domingo, 20 de octubre de 2019

DUDAS, CORAZÓN Y PALABRAS, por Mariví Verdú

Decía el Dios de la Biblia aquel día de la Creación que duró una semana de miles de millones de años: “No es bueno que el hombre esté solo”. Y después de tan intensa actividad (ya había creado el día y la noche, el cielo y el mar, las plantas, el Sol y la Luna, los peces y aves, los animales...) de un soplo creó al hombre a imagen y semejanza suya y le llamó Adán. Y fue y le sacó una costilla mientras dormía la siesta en el Paraíso y de ella, ya sin soplar ni nada, creó a la primera mujer que existió encima de la tierra a la que llamó Eva. De ahí venimos todos y por eso vino luego “Lucy in the sky with diamonds”-que así llamaran The Beatles a su propia creación hace más de medio siglo-. A mí me costó entender la palabra escrita en aquel libro sagrado que casi nadie leía y que había que creer a pies juntillas. Yo me lo leí de pe a pa, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, por simple curiosidad y también por ver si me encontraba a Dios dentro. Pero fue como un viaje interestelar agónico, lleno de taliones y clavos, de sacrificios y pasiones, de parábolas y de locos. He de decir que los Salmos me parecieron de una grandísima belleza. Entre ellos, o sea, entre el Rey David y Rafael de León, me dieron las pautas a seguir: corazón y palabra.

La verdad es que estuve al borde de la excomunión con solo 12 años, mira que formular  al director espiritual de mi colegio en plena clase de Religión tan incómoda pregunta: ¿de dónde salimos todos los demás? Por aquel tiempo de mi dichosa cuestión yo no tenía ni zorra idea de cómo era aquello del sexo y mucho menos lo de la procreación. No te lo decían en ningún sitio, ni en la casa ni en el cole, ni tan siquiera en la puta calle: era tabú. Hasta los muñecos eran asexuados, lisos, no hacían pipí ni por raja ni por pilila. Pero a mí se me daba muy bien darle vueltas a la pelota y, como los niños venían porque se casaba la gente, solo imaginaba que se casaron los hermanos y eso sí que no cabía en mi cabeza. El cura me llamó aparte después de mi inocente pregunta. Esperó a terminar la clase y me pilló a solas por el pasillo. Le faltó cogerme de la oreja mientras me decía: “Las cosas de Dios no se cuestionan, se creen. Eso es la fe.” Su voz sonó con un tono que yo conocía bien, que se parecía mucho a otras voces, las de todo aquel que mandaba y nos quería adoctrinar de una manera u otra. Entonces, yo que hasta ese momento había visto la transfiguración de la hostia consagrada en un cuerpo luminoso creado dentro de mi cabeza -tenía viva la llama de la fe, supongo-, sentí como todo se apagó.  Y aparecieron otras iluminaciones. Me dio por las Matemáticas, por la Música y por la Geometría y llegué a conocer a  Gaspard Monge, Conde de Peluse (más tarde a José Monge Cruz que ese sí que me volvió loca), a Pitágoras y Arquímides y luego tuve un maestro que me dejaba libros prohibidos. Llegué a leer “Por quién doblan las campanas” y tuve noticias de Prados, Altolaguirre, Juan Ramón y Lorca. Más tarde, gracias a un amigo inolvidable, conocí a Eugenio Tuchenco (yo lo escribo como lo pronuncio pero se llamaba Yevgueni Aleksándrovich Yevtushenko) y leí sus versos. Y unas cosas llamaron a otras y todavía siento la llamada. 

Hace un año y medio conocí a Frank Schubert en persona. Entre los dos amamos la lluvia en el mismo Paraíso.

Desde este Garitón mojado y florido, con mi corazón en vela desde el viernes
Mariví Verdú

El Garitón, 20 de octubre de 2019.

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