sábado, 17 de septiembre de 2022

VARIACIONES SOBRE EL AMANECER: LA GENEROSIDAD DEL MAR, por Mariví Verdú

Escribir la primera palabra que me viene al pensamiento para darle forma a una idea que divaga entre la frente y el pecho y que quiere salir del agrisado espacio de mi limbo al blanquísimo cuadrante de esta nada que me ofrece el folio digital, empieza a ser complicado. Mucho más cuando opongo resistencia y lo marco, inconcluso el mensaje, como no deseado. Pasa casi lo mismo cuando intento ponerme a pintar o hacer primores, una sensación idéntica. Ha dejado de ser un desafío personal y ha perdido su atractivo: el sentido de eternidad con el que se me revelaron un día. Sentarme con los ojos abiertos ante lienzos blancos y dejarme ir con mis sentimientos al pairo ha dejado de tener ese sentido y cada día aplazo más el momento, el que he lidiado desde que era chica y que necesita palabras para darle vida a la mía propia y colores para hacer perpetuo el lírico momento. Durante estos últimos tiempos simplemente evito hacer cosas, crear nada, darle rienda suelta a esta cabeza que ya no está sobre mis hombros sino sobre mi alma. Pesa bastante.

Y no es una catástrofe. La verdad es que no pasa nada, escriba o deje de escribir todo transcurre como debe ser, con la monotonía de bucle que fuera en un principio y la tajante rotundidad que siempre fuera en el final. Y a otra cosa mariposa. Porque ahora sé que era yo y solamente yo la dueña del color, de las palabras, de las ilusiones y era mío el punto y final de la tarea. El mundo, tomado así como un todo en el que vamos incluidos, carece de sentimientos, engulle y calla, silencia los cantos y apaga las luces. Es así y no da para más. Por eso adoro las civilizaciones antiguas, sabían que si no era con pirámides enormes nadie encontraría señales de su paso. Si lo construido no era duro como una roca nada quedaría estable en este mundo, nada sobreviviría en este caos absorvente y exterminador. También lo sabían los constructores de catedrales, siempre con los dioses y los miedos por medio; los de las murallas con sus guerras. Desde Jericó a Cisjordnia, muros y más muros, cercas y más cercas. Siempre defendiéndonos del otro que somos nosotros mismos.

No hay día que no me pregunte ¿Para qué escribo? ¿Para quién? ¿Qué estoy haciendo con mi vida, escribirla? ¿A quien le importa una huella más o menos en este maremagnun de pisadas y pisotones que es, a la postre, el paso por el mundo? Y digo yo ¿de qué vale invertir el escaso tiempo que me queda en dejar aquí este montón de papeles que no me caben ya en la casa, estos discos duros que con suerte acabarán en el reciclado, los cuadros -con sus bibliotecas, flores de almendro, frutas y rostros- que se perderán sin dejar rastro?...todo el tiempo empleado en su belleza se irá conmigo en un bagaje propio, indescriptiblemente hermoso y triste a la vez. Caduco y olvidado. No habrá huella en ningún sitio, ni Hollywoods ni Atapuercas que me recoja. Ahora sé que crear para el anonimato es el destino, para la misma nada y el olvido. La señal de mi paso, la marca de mi existencia, mi impronta, mi visión del mundo, esa que consideré desde hace tantos años -toda una vida- importante, no es más que un espejismo de la nada.


La solución inmediata está en Los Álamos, en irme al mar y disfrutar de su generosidad azul verdosa, amable y envolvente, a veces plateada si se da el bellísimo mes de septiembre o de oro en el plácido otoño. ¿Y qué decir cuando se levanta, alto en espumas y ruge como un león oculto que se nos rebela casi humano, cansado de ir y venir, encerrado entre orillas y siempre reflejando un cielo que no alcanza? El secreto de la eternidad está en el mar, solo en el mar. Abandonarse a él, sumergirse y salir bautizada de estrellas transparentes, de claridades y nocturnos luminosos, de vida y de nostalgia de vida, del llanto de un dios extinguido es un momento orgásmico, un destino hermosísimo y alcanzable que está en mi mano y en la de cualquiera que lo desee fervientemente. A él dedico por ahora mis mañanas y a él consagro toda la virginidad que contiene mi espíritu.  

Y regreso a Ítaka decidida y afortunadamente, mojada y con casi todo descubierto.


Desde este Garitón donde diviso mi bahía y el color que define su estado de ánimo, desde este asa de la hoya malagueña desde donde agradezco cada día la exclusiva flor del amanecer, Mariví Verdú

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