miércoles, 1 de noviembre de 2017

¿TRUCO O TRATO? LAS DOS COSAS...por Mariví Verdú

¿Truco o Trato?
-Las dos cosas a la vez, pero todo mentira.

El nacimiento de los dioses y el culto al espíritu comenzaron en nuestra propia cabeza a partir de la duda y de nuestra pequeñez ante lo inexplicable. Desde tiempos inmemoriales, al hombre le han conmovido tanto los porqués -la luz y la oscuridad, el movimiento de los astros en el firmamento, las mareas y la luna, etc.- como su impotencia hacia la muerte y el futuro de sus muertos que es también el propio. Solo con  escarbar un poco en los libros de historia, ya en la prehistoria, con los restos arqueológicos de los que tenemos un buen surtido en cada una de las civilizaciones, de este mundo podría hacerse un relato inacabable.

Enterramientos y otras señales posteriores como son las cruces y las tradiciones y creencias sobre el más allá de cada cultura, nos van contando todo el dolor que se acumulaba en nuestros pechos desde el momento mágico y singular que hace del simio un hombre y del hombre un ser humano. Lo que no llego a entender bien es cuándo el humano deja de serlo para convertirse en un mono de repetición y olvida lo que le hizo ser rey de la creación -término que no me gusta nada- o persona -este sí que me gusta-, ser pensante y singular sobre la tierra. Cada día dudo más de que sea la razón un don común en nuestra especie. Ni siquiera llamándonos animales acertaríamos. Somos otra cosa, otra especie rara y amoldable a la sinrazón y tendentes al olvido. Ya no quedan misterios ni títeres con cabeza. La gran mayoría todo lo resuelve en el olvido y...a otra cosa, mariposa.

En España, por la fiesta de Todos los Santos y el Día de los Difuntos a la entrada de Noviembre, estuvo mucho tiempo oliendo a castañas asadas. Aquí, en el Sur, en Málaga y concretamente en mi caso, íbamos al Batatal -Cementerio de San Rafael para el que no lo sepa-. Tal día como hoy se acudía como muestra de respeto a nuestros muertos pero también con la alegría de estar vivos y poderles llevar flores y limpiarles la tumba de las primeras hojas del otoño que eran acumuladas sobre el rastro de las tres estaciones anteriores. La gran mayoría de malagueños acudían a los cementerios y se podía decir que era una celebración, un día de fiesta, aunque fuera una mezcla de tristeza y jolgorio que solo se explica desde lo más profundo del sentimiento y es, a la vez, inexplicable. 

Claro que eran tiempos en los que los abuelos no eran un estorbo, los crisantemos eran naturales, hermosos y no les habían transmutado ningún gen todavía; se cuidaba a los enfermos, se les llevaba chocolate a las parturientas y caldito de gallina al vecinillo que estaba alechigado -o sea, blancuzco, pálido, mal nutrido...-; había piedad y caridad, dos conceptos intrínsecos al alma de los hombres, dos palabras que hoy no tienen más que connotaciones carcas y yo diría que han caído en desuso, no tanto por su relación con la religión como por el no querer asimilar que todos somos dignos de ellas en esta sociedad del olvido.

Parece que hoy ser moderno es negarlo todo, negar nuestra historia y vivir en un mundo yupi con ideas hilvanadas en los dobladillos de la ignorancia. Hoy todo se acepta como bueno, siempre y cuando lo anuncie un conocido gran almacén que cotiza en bolsa, un slogan convincente hecho después de un estudio demográfico sobre la cantidad de tontos del país, una marca cara que gasta millones en bombardearnos con publicidad o simplemente si te lo dice el majara de al lado, que lleva más razón que un santo y al que imitamos como el más imbécil de turno.

La verdad es que todo lo que he escrito hasta este párrafo es un preámbulo para llegar  al dichoso Halloween que hoy nos invade. Aún teniéndola en consideración por sus orígenes celtas y todo lo que pudo tener detrás de bueno en respeto a aquellos viejos tiempos, cuando los hombres eran sagrados, es una fiesta que aún no tiene ni siquiera cien años de tradición en la gran América, aquella tierra grande de los búfalos, la que fuera india -hablo de cheroquis, sioux, cheyennes, apaches, pies negros, comanches, etc.- y hoy es color calabaza como la peluca de su dueño. Aquí, entre nosotros, los españolitos que cantara Machado y a los que vaticinara que una de las dos Españas nos habría de helar el corazón-ya van dos veces que acierta-, Halloween ya se inculca a los niños desde el mismo colegio como parte de su educación y desde que vino en un barco de nombre extranjero hasta la fecha no ha pasado ni el tiempo que daban los indígenas americanos, aquellos salvajes exterminados por el pueblo yanqui, para tomar decisiones importantes de la vida (siete generaciones venideras). Una vez perdido el trasfondo espiritual de esta celebración del primero de noviembre y habiendo comercializado con nuestro espíritu como si fuera mercancía, me puedo dar el gusto de explayarme como me venga en gana que es casi siempre un reflejo de lo que me dicta la conciencia.


Y digo yo ¿en qué horrible fiesta nos han convertido a los muertos? Pues yo me acuerdo de todos ellos y también de sus muertos. Y aunque sé que mi opinión ha dejado de interesarle a nadie, si es que alguna vez interesó a alguien, y que habrá a quienes les desagrade que hurgue en sus torres de arena, yo, que ya soy vieja, que se me ha llenado de canas la cabeza y tengo el corazón en carne viva, digo que a la porra Halloween y todo su puñetero teatro. Ya sé que no interesa pensar, que eso duele, que no hay que tener en cuenta la palabra de los viejos, aún cuando la sabiduría siempre fue un grado; que al final se terminará aceptando como todos los términos de mal gusto que han vencido a la RAE con todas sus sillas y sillones. Hoy llega Hallovween vestido de muertos de plástico y heridas de mentira como un niñato que quiere tener razón, por huevos, y al que nunca dejarían entrar en otro mundo, ni por las pintas ni por las santas marías, y se cree que acaba de inventar la pólvora, se atreve a dar lecciones que transgreden la razón y la historia con su disfraz de esqueleto mal hecho y lo único que hace es sacarnos los cuartos y hacernos perder la identidad. La industria de la cultura americana de Halloween es la cultura del dólar, es el truco del almendruco y el trato de hacernos a todos un poco más gilipollas. 

Deambulando esta noche de autos catalanes y de Todos los Santos por este bendito garitón que me cobija, Mariví Verdú.

*Todavía conservo las cañas con las que mi madre hacía los "huesos de santo", dulce típico que se comía por estas fechas y que ella preparaba con aquella cultura de la vida y sus placeres culinarios que tanto me inculcó.

Las dos últimas imágenes son de Internet, Diario Sur y Cookpad.com

1 comentario:

  1. Chapó Mariví, tus palabras, tan acertadas como siempre, han descrito sin parangón el sentimiento que anoche me invadía y no acertaba a reconocer... mil besos de tu pcprofe.

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