Hoy se cumplen veinticinco años de la muerte del poeta granadino Manuel Benítez Carrasco. Siento la necesidad, la satisfacción y el deber de dedicarle unas horas de mi tiempo para recordarlo, para hablar de él y llevar su nombre por estas redes como el que transporta una esencia, un tesoro, una joya de incalculable valor.
No he dejado de recordarlo porque no se me olvida. Su amistad me ocurrió como ocurren los milagros y su vida y la mía están ligadas a pesar de la muerte. Vive en mi memoria toda su obra poética y está ahí desde niña. Crecí oyendo sus versos, escuchando su voz, rapsoda único y magistral, y fue mi padrino, el que me lanzó al público bajo su mano protectora. Ocurrió en Calle Alemania, en el local que regentaban una pareja muy querida por mí; Ángel Montes, gaucho y trovador, y su esposa Lida, ante la presencia de grandes amigos y de mis tíos Gabriel González y Virtudes Guzmán que me avisaron de que estaba recitando Manolo. Tal y como estaba en la cocina, me quité el delantal y cogí un taxi para llegar lo más pronto posible. Estaba allí, delante de mis ojos, entrando por mis oídos, adentrándose en mi corazón. No dejó de mirarme desde que entré. Se ve que estaba comparándome con alguna foto mía que su amigo y compadre Joaquín González Medina le habría enseñado. O que se me notaba demasiado la adoración que por él sentía...
Nunca he sido imparcial al hablar de Manolo, el sentimiento no me deja ver con objetividad su obra poética: no se puede hablar con la razón y el corazón tirando al mismo tiempo. La cuestión es que me la sé de memoria, llevo escribiendo toda mi vida y me sé los poemas de Manolo pero no los míos.
Manolo ha dejado un legado de versos navegables y redondos, sus magníficos poemas de Mi barca, suya y nuestra, con la que iba y siempre volvía de México a Málaga, de Buenos Aires a Granada, de corazón en corazón. Dejó también el eco de su palabra niña, tierna y pasional, en el aire del Teatro Cervantes, en las aristas de cristal de Cofarán, en el barroco oxígeno de El Gaucho Argentino, en los últimos cañizos del Merendero Miguel, en la brea azulada de Huelin, en el marismo de Playamar, en las voces elevadas al siempre de Lola Flores, Manolo Caracol, Enrique Montoya, Gabriela Ortega..., en las de Rocío Jurado, Diego Gómez... y tantos otros ecos suaves y terrenales en los que leemos sus perfectas soleares, sus poemas de jazmín y clavel, todo perfume de oídos. Sus libros son árboles floridos, resueltos en trinos y amarguras. La luz de la pasión llevan por dentro. Esencia de agua y de muertes pequeñas son. Ahora, que la suya es una muerte grande y de verdad y sabiendo que Manolo ya estará donde siempre estuvo, en los libros, en el silencio, en el corazón de los amigos y en muchos sitios a la vez, yo quedo en Málaga echándole de menos, sin llegar a entender porqué se mueren mis dioses.
En Granada vio la luz
Manolo, por vez primera.
Por la señal de la Cruz,
con luz vino y con luz queda
el gran poeta andaluz.
Corría una fría ventisca en la calle. Para ver al maestro Manuel Benítez Carrasco, habíamos llegado algunos amigos desde Málaga. Estaba muy enfermo. Llegué con su íntimo amigo Gabriel, mi tío, y nos movíamos por los pasillos del Hospital de la Inmaculada con los ojos como rastro, buscando al poeta. Yo me resistía a verlo doblegado, impotente, a él, tan altivo y hermoso, al poeta que poseía la arrogancia justa y el porte más cuidado.
No quiero dejar que el día, que amaneció nublado, lo convierta en algo triste, todo lo contrario: Manolo era un hombre vitalista, divertido, amigable, ocurrente, guapo, atrayente, especial. Fui yo la que ordené su habitación después de irse, quien tuvo la difícil tarea de lo mundano, de recoger sus cosas, su intimidad en la vieja casa frente la playa, en el paseo de Playamar. Su amigo y el mío Joaquín González Medina me dijo que si conocía a alguien de confianza para esta tarea, a lo que le contesté: ¿Te valgo yo? No me lo pidió directamente pero sabía que a nadie ajeno le íbamos a permitir ese último momento. Me llevé la comida al apartamento y los dos echamos el día. Estas cosas no le interesan a nadie, pero las cuento para que se sepan porque lo más seguro es que mi nombre no salga en ninguna biografía. Ni que nadie escriba la de Joaquín, por lo que os comparto el romance que escribí en 1997 y que titulé Corazón malagueño y va sobre la vida de este emigrante, íntimo amigo de Manolo, que tiró de mi tío Gabriel para la Argentina y los tres fueron amigos hasta la muerte.
Allá en los años cincuenta,
con su ilusión embarcada,
Joaquín González Medina
se fue un día sin mañana.
Y se llevó su sonrisa:
puro jazmín de biznaga.
…Esa sonrisa tan pronta
de marfil, de cal y nácar.
Su nombre es tan familiar,
tan amigo, tan de casa
que pensando en Argentina
Málaga siente añoranza.
…Mi González compartido…
apellido de montaña,
de horizonte y verdial,
de abuelos, de orgullo y raza.
Medina, materno Islam
de soñadas Alcazabas…
Ciudad de un azul total
con jardín de agua salada.
Él encontró en otro mar
un amor fiel, que aguardaba,
que le ha dejado en herencia
tres hijos, nueva esperanza.
Todo lo que fue buscando
su Virgen se lo encontraba
perfumando con romero
el agua de la distancia.
Había un trozo de suelo
que de niña yo pisaba
con dos nombres y una fecha,
ya por el tiempo, olvidada.
Decía: Joaquín y Loli.
Bermeja letra grabada.
Dulces Portales de Gómez.
Alacena de mi alma.
Guardo poemas y fotos
de esa juventud, sin plata,
con los cabellos morenos
y un Gabriel que le cantaba:
Arcángel de malagueñas,
íntimo amigo en jarana,
por el que yo le conozco
en secretas confianzas.
Recuerdo cuando venía
con su familia a mi casa:

número sesenta y dos...
Calle que a Cádiz llegaba.
En la Feria Malagueña
yo nunca siento su falta,
que si no está su persona
en nuestra memoria anda.
Buena faena en los toros
de La Malagueta, aguarda
que hayan venido sus ojos
para poder admirarla.
Igual que el pintor, se fue…
como el poeta y su barca.
nuestro Benitez Carrasco:
el agua de las palabras.
Buenos Aires, aire puro
te llevaste de estas playas.
Del Palo a Torremolinos
corren brisas de nostalgia.

Joaquín, allá donde esté
y donde quiera que vaya
llevará Málaga dentro
de su sonrisa y su alma.
Desde El Garitón, con el cuerpo cortado por el gris del día, a punto de lágrimas, Mariví Verdú
La primera foto está tomada en la Playa de La Misericordia.
La segunda, en su tumba, en el Cementerio de Granada, mi madre y yo.
La tercera, el día que le conocí personalmente en El Gaucho Argentino: 24-4-1998.
La cuarta, en el Mesón de mis hijos "Durán y Verdú" en Calle Ángel, junto a ellos, Peri y Cheche.
La cuarta, en Granada, presentación de los trabajos de David Zaafra.
La quinta, está tomada por mí en la Playa de La Misericordia. Manolo y Joaquin González.
La sexta, el hermano de Manolo, entre David Zaafra y yo.
La septima, en el Merendero Miguel, en la Playa de La Misericordia. Manolo, Joaquin y yo.
La octava y última, el día que le conocí personalmente en El Gaucho Argentino: 24-4-1998.
No hay comentarios:
Publicar un comentario