sábado, 4 de enero de 2025

DE SOROLLA, AL CIELO, por Mariví Verdú

I.- Hace mucho que no me siento a escribir. He dejado pasar estos días de Navidad  y de año nuevo porque he estado ocupada en mil cosas que no me han permitido sentarme un rato a oírme. Ha habido de todo, alegrías y tristezas pero siempre la sombra es más densa que la luz y a veces oculta el punto de luz que nos da paso a seguir viviendo con un hilo de esperanza. Hoy necesito quitarle la válvula a mi corazón y dejarlo ir, atenderlo, traducirlo en palabras. Últimamente está más sensible que de costumbre, más callado y cuando me habla lo hace en un idioma tan difícil de transcribir, con un lenguaje cansado, encriptado a veces, aterido de frío, perdido, confundido en este divagar tristemente finito, bordeando  el límite de sucesos. Me cuesta darle voz a este silencio y reconocer el cansado tic tac que me mantiene viva. Lo identifico por el deje a melancolía que no ha perdido, por varias frases construidas con lágrimas que usa como coletilla y un exceso de pretéritos del verbo amar. En este latido al unísono del planeta que acompasa a todos los seres vivos, son los únicos rasgos que pueden demostrar mi autoría.

La única entrada de mi blog en diciembre fue para contaros el grato viaje a Bilbao, a Barakaldo, con motivo de la presentación de la Antología de la Copla Flamenca en la clausura del XXXVIII Concurso de Letras Flamencas “Hijjos de Almáchar” y las dos entradas anteriores, las de noviembre, para conmemorar el XXV Aniversario de la muerte de Manuel Benítez Carrasco y presentaros el mismo libro de la Editorial Renacimento. Y la verdad es que han pasado miles de cosas más que no cuento, unas por falta de tiempo y otras por exceso de celo. Os cantaré parte de mi viaje a Madrid y me reservaré el viaje a Talavera en el deseo de que todos mis lectores puedan disfrutar de la familia como yo lo he hecho, de mi nieto y del regreso a Málaga en coche, cruzando los cuatro media España, viendo y disfrutando la bendita tierra que nos ha tocado en suerte y dando gracias cuando bajábamos el Puerto de Las Pedrizas porque en media hora estaríamos en nuestros destinos.

Ir a Madrid tiene siempre su atractivo. Viajar en AVE, su encanto. En esta ocasión compartí vagón y mesa con un poeta joven, compositor de raps, Julián, que iba con su abuela al concierto de Alfonso La Cruz. Le recomendé la exposición que me había llevado hasta allí, y me los volví a encontrar en el Palacio Real. Pero verme ante la obra de Joaquín Sorolla es un placer tan grande que necesito disfrutarlo a solas.

Madrid, ciudad monumental, ruidosa, lleva implícita su multitud, la necesidad de llevar un fajo de billetes, de acometer grandes desplazamientos a escoger entre las miasmas del metro o las sorpresas del taxímetro y la tristeza de ver aún pobres descalzos y tirados en la calle al lado del Palacio Real o entre La Almudena y el Consejo de Estado en la Calle Mayor. Qué sentimiento más malo. Y el colmo está en Atocha: no tener dónde guardar la maleta si llegas en Ave porque lleva tantísimos años sin consigna y en obras que aburre al santo Job. La Estación de Atocha se ha quedado obsoleta, fuera de onda. Sí, amigos, está muy anticuada y no ofrece comodidad alguna a quienes tienen que pasar horas allí, ni para ocio ni para restauración, habiendo que pagar quince euros por un bocadillo con la lengua afuera, enseñando la loncha ridícula de jamón que contiene. Y sin alternativas. Sí, Madrid tiene su dos caras, la de ofrecernos una oferta cultural y de ocio sin parangón y la de una ciudad desorbitada y deshumanizada donde solo queda de bueno la mitad de su gente que me imagino estará deseosa de que la otra mitad se vaya a tomar viento. Pero Sorolla bien valía pasar ese quinario que despedía al otoño.

Sorolla, cien años de modernidad, exposición temporal en el Palacio Real que podremos disfrutar hasta el 16 de febrero, alberga 77 obras de lo más representativo del artista, tanto en su temática como en las fases de su producción, aunque pude disfrutar de su Café de París, expuesto para la ocasión y nunca visto antes en ninguna de sus muestras. Sigo la obra de este artista desde hace años. Recuerdo con verdadero entusiasmo la vez que nos trajeron varias de sus obras a Málaga con motivo del centenario de la Generación del 98 con “La mirada del 98” en la Sala Alameda, hace exactamente veintisiete años: He ido a su Casa-museo en Madrid, he visto y celebrado documentales de su vida...me interesa su obra. Me encanta su obra. Y pude fotografiar cada cuadro, cada rasgo de su genialidad, cada rayo de sol atrapado con su pincel y cada gota de agua donde el sol reverbera...

Y desde el palacio a la agitación del metro, a la estación triste, para irme  con los míos a Talavera. La estación de Talavera es romántica y vieja, como yo. Y allí estaba mi hijo para salvarme del mundo. 

Desde El Garitón, recordando la belleza de los días pasados, Mariví Verdú


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