lunes, 12 de junio de 2023

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER. PENSANDO EN VOZ ALTA, por Mariví Verdú

Una noche más en la que me cuesta conciliar el sueño, una más deambulando a oscuras por la casa ayudada únicamente del resplandor de la calle, esa iluminación que ha costado un desorbitado montón de euros viniendo de unas farolas tan feas y destartaladas. Menos mal que dan luz. Ya no me incita a dormir la lectura de un buen libro ni las cenas frugales. Lo que no sé es cómo el resto de la humanidad puede dormir con la que hay liada y las pocas perspectivas de arreglo que esto tiene. Mientras haya un rincón de la tierra en guerra o con hambre, viviendo en la miseria, en la injusticia, en la tiranía, el insomnio está justificado. Sin embargo y en pleno dolor por todo lo citado, más insomnio me causa andar para atrás como los cangrejos y eso es lo que está pasando: vivimos una involución preocupante. Solo hay que alternar los primos 5, 7 y 13 y provocarán una clase de dolor de cabeza que ríete tú de los analgésicos, barbitúricos o la ingesta de alcoholes de 45 grados... 

Me gustaría que alguien me explicara lo que está pasando de una forma que me tranquilizara el corazón. En las pequeñas parcelas de dirección que me tocaron vivir a lo largo de mi vida ya debería saber de qué pie cojea la mayoría y tendría que estar vacunada para todo lo que llega del exterior, pero no es así. Me crié con una doctrina que pregonaba el amor, empezando por uno mismo y proyectándolo hacia los demás con la misma intensidad y, aunque dejara de creer aquella madrugada de mayo, me quedan los posos de una enseñanza que moldeó mi corazón a fuerza de ejemplos de una marcada justicia social que no quisiera perder. Una cosa es perder la fe y otra distinta perder la conciencia de ser, de pertenecer, de amar... El amor: base del cristianismo que tanto nos sirve a los seres humanos para vivir en paz. 

Aunque para los creyentes todo es voluntad del Todopoderoso, creo que no es así: hoy todo está en manos de los hombres. Me gustaba pensar lo contrario, que todo estaba en manos de Dios, me resultaba más cómodo pero como nunca fui conformista, viví de la duda y aprendí de ella todo lo que sé, la tango en muy alta consideración. Además, pensar aquello de que mi libre albedrío no era tan libre, de que nada se debía a mis méritos y que todo estaba programado por un cerebro que no daba a todos las mismas armas para enfrentarse a la vida me resultaba tan injusto, me hacía sentir tan inútil, tan cortita en mis aspiraciones, tan poquita cosa, tan vulnerable... Hoy sé que el mundo está en manos del hombre, completamente entregado a unos pocos de gaznapiros que se las dan de pan y manteca y en la Sala 21 del Hospital Civil de Málaga los había mucho más cuerdos. Para cualquier observador de buena voluntad está justificado el que la gente viva mirándose el ombligo, unos durmiendo y otros sin dormir, pero sin salir de su zona de confort porque, al fin y al cabo ¿Cómo luchar contra la injusticia? ¿Cómo cambiar lo que decidimos entre todos sobre esa gente que nos dirige y que no conoce nadie ni por casualidad? Es un sinsentido haberle dado las llaves de nuestras puertas a tanto desalmado, uno detrás de otro, es un error y un despropósito. Estos, cambiando colores pero usando la misma silla y el mismo cetro, las mismas pocas neuronas y los mismos grandes intereses, han salido con las manos llenas y con la misma conciencia que entraron: ninguna. Y mientras, nosotros, usando neuronas para nombrarlos, para quedarnos con sus caras, para que se queden con nuestro dinero y salud, y todo a fuerza de tenerlos metidos a diario unas pocas de veces al día en nuestro salón, gentes que no conocemos de nada pero se nos cuelan en nuestra mesa y no nos deja digerir la sopa o, con suerte, el filete, el pescado o alguna fruta de Costa Rica... Anda y que se vayan a hacer puñetas. 

Vivimos en un mundo que se vuelve autista por necesidad, por provocación diaria, que no entiende nada y ya no pide ni siquiera explicaciones, que se deja llevar como víctima de un tsunami casi imperceptible que cualquier día nos dejará en la cuneta, sin fuerzas y con un grado tal de decepción que volver a la fe será la única tabla de salvación a mano, o a la Ley de Talión y entonces acabaremos como empezamos. Habrá que pensar en un ser supremo que nos salve del hombre y a estos gaznapiros de turno nos los pongan a vender tabaco en la bocana del puerto en una noche de febrero. 

En qué bendita hora dejé de fumar. Desde El Garitón, con junio casi a medias, con el corazón arrugado, encogido y casi de vuelta, Mariví Verdú

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