domingo, 5 de junio de 2011

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE RECUERDA A JULIÁN SESMERO. Málaga se va en tus labios

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
F. G. Lorca

Mi querido y admirado Julián: Perdona que te escriba esta carta que llega a destiempo, como casi todo lo que he hecho en la vida. Discúlpame por ser tan lenta. A pesar de ir a cien por hora, siempre llego tarde.  No hace mucho hablé con tu hijo porque tenía la intención de ir a verte, una vez más, para aprender de ti. Quería hacerte unas consultas y hablarte sobre Zurita, sobre esa maravilla que escribiste hablando con la paloma de tu niñez. Yo no acabo de creerme que tengo cincuenta y ocho años, me parece que tenemos tiempo de todo y mira por donde la vida se encarga de darme en la cara para que espabile. Como si una eterna adolescencia se tratase, aún recurro a mis maestros, tengo maestros a los que acudo y no veo envejecer a pesar de ser todos tan mayores. Tú eras uno de ellos.

Cansada de ser poeta, de atravesarme el alma con poemas, siempre recurrí a tu prosa histórica para  reponerme, para nutrirme con tu sabiduría -la natural y la que fuiste adquiriendo en los archivos o en las conversaciones; en los museos o entre amigos que igual los tenías en universidades que en tabernas-. Siempre recurrí a ti para aprender lo que más me gusta, la historia de mi gente, de mi tierra y de la tuya, bebiendo de tu legado, querido Julián.

Tú, que me hablabas en silencio desde tus libros, me has transmitido miles de secretos, miles de palabras geniales y creativas, como si las volvieras a inventar. Me llevaste de tu mano a mis portales, al barrio de Huelin con los míos; a las verdes hazas malagueñas, a las fábricas de calle Pacífico, a una Málaga desaparecida a la que tú le devolvías la vida. Y luego, de mayores, nos vimos en este pueblo hermoso que escogimos como se escogen las flores y las novias: por amor.

Recuerdo y me conforta el día aquel, en el Centro Cultural de Ollerías, cuando recibiste de mis manos el galardón "Malagueño del Año", viejos tiempos de la AME, lo jóvenes y guapos que estabais tú y tu mujer; recuerdo a tu amigo Paco Padilla, orgullosísimo de ti, hablándome de ti y contándome cosas de aquella juventud compartida; recuerdo cada libro tuyo -porque los tengo todos-, te recuerdo, Julián. Ya, desgraciadamente, todo será recuerdo. Ya no habrá un fuerte abrazo nunca más.

No voy a ir a tu entierro, amigo, acabo de ver la noticia de tu muerte en este querido periódico. Eran las cuatro de la tarde. Y si no voy no es porque no me de tiempo de llegar a Parcemasa, ni porque no tenga ganas de ponerme los dientes, los zapatos y buscar una maldita ropa en el ropero -que ya siempre tendrá un triste recuerdo-, ni salir volando con el coche y regresar al sitio de los duelos, no, es porque me revelo a verte sin vida, Julián. Eras el espejo en el que me he mirado desde que empecé a escribir. Al único que tendría que decirle algo es a Julián, tu hijo, que sabe que te  aprecio muchísimo, o a tu mujer, que no estará para nadie. Lo demás son protocolos y cumplimientos: cosas del mundo.

Julián, toda la vida has tenido un lugar que te ganaste a pulso, has gozado de respeto y consideración entre tus compañeros escritores y privilegiados lectores que han llegado hasta ti, aunque nunca disfrutaste del reconocimiento oficial que tu obra merece. La muerte te coloca desde hoy en esa tertulia de la eternidad que podemos intuir a través de tus libros, de tu recuerdo, de tu vida. Descansa en paz, amigo.

Ahora son las cinco y veintidós minutos de la tarde. Pongo punto y final a una carta que no irá a ningún sitio, letras y llanto por lo inevitable. Ahora entenderás por qué he prefiero llorarte ante el ordenador, viendo pasar las nubes de lejos, en una tarde inundada de jacarandas en flor, frente a una Málaga que ayer perdió a uno de sus más grandes e ilustres hijos. Por eso te escribo, amigo, aunque sólo sirva para desahogarme, para contener una rabia que guardo desde la expulsión del Paraíso. Te escribo, Julián, a ti que tanto te gustaban las palabras, aunque estemos distantes, porque llevan mi alma rebosando de tristeza. 

Mariví Verdú

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