martes, 5 de septiembre de 2023

EL COMPÁS DEL TIEMPO, por Mariví Verdú

Llegó septiembre como llegan las cosas de la vida, como engorda el membrillo, como se endurece y se abre la capota de la almendra, como en aquel eterno retorno que dejó seca la cabeza de tanto sabio mientras la contestación estaba y sigue estando delante de nuestros ojos, sencilla y fácil como la caída de las hojas al llegar el otoño. Cíclica y naturalmente, la vida da respuesta tangible y etérea como la caricia del viento en el rostro. Con igual naturalidad llegan la vida y la muerte. Tan normal como se abren las rosas. O se marchitan.

Hacía mucho que no me sentaba a escribir. Las últimas fechas han sido un no parar, un continuo ir y venir del mar al corazón, del corazón a la cocina, del caballete a la máquina de coser, de una emoción a otra, creando recuerdos para la época de escasez donde todo será traducido, deglutido, transformado.... Hacía mucho que no me ponía a hilvanar palabras como me gusta hacer en las tardes de invierno. Pero han llegado las primeras lluvias y el corazón se inunda de palabras, de sensaciones limpias: de agradecimiento. La voz de mi conciencia, esa que ha decidido estar en paz, en paz conmigo y con la vida, esa que ha dejado por fin de atosigarme como si tuviera detrás un capataz con látigo, exigiéndome siempre, de noche y de día, sin tregua, sin límite, sin compasión, ha tenido piedad y ha dejado de serme cruel. Y se me nota bastante la suelta de lastre.

He decidido ser paciente, darle tiempo a mi vida para que se reinicie y ponga en orden los archivos. La paciencia se aprende obligatoriamente cuando se es pobre y luego se queda a vivir contigo y se tiene como una virtud conquistada. El estoicismo, que llega a ser una forma de vivir y de entender el mundo, se ha encargado de poner a mis espaldas una concha digna de un galápago. Soporta ya el peso que le quieran echar. Y ha sido gracias a aceptarlo todo tal y como es, tal y como va viniendo que siempre es difícil cuando una está empeñada en sobrevivir, cuando se carece de cosas, cuando se prescinde de todo lo superfluo, cuando se ha domado el ego a fuerza de renunciar a las goyerías. Ya veo el resultado, un epílogo a la vida que he vivido y de la que no me arrepiento porque volvería a vivirla idénticamente de volver a tener la oportunidad. Pocas cosas evitaría, poquísimas.

Es por eso que hoy me siento a escribir para celebrar el paso del tiempo, ese que te va dando la capacidad necesaria para sobrevivirlo. Ahora, en el último tercio de su compás, habiendo cantado ya la niñez, la juventud y la madurez, vivo mi vejez en plena armonía, allegro moderato... Adagio: todo está en cogerle el compás.

Solo está en mi mano mi propia felicidad. No se puede aspirar a la de los demás si no somos felices nosotros mismos. Qué más quisiera yo que regalar felicidad como quien comparte unas sopas perotas: cucharón y paso atrás. Qué haya para todos.

Y para poner un punto y final no podía pasar por alto la lluvia caída. La lluvia, ese escaso fenómeno que tanto bien nos aporta, no cae nunca a gusto de todos. Cuando lo hace tan intensamente como estos días atrás, no estamos preparados para ello. En estas últimas inundaciones tenemos que lamentar la pérdida de seis personas: tres muertos y tres desaparecidos, así como muchísimos daños materiales. Y el corazón se resiente aunque también me obliga a dar gracias por haber tenido consideración con nosotros.


Sí, amigos, demos gracias por todo lo que somos capaces de superar. Salud, amigos, os deseo que seáis felices y que la serenidad y la paz os inunde el corazón. Con la tierra húmeda y los árboles verdes, ser felices es una obligación.

Desde El Garitón limpio como una patena, Mariví Verdú

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