lunes, 7 de julio de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE SOÑANDO CON LA PUEBLA

Ayer tarde parecíamos estar dentro de un inmenso capullo. Así era el color del cielo, cerrado y de seda. Las chicharras cantaban y callaban al unísono. La noche vino transparente. Y la meditación sobre la vida y sobre las risas próximas me acercó al pensamiento la gran capacidad de olvido que tienen las criaturas. Si recordáramos el dolor que sufrimos durante el tiempo en el que se nos rompieron las encías para echar los dientes, no tendríamos ganas de comer siquiera. Si nos acordáramos de lo que fuimos antes de nacer y de lo que seremos después de la vida, nos enroscaríamos como una cochinilla bajo la piedra última. O besaríamos en la boca al mundo y seríamos más justos y humildes.

Cuando escribí aquella letra flamenca que decía:

No me gusta caridad,
que yo prefiero justicia
que limosnita que dar

no sabía que se me vería tantísimo el plumero. Pero la verdad es que no me importa demasiado que mis compañeros de viaje en órbita terrestre se enteren de que voy escorada del laillo del corazón. O sea, que me puede la sangre, por color y porque de ella he mamado la única honra que los humanos tenemos, ser humanos. O lo que es casi lo mismo, ser divinos.

Bueno, no sé si esto es un artículo o una confesión. Porque, más que escribir, sigo inmersa en la lectura de María Zambrano y en su gracia. Con ella me une el amor al alba. Yo asisto cada día a su ceremonial. Del alba me nutro y es por él que tengo sombra y color. Asombrada, en primera fila, disfruto el mayor espectáculo del mundo, el amanecer. Un presente gratuito que nos es concedido a todos por igual, sin tener en cuenta los merecimientos, sin previo pago, con idénticos tonos para todos los vecinos del mismo lugar, o para los prójimos de otros lugares; un obsequio del sol, un don.

El sol, en cuanto sale,
me da en la cara
un beso calentito,
le doy las gracias.

Yo, que estoy cansada de ir y venir del dolor a la razón por la tajea del verso, me he dado cuenta de que, como decía Gustavo Adolfo Bécquer en el prólogo de La Soledad, libro de poemas escrito por su amigo Augusto Ferrán en 1861 -bastante influenciado por Heine-, la letra flamenca es una síntesis del conocimiento humano, es pura filosofía y resume la extensa cultura del pueblo andaluz: Y todo natural, poesía breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, desnuda de artificio; desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.

Y a lo mejor por eso me dedico con tantas ganas al oficio de levantadora de coplas, término que uso comúnmente con mi amigo Andrés Jiménez.

De la vida he conocido:
su rosa, la del amor;
su espina, la del olvido.

Porque mientras condenso en una soleá la pena, parece que el nudo que trago es menos denso, menos doloroso. Y porque me gusta con locura trabajar con el idioma que se me dio al nacer, con el precioso talismán al que acudo cada día y al que me consagro cada noche; con el idioma de mis sueños.

De la vida he conocido:
su rosa, la del amor,
su espina, la del olvido.

Ayer noche escribí muchos versos y me dormí agitada pero feliz con la ilusión de ir a la Puebla de Cazalla hoy, día de San Fermín, multiplicando el goce que siempre me produce ir a Sevilla. Allí llego de cualquier forma, por Martín de la Jara y Los Corrales, por Lora o Aguas Dulces, por caminos propios que van cruzando los puentes del Río Grande. Esta tarde iré por un premio que lleva el nombre de Francisco Moreno Galván, por lo que iré más contenta que unas pascuas.

La Puebla de Cazalla es cuna de grandes artistas, de grandes nombres del flamenco, José Menese, La Niña de la Puebla, Manuel Gerena, Diego Clavel…, y como abanderado, Paco.

Allí vio la luz Francisco,
en La Puebla de Cazalla.
Orgullo de ser morisco,
poeta, donde los haya…

Y como esta tarde se descubre qué premio me dan -sé que uno tengo- pues me he preparado como una novia. Porque el premio de verdad es que mi nombre y el suyo se barajen a las nueve de la noche, en la Plaza de la Ermita de La Puebla, y el maestro me coja de la mano para llegar a ese sitio adonde sólo él supo llegar. Adonde no alcanza el olvido.

Sueños de mi juventud,
libertad y rebeldía,
conformaban tu poesía
transmitiendo la virtud
del ideal andaluz
hecho de luna y de pan.
En mi corazón están
todas tus palabras vivas.
Con mis manos las escribas,
Paco Moreno Galván.


Desde el cuarto soleado, agradecida y sola, Mariví Verdú

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