
Amanece un día típicamente otoñal en todo el territorio de Iberia. La parte de la tierra que le toca calor, tiene calor, pero nadie aquí lo sabe todavía. La que le toca hambre, tiene hambre porque están en los siete años de escasez. Aún no se ha inventado el tren ni el avión para mandar latas de cola.
Argantonio vive en una casita de El Palo. No sabe este rey que, mil años después, por el norte, entrará una legión romana y nos volveremos un lugar de vencidos que llamarán Hispania. A nosotros nos iba bien con este rey que vestía de blanco y usaba una fajilla roja para calentar sus riñones. Le gustaba el comercio, el trueque, y cantábamos mucho y por todo. Si era para un nacimiento y para una boda, cantábamos alegremente. Si era para un duelo, por playeras. Y cuando hacíamos la recolecta de uvas y aceitunas, sacábamos los chinchines y el pandero y soltábamos el alma a rodar por los pechos del monte. Y estábamos la mar de tranquilos, de unidos ante las inclemencias del tiempo y de los pueblos bárbaros.

Hoy, un pescador que se muere de pena en un pisito de Huelin, varada ya su barca para siempre, piensa en el azul del mar y en los seres humanos. Es descendiente de tartessos, con una mezcla arábiga importante, con los ojos rotos de llorar tanto y dice entre dientes: ¡Qué me devuelvan mi barca! Sólo preciso un ranchillo de pescado, un trozo de cielo, unas sopitas empanás y comérmelas en paz. Y que sea lo que Dios quiera después. Si yo no me meto con nadie y vengo de gente de orden, si por pobres que sea nadie lo va a remediar ...¿qué más me da si sale col o lechuga. Siempre serán los de siempre, vestidos de romanos. ¿ que se me importa si les sale un grano o un lobanillo?
Y se quedó dormido mirando cómo la nube negra que estaba sobre Málaga se disolvía en agua y despejaba la hermosa catedral y los Montes de San Antón. Tranquilo con su conciencia, se puso a roncar.
Desde El Garitón, un 20 de Noviembre de hace miles de años.