lunes, 1 de febrero de 2016

TIEMBLA LA TIERRA

A veces lo más oportuno es guardar silencio. Casi siempre. Pero mi madre me enseñó aquel refrán castellano que dice: el que calla, otorga. Aún no lo he olvidado. Por eso tengo que hablar o de lo contrario se me encharcarán las palabras como tengo encharcada el alma de tristeza.

Hace bastante tiempo que no tengo ganas de escribir más que lo dicta mi imaginación, que solo tengo ganas de mirar el campo y ver la constante evolución de lo verde, la sencillez del ciclo eterno de la vida que pasa por el proceso obligatorio de la muerte para renacer en el amarillo, tan bello como agrio, de las vinagretas, o en el rosicler de los almendros, tan dulce y jubiloso. Sin embargo, cuando me entero de las cosas que nos ocurren -digo nos porque el mundo es redondo y hoy es todo tan cercano que la vecindad pasa por polos y trópicos como por la acera de enfrente- no puedo quedarme en silencio. La noticia con la que nos fuimos anoche a la cama fue la más terrible que he sufrido en mi vida: la desaparición de diez mil niños exiliados en Europa. Y me pregunto: ¿Cómo podremos dormir ni hoy, ni mañana, ni nunca más? ¿Dónde están los niños? ¿Qué pasa en esta Europa de la abundancia? ¿Quiénes son los malditos zopencos que la habitan? ¿Dónde la civilización occidental? ¿Dónde la justicia social y la comunidad europea?

Nadie con corazón podrá conciliar el sueño. Yo no he podido ni el sueño ni la vigilia de esta mañana inundada de sol de febrero. Nada puede distraerme el dolor. Porque son tan inexplicables los motivos de tal barbarie que hace tanto daño la noticia como las excusas que dan para exculpar a los verdaderos culpables de la masacre : que si la trata de personas, que si un destino de tintes sexuales, que si sabe Dios... Al final me tengo que acordar hasta del Papa y preferiría que se tragara sus palabras y existiera el infierno. Por lo menos me quedaría un leve consuelo para estos seres sin alma que lo toleran, lo divulgan y quedan inactivos como si las noticias fueran tan superfluas como quisieran acostumbrarnos. Como si nada fuera trascendente... Qué horda de demonios habitan el planeta. Luzbel se queda mamando.

De nada vale morbosear con los probables destinos de sus vidas. Ellos solo tendrían que pensar en ir al colegio y reír mucho y de todo. De nada vale hoy que el rey hable con tanto don nadie ni que se mueva la tierra debajo de nuestros pies dos semanas seguidas. Poco tiembla la tierra para lo que tendría que temblar...

Anoche se me volvió a romper el corazón como pasara diez años antes, anteayer, con la muerte de mi hijo, solo que esta vez podíamos haber evitado el horror que están sufriendo estos niños exiliados por nuestra injusticia. Solo con que los humanos, esos que quieren ostentar tan maravilloso título, lo fueran, hoy habría diez mil risas para celebrar febrero y una más con la mía.

Desde El Garitón, impotente, con todo chorreando de tristeza, hasta los almendros,
Mariví Verdú

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