Llevo muchos años en los que dedico parte de mi tiempo navideño a conservar una costumbre que tenían dos grandes poetas malagueños: Alfonso Canales y Manuel Alcántara. Ellos se enviaban unas décimas para felicitarse las Pascuas entre sí. Hace años lo manteníamos Juan Miguel González, Pilar Bugella y yo, pero creo que solo quedo yo guardando la tradición, haciendo públicas mis felicitaciones y extensivas al mundo por este medio que la evolución y el progreso nos ponen a la mano. Este año escribí varias de las que extracto un par de ellas.
Me estoy tomando el café,
es día de Nochebuena,
estoy pensando en la cena...
y en el año que se fue.
Otro año que no sé
qué ha pasado, dónde he ido
buscando el tiempo perdido,
ese que dejé perder
habiendo cosas que hacer...
No me perdono el descuido. (...)
(...)
Es tiempo de agradecer,
tiempo de puertas abiertas,
de darnos todos la vuelta
y al origen descender.
La historia está por hacer
y de nosotros depende,
de la gente que no ofende
y que usa el corazón,
vivamos, pues, la emoción
del amor, mágico duende. (...)
Con mi familia de vacaciones por aquí, no hice planes ninguno. La prioridad ha sido estar con ellos, libre de obligaciones para atenderlos cuando quisieran o pudieran venir. Tampoco ha sido un gran sacrificio, son fechas de recogimiento para mí y de disfrutar de las cosas pequeñas que son tan grandísimas e inexplicables. Hacer mi Nacimiento, por ejemplo, como hicieran los míos desde años atrás, con un Belén de croché realizado por mi madre que conservo como un tesoro, como una entrañable reliquia. En mi libro “Maytines del Nacimiento”, como introducción a mis villancicos, comienzo diciendo:
(...) De aquella caja bonita, guardada por tres generaciones, ambas sacaban los papelillos coleccionados durante el año y los ponían sobre el tapete de cretona. Los había de celofán, de orillo, de platilla de colores. Los de alfajores eran los más apreciados y los de la fruta escarchada que nos traía la madrina. Los había rojos, gualdos, azulinos, morados, rosas fucsia, verdes fieltro... todos de espejo. Mi madre los guardaba planchados y de ellos hacíamos preciosos adornos de Navidad: minúsculas cajitas de regalo, flores de acebo, bolas, pirulíes. Lo más parecido a un milagro ocurría, cercano el día de la Inmaculada, cuando sacábamos la caja del Misterio. (...)
Y sigue ocurriendo. El temblor de sacar la caja del Misterio es motivo de alegría, sin embargo la incertidumbre de guardarla un año más, a sabiendas de lo corta que es nuestra estancia en este mundo, produce un inevitable desasosiego.
En la mañana del día de año viejo, después de una visita de mi hijo que estuvo arreglándome una cerradura, varios enchufes y colgando el carrillón de viento y estrellas de mi puerta, felicísima, salí a comprar. Entre otras cosas, vasos de papel y un kilo y medio de uvas. Ya por la tarde, a media hora de salir de mi casa, tomé catorce vasitos donde las coloqué en grupos de doce, una vez lavadas y secas. Había guisado el día antes una cazuela de lomo en manteca y corté con el viejo cuchillo jamonero de mi madre un par de platos para aportar algo a la generosa mesa de mis consuegros. Este año, con la esperanza de un nuevo ser, un varón que vendrá a multiplicar la alegría.
Compartidas las uvas y los besos, brindamos por el nuevo año como estarían haciendo a la par la inmensa mayoría de paisanos de esta España nuestra. Desear feliz año nuevo es una obligación moral que tenemos los unos con los otros. Hacer que así sea, debería serlo también y en eso habrá que poner el empeño. A una hora prudente ne fui despidiendo para el viaje de vuelta. Eran las dos y media de la mañana. Desde El Cónsul hasta El Garitón, tuve media hora para el balance del año, una revisión salpicada de luces largas y de intenso tráfico hasta llegar a Alhaurín de la Torre. Y a dormir.
En unas horas di paso al pequeño ritual de Año Nuevo, repitiendo una vez más el de mis últimos tiempos: desayunar mirando al mar y a la ciudad dormida, cambiar mi agenda con toda la tristeza que eso conlleva, abrir la nueva con la enorme incógnita que intento colorear de esperanza y ofrecerme desnuda al sacrificio, más mansita que un cordero, dando gracias por permitirme un año más podar los rosales de mi madre, los pies de moscatel de Alejandría que sembraran mi padre y mi tío Federico, el jazmín donde descansa mi tía María Teresa y desde este altozano de El Garitón no perder de vista el solar donde descansa mi hijo. Cerrar la agenda anterior, la de 2024, darla por concluida, saber que he de quitar nombres y añadir algunos a la nueva, me causa una tremenda desazón. Sentir que se me escapa un año de vida como un soplo, desde que comprara mi diario de dos tonos marrones en Canillas de Albaida aquel día dos de enero en el que cogimos violetas salvajes en el Río Taravilla (siguen secas en las primeras páginas), hasta la de este año que ya guarda tres días de mi vida, resultado de un cambio en María del Valle. La única que les quedaba...
Ha pasado otro año y aquí estamos: tú, que estás leyendo, vivo y dedicado a tus cosas, y yo, viva, escribiendo, dedicada a las mías.
Desde El Garitón, deseando que sea un año bondadoso para todos, os mando un abrazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario