lunes, 28 de enero de 2008

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE: LA PRÓXIMA SOMBRA

Vivir sin Claudio Rodríguez y Ciorán debe ser otra pena. M. Verdú

Me da igual que hoy sea domingo y que haya sol en el cielo. A veces un triste recuerdo puede con todo. El tiempo, que no es más que un cambio de papeles en la eterna sucesión de actos, es imparable y elíptico, es un antiguo sobresalto, un repetido acabose. Un segundo… y el telón cierra y abre la razón y la vida.

Las noches y la progresión de sus días no llegarían a considerarse tiempo si el dolor no los empapara con lágrimas. Toda singularidad es hija del dolor. Para nadie debiera ser ajena la desgracia del prójimo en un mundo redondo. Otra cosa sería si nuestro mundo fuese a lo ancho, si lo más cercano fuesen cuatro y luego ocho, y siguiera el sesenta y cuatro…y así, como el cuento del ajedrez, en un mundo sin bordes, como antes del gran Copérnico, principio del concéntrico dolor infinito que tanto me atormenta.

La deshumanización es causada por el embrutecimiento, ese que nunca faltó del todo y que ahora sobra. La regla de tres se ha roto. A más información no hay más conocimiento. No es importante la cantidad de vías de la noticia, sólo me importa que el dolor duela, que nos muramos de atraganto cuando un solo estómago sienta hambre, que no podamos comer viendo morir al prójimo (que somos nosotros mismos) como si se tratara de una película que no nos incumbe.

Hoy, los canales de comunicación están saturados y vivimos empachados de información sin indicio alguno de que nos devuelvan el libre encanto de la observación del horizonte. Igual fuera de mar o de cebada, mirar en lontananza… ¿adónde fue el espíritu? Los medios nos sirven para conocer más de cerca el frío que se sufre en las antípodas, aunque allí sea verano, porque el frío humano no es de puro invierno, es el temblor de la nada.

Es entonces cuando la sola idea de bajarme música o de comprar libros me aterra. No hay tiempo y el poco que me queda es para el pataleo, única opción política ante los muros.

Empiezo a no entender a nadie más que a los hombres de oficio zapateros, a los vendedores de verdura, a los repartidores de gas butano o a los pobres conscientes y, por tanto, eternos. No utilizo idioma alguno con otras semi-sombras como yo, con mis viejos amigos artistas empeñados en medir las palabras y anhelando la inalcanzable, por perdida, belleza; ni con mis pintores, ya calvos, muriendo de esnifar trementina, de buscar la cuadratura de las bolas y de ingerir absenta o matarratas… ¡ay, humanos empeñados en la eternidad!

Hace mucho que lo sé, que vivimos en el reino de las sombras. Y suelto veneno por la boca de tanto que me han inoculado. Por eso, la poesía, oh bello encubrimiento, se ha vuelto tan terca a mis sentidos. Sin palabras de amor, la vida es nada. La razón poética, aquella que daba nombre a las nubes, se ha vuelto contra mí como el invierno. Poco ayuda a vivir la observación del mundo que hemos hecho. Cada día soy más salvaje, mucho más animal y primitiva. Pronto habrá que dedicarse a Dios. O al canibalismo.

Con un chorreón de salsa agridulce, Mariví Verdú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

VAGÓN 12 DEL AVE. Crónica de un viaje exprés, por Mariví Verdú

Entrar en la Estación María Zambrano con una maleta y un billete de tren en la mano es salir al encuentro de la vida. Llevo lo imprescindibl...