sábado, 7 de enero de 2012

Doliente y de Occidente en Conclusiones de un 7 de Enero


Es tanta su majestad,
aunque son sus duelos hartos,
que aun con estar hecho cuartos
no pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
al gañán y al jornalero,
poderoso caballero
es don Dinero.


Ya han pasado las fiestas. Si les contara en qué ha consistido mi calendario de celebraciones, mi menú navideño, mis salidas de compras, unos sentirían envidia, otros sentirían piedad, muchos se reirían y casi nadie se lo creería. Por eso no lo voy a contar, para que ninguno se lleve las manos a la cabeza. La vida de cada cual es, en estos días, el espejo más fiel de lo que se es. Claro está, como nos descubrimos ante el mundo hay que ocultar las carencias y manifestar un lujo que, en la mayoría de casos, ni nos va ni es cierto. Mucha gente habrá tenido que ir al médico por un resfriado cogido por el escote o por un empacho a causa de los atracones de carne y mantecados. Desgraciadamente, a pesar de las comidas en multitud, ya sean familiares o de empresa, la gran mayoría ha estado más solo que la una y más triste que un potaje viudo.

Yo le temo a las fiestas, que ya es difícil superar el día a día sin perder la cabeza para que te den tres tazas. Por más decisiones drásticas que se vayan tomando al llegar a la curva de los sesenta, más contratiempos van surgiendo, más duro se vuelve el azar, más ratificante nuestra condición de poca cosa, de seres vulnerables y más obvio es que el que manda es el don que cantara don Francisco de Quevedo. Y es que la vida, con su boca abierta y su hambre feroz, nos engulle como a un buñuelo de viento. Y gracias si antes no nos pone malos de la tensión, de los nervios, o nos sale cualquier bulto o culebrina -antes se curaba con pólvora-. Desde luego, siempre acaba echándonos sal en la mollera. Ni con dinero podemos evitar que la vida acabe cuando le sale del sitio que hiciera famoso la Bernarda.


Pero antes lo desequilibran a uno del todo, sufriendo el vapuleo de los otoños, la criba de las clases, los sinsabores de la mal impartida justicia. Y todo para llegar a la vieja conclusión que ya llegaron nuestros abuelos y los más viejos ancestros: esto es “una poca leche”.  No somos más que un minúsculo telegrama que consta de dos cortos textos: partida de nacimiento y partida de defunción. Entre medio, que cada uno dé los besos que pueda, se deje querer si tiene la suerte y firme o escriba todas las letras que pueda, pero que no le quepa la más mínima duda de que siempre será letrilla chica que no se imprime a la hora de la verdad. Son muchos los que se creen inmortales por publicar un libro... pues no, señores, aquí no se queda nadie. Sólo quien quiere el personal y no precisamente el de los centros culturales. Se queda la soleá que se canta en las tabernas, en la fiesta, en el tablao; el mensaje con el que se comulga, el que nos hace llorar sobre las hojas del libro en soledad acompañada y que todos hubiéramos querido escribir algún día. Y tal vez se quede la voz del poeta que dice lo que un día me dijo la vida:

Aprende sólo a vivir
que a la muerte no le importa
que sepas o no morír.


Desde el Garitón, insatisfecha siempre a pesar de haber plantado árboles, de llevar escribiendo cincuenta años y de haber sido madre.

* A mi hijo Pedro, al que le dejo mi amor como legado. El único que nos podemos llevar con nosotros.

La primera foto, otra figura del Belén de croché realizado por mi madre, Victoria González Sánchez.

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