lunes, 14 de noviembre de 2011

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE, ENTRE EL AMOR Y EL ODIO

A pesar de lo avanzado del otoño, esta mañana hay un airecillo caliente como si muchos besos de mi madre vinieran volando desde el cielo. Me siguen gustando sobremanera los domingos. Hoy lo es, aunque para muchos no signifique más que un día más de problemas, miserias y hambre. Y cada hora que pasa van sumándose más seres humanos al carro de las desgracias. Yo no quiero ni hablar, ni sentir, por no complicar más las cosas en mi cabeza que, cuando se pone a discurrir en estos menesteres, entra en una especie de locura transitoria parecida a la del amor pero que está empezando a tener la otra cara del mismo. Odiar no es bueno, no es humano, no es ni siquiera sensato y mucho menos cristiano pero es un sentimiento que llega, sin quererlo, inmediatamente después de la injusticia.

Levantarse cada día pensando que para los políticos no somos más que una domable caterva me pone de los nervios. He tenido ocasión de hundir a más de uno por sus obscenas conductas, por ser de mentira, falsos como la moneda que es lo único que les importa, pero el miedo del poder me deja helada. Y hago bien en tenerles miedo porque cuando te atraviesas en la vida de alguno de ellos te dejan sin vida, sin oportunidades. Si no bailas el agua de algún partido no te comes una rosca. Prefieren tirarla o dársela a los perros. Y hablo culturalmente hablando...en otras parcelas es simplemente una merienda de negros, un toma y daca o un sinvergonzonerío.

Cuántas mentiras se oyen llegando las elecciones, cuánto olvido después, cuánta impotencia, para los pobres, siempre. Hace algún tiempo me confesé políticamente en este periódico, exaltada por las promesas electorales y tal vez porque entendí que las cosas que existen no se han hecho solas, al menos en este pueblo. Y voté a una persona, a un dirigente, pero eso no me obliga a tenerme que comer después las siglas de partido alguno. Viendo la miseria mundial y la apatía que nos sigue rodeando -y lo que te rondaré, morena-, habiendo sufrido en mis carnes el abandono de los llamados amigos y traicionada por los del otro partido para quienes trabajé técnicamente -nunca he considerado enemigo a nadie por su afiliación, que conste-, hoy no tengo ganas de votar a nadie. Es todo un gran teatro donde comerán los de siempre y pasarán penalidades los que les rodeamos después de haberles levantado el podium. Todos quieren la poltrona y dejarnos con la cara partida después de usar nuestro voto para sus fines y los de sus supositorios. 

Siempre es tiempo de rectificar para los humildes. Para los políticos no, ellos parecen infalibles. Pues allá ellos con su responsabilidad. Desde luego, hoy no quiero candidato alguno. Hoy sólo quiero este aire tibio que me trae besos de los que me ayudaron cuando, como esta mañana de domingo, estaba triste y se me retorcía la barriga y el alma.

*¿Quiere ser mi candidato?
Pues enseñe mejor su corazón porque las caras que han presentado no valen un duro y están  ¿o uso el verbo ser? muy duras.

En reflexión continua, Mariví Verdú

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