domingo, 12 de noviembre de 2023

DEL HORROR VACUI AL GARABATO, por Mariví Verdú

Es difícil y cada día más empezar la mañana ante un lienzo en blanco, ya sea ante un folio de papel, una documento de ordenador o un trozo de tela sin más. El miedo a llenar demasiado el vacío -o demasiado poco-, el de ensuciarlo, desgraciarlo o dejarlo inservible es obsesivo. Sin embargo, el conflicto que se crea en esos primeros instantes -estos mismos- entre la osadía y la humildad, bien que merece la pena. A veces ni siquiera sirve para transmitir acertadamente lo que se siente, lo que se quiere expresar o sacar del pecho o la cabeza rebosante de palabras, de ideas, de imágenes transferibles pero...¿Cómo?  ¿Hacerlo solo porque sí, porque no explote de emoción o hacerlo por inercia. esa insidiosa costumbre de escritora? Muchas veces, la inercia del artista va directamente al garabateo del alma que en mi caso se ha hecho una constante, diaria, no remunerada y por tanto irrelevante ante la sociedad y libre como recompensa. Porque escribo libremente, sin consejo de nadie, sin precio ni obligación alguna y eso les agrada a mucha gente que me lee y lo agradezco y jode a otros tantos como es natural en la regla de tres de la vida, esa cosa increíble que está hecha de múltiples cosas buenas y sazonado con envidia, olor a multitudes y olvido.

El primer deseo que me corrió por la cabeza esta mañana era cagarme en un técnico de lavadoras y en una empresa con quien tuve trato directo el pasado 24 de octubre, hacer pública la factura que me presentaron por no hacer nada y joderles vivos con una demanda en Facua por ladrones, estafadores, ineptos y cabrones que han sido con una persona de setenta años, pero si pongo el nombre de la empresa igual me toca pagar porque, en este mundo injusto, hasta son capaces los hijos de puta de demandarme y buscarme una ruina, la que les deseo a ellos desde mi impotencia y desencanto. Os cuento la historia para que no sea solo un descargo de insultos sin argumento. He de decir que haberme contenido el meterle una hostia como Dios manda al operador que me mandaron me supuso un ataque de ansiedad que ha derivado en muchas más cosas... ya sabéis, fue la gota que colmó el vaso. También he de decir que tuve dos testigos del abuso sufrido, Ana y Adrián, dos chicos estudiantes y formales que estaban presentes en el robo a mano armada y pecho desalmado del que fui objeto.

Me citan de doce de la mañana a dos de la tarde. A las dos menos cuarto tocan al telefonillo. Aparece un “gestial” (así hubiese dicho mi madre de él. Este nombre se lo aplicaba  a una persona cuando tiene más bien forma de bestia que de humano) que no cabía por la puerta del piso y se fue a lo que todos sabíamos que tenía: la maneta rota. Era solo y exclusivamente eso, cambiarla y sacar la ropa que llevaba tres días dentro. En cinco minutos abrió la puerta, nos dejó un artilugio rocambolesco para seguirla abriendo que no funcionó, nos dejó la orden de trabajo que ascendía a 77,06 euros  haciéndome firmar en dos casillas y que, aprovechando que no tenía las gafas, daba por aceptada la reparación... En la ilegible orden de trabajo me dio un presupuesto de casi doscientos euros por rematar la faena... Y se fue muy ufano él, imagino que orgulloso de la faena. Pedí la factura al día siguiente, ya que me había cobrado hasta el IVA y no me la mandaron. Les expuse ante la empresa la estafa de la que había sido victima pagana y no me hicieron ni el más mínimo caso. Tuve que entrar en su página web, pedirla oficialmente y acompañé mi petición con un escrito adonde contaba todo lo que aquí cuento, palabras que se pasaron por el forro y que a mí me dan pie hoy a desearles que se gasten los setenta y siete euros en bicarbonato.

Al otro día me fui, por recomendación de mi amigo Francisco Moreno, al polígono industrial San Luis, a una empresa de electrodomésticos y repuestos que se llama Navas y es totalmente recomendable y compré una puerta completa por 35 euros. Mi amigo me la montó, tenía cuatro tornillos que quitar y cambiar la puerta apretándolos de nuevo. Lo que tenía es mucha voluntad, empatía y ganas de ayudarme. Luego nos fuimos a tomar una copa los tres, Mariló -su mujer y mi amiga- él y yo, a brindar por la gente buena y a no olvidar a indeseables como esos que se enriquecen dejando la profesión por los suelos, que viven engañando a los demás con malas artes.

Muchos que hayan llegado hasta aquí dirán que por qué tanto preámbulo de horror vacui y garabatos para contar una vulgaridad, para decir algo que ocurre más veces de lo deseado, para compartir un cotilleo de maruja pero... ¿Qué es escribir? Escribir es escribir y si puede ser algo verídico es mejor. Hay poco lugar para la imaginación con media España cagando y otra media vomitando, con medio mundo en llamas y otro medio desmayado. Yo no quiero estar más que en mi rinconcito. Por cierto, mi amigo Miguel Gil, el marido de mi amiga Pepi Navarrete, me ha regalado una carica papaya que he sembrado abajo, cerca del portón. He sembrado también apio y acelgas y una mata de salvia que dicen que será mi salvación.

Desde El Garitón amaneciendo en grises y celestes, Mariví Verdú

Foto de Shamsia Hassani

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