viernes, 7 de septiembre de 2018

NEW LOOK: LA VEJEZ. Por Mariví Verdú


El cielo verde de septiembre me devuelve el sosiego. No importa que los días sean más cortos si las noches son frescas y dormibles, si regresan los sueños. La paz que transmite la cercanía del otoño, ese tiempo de oro viejo, que no de oropel, de remembranzas azules y solariegas de cuando se era joven, la carne era prieta y anaranjada, amelocotonada y dulce, da un lustre especial a los años y una conformidad no antes conocida ante los adioses últimos. Despedirse poco a poco de las cosas guarda un extraño placer, un cierto halo de virginidad, novedad que convierte la arruga en una extraña envoltura de exquisitez y trascendencia. Me parece un lujo ser mayor.

En la última visita que realicé a mi dentista para la conservación de lo que va quedando en mi boca -hablo de dientes, claro está, que no de palabras-, y ante la mirada atónita al descubrir mis canas y mi bajón veraniego que ha sido total (mucho sol, ninguna playa y un montón de neuronas perdidas por cuestiones que no quiero comentar), el pobre no supo más que decirme ¿nuevo look? a lo que yo no pude por menos contestarle: Me he cansado de ser joven. Y es una verdad como un templo. No quiero ser más tiempo joven, no quiero aparentar otra cosa que lo que en mi pecho brilla como una estrella: la vejez.

Hace un par de años me dijeron el último piropo. Hoy dicen que es pecado (no quiero entrar en el debate de si es bueno o malo) pero para mi fue una inyección de vitalidad. Ocurrió mientras pasaba frente al edificio de Hacienda. Un señor bien hateado que iba doblando hacia al Puente de la Esperanza (yo iba en dirección Málaga) me miró y exclamó con voz varonil y un tono tan verídico que casi me lo creo: ¡Qué hermosura de mujer!... Era un hombre de mi edad y lo que dijo fue dicho desde el corazón. Yo, ni corta ni perezosa, sin pensarlo dos veces, me volví hacia mis pasos  (y  vuelvo   hacia  mis  pasos/ buscándome  en  el  tiempo/ ingenuo  del  fracaso...) hasta alcanzarlo y volverme a poner delante suya mientras le decía: Dígamelo usted otra vez porque este es el último. Ambos reímos muchísimo y el pobre no era capaz de articular palabra alguna más que unas agradables carcajadas que compartimos por unos momentos. Nunca más habrá un halago hacia mí, la vejez no le gusta a nadie y, sin embargo, a mí me hace tremendamente feliz su llegada.


Al poco tiempo, en otra visita a Málaga, me ofrecieron por primera vez el asiento en el autobús. Fue alguien educado y misericordioso o tal vez padecía juventitis, enfermedad común de quien no se para a pensar lo poco que le queda para alcanzar ese estado que muy pocos asumen voluntaria y pacíficamente. He de confesar que al momento me pareció un poco triste pero duró solo el instante de asumirlo: sí, soy mayor.  Ciertamente había alguien en el coche que lo necesitaba más que yo, pero me lo dieron a mí.  Conozco a muchas personas de las que cogen esa línea, la catorce, y todos hemos envejecido. Hay quien no me reconoce y a veces les refresco la memoria, depende de las ganas que lleve de compartir los veinte minutos escasos que dura el viaje. Eso de “ir a Málaga” es una frase que digo desde niña porque siempre viví a las afueras, aunque ahora es más real que nunca ya que vivo en Alhaurín de la Torre. Decir “voy a Málaga” ha sido habitual en mí porque viví mi niñez en los Portales de Gómez (hoy desaparecidos), continué viviendo en Carranque, barriada ejemplo de autarquía que, aunque poco distante del centro, nos mantenía fieles a sus contornos (en ella teníamos de todo, hasta la iglesia más grande después de la de la Encarnación, o sea, de La Catedral) y después tuve mi casa en el Arroyo Barriguilla, junto a la plaza que luce el nombre del poeta José Bergamín, y también necesitaba coger el catorce, por lo que sigo yendo en ese mismo autobús en mis visitas al Archivo Municipal o a los museos, que son los únicos sitios que me da por visitar. Me juré hace tiempo, cuando empecé a darme cuenta de la inminente vejez, que solo visitaría a los medio muertos o devolvería la visita a los medio vivos que me la hicieran antes de morirme. Y en ello estoy, que si voy que si no voy... en plena asumición de este otoño, amado septiembre, en el que ando jubilada sin otra paga que la de unos días extras y algunas horas extraordinarias en el jardín.

Desde este Garitón que toma cuerpo de lucero, Mariví Verdú.

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