lunes, 21 de febrero de 2011

CRUZAR POR LOS OLIVARES

Alejarse del lugar donde se vive habitualmente, tener otro punto de vista que el de costumbre, por muy hermosamente rutinario que este sea, implica, entre otras cosas, la visión del nuevo paisaje -con lo que esto conlleva de descubrimiento, de emoción, de aventura y de riesgo- y la falta del viejo paisaje o la melancolía del paisaje perdido, alejado tal vez para siempre de nuestra mirada.

Cruzar los olivares de Jaén, perder por un momento –que puede ser eterno- las suertes conocidas, la grata costumbre de la mirada, pegada a la tierra del campo malagueño desde siempre, me llena de una placentera emoción que roza el alma de todos los hombres en un concepto, por amplio, universal.
La lluvia caída no ha dejado una mota de polvo sobre los campos. Los olivos, llenos de hoja nueva, relucen como de cera extendiéndose a lo largo de la carretera en parcelas perfectamente dibujadas, bordadas a realce: un inimitable Patchwork  perfilados de cielo. Voy dejando el paisaje atrás mientras recuerdo el poema de Miguel Hernández…andaluces de Jaén, aceituneros altivos… Fuera de los límites de mi provincia, me invade un nuevo sentimiento: el sentir andaluz. Este es común para un número más limitado de seres humanos.
Seguir pasando, cruzar tierras castellanas, dejar Despeñaperros atrás,  llegar a los azules de Puerto Lápice, disfrutar el tapiz vegetal que en la Comunidad de Madrid han dejado las lluvias, ver los álamos tiernos de Alcalá de Henares,  me hace recordar, sentir morriña, pensar en mis verdes perdidos. Entonces, un fuerte sentimiento de nostalgia aflora y la distancia entre los verdes se hace insalvable. El mapa conocido me saca de sus límites y la sensación de sentir un país tan hermoso bajo mis pies, frente a mis ojos, me llena de una sensación grande y extraña. Sigo amando lo que siento mío pero con un cierto tono de tristeza, como se recuerda a la abuela muerta, lejana y nuestra, extraña sangre tuya que te duele y no sabes muy bien dónde y por qué.
Regreso. Volver al terruño es necesario. Para todos los que tenemos muchos años es vital tener un trozo de tierra al que agarrarse. No hay nada que me hiriera más que un destierro. Las margaritas, que todas se parecen entre sí, las amapolas, que pueden parecer iguales, los triguillos, el polvo del camino, los olivos, las rosas…todas pudieran ser la misma cosa pero las rosas de una misma, las rosas cercanas, tienen más perfume,  los trigos son más oro, las margaritas tienen nombre propio…los olivos…
El color de la semana no me cabe duda que es el verde, matiz de olivo nuevo, de trama clara, un verdoso gris satinado que nos llena de esperanza y de retorno.
Con la semana atrasada por el viaje, alegre por la vuelta, Mariví Verdú

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