lunes, 16 de marzo de 2009

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE: UN DÍA EN LAS CARRERAS

Málaga es un sombrero mágico, un cajón de sorpresas, un cofre de tesoros, una caja de cromos…Málaga son tantas cosas, tantos sentimientos y tantos colores. Es una tierra dada a la ensoñación, a la creación artística, al cante…Cada día me guarda un regalo bajo su cielo azul y lo mejor es que siempre consigue sorprenderme.

Ayer domingo, aceptando la invitación de dos buenos y viejos amigos, de esos que ya son tan difíciles de tener por aquello de que lo son para la salud y la enfermedad y para todos los días de nuestra vida: Manolo y Ana Mari, fiesteros, padres y abuelos ejemplares y conocedores de muchos secretos de los campos de nuestra tierra, fuimos al Hipódromo. El Hipódromo Costa del Sol, que está allá por Mijas Costa, después de pasar el cementerio de San Cayetano y una planta de tratamiento de aguas residuales. Anda que fue chico el cambio en nuestras pituitarias al encontrarnos en sus puertas, ¡qué belleza de sitio! El Hipódromo se encuentra frente a un monte cubierto de hérguenes o jérguenes -hay quien les llama aulagas- o sea, de Calycotome villosa, arbusto muy abundante en estos parajes del sur mediterráneo y que se encuentran ahora en pleno estallido primaveral, cuajados de flores y de espinos, como la propia vida, rebrotando con tanto vigor que podría decirse que son todo perfume y color amarillo, que no hubiera piedras ya que no se ve en el monte más que un tapiz de flores .-como mariposillas pequeñas bordándolo todo- que no sé de donde sacan tanta energía y dulzor. Y para ayudar a extender ese perfume que nos inundaba, contábamos con el aire, un levante que corría por las grandes bolinas que cubrían toda la ladera pedregosa, trayéndonoslo puro, intacto, abundante, a nuestros sentidos, o sea, directo al corazón.

En la puerta me encontré a un compañero que hacía más de cuarenta años que no veía, desde los tiempos del Colegio de San Pedro y San Rafael, y que ahora trabaja allí. La verdad es que fue una gran alegría que nos reconociéramos, por lo que cabe deducir que ambos estamos jóvenes mentalmente y que aún no hay malos indicios sobre la pérdida de memoria, a pesar de los cuarenta años de intervalo en nuestra adolescente amistad. Una grata sorpresa, la verdad, que ya vamos siendo mayores y se aprecia la vida y la salud más que las arrugas que irremediablemente nos marca ya la cara.

Le dejamos en su tarea e iniciamos los cuatro amigos una vuelta de inspección del terreno: muy buena organización, aires andaluces con escuelas de baile –niñas y adolescentes- amenizando las esperas de una carrera a otra; bares y restaurantes, coches de lujo –una concentración de Ferraris con cristal en sus motores y tapicerías de lujo- y un ambiente internacional, multicolor y libre en el público asistente. Yo estaba disfrutando de todo como una adolescente. Y nos fuimos a ver la primera carrera y nos acomodamos en los asientos. Me emocioné, como todos nosotros, todos éramos primerizos.

Los caballos, esos nobles animales que tanto bien han hecho por el hombre, son, junto a los jockeys y no más que estos, los protagonistas de las carreras o motivo principal del Hipódromo. Una exhibición de caballos bellísimos, más que cuidados, queridos, antecede a la carrera. El brillo de sus pelajes, la limpieza y el cuidado de estos compañeros de la naturaleza, eran extremos. La altura de los caballos era casi la de los jockeys que los montaban. La destreza de ambos quedaba patente en la pista de tierra una vez que la bandera blanca ondeaba y se abrían los cajones de salida. Algunos se negaba a entrar por las puertas de estos cajones, otros, más dóciles, iban hacia ellas sin titubear.

Claro está, ir allí y no probar suerte apostando por alguno de ellos es algo inverosímil, todos picamos, seguro. Es excitante ver cómo se esfuerzan jinete y caballo en dar la talla en la pista y llegar el primero al poste. Así que… aposté por un caballo de cuatro años que me gustó su nombre “Chamoriscan” y el de su jinete, David, y el de su cuadra, que me resultaba muy flamenco, “El Niño del Faro”… y gané. Acerté con la suerte del principiante, ….qué emoción, iba ganando el número dos y, en la curva que da entrada a la recta de llegada, mi jinete y mi caballo metieron una carrera que me puso a cien por hora, levantándome de la silla. Le ví llegar a la meta y metí un salto de alegría. Entonces oí por los micrófonos: ¡Chamoriscan, vencedor! Había ganado mi caballo, mi jockey, mi cuadra, todo lo que desconocía unos momentos atrás era mío ahora. Yo había ganado con ellos, no sé qué, pero habíamos ganado…

Bueno, lo que cobré lo gasté en el recinto en invitar a mis amigos pero ¿cuánto vale aquella emoción, y la de mi caballo, y la de ese David que no tengo el gusto de conocer? ¿Cuanto vale tener buenos amigos? ¿Cuánto, la ruptura con la rutina? ¿Y cuanto vale el perfume de los jérguenes que ayer nos brindaba el monte florecido? Un Perú, ciertamente, un Perú y medio.

Aquí va todo mi cariño y agradecimiento a Ana María Olmedo y Manolo Reina y a Paco Gutiérrez, director de la Casa Museo de Mijas.

Con todo el fulgor del día, con la primavera encima y la moral a media caña, Mariví Verdú

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