viernes, 13 de enero de 2012

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE EN EL RETORNO DEL ALMENDRO

Son las cinco y cuarenta y nueve, hora oscura de una mañana en la que ya no sé dónde se ha metido la primera luna llena del año. Anteayer era un pan de oro. Ayer, bajo un sol propio de septiembre, se me descubrió el almendro con sus brotones ya cuajados en flor, en capullitos satinados de un rosa palidísimo. Hoy dedico al retorno del almendro mis palabras en la hora del insomnio, hora en la que puedo oír cómo mi sangre da golpes por mis sienes como si quisiera salir a buscar no sé qué vena exterior, qué arteria próxima y tranquila donde descansar de viajes al dolor, de autoexigencias y humillaciones, como si la hubieran marcado con el hierro de la inmolación.

Mi conciencia, que parece más una enemiga que una compañera de viaje: en todo me tortura, me critica, me pone a prueba. Se mete en discusiones conmigo misma en que si Dios o la Naturaleza; en que si la vida o la muerte; si la democracia o la falacia; en que si somos o no dueños de nosotros mismos. Y no sé si es un mal propio o común entre los seres humanos. De ser cuestión de todos ¿por qué no reaccionamos y nos disponemos en conjunto a buscar soluciones?

Ayer ví en la portada de un periódico gratuito de Málaga una carta que representaba al rey de oros de la baraja española. Estaba partida en tres trozos asimétricos e ilustraba un balance de los sueldos de la casa real. Lo leí. Y, en un silencio cargado de resignación, cogí una fregona y limpié el trozo del hogar de jubilados que quedaba por limpiar, aunque mi cometido allí es el de presidenta -cargo no remunerado-, mientras pedía a Dios calma para no blasfemar. Y me entraron muchas ganas de llorar, de inundar al mundo con mis lágrimas, de gritar y salir corriendo como Alfonsina, hasta la Playa de la Misericordia, y adentrarme en sus aguas para huir de este mundo de injusticias.

Hoy, maravillada al ver cómo sin lluvia han retornado los almendros, quiero pedir piedad para con nosotros mismos. La piedad, que es además de virtud, una necesidad que tenemos para poder seguir viviendo. Procuremos ser misericordiosos con nosotros, que sea un acto cotidiano. Aunque todos sabemos bien que no es lo mismo conmiserativo que permisivo. No es igual helarte que el arte. Os habéis puesto a pensar alguna vez qué se puede hacer con la palabra amor además de fabricar otras como roma, ramo, mora, maro, omar, armo: muchas cosas. Todo.

Cuando releo mis artículos -buscando siempre faltas- me doy cuenta de que escribo y confieso a la vez, así que espero ser perdonada a pesar de que no tengo ningún propósito de enmienda en escribir desde el corazón. Ya no lo hago sobre papel, aunque me sigue gustando muchísimo. Ahora me siento ante un ordenador con la pantalla en blanco. Es igualmente difícil llenar lo vacío. Pero tener conciencia de las cosas es mucho más difícil. Y una inmensa suerte, tan grande como la locura que encierra. Por eso me gusta hacer descansillos y mirar al cielo.

Todo está teñido de un sepia oscurísimo, mar y cielo, con una línea incandescente abajo que yo sé que es Málaga pero podía ser un viejo fósil en ascuas. Lo es. Y pudiera ser que Málaga sea sólo y eternamente un cierto vapor coloreado por la luna de enero.

Desde El Garitón, donde han vuelto las rosas claras.  Mariví Verdú.

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