lunes, 28 de febrero de 2011

DOLIENTE Y DE OCCIDENTE, CONTRA LA TRISTEZA, por Mariví Verdú

¿Cómo pude ser la nada?,
¿cómo la nada venía
a morir en la poesía
con voz antigua y gastada?
¿Acaso vine enviada
desde el magma donde ardía
Dios con su filosofía?...
La duda: Principio eterno,
mi paraíso, mi infierno,
mi útero y mi utopía. 

(Una de mis Espinelas de la duda)


Ilustración de Rafael Alvarado




El once de Octubre de 2003, el padre Luciano oficiaba la misa por el alma de mi padre. Se llamaba Ángel Verdú Rodríguez y murió en mis brazos. Un par de días antes nos habíamos despedido. Me dijo que se iba en paz porque había sido muy feliz, había traído dos hijas muy buenas al mundo y a su mujer la dejaba la vejez muy bien planteada. Me confesó haberla querido mucho pero yo lo sabía. Su larga jubilación la vivió definitivamente en Alhaurín de la Torre, aunque llevaba veinte años arreglando su parcela en un ir y venir que yo he heredado -porque Málaga nos parece cercana a los dos-. Mi padre fue un enamorado del pueblo. Estaba integrado en él, se hizo alhaurino. Se iba cada día a tomar su cafelillo al Hogar de Jubilados, adonde se apuntaron padre y madre en 1986. Tenían carnés consecutivos.

Mi madre, Victoria González Sánchez, era malagueña, sangre de Los Montes por vía paterna y de Benalmádena por la materna. Mi padre venía de una vega fértil y hermosa, la del Segura, a su paso por Cieza, a los pies de la ermita del Santo Cristo del Consuelo (lo que siempre pido y no tengo). La tarde de la muerte de mi padre, estando de cuerpo presente, yo tenía un acto preparado en el Centro Cultural Provincial al que asistí pero no pude presentar y me suplió una amiga, presentadora de PTV. La gente se preguntaba qué hacía  yo allí a lo que contestaba que a mi padre no le faltaba ya de nada y que mi sitio, por esas tres horas del acto, estaba con mis compañeros, cumpliendo lo que era mi responsabilidad. Al otro día leí un librito que me había regalado Luciano Luque Jiménez, el cura de los verdiales. Puede que me consolara en aquel triste momento, no lo recuerdo.

Hoy he buscado ese pequeño libro de citas para meditar, de sabios consejos, y lo he abierto por donde guardo un triste documento de manos de mi padre, lo que quería ser su última comunicación y lo que un ictus mortal hizo ilegible. No sé por qué motivo lo había dejado en la página 19 donde dice: Emprende nuevas actividades y adopta nuevas costumbres a partir del pasado. Por medio de ellas puedes mantener el recuerdo de tu ser querido aún cuando comiences un nuevo capítulo en tu vida. Tal vez serían las ganas de seguir viviendo.

Luciano, amigo, Paco Parra me ha llamado para decirme que te has muerto. Cuánto lo siento, compañero. Te moriste mientras el Centro Cultural “Vicente Aleixandre” vibraba de emoción con flamenco y verdiales...lo que a ti te gustaba.  Ay, cuánto dolor compartimos en la misa de mi hijo, cuánto dolor vivo e inconsolable, cuántas veces te confesé mis dudas de la existencia de Dios, mi eterna duda, mi eterna tristeza... No pudo tu librito salvarme de ella, querido Luciano. A pesar de bendecirme en tu dedicatoria, de enseñarme tus sentimientos, de enviarme un fuerte abrazo, no pudieron las máximas elocuentes ni podrá la sonrisa que procuro no perder de mis labios quitarme la tristeza. Sólo me queda el consuelo de que, si existe Dios y su cielo, estéis allí, esperándome, alegres, como erais en vida, dispuestos a abrazarme porque yo no os olvido y la vida se me queda pequeña sin vuestro aliento.

*No escribo más. No puedo escribir llorando. No puedo olvidaros a ninguno y la garganta enmudece mientras las venas aprietan como si el corazón se hinchara y quedara sitio para el aire, para la vida. Habéis dejado demasiados espacios vacíos y me pierdo tantas veces en este laberinto de la vida... Lo siento, madre, no sé qué cura fue el que dijo tu misa, sólo sé que tu espacio vacío es inmenso, inmenso.

A la memoria de Luciano Luque, que falleció el día 24, a la de mis padres y mi hijo.

Desde El Garitón, teniendo que plantear un arroz para cuarenta, perdida en los vacíos.
Mariví Verdú


1 comentario:

  1. Luciano, no te olvido, ni yo ni los que éramos más cercanos a ti. Lamento no poder haber estado contigo en tu último día y por lo menos haberme despedido. Siempre estarás vivo en nuestro recuerdo como la buena persona que siempre has sido. Muchas gracias por habernos brindado la oportunidad de conocerte.
    Con mucho cariño:
    Pepe Ramos y Mari Cabello

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