lunes, 31 de diciembre de 2018

NOCHEVIEJA 2018, por Mariví Verdú

 Es treinta y uno de diciembre, último día del año 2018, día de mi reflexión anual, noche de balance trascendental, importantísimo, memorándum sin piedad al que me someto cada año viejo. A esa reflexión hay que añadirle varias más, algunas, extemporáneas y profundas, que experimento cuando el cuerpo me lo exige, y las diarias, que achaco a esos ejercicios espirituales a los que me obligo nocturnamente. Y acabo el año haciendo lo que más me gusta, escribiendo. Aunque la verdad es que he estado cosiendo hasta hace una chispa, ejerciendo mi tercer oficio preferido después del de poeta de la nada y dibujante de las mil y una noche. Con el oficio de costurera -he de decir que sin titulación alguna pero con muchas puntadas a mi espalda-, he espantado al hambre de mi casa en más de una ocasión. 



Para no perder la bendita costumbre de bien nacida, sigo dando las gracias, porque me paso la vida dando gracias a la vida. Las primeras, por haber nacido en una familia con dones a porrillos. Nadie echaba cuenta de ellos porque era cosa natural. Tampoco se vanagloriaban, simplemente nacía en las manos femeninas de la casa. Gracias, mamá y gracias tita María, a tí más que a nadie, que me enseñaste los secretos aprendidos de Doña Consuelo, tu maestra, modista y sastra, a quien le importaba tanto el interior como el exterior de una prenda y se recreaba en florituras que hacían de cada trabajo una obra de arte. Tú superaste a tu profesora pero yo no os llego a ninguna de las dos ni a la altura de vuestras babuchas. Si acaso tengo algún talento es el de conservar intacta vuestra memoria en el tiempo para gloria de las mujeres.


Ahora, nada más que acabe este texto que sirve de despedida al 2018, me meteré en la cocina a guisar, poco, un guiso de bacalao con almejas y gambas, porque no quiero más carnes ni más nada. Cocinar es otra de mis haciendas preferidas. Lo aportaré a la mesa que tan espléndidamente comparte conmigo mi hermana y mi cuñado y esta noche... me tomaré las uvas de la suerte, a ver si saben a moscatel que sería la mejor suerte de todas. No llamaré a nadie, desconectaré el móvil y me acostaré temprano. Mañana, al ser de día, me espera un paseo por mi pueblo, Alhaurín de la Torre. O tal vez por Málaga, que es mi pueblo también. Puede que disfrute del silencio de los dos. Y por la tarde, a jugar al Dixit con mi nieto y sus papás...a imaginar un mundo tan hermoso para los demás como el que tengo la suerte de tener delante un año más.

¿Un año más o un año menos?... las dos cosas son ciertas. Un año más para agradecer a la vida y un año menos de esa vida que resta y suma con la ligereza que lo haría cualquier perturbada, pobrecilla vida. Y es que cuando empieza una a tenerle amor y apego es cuando da la espantá y coge las de Villadiego.

Hoy, al mediodía, al agradable olor de la comida en mi cocina, tomaré un vasito de Ribera del Duero para tragarme las faltas y otro para brindar por las cosas que atesoro, por los premios que la vida me concede y  por las lágrimas que me quedan, que no se acaban por más que gaste. Un par de vasitos de vino dan fuerza para el camino que vislumbro ante mí. Un año entero por delante es un pedazo de reto. Son muchos días para ser feliz constantemente. No quiero felicidad eterna, ese estado es solo para los imbéciles, quiero vivir en la justicia, con paz y respeto. Quiero amor. Y habré de conformarme con lo que la vida me dé, con lo que la vida me multiplique. Con lo que me reste. Menos mal que no me divide, que soy la misma aunque me falten trozos del corazón.

Gracias, gracias, gracias vida. Gracias por haberme dado unos padres ejemplares, por concederme dos hijos hermosos y sanos, por haberme dejado algo de cordura cuando se fue el mayor y haberme permitido disfrutar del nieto que me ha regalado mi hijo menor, un niño nacido de la hermosa pareja que formó hace muchos años con quien tengo doblada la bendición de ser madre. Gracias, hijo, por ser mi padre, casi mi padre -has heredado todos sus dones-, y por ser mi hijo y padre de mi nieto, por ser tan capaz y tan honesto y haberme permitido ser feliz con tu vida.

Gracias, pajarillos, almendros, rosas tiernas. Gracias, gata, gallina, calabaza, violetillas humildes. Gracias al mar de enfrente, a los cielos oscuros y claros en maravillosa alternancia que disfruto por encima de mis pensamientos. Gracias, olivillos e higueras, madroño, naranjillos y limonero de lunas; gracias, jazmín, y mucha salud al nisperillo enfermo. Gracias a las viñas que fueron de mi padre, a las enredaderas de El Garitón, a las fresias y lantanas... 

Gracias al silencio absolutamente pleno de canto y de pájaros, gracias a la lluvia, gracias a las palabras, al hilo de coser y al hilo de la amistad.



Desde este Garitón entendido en noches viejas, cariñosamente

Mariví Verdú

domingo, 2 de diciembre de 2018

A MIGUEL ROMERO ESTEO, CITA PENDIENTE, de Mariví Verdú

Hay citas, como la que tenía con Miguel Romero García, que se van posponiendo tanto que un día llega la eternidad y ya no hay tiempo. El mío, que empieza a ser escaso, y el del querido maestro, que ya es redondo como un silencio, no se dieron lugar ni fecha.  Posiblemente se hubiese acordado de mi de habernos visto, pero yo no estaría en su memoria como él estaba en la mía, con verdadera admiración. Cuando le conocí, tuve el privilegio de darle algunos besos, escucharle hablar y darme cuenta de su lugar en esta sociedad tan dada a la lisonja y a las crestas de las olas que duran lo que dura un rebalaje... Su conocencia vino gracias a mi querido Curro Flores que propició nuestro encuentro. Acudimos a él para la primera edición de Málaga en Flamenco, para que nos asesorara sobre La Fiesta. Miguel me regaló sus “territorios malakos” dedicados, un libro de culto que está en un lugar de honor en la biblioteca de mi corazón. Más tarde, en Torre del Mar, tuve la suerte de asistir a una conferencia suya (las fotos son de ese momento) y de echar con él un buen rato de charla. Después me compré Tartessos y busqué más cosas suyas. Ahora, cuando es la hora de la nada y se cumplen palabras como nunca o jamás, tan determinantes, tan conclusivas, tan concluyentes... yo no nos podemos volver a mirar las caras. Y por eso escribo. Tan escéptica y fuera de la norma como él, lo hago porque me da la gana. Y mientras pensaba en él, eché un par de kilos de lomo en manteca a su salud eterna. Hoy, con un Portia crianza de 2012 y un plato de lomo, no me he ido a los montes sino delante de mi ordenador, para encarrujar algunas palabras para ti, Miguel.

El día 30, cuando me enteré de tu muerte, me dio por pensar en lo desagradecido que es este mundo y me acordaba de otro amigo que, como tú,  ya no está por aquí y en el Puerto de la Torre luce su nombre -como el tuyo en un instituto- sobre un parque al que tuve la suerte de asistir con él y disfrutar del día de su inauguración. Me siento honrada y orgullosa de haber tenido que ver algo en la toma de decisiones. En aquel tiempo no había trascendido la vida a la nada.

La muerte de Romero Esteo, que así le conocían quienes le conocía, me ha entristecido mucho y más todvía porque pertenezco al mundo verdialero, un colectivo en el que la mayoría no sabe cuánto se le debe a Miguel y a su trabajo, gracias al respeto y a la dedicación que sentía sobre la historia de la música más vieja de Europa, el lugar que hoy ocupa en la cultura el mundo de la Fiesta. Gracias a él, a Antonio Mandly y a mi amigo Andrés Jiménez Díaz (entre otros amigos entrañables de los que me siento orgullosa) nuestros verdiales fueron nombrados en 2010 Bien de Interés Cultural. Estuve en la fiesta que se celebró para la ocasión a los pies de la Alcazaba, en las acerillas del Teatro Romano, pero lo eché en falta. Miguel no estaba. Pienso que nadie le avisó porque somos la mar de olvidadizos. Eso sí, los políticos estaban todos en la foto y algún advenedizo que se colocó para inmortalizar la engañifla de su ausencia real en el asunto. La muerte de Romero Esteo es una grandísima pérdida porque se nos ha ido un loco bendito, una mente elegida, provocadora, elucubrante y lúcida como solo se da los genios: hemos perdido a un ser brillante. Él estaba en paz, ahora lo está doblemente y para siempre. Y yo te releeré para que tu muerte sea mentira.

Hasta hoy no me pude sentar a escribir, aunque mi cabeza estuvo con su recuerdo presente como solo pasa cuando las cosas no tienen remedio. Estuve todo el día 30, el día siguiente de su marcha, y hasta hoy, digiriendo lo que la vida es y hace con sus seres especiales. Desde luego, en mi corazón, los sublima. La eternidad, ese momento que queda tan lejos y tan cerca, está en un sitio muy grande y no creo que nos veamos en un futuro, seguro que me perderé por los pasillos del vacío, mucho más si estamos diluidos en en una energía que no se nos parece. Pero yo me iré a cortar las rosas en ese sitio que tú me enseñaste y que solo sabemos los dos. Hasta siempre, compañero.

Desde El Garitón, un día de elecciones en el que son las tres y sigo en pijama, Mariví Verdú


* Francisco Jesús Flores Lara, en su Pregón de la Fista de la Semana de Verdiales de la Peña Juan Breva, citaba a don Miguel: “La buena nueva: Los verdiales serán el primer bien inmaterial declarado de interés cultural por la Junta de Andalucía. Los fiesteros han conseguido el merecido lugar de preferencia, el excepcional creador y estudioso, el amigo Miguel Romero Esteo, han situado el rito en los años míticos del nacimiento de Europa.”  Y lo fueron. Somos muchos los que hemos citado a Miguel Romero Esteo en nuestros trabajos de verdiales.
Del artículo "En el principio, los verdiales", publicado en la revista Acordes de Flamenco donde, ineludiblemente, le cité: El profesor, investigador y escritor cordobés, Hijo Adoptivo de Málaga, Miguel Romero Esteo, nos dice así sobre la música de los verdiales: “Fuere lo que fuere de tales borrosidades (hablando del reino de Tarsis y su posible influencia en dorios o espartanos, que está por dilucidar), lo cierto es que la escala musical de los dorios para componer sus dorias melodías es la misma escala musical en la que van las melodías de los fandangos malagueños. Y en la que va el cante flamenco andaluz, excluidos los flamencos cantes gitanos, que éstos van en la normal y usual escala de la música clásica europea desde los tiempos del Barroco, desde el Siglo XVI sobre poco más o menos.”
El fandango verdial, pues, demuestra ser el más antiguo de los fandangos y llega a través de los campos a nuestros oídos tan puro y garboso como lo fuera en un principio.
                
Personalmente, en mis poemas (de “Un triste epistolario”), adoro recurrir a sus citas:

Nos iremos a cortar las rosas
orilla de los rosales de las aguas,
orilla de los árboles de las hojas de oro.
Tartessos, de Miguel Romero Esteo.


VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...