
Quisiera poder escribir cosas bellísimas, describir el color de abril o la majestuosidad de nuestros tronos procesionando por calles y plazas malagueñas, el fervor popular y la otra cara del mismo, el silente, el que reza en su casa; podría hablar de ese delicado olor a acacia en flor y azahar que inunda nuestras calles, sin embargo, todas mis palabras quieren ir con mi alma a ese lugar que se llama L’Aquila, ¡quién fuera un perro adiestrado y desenterrar a los seres que han quedado sepultados entre los cascotes! O que Dios, el de Ben Hur, el de la historia más grande jamás contada, estuviera aquí como dicen que estuvo dos mil años atrás, y les devolviera, como a Lázaro, la vida a cada uno de los inocentes caídos el pasado día 6. Es mucho dolor para un solo lugar, mucho llanto. Si os vale mi hombro, aquí lo tenéis, si os valen mis canciones o mis versos, cogedlos, si os vale mi casa o mi corazón, abiertos quedan… Solo soy una triste poeta igualmente dolorida de ausencias.
La distancia, la impotencia, la muerte y las ausencias son palabras insoportables, pero yo he dejado libre las mías y todas van la llaga, como Santo Tomás, a la brecha sangrante del costado de Dios. Han sido insufribles las escenas de dolor real de estos días, la tragedia de nuestros vecinos mediterráneos, de nuestros hermanos. El dolor ajeno ha superado una vez más el dolor propio, ha eclipsado al dolor tallado, ha superado el dolor místico para hacerlo real y humano. Es una Semana Santa insufrible, un rosario de misterios dolorosos, un triste vía crucis de mujeres y hombres, objetos de piedad y de misericordia. Son nosotros mismos. Son Dios en muchas cruces.
Hoy es un Viernes Santo de verdad, lleno de ausencia divina que rebosa enteramente de tristeza.
Desde El Garitón, cayendo el sol y con el alma en los pies, Mariví Verdú
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