martes, 9 de marzo de 2010

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE EN: DEME UN CORTE DE TRES GUSTOS.

Amanece hoy con tres colores en el cielo: gris, celeste y rosa. Predomina el gris, un gris denso, cargado de agua –que no sé de dónde sale tanta agua-, en el centro hay un cacho celeste, lejano y claro, resplandeciente, que pareciera ser un lugar inalcanzable, y encima, a la derecha, un golpe de rosas, un algodón de azúcar que no es más que una nube -del indefinible color de las nubes- iluminada

Mientras va aclarándose por momentos volviéndose blanca espuma, va surgiendo por la mar una inmensa llamarada color venilla de naranja y de pronto, por arte de su magia, los verdes nacientes de la lluvia -en escala de miles- brillan de golpe, del amarillo al azul, hasta la saturación y el cielo queda claro, con su paisaje cierto, caprichoso y constante. Alhaurín de la Torre me parece más bello por día que este milagro de la luz sucede. Lo observo cada mañana, no falto a esta cita, ni faltaré hasta el mismo día de mi muerte. Aunque los ojos no me respondieran, lo recordaría, lo inventaría y, si por un mal caso perdiera la memoria, que algún alma caritativa me lea este pasaje.

Si este paisaje que me sustrae tuviera que ver con la política, si los tres colores se los adjudicara alguno de los que creen brillar porque mandan y tienen representación en la historia ¿de qué papel? , que a nadie le quepa la menor duda de que, al salir el sol –que no lo hace para determinados colores sino para el cielo y la tierra y todo lo que en ella vive- sólo quedarían bajo él, señores y dueños de todo, el pueblo soberano, ese que tiene en sus manos tantas cosas; la madre naturaleza, contra la que el pueblo ni nadie puede, y la inteligencia –o su falta- de los seres humanos, la que le es propia a los hombres y mujeres que comparten esta tierra finita, humanos que supieron vencer el miedo y necesitaron a Dios para hacerlo, aquellos de las manos fuertes, de los animales domados, de las pieles y el fuego, que dicen ser los mismos que estos otros que todo lo sacan del supermercado y creen que la tierra es de chicle, que amasa fortuna para dejarla aquí, pléyade de inmortales, de devoradores, de hipócritas que, viendo la muerte de los cercanos a dos palmos del plato de comida, siguen tragando…la misma humanidad que agoniza y sufre y se vuelve loca, la misma que llora y clama justicia mientras su voz se diluye como la nube rosa, o tal vez quede resonando como el cielo celeste, el más lejano, el que está en contacto permanente con las estrellas y acorde con el cosmos.

Me gusta ver amanecer de nuevo…

Desde El Garitón, con la tierra repleta de lombrices y la yerbabuena naciente, la misma que creía seca, Mariví Verdú

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