No sé por qué motivo el día 15 de octubre no pasa nunca por alto en mi calendario, siempre me detengo y escribo para recordar a mis Teresas, a las grandes Teresas de mi vida.
Recuerdo con cariño la primera vez que estuve en Alba de Tormes, en la tierra donde descansa Teresa de Jesús. Fue todo un acontecimiento para mí, pasear por sus calles, sentir la humedad de su río... Aún guardo en mi memoria la bondad de los albenses y la interesante conversación mantenida en aquel bar sobre el Río Tormes. Allí sentí que estaba en un lugar privilegiado, un sitio mágico y tocado por divina presencia. Era la tercera vez que estaba en tierras salmantinas. La Santa sentiría en Alba lo mismo que yo cuando llego a Málaga, a mi tierra, a mi hogar: los pies en lugar conocido, querido, seguro, aunque segura nunca se esté en ningún sitio. Sentirnos junto a lo que ha formado parte de tus recuerdos, es una tranquilidad. Saber que nos espera un rinconcito de casa donde cobijarnos, una cama, un plato caliente, eso es la paz.
Recuerdo con cariño la primera vez que estuve en Alba de Tormes, en la tierra donde descansa Teresa de Jesús. Fue todo un acontecimiento para mí, pasear por sus calles, sentir la humedad de su río... Aún guardo en mi memoria la bondad de los albenses y la interesante conversación mantenida en aquel bar sobre el Río Tormes. Allí sentí que estaba en un lugar privilegiado, un sitio mágico y tocado por divina presencia. Era la tercera vez que estaba en tierras salmantinas. La Santa sentiría en Alba lo mismo que yo cuando llego a Málaga, a mi tierra, a mi hogar: los pies en lugar conocido, querido, seguro, aunque segura nunca se esté en ningún sitio. Sentirnos junto a lo que ha formado parte de tus recuerdos, es una tranquilidad. Saber que nos espera un rinconcito de casa donde cobijarnos, una cama, un plato caliente, eso es la paz.
El nombre de Teresa significa mucho para mí y encierra el mismo cariño con el que suelo pronunciarlo. Primero, por mi bisabuela y madre de mi abuela Victoria, tan querida por mí, con la que conviví durante once años de mi vida. Bueno, casi doce porque todo el embarazo transcurrió en su casa, en Calle Pacífico 25, frente al mar, frente a las Playas de la Misericordia, trozo de la bahía malagueña que siempre marcó el marítimo compás de mi vida. También llevó ese nombre la hermana de mi madre, mi tía María Teresa, que tantas cosas me enseñó en la vida. Me enseñó a tener paciencia, algo de lo que me he dado cuenta hace poco que poseo; me transmitió su estoicismo nato e intentó, inútilmente, inculcarme su resignación. Por todo le estoy agradecida, en particular porque con ella aprendí a ganarme el pan trabajando con mis manos. Entre las dos, ella y mi madre, me crié. Me enseñaron, la una, a coser, la otra, a bordar y hacer primores, y las dos a vivir. Con cuanto mimo me enseñaron a hacer toda clase de bordados: el pespunte, el cordoncillo, la cadeneta, el festón, el punto de aguja, de sombra, de arroz, de arena, de Asís, de cruz... Aprendí a sacar hilos para hacer vainica y deshilados, a hacer los bordados canarios y Richelié, el punto yugoeslavo o de escala y el maravilloso punto de sombra donde solamente podías ver el perfilado relleno de un pequeño nublado de color sobre la fina tela de organza... Tantas y tan distintas formas de colocar la aguja, de disponer el hilo para hacer aquellas puntadas maravillosas que resultaban tan mágicas, que llenaban delicadamente el blanco del muestrario o la labor. La tela siempre tenía que estar Inmaculada, no permitían ninguna mancha sobre el lienzo que bordaba. Por fortuna, nunca me sudaron las manos y mi muestrario de labores siempre estuvo al gusto de mis maestras, de no ser así me hubieran hecho lavarlo. O lo hubiera tenido que deshacer, como hacían cada vez que veían alguna equivocación. Mi tía María Teresa me enseñó a poner las pencas de las mangas con un vuelo que se conseguía con un fino hilván que se repartía desde un lugar determinado de las sisas... Me enseñó a hacer bien los dobladillos, los sobrehilados, las crucetillas, las bastillas, las presillas y los ojales. Ella siempre me decía que las cosas debían estar mejor hechas por dentro que por fuera, que lo contrario era cosa de fulleras y puercas, esas que toda la basura la esconden bajo la alfombra. Y efectivamente tenía razón: lo mejor es lo de dentro, lo que nadie ve. Eso es lo que hay que cuidar con más esmero, lo que está adentro. O sea, los sentimientos y el alma que los alberga.
Hoy, después de setenta y un años que disfruto de todos los conocimientos que me dieron, tanto Teresa como Victoria, dos hermanas que se quisieron hasta el final, que se respetaron siempre y estuvieron juntas en los grandes y pequeños momentos de la vida, en honor a ellas y en particular a mi tía María Teresa, quiero agradecer de todo corazón cuanto dejaron en mí, la magnitud de su herencia en mi vida.
Yo, que siempre tuve prisa, hoy vivo en un remanso de paz con ellas, junto a ellas, con todos sus conocimientos y con toda la tranquilidad que me han transmitido en cada puntada que dieron en mi vida, tantas como minutos pasamos entre primores y agujas, enhebrando, aprovechando el sol, pinchándonos, cantando o llorando.
Pasa el tiempo y no escribo como antes, estoy pintando mucho y haciendo otras muchas cosas que hay que hacer en este mundo antes de irse. Cuando remuevo las palabras casi siempre salen las tristezas, recuerdos y ausencias, por eso últimamente mezclo colores sobre mi paleta y pinto. Y aunque escribir significa quitarme espinas, lo cierto es que siempre me deja sangrando el corazón.
Desde este Garitón que hoy sonríe a la lluvia y canta, Mariví Verdú
Pasa el tiempo y no escribo como antes, estoy pintando mucho y haciendo otras muchas cosas que hay que hacer en este mundo antes de irse. Cuando remuevo las palabras casi siempre salen las tristezas, recuerdos y ausencias, por eso últimamente mezclo colores sobre mi paleta y pinto. Y aunque escribir significa quitarme espinas, lo cierto es que siempre me deja sangrando el corazón.
Desde este Garitón que hoy sonríe a la lluvia y canta, Mariví Verdú
*Foto en el Cortijo de San Isidro, de izquierda a derecha, María Teresa González Sánchez, mi tía, con otros familiares míos, los primos lejanos Pepe y Federico Luque y su madre, Catalina Navajas.
* Mi muestrario de labores del Bachillerato.
* Mi visita en 2007 a Alba de Tormes.
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