
Hoy es un típico día octubrino, uno más del año 67 de mi era... Pero ¿cómo se dice a lo relativo o característico del mes de octubre? ¿octubreño?... Solo el poder de una palabra me puede dejar colgada durante minutos -a veces horas- su porqué, su por qué no, su raíz, su desinencia -hoy lexemas y morfemas-. Las palabras y los largos ratos delante del ordenador sorprendida por ser la única que se pregunte por ella y le dedique este tiempo de octubre, un tiempo que robo del sueño que no tengo y que se convierte en palabra otoñal. Ando siempre aprendiendo, tanto de los diccionarios como de la vida y sobre todo del paso de Venus por el cielo, tan caprichoso. Marte ha estado muy cerca todos estos días. Ya no volverá a estarlo hasta dentro de quince años y esa vez no lo veré, al menos desde aquí. Y, si no lo veo desde mi altozano, no quiero verlo desde ningún sitio. Los astros, los planetas en particular, me hechizan. Me alucinan todos los cuerpos celestes, hasta el vino de la Ribera del Duero que me trajeron unos amigos el pasado sábado y que compartimos juntos todos los míos en nuestro Manneken Pis particular, esa fuente que ahora mismo esta dentro de la noche pero que en pocos minutos se irá tiñendo de malva, de sol, de espejo, de nube y de pájaro. Mi padre la hizo para su deleite y para el de abejas y libélulas, de torcaces, de gorriones y gurripatos, de mirlos, piquituertos y demás aves que planean sobre sus pilas, en particular de la superior que convierten en bañera durante los meses estivales. Yo creo que en el mapa de humedales que las aves llevan en su memoria existe El Garitón. Mi padre fue artífice de tal prodigio. Desde su jubilación, con paciencia infinita, se dedicó a cortar todas las mañanas las sobras de pan del día anterior en pequeñas migas que echaba a los gorriones y verderones que por aquí abundaban. Había lechuzas y búhos por entonces. En una ocasión que estuvo enfermo y pasó varios días en cama, entró un gorrión a buscarle hasta el recibidor. Yo lo vi con mis ojos. Si no se hubiera topado conmigo, quizás hubiese llegado hasta la habitación buscando a su Ángel de la fuente.
Ya se deja sentir el frío por las noches. Tengo que bajarme del altillo la bata. Tengo batas de todas mis muertas pero este año las voy a dejar en el contenedor de ropa usada. No quiero más que una, la más nueva, la más leve. Las demás pesan mucho y yo tengo cada día los huesos más frágiles. Me gusta, de vez en cuando, hacer una limpieza de cosas materiales. Últimamente también van los recuerdos al contenedor azul. En mi cabeza está todo lo que es digno de recordar y los colores y olores que desprendían los míos. Y la voz de cada uno diciéndome, repitiéndome que me quede aquí todo el tiempo que pueda, con poco equipaje y con el corazón que conocieron.
Espero continuar escribiendo otro día, dejándome salir a la nada de esta pantalla que tengo enfrente y asistir al milagro de una transformación que la llena de palabras que son yo, que la ilustra con la estela del calor de los míos: la presencia y tenacidad de mi hijo, la capacidad de su mujer, la evolución de la ingenuidad de mi nieto, la suerte de los amigos incondicionales, la grata compañía de mi gata Missi y, cómo no, con la metamorfosis que encierra una mazorca hasta llegar a ser palomita.
Desde El Garitón, bajo el arbusto de Pandora, entre violetas incipientes y membrillos de oro,
Espero continuar escribiendo otro día, dejándome salir a la nada de esta pantalla que tengo enfrente y asistir al milagro de una transformación que la llena de palabras que son yo, que la ilustra con la estela del calor de los míos: la presencia y tenacidad de mi hijo, la capacidad de su mujer, la evolución de la ingenuidad de mi nieto, la suerte de los amigos incondicionales, la grata compañía de mi gata Missi y, cómo no, con la metamorfosis que encierra una mazorca hasta llegar a ser palomita.
Desde El Garitón, bajo el arbusto de Pandora, entre violetas incipientes y membrillos de oro,
Mariví Verdú