martes, 12 de enero de 2010

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE ESTÁ DE SUERTE. A Marisa Laguna.

Y qué suerte más bendita habérmelo encontrado vivo, esperando ser abierto de nuevo, tomado, reconocido, mío. Lleva por título El poder de las cosas pequeñas.

Cuando esperamos que los demás entiendan los porqués de nuestra vida, de nuestros actos, cuando no queremos que critiquen o tomen a la ligera los sentimientos propios; cuando pedimos que admitan nuestra forma de pensar y de vivir como algo importante y verdadero, nos deberíamos exigir igual disposición hacia el resto del mundo: voluntad reflexiva, justicia, autocrítica, permisividad y piedad.

El tiempo, ese gran aliado de la verdad, esa lima invisible que endereza el orgullo y la vanidad del hombre, está mirando desde un rincón del portal más cercano a cada uno de nosotros. Todo lo que ayer eran valores banales o espejismos genéticos, dejan de tener el emplazamiento que tenían para ponerse en la cola de la desilusión. Entonces, la supervivencia, que no conoce el libro Guines, tiende a ser optimista -que no es más que un inteligente pesimismo, asumido por inevitable- y ríe y canta como un pájaro atardecido. Y por esto inventaron los hombres el suicidio. Y, por tanto, la Música y la niña Poesía. Ambas tuvieron de seno común a la Tristeza, esa Melancolía que nació para cantar el último estadio de los dioses.



Hace cuatro años que escribí esta reflexión que acabo de encontrar entre los archivos de Word, dentro de una carpeta amarilla -ya saben, la del icono color yema de huevo, que contiene los papelotes modernos-. Creí haberla perdido pero estaba en un rincón del disco duro, ese pozo tan utilizado como desconocido por el género humano de esta parte del mundo, parecido al limbo o más bien a la nada. Se metería, sabe Dios, como folio caído por detrás de un mueble que sólo se mueve cuando se blanquea… o algo así. Junto a este archivo acabo de encontrar otro que nunca más pensé encontrar: el de un libro completo que quedó atrapado en la barriga del viejo ordenador cuando éste murió, hace ahora un año. Lo di por muerto también, ya que no recordaba haberle hecho copia alguna. Y qué suerte más bendita habérmelo encontrado vivo, esperando ser abierto de nuevo, tomado, reconocido, mío. Lleva por título El poder de las cosas pequeñas.

Es tanta la alegría de este encuentro que voy a darle un repasito cariñoso y voy a intentar publicarlo en breve -me da igual el dinero o la distribución, saldrá- para que sea lo que quiso ser cuando se engendró: un libro. Me he puesto una fecha, el 28 de Mayo de 2010, Dios mediante y la suerte de cara. Lo presentará mi amiga Marisa Laguna, una amante de la Literatura, una mujer extraordinaria, romántica empedernida, clara y sincera, inteligente, fresca como una mandarina recién cogida y, lo que más me gusta, inevitable como una lágrima. Así que… estoy de suerte.

Desde El Garitón, donde se me ha otorgado el placer esta mañana de asistir al más bello amanecer del año, Mariví Verdú.

*A lo mejor esta noche sacan las imágenes que tomé, unas instantáneas de oro, al final del Telediario, en El Tiempo. Merecer lo merecen. A ver si las tienen en cuenta.

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