miércoles, 1 de octubre de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE. 99 OTOÑOS. A JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS, 99 OTOÑOS

Hay una tristeza camuflada en el otoño que a todos nos toca la moral y nos la tira, como tira a las hojas, por el suelo. Ya se acaba septiembre. Un mes que siempre me ha parecido hermoso y vivible, este año se me ha ido en un suspiro. El tiempo, que desde hace algunos años la única variable que respeta es la velocidad, ha batido su propio record y septiembre se ha ido detrás de agosto como alma que se lleva el diablo. De él sólo puedo decir que nos ha llovido y es por lo único que me alegro. Del resto, mejor dejarlo rodar con las hojas, esas que amarillean a pasos forzados y ya van cayendo, ya volando, preparando un humus perfecto para la próxima primavera.

Puede que sea la pérdida de azules en los cielos o la ruta corta del sol que nos deja anochecidos casi a las siete la culpable de este dolor agrisado que nos apamplina y entristece. Pero puede que sean tantas cosas…la mayoría de edad que se tiene en otoño no es perceptible en verano, ni la trascendencia de las cosas nos parece tener la misma magnitud. Hay como una medida especial para ello en este tiempo, un medio luto que nos atrapa y sume en el pensamiento verdadero de las cosas. No es igual encontrarnos con “Las cosas del campo”, o “Cantos a Rosa” en primavera o en verano que en otoño, ni por un asomo. La sensación gozosa puede que sea la misma pero no la interpretación de su lectura. En otoño nos espina, nos moja, nos conduele como si se nos abrieran todas las heridas a la vez. Y renuevo la ofrenda de mi sangre.

Cuando pienso en su autor, José Antonio Muñoz Rojas, cuando pienso en mi paisano, un ser tan especial, todo alma, todo humildad, todo sabiduría y sentimiento, siento una ternura tan grande como si el corazón se me volviera un arroyuelo claro y fresco, despojado de ira, remansado, limpio. Nuestra amistad sólo tuvo dos citas, dos citas maravillosas que resguardo del olvido -por eso escribo de nuestra amistad, para que se sepa, porque me enorgullece y por si algún día yo pierdo la memoria-. Pronto cumplirá noventa y nueve años. En unos días. Y yo estaré a punto de operarme y no podré abrazarle de otra forma que con mis palabras. Por eso, amigo, por eso, grandísimo escritor, te envío en mi poema todo el amor que cabe en un poema. Yo sigo sin prisa de publicar mis versos, el otoño está aquí. Pero pocos son los que se han enterado. Felicidades, maestro.

RÍO GENAL

Por camino de brezos
y alcornoques desnudos
un rumor perfumado,
música de rumores,
temblor de azogue: el río.

Sobre el tronco del sauce,
multiplica el lentisco
y ondea las adelfas.

Huelo. Observo la noble
ribera de mastranto,
el chopo nuevo , arriba,
y el taraje, y la sombra.

Porqué pensar en algo...

mientras el sol impreca
su luz por las espaldas
busco verde en el verde
de cola de caballo,
en los cañaverales
en las piedras del fondo.

Corona la libélula
mi cabeza con viento
y las bogas acuden
a comer en mi carne.
Mi piel, agua con agua,
ranas y mariposas...

Sobre el lecho del río
saltan los zapateros.

Es la tarde, ya tarde,
y juegan las chicharras
silencioso escondite
con los abejarucos
de las flautas de oro.

...Y la noche fue haciendo
lentamente otro campo,
otro río de luces
sobre el rumor del río.

Mientras la acequia corre
por venas y naranjos
una azada en las manos
irá alumbrando el agua,

qué florezcan los mangos
y el azufaifo endulce,
a la vez que me endulzo
me espino en los nopales
y con luz de linterna
sigo escribiendo el verso
de la tarde estrellada.


Desde Pinos, con la tierra mojada, el romero en flor, las rosas nacientes, la yerbagüena tierna y el cerezo loco cuajado de flores, Mariví Verdú
Publicado en Diario La Torre el 01/10/2008

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