de bodas, bautizos y comuniones, suelo tomar una actitud algo dramática. De hecho, los momentos más alegres de mi existencia, los que son dignos de celebración y regocijo para la mayoría, suelen darme un miedo tremendo. Sin embargo, aunque por mis palabras les pudiera parecer que soy persona pesimista y negativa, no es así. Aunque viva en la eterna duda me confirmo en la primavera. Y aunque les parezca que estoy en las Batuecas, vivo en el mundo más real y vivo de cuantos mundos hay. Y es porque vivo con mis vivos y con mis muertos, porque no permito que personas que tanto significaron para mí dejen una estela más fugaz que la huella de unos pies que pasearan por la orilla de una playa un día de levante. Sus existencias forman parte de mí, soy yo misma, ellos me han hecho ser lo que soy pero también forman parte de la memoria y de la vida de otros. Estos seres, anónimos para la mayoría por amor a la prudencia y a la humildad -virtudes dignas de los santos-, no aparecieron en nuestra crónica ciudadana, no son protagonistas de ningún legado histórico, no queda de ellos otra palabra escrita que las fechas de entrada y salida de la fría burocracia del mundo, pero... ¿qué sería de nosotros sin nuestros muertos? Algunos podían haber engrandecido con su obra el excluyente y apartado mundo del parnaso y sus vidas hubieran sido ejemplares y dignas de ser leídas e imitadas por los que quieran aspirar a ser parte de Dios, parte del cosmos vivo y reluciente sobre nuestras cabezas, parte de bondad del universo. Y cuando se nos mueren ¿no ha pasado nada? Ha pasado… todo un cataclismo lleno de lágrimas que es a la vez el mayor milagro y el más digno de gratitud. Con ellos ha pasado… la vida. La flor de la vida. Sus besos y sus voces. Han pasado y han quedado: somos nosotros mismos.

Por eso, hoy sábado 30 de Abril, con mi vida a media asta y la tristeza ondeando como ropa tendida, me niego una y mil veces al silencio. Me niego al olvido. Quiero cantar sus nombres cada día aunque mi voz no tenga ya de ellos contestación ninguna, aunque la gente que anduvo por sus vidas no quiera recordar. Sufrir es tan humano como inevitable. Cantar también. Por eso cantaré sus nombres hasta que el ciclo de mis días se cierre con los suyos, hasta que me selle la boca el lacre de mi amado silencio.

Dale besos a todos, querida amiga, santa amiga Loli, y descansa en el mundo de los justos. Y recuerda que aquel rosal blanco que era de mi madre siempre dará rosas para ti. Amén.

Desde El Garitón, dejando que la vida me traspase, Mariví Verdú

lunes, 3 de mayo de 2010

EL COLOR DE LA PRIMERA SEMANA DE MAYO

La semana tuvo un color bellísimo, efímero, indescriptible... aunque intentaré hacerlo. ¿Recuerdan los celindos en flor? -ese arbusto que nosotros por aquí llamamos chilindro-  ¿Recuerdan su aroma y el delicado color que tienen? Pues esta semana tiene un color muy parecido al que refleja la luz en sus corolas. Así ha lucido el primer día de Mayo. Y es que le quedan todavía muchos matices de la pasada luna de Abril.

Qué difícil es vivir, en este mundo, en paz con todos. Es prácticamente imposible. Ni siquiera los grandes poetas y pensadores, los místicos, los ascetas, lo consiguieron. Tampoco podemos agradar a todos porque, en general, lo que para unos es belleza, es fealdad para otros; lo que para una parte del mundo es natural, no lo es para la otra y lo que es prescindible para mí, resulta ser diario y vital para otros muchos humanos.
Y a estas alturas, harta ya de pensar y cansada de preocuparme de un mundo que rueda sin necesidad de nadie y, lo que es peor, sin hacer caso a los grandes que en el mundo han sido, me doy cuenta de que lo mejor es seguir viviendo, ser responsable de nuestros actos y parecernos lo máximo posible a nosotros mismos.
La urdimbre que nos une a este mundo está tejida con dos cabos: uno, la fuerza de la gravedad, no cabe duda, y el otro, la cruel decisión de la naturaleza (aunque esa crueldad  -ciclo imparcial de muerte y vida-, siempre tendrá dos caras también: la suerte (a veces benévola y otras malditas -siempre formas duales y complicadas- y la fuerza motriz de la supervivencia -imparable, arrolladora, extrema-). Y me doy cuenta de que todo está hecho en base a una ciencia exacta, aquella que dejó en bragas Einstein, un día nublado. Porque todo es cuestión de matemáticas, aplicaciones binarias, constantes, ecuaciones y proyecciones que alcanzan hasta el confín inalcanzable del universo.
Por eso sigo sumando hojas al libro de mi vida, una suma al margen de beneficios ni de planteamiento alguno que no venga de mí misma, de mi voluntad y del destino, ese que viene siempre dando tumbos porque Dios parece no tener mano que darle para que no resbale. O tal vez es que no conozcamos a su graciosa majestad ¡Oh mano larga y caprichosa! Por lo que tú más quieras, Dios mío ¡déjate ver y danos la mano!

Esta mañana volví a levantarme con ganas de escribir, lo necesitaba, además tengo una deuda con los lectores del flamante periódico El Aguijón y no quería dejar de mandar mi artículo semanal, ese que dice tener el color de cada semana. El ordenador sigue roto. Para mis fines, he tenido que recurrir a la antigua fórmula del lápiz y el papel, algo que nunca falla, mientras tengamos a mano un bloc, un boli o algo que pinte y la suficiente agilidad para sostener uno y conducir lo otro. Hasta hoy no me faltaron nunca y menos aún en los momentos delicados, cuando la técnica me falla. Por eso -y por tantas cosas-, no me quejo de la vida. Mañana lo enviaré desde donde pueda. Disculpad mi tardanza. Dios proveerá. Porque si Dios no te provee, te mata.  Y puedo decir, agradecida, que la mano divina me ha dejado llegar a la edad de los avíos. Porque hoy todo me hace avío: los cuadernos viejos, los sobres y cuartillas con media cara limpia, los libros de cuentas que nunca se acabaron, los folios equivocados de la impresora... Los vuelvo por su cara limpia y hala, a escribir que son tres días y yo voy por el tercero ya. Y, aunque prescindir de los medios que tenemos a nuestro alcance va resultando cada día más difícil, a veces gusta  salir del paso a la antigua usanza.
Y digo yo ¿cómo podríamos olvidarnos de lo sabido?, ¿cómo podríamos desaprender?, ¿cómo parar esta bola de nieve que acabará sepultándonos en frío alud? ¡Ay, Alzahimer, déjame en paz por ahora, que ya sé de qué vas! Y tú, ordenador, anda y que te corten la luz, que me tienes muy harta. ¡Viva Johan Sindel y los abuelos papiros! Y el chilindro, que nace cuando quiero irme, que dulcemente me invita a quedarme en el ingenuo recuerdo de una niñez perdida…
Desde El Garitón, sin madre a quien besar, echándola de menos y diciendo muchísimas tonterías para no llorar. Mariví Verdú

DEL PERIÓDICO DIGITAL EL AGUIJÓN

DÍA DE ANDALUCÍA Y EL ARTE DE GREGORIO VALDERRAMA, por Mariví Verdú

Hay días que merece la pena ser contados, anotados y retratados para revivirlos después en el recuerdo, como el día de ayer. El cartel que c...